domingo, 1 de marzo de 2009

No al fútbol capitalista

Por Bukaneros


El hombre llegó a ser homo sapiens sapiens. Un día caminaba con sus andares primitivos y su pie topó con una piedrecilla que se hallaba en su trayectoria. Esta piedra atravesó el hueco dejado por un dolmen y nuestro protagonista se sorprendió por el pequeño accidente, decidió repetir la experiencia varias veces y se dio cuenta de que no siempre acertaba en su primer y casual objetivo. La primera piedra, nunca mejor dicho, ya había sido colocada para ser la base del fútbol.

Durante la Historia de la Humanidad se practicaron diferentes juegos de pelota, quedándose en eso (actividades físicas colectivas) por la ausencia de una reglamentación, unos clubes deportivos y unas asociaciones de clubes practicantes. Fueron los ingleses en 1863 los que dieron al fútbol el nivel de deporte, al fundarse la Football Association. Durante el convulso S. XX el fútbol se implantó universalmente y consiguió atraer la atención de millones de personas, aunque a día de hoy nadie sabe exactamente el porqué de este inmenso seguimiento: espectáculo, emoción, fidelidad a unos colores... El caso es que Europa e Iberoamérica primero y poco a poco los demás rincones del planeta se impregnaron de esas razones para elevar al fútbol a la categoría de deporte rey. La esfera de los negocios seguía entonces sin aparecer por las canchas, en las que se veían futbolistas patilludos, con sus pelucones setenteros, embutidos en sus camisetas de nylon y sus mini-shorts. En aquellos tiempos, en los que nuestro amado Rayo cumplía medio siglo, se bebía vino de la bota en cada grada.

Pero no hay que olvidar el origen y expansión de este cáncer que se apoderó del balompié y que, a día de hoy, lo tiene sumido en una profunda enfermedad que, por otra parte, no se sabe como evolucionará. En paralelo al fútbol se desarrollaba un mundo bipolar y en constante tensión. Finalmente se desmembró la Unión Soviética y cayó el muro de Berlín. El bloque occidental extendió sus tentáculos a la práctica totalidad de la Tierra, que quedó a merced del capital. Estos tentáculos no son otros que la publicidad, los conglomerados mediáticos, las empresas de telecomunicaciones, la especulación urbanística, los bancos, la bolsa y otras formas de poder económico; el pulpo que los mueve habita en Norteamérica y se alimenta de dólares. Todo se hace a su imagen y semejanza en las democracias occidentales y en las nuevas democracias (Europa del Este principalmente). El fútbol, como casi todas las acciones que llevamos a cabo en nuestras vidas, no escapó de este voraz pulpo y, con D. João Havelange a la cabeza, cayó en la vorágine del dinero y su mortuoria espiral: hoy en día es raro encontrar clubes sociales y por el contrario es bastante común toparnos con sociedades anónimas deportivas. Bienvenidos al fútbol moderno.

Ahora los estadios llevan el nombre de empresas de Internet (donde dije digo digo Mallorca) o de aerolíneas de jeques árabes (donde dije Diego digo Arsenal), las ligas y los trofeos reciben la denominación de entidades bancarias y no queda hueco en las camisetas, por no hablar de los pantalones, de muchos equipos para insertar más publicidad. Ahora tener un estadio en mitad de la ciudad supone una inversión a corto plazo, si llega a otro estadio una afición muy viajera es atracada sistemáticamente, las bengalas son armas de matar y los rapados de la grada son borregos para la prensa. Ahora, nos dicen que el fútbol ya no es lo que era: que los futbolistas cobran millonadas, que los presidentes son unos especuladores y unos mafiosos y que las televisiones son dueñas de las competiciones y sus horarios. Seamos realistas: esto es completamente cierto. ¿Pero se debe al propio fútbol o a sus parásitos? ¿Ha perdido su esencia el once contra once? ¿Acaso es el cuero del balón el que negocia? Podemos afirmar con total seguridad que no, que son ciertas personas, cegadas por la avaricia y por no quedar atrasados respecto a otros clubes –quiero decir sociedades anónimas deportivas– las que recalifican y construyen las catedrales del S. XX (los estadios), buscan jugosísimos contratos de televisión y patrocinio y, a fin de cuentas, mercadean con las ilusiones de esos millones de personas que creen en la esencia de este espectáculo, sienten su emoción y son fieles a los colores de su equipo.

Si el fútbol moderno es también un negocio, que culpen al capitalismo, no a las personas que amamos, sustentamos y pagamos este espectáculo que nos hechiza. El fútbol es deporte y espectáculo antes que negocio (si bien el negocio es darse cuenta de que lo espectacular atrae a un gran público que puede pagar religiosamente). El homo sapiens sapiens descubre el placer del fútbol, hoy en día, pateando cualquier lata de refresco aplastada hacia el agujero de una alcantarilla. No piensa en el fútbol cuando realiza este acto (y mucho menos en los millones que mueve), sino que lo reinventa en un espacio nuevo y con diferentes materiales a los reglamentarios. En su diversión, en su puntería, en su habilidad, hay una pequeña esencia de este gran deporte...

En cualquier caso, como dijo Bujadin Boskov, “fútbol es fútbol” y, como dijo Diego Armando Maradona, “la pelota no se mancha”. Ni siquiera del barro que levanta de la Tierra todo el dinero del mundo.

Tomado de Al Abordaje! N.61

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