Ante unos 33 mil espectadores en Bogotá, el seleccionado de Corea del Norte obtuvo su tercera Copa Mundial Femenina Sub 20.
Redacción
Fútbol Rebelde
Tras vencer 1-0 a Japón, la selección de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) ganó la Copa Mundial Femenina Sub 20, celebrada este año en Colombia. Es el tercer título que obtiene la escuadra Chollima en la categoría, igualando la marca de Estados Unidos y Alemania, las potencias de la rama.
La RPDC logró el campeonato de forma invicta, venciendo a Argentina, Costa Rica y Holanda en la fase de grupos, y a Austria, Brasil y Estados Unidos en la fase eliminatoria. También conquistó la bota de oro, gracias a los seis goles de Choe Il Son, también condecorada como la mejor jugadora de la competición.
El partido final y la ceremonia de premiación se efectuaron en el estadio Nemesio Camacho El Campín, de Bogotá, ante más de 32.900 aficionados, quienes vitorearon a las dos selecciones finalistas, a la vez que abuchearon a los dirigentes del fútbol que asistieron a la premiación. Gianni Infantino, presidente de la FIFA, Alejandro Domínguez, de la Conmebol, y Ramón Jesurún, de la Federación Colombiana de Fútbol, fueron recibidos con chiflidos de la tribuna.
Durante el Mundial Colombia 2024, se batió el récord de asistencia de la categoría, registrado en 37.382 espectadores, gracias al creciente interés en el fútbol femenino en el país cafetero. Paradójicamente, se le cuestiona a la dirigencia del fútbol colombiano el escaso apoyo a la Liga Profesional Femenina, que se juega desde el 2017 con un solo torneo anual acotado y sin las condiciones dignas para sus jugadoras.
Corea del Norte vence 1-0 al seleccionado gringo y clasifica a la final de Colombia 2024.
El seleccionado de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) se impuso por 1-0 a Estados Unidos en la Copa Mundial Femenina Sub 20, que se celebra en Colombia, y clasificó a la final del certamen.
Bastó un gol de Choe Il Son a los 22 minutos del partido para que el conjunto norcoreano lograra el triunfo, no obstante fue superior en todos los tramos del partido. El público asistente al encuentro, celebrado en el estadio Pascual Guerrero de Cali, alentó a la RPDC y aplaudió su rendimiento.
Con esta victoria, Corea del Norte se hace a un lugar en la gran final de la Copa, a disputarse este 22 de septiembre en el estadio El Campín de Bogotá. Además, saca ventaja en el historial de enfrentamientos ante la selección estadounidense, con tres victorias por dos derrotas.
En 1973, la selección trasandina tuvo que enfrentar a la Unión Soviética en un reprechaje para Alemania '74. El golpe de Pinochet, las denuncias del Kremlin y un partido que nunca se jugó.
Por Pablo Aro Geraldes
El camino al primer Mundial de Alemania, el de 1974, estuvo lleno de imprevistos para la selección chilena: el grupo eliminatorio que integraba con Perú y Venezuela quedó reducido a un simple partido y revancha tras la deserción de los venezolanos. Un 2-0 abajo en Lima y el resultado inverso en Santiago obligaron a un tercer partido de desempate, en Montevideo. En el estadio Centenario el triunfo fue para Chile, pero los pasajes para la Copa del Mundo no estaban listos aún, faltaba una escala poco conocida. El fixture preveía una instancia más para el ganador del grupo 3 sudamericano: debía enfrentar en un último repechaje al vencedor de la zona 9 europea.
Con los papeles en la mano, la amenaza tenía los colores de Francia, pero un empate inesperado de los galos ante la República de Irlanda en París dejó al equipo dirigido por Georges Boulogne en la obligación de vencer a la Unión Soviética en Moscú, pero el conjunto de la sigla CCCP en el pecho pegó fuerte y con el 2-0 hizo sonar el despertador en medio del sueño mundialista trasandino. La cita de los chilenos se programaba entonces para el 26 de septiembre de 1973, pero no en París, como imaginaban, sino en el Estadio Lenin de Moscú. Un país amigo. Con la mente puesta en el repechaje con los soviéticos, planearon una gira de preparación por Guatemala, El Salvador y México, que luego de varias escalas los llevaría a tierras rusas. La mano venía bien. Antes de partir golearon 5-0 a un combinado de Porto Alegre. La despedida se fijó para el 11 de septiembre, pero…
Chile vivía uno de los momentos más oscuros de su historia. El 11 de septiembre de aquel año la furia asesina de un general llamado Augusto Pinochet pisoteaba el mandato democrático del presidente Salvador Allende e imponía una de las dictaduras más crueles y sangrientas de la historia. Esa mañana, mientras el Palacio de la Moneda (sede del gobierno de Chile) ardía bajo los bombardeos y Allende moría intentando defender el mandato popular, la selección chilena debía presentarse en el campo de entrenamiento de Juan Pinto Durán para ultimar detalles con vistas a la visita a Moscú. Esa práctica jamás llegó a realizarse. El lateral izquierdo Eduardo Herrera jugaba en Wanderers de Valparaíso y durante sus días en Santiago se hospedaba en el Hotel Carrera, a 100 metros del escenario del golpe de Estado. Él tiene fresca la memoria de esa mañana con olor a pólvora: “Al llegar al campo de entrenamiento el técnico Luis Álamos nos ordenó que volviéramos a casa. Pero yo tenía que llegar hasta el hotel y en el trayecto me detuvieron los militares una decena de veces: Me salvé de ser detenido porque tenía el bolso con la inscripción ‘Selección Chilena de Fútbol’”.
El fútbol del mundo siguió rodando normalmente en medio de dictadores y tiranos, de reyes despóticos y megalómanos con aires mesiánicos, incluso llegó a presenciar un Mundial en plena dictadura argentina, pero en aquel 1973 la Guerra Fría disparó un misil que dio de lleno en la pelota.
Durante el gobierno socialista de Allende, Chile mantuvo estrechas relaciones con el Kremlin y todo el bloque soviético. Con la irrupción de Pinochet y su dictadura apoyada desde los Estados Unidos hubo cambios: once días después del golpe, la Unión Soviética rompió relaciones diplomáticas con Chile, le ordenó a su personal diplomático que regresara al país y decretó el cierre de la embajada chilena en Moscú.
Al márgen de la cordillera todo era dolor y desconcierto. Tres días después del golpe era asesinado el cantautor Víctor Jara, una de las voces representativas de los trabajadores chilenos. Más lágrimas siguieron cayendo cuando el 23 de septiembre el poeta Pablo Neruda se murió rodeado de otras muertes y desapariciones, víctima de un cáncer que no le dio tregua. Y lo enterraron en soledad, sin sus amigos ni sus camaradas del Partido Comunista, todos perseguidos, en una tumba del cementerio General de Santiago, lejos de su amada playa de Isla Negra y su Premio Nobel de literatura.
El fútbol era lo de menos por entonces, pero la Selección Chilena conducida por Luis Álamos debía viajar hacia Moscú para cumplir su compromiso eliminatorio en medio de un clima sumamente hostil. Jugadores como Carlos Caszely y Leonardo Véliz, puntales del equipo y muy identificados con el gobierno socialista, temían por la suerte de sus familiares mientras ellos estuvieran de viaje.
El encuentro corría riesgo de no jugarse porque la dictadura decretó que no se podía abandonar el país. La Federación de Fútbol de Chile debía acatar la medida, pero el médico de la Selección, Dr. Jacobo Helo, resultó ser una influencia decisiva para que los chilenos pudiesen jugar en terreno moscovita: era medico personal del general Gustavo Leigh, Jefe de la Fuerza Aérea, y convenció al alto mando militar de que la participación del equipo favorecería la imagen internacional del gobierno militar. Finalmente, la Junta permitió el viaje, vía Buenos Aires. El largo sufrimiento comenzaba para muchos de los jugadores, amenazados. Les advirtieron sin eufemismos: “Si hablan, sus familias sufrirán las consecuencias”. El vuelo hizo escalas en Sao Paulo, Río de Janeiro y Panamá hasta que finalmente llegó a México. Una victoria 2-1 ante los aztecas sirvió como un relax para afrontar el siguiente tramo hacia Suiza (triunfo sobre el Xamax Neuchatel) y finalmente poner rumbo a Moscú.
El clima era terriblemente hostil. Antes de subir al último avión, los jugadores chilenos sintieron el miedo en carne propia cuando les advirtieron que si ingresaban a la URSS serían tomados como rehenes para cambiarlos por presos políticos de Chile.
Ya en Rusia, todo se agravó en la víspera del match, cuando el gobierno de los Estados Unidos reconoció oficialmente a la Junta Militar chilena. Para los rusos, el enemigo estaba de visita y buscaron hacerlo notar. Apenas llegados al aeropuerto Sheremetyevo, Caszely y Figueroa fueron retenidos algunas horas “por diferencias en las fotos de sus pasaportes”. Eran sólo jugadores de fútbol, pero para los soviéticos eran los representantes del país que derrocó al gobierno socialista.
Y así fue que el 26 de septiembre, a sólo dos semanas del golpe en Chile, el Estadio Lenin presenció un pálido cero a cero en medio de un frío inusual para el otoño que recién comenzaba: 5 grados bajo cero. Las actuaciónes notables de los centrales Elías Figueroa y Alberto Quintano hicieron posible el empate 0-0, pero hubo algo más que la gran tarea defensiva: Hugo Gasc, el único periodista chileno que estuvo en Rusia, contó alguna vez: “Por suerte el árbitro era un anticomunista rabioso. Junto a Francisco Fluxá, el presidente de la delegación, lo habíamos convencido de que no nos podía dejar perder en Moscú, y la verdad es que su arbitraje nos ayudó bastante”.
Igualmente, las actuaciones defensivas hicieron posible el empate y le pintaron a los chilenos un alentador panorama para la revancha en Santiago, pactada para el 21 de noviembre, en el Estadio Nacional de Santiago. Pero...
Otra vez “pero”. En el barrio de Ñuñoa, el Estadio Nacional se había convertido en algo más que el escenario de encuentros deportivos. Aunque la mayoría de los chilenos lo ignoraba (por censura de algunos medios y complicidad de otros) en las tribunas blancas, los militares habían montado un insospechado campo de concentración. Gregorio Mena Barrales era Gobernador de la localidad de Puente Alto –vecina a Santiago– por el partido socialista cuando fue detenido y trasladado al Estadio. Años después él relató: “Todos los días dejaban libres a veinte, cincuenta personas... Los llamaban por los altavoces. Los encuestaban. Les obligaban a firmar un documento declarando ‘no haber recibido malos tratos en el Estadio’ (aunque algunos aún lucieran muestras de las torturas y los golpes). Todos firmaban, era el precio que había que pagar. Muchos volvieron a caer (nadie es libre en una dictadura y menos en una como la chilena). La mayoría de ellos se incorporaba a la lucha clandestina. Todos esperábamos oír nuestro nombre alguna vez en las ‘Listas de Libertad’, era lógico y legítimo. No éramos culpables de otra cosa que la de ser defensores de legitimidad constitucional. Sin embargo cerca de mil quinientos nunca fuimos llamados.
Con el correr de los días las graderías se fueron despoblando: muchos libres, otros asesinados en las noches y un par de suicidas...". Y el partido no empezaba... En medio del tormento, los militares cuidaban con tanta dedicación a sus prisioneros como al campo de juego. “El match de fútbol con la Unión Soviética debía realizarse allí, por ello cuidaban el césped con más cariño que el que le daban a una ametralladora”, destacó Mena Barrales, mientras recordaba que esa comisión de la FIFA y de la Federación de Fútbol de Chile “visitó el campo, se paseó por la cancha, miró con ojos lejanos a los presos y se fue dejando un dictamen: ‘En el estadio se podía jugar’”.
Conscientes del uso que le daban los militares al Estadio Nacional, en un momento las autoridades del fútbol chileno le propusieron al gobierno de Pinochet jugar la revancha en el Sausalito, de Viña del Mar, pero la Junta insistió con que debía jugarse en el Nacional, para mostrarle al mundo una cara pacífica de Chile. Francisco Fluxá era presidente de la Asociación Central de Fútbol (ACF) desde febrero de 1973 y le contó hace unos años al diario La Tercera que “entonces, los militares nos dijeron que no teníamos que decir que el Estadio Nacional era un ‘centro de tránsito, donde se identificaba a la gente que no tenía documentos’. Y para evitar problemas, propusimos el Sausalito como alternativa. Me comuniqué con el general Leigh y me explicó que ‘por órdenes de arriba no se puede en Sausalito: se juega en el Nacional o no se juega’”.
Sí, esta comitiva (integrada por el vicepresidente Abilio D’Almeida, brasileño, y el secretario general Helmuth Kaeser, suizo) visitó Chile el 24 de octubre y se quedó 48 horas en Santiago. Los militares limpiaron con esmero todo rastro de sangre, todo vestigio de tortura,aunque es muy probable que, amparados por su impunidad, los hayan dejado algunos detenidos a la vista, sabiendo que la FIFA no sospecharía de esas personas.
Los inspectores visitaron el estadio en el que permanecían aún unos 7 mil detenidos. Finalmente, estos emisarios ofrecieron una conferencia de prensa con el ministro de defensa, almirante Patricio Carvajal, a quien le obsequiaron un traba-corbata y un prendedor de oro con el logo de FIFA: “El informe que elevaremos a nuestras autoridades será el reflejo de lo que vimos: tranquilidad total”. El emisario brasileño se permitió aconsejar a los usurpadores del poder: “No se inquieten por la campaña periodística internacional contra Chile. A Brasil le sucedió lo mismo, pronto va a pasar”.
La FIFA había dado el OK. Pero claro, les habían ocultado el horror. “Después supimos que mientras estaba la gente de la FIFA en el estadio, varias decenas de detenidos fueron encerrados en pequeños camarines, con el fin de ocultarlos. Pero lo importante para nosotros era que el Nacional pasara la revisión”, decía casi treinta años después el ex dirigente Fluxá, quien como única autocrítica aceptó que en el afán de ir al mundial se cometieron actos “éticamente cuestionables”.“Ahora pienso que no fue ético negar que en el Estadio Nacional había detenidos, pero en ese momento lo único que pensábamos era en llegar al Mundial de Alemania”, concluyó.
Sí, a pesar de todo el dolor, y de los reclamos soviéticos ante la FIFA (inclusive Bulgaria, Polonia y la Alemania Oriental amenazaron con boicotear el Mundial, cosa que finalmente no hicieron), Ñuñoa esperaba el repechaje para la Copa del Mundo Alemania 74. Pero...
Los soviéticos se negaron a viajar a Santiago, en un manifiesto repudio al régimen de Pinochet. Uno de los integrantes de aquel equipo soviético era el ucraniano Oleg Blokhin, quien no tiene buenos recuerdos de aquella eliminatoria: “Estuve presente en el 0-0 jugado en Moscú. Pero hablamos con el plantel y decidimos no jugar la revancha. No quisimos hacerlo porque estaba Pinochet en el gobierno. Para nosotros era peligroso viajar a Chile y le llevamos nuestra preocupación a la federación de fútbol. Al final se decidió abandonar la eliminatoria”. El Kremlin apoyó la decisión. Blokhin fue hasta 2006 diputado por el partido socialdemócrata de Ucrania a la vez que dirigió a la Selección nacional en Alemania 2006. Hoy es el técnico del FC Moscú.
La Federación de Fútbol de la Unión Soviética divulgó un comunicado para explicarle al mundo que no disputarían un match allí donde miles de supuestos opositores al régimen de Pinochet habían sido torturados y asesinados: “por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos (...) La Unión Soviética hace una resuelta protesta y declara que en las actuales condiciones, cuando la FIFA, obrando contra los dictados del sentido común, permite que los reaccionarios chilenos le lleven de la mano, tiene que negarse a participar en el partido de eliminación en suelo chileno y responsabiliza por el hecho a la administración de la FIFA”, explicaba la nota difundida a través de la agencia UPI.
Ante esta negativa, un integrante del Comité Ejecutivo de la FIFA se animó a vociferar: “Si Granatkin (presidente de la federación soviética) dice que el Estadio Nacional está ocupado con detenidos, yo saco una carta en la cual el Gobierno de Chile asegura que varios días antes del 21 de noviembre ese escenario estará a disposición del fútbol”. No les importaba nada, ni la sangre, ni la tortura, ni la muerte. La farsa debía continuar.
La noticia de la suspensión del partido llegó a la selección chilena en la medianoche previa al encuentro. El delantero Carlos Caszely hoy lo recuerda: “Esperábamos en la concentración de Juan Pinto Durán cuando nos comunicaron que los soviéticos no vendrían. Todo aquello, para quienes estábamos comprometidos con la libertad era de una tristeza terrible. Los familiares de los desaparecidos se me acercaban y me pedían: ‘Chino, tu que estarás en el estadio, por favor, averíguate si está mi hijo, o mi compañero de la universidad”.
El delantero Leonardo Véliz tiene recuerdos horribles de aquella tarde del 21 de noviembre. “Fue escalofriante. Creo que aún había rastros de lo que había acontecido en los vestuarios y fue algo muy difícil de asumir”, recordó 30 años más tarde.
Desde fines de octubre ya no quedaban detenidos bajo los graderíos del estadio. A la hora señalada, Chile y el árbitro local Rafael Hormazábal salieron al campo de juego. Era puro formalismo, para obtener el paso al mundial por descalificación de los soviéticos. La parodia se completó con una banda de Carabineros tocando el himno chileno mientras se izaba la bandera nacional.
Los jugadores de rojo –qué paradoja– sacaron del medio y trotaron torpemente pasándose la pelota ante un arco vacío. Hasta que Francisco Valdés, el Chamaco, llegó a la línea y esperó a que los fotógrafos enfocasen bien para empujarla de derecha. Tremenda payasada tenía un objetivo: Chile estaría en el Mundial Alemania ’74. Para otros, se trataba de una victoria del régimen pinochetista sobre el comunismo soviético.
Después, para entretener a las 18.000 personas que habían comprado su ticket, se improvisó un amistoso ante Santos de Brasil, que estaba en Chile. En vez de festejar la clasificación a la Copa del Mundo, se volvieron a casa con la amargura de un 0-5 humillante.
Entre el público que había ido a ver Chile-Unión Soviética estaba Mena Barrales, que volvía al estadio, ahora sin cadenas ni mordazas. “Fuimos los espectadores más ‘fanáticos’. Esperamos sentados, a la fuerza, un partido que nunca se efectuó”.
Igual, Chile tuvo que esperar hasta el 5 de enero de 1974. Ese día la FIFA aprobó su participación en la Copa.
La Selección Chilena participó en el Mundial de Alemania y se despidió sin ganar ningún partido. Tampoco consiguió victorias en sus dos participaciones siguientes, España ’82 y Francia ’98. En enero de 1998, en su hogar adoptivo de Austria, Mena Barrales esperaba la Copa del Mundo de Francia. Imaginaba viajar a Saint-Etienne para ver Chile-Austria, sus tierras queridas. Pero la muerte, la misma que esquivó bajo las tribunas del Estadio Nacional, esta vez se acordó de él. Ya no existían la Unión Soviética ni la Guerra Fría. La dictadura de Augusto Pinochet se prolongó hasta el 11 de marzo de 1990.
Artículo publicado en la revista Fox Sports, en octubre de 2008. Tomado de http://arogeraldes.blogspot.com.ar/
El jugador del Barcelona se refirió a la tragedia que deja la
construcción de los estadios para la copa y llamó a “buscar humanidad”.
Redacción
Fútbol Rebelde
El futbolista Héctor Bellerín, actualmente en el Barcelona,
criticó la celebración de la Copa Mundial de Fútbol en Catar por “la carga de
6.500 personas que han muerto” en la construcción de los estadios para el
torneo. Bellerín expresó estas opiniones en la ceremonia de premios
de la Revista GQ, que lo reconoció como uno de los “Hombres del Año 2022”. El futbolista catalán dijo tener “sentimientos encontrados”
al no ser convocado por la selección española y perderse la cita mundialista,
situación que al mismo tiempo lo “alegra” por la tragedia humanitaria que deja
la construcción de los escenarios para la copa. Se refirió a ellos como “personas de países como Pakistán,
Bangladesh, la mayoría hombres de 30 a 40 años, que lo único que buscaban era
una vida digna para ellos y para sus familias”. Agregó que el fútbol, como reflejo de la sociedad, es
evidencia “de la avaricia, del egoísmo, de que no hay límite, de la desigualdad”.
Y concluyó diciendo que “la única forma de tirar esta barrera es la de buscar la
humanidad”.
Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de los Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales.
Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral dejaron sordo al mundo entero, pero mal que bien se hicieron oír algunas voces de apoyo al ídolo caído. Y no sólo en su dolorida y atónita Argentina, sino en lugares tan lejanos como Bangladesh, donde una manifestación numerosa rugió en las calles repudiando a la FIFA y exigiendo el retorno del expulsado. Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa «con la izquierda» y también significa «al contrario de como se debe hacer».
Diego Armando Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella. Él estaba agobiado por el peso de su propio personaje. Tenía problemas en la columna vertebral, desde el lejano día en que la multitud había gritado su nombre por primera vez. Maradona llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda. El cuerpo como metáfora: le dolían las piernas, no podía dormir sin pastillas. No había demorado en darse cuenta de que era insoportable la responsabilidad de trabajar de dios en los estadios, pero desde el principio supo que era imposible dejar de hacerlo. «Necesito que me necesiten», confesó, cuando ya llevaba muchos años con el halo sobre la cabeza, sometido a la tiranía del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analgésicos y ovaciones, acosado por las exigencias de sus devotos y por el odio de sus ofendidos.
El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. En España, cuando Goicoechea le pegó de atrás y sin la pelota y lo dejó fuera de las canchas por varios meses, no faltaron fanáticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes dispuestas a celebrar la caída del arrogante sudaca intruso en las cumbres, el nuevo rico ése que se había fugado del hambre y se daba el lujo de la insolencia y la fanfarronería.
Después, en Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en san Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona. Había una pelota bajo el pie de la estatua del Dante y el tritón de la fuente vestía la camiseta azul del club Nápoles. Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia. En Milán odiaban al culpable de esta afrenta de los pobres salidos de su lugar, lo llamaban jamón con rulos. Y no sólo en Milán: en el Mundial del 90, la mayoría del público castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.
Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él ya estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasar por héroe.
Más tarde, en Buenos Aires, la televisión trasmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.
«Es un enfermo», dijeron. Dijeron: «Está acabado». El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pibe de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.
Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.
La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.
Los mismos periodistas que lo acosan con los micrófonos, le reprochan su arrogancia y sus rabietas, y lo acusan de hablar demasiado. No les falta razón; pero no es eso lo que no pueden perdonarle: en realidad, no les gusta lo que a veces dice. Este petiso respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a desplomarse al mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero. Él no ha sido el único jugador desobediente, pero ha sido su voz la que ha dado resonancia universal a las preguntas más insoportables: ¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece, ¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la opulenta multinacional del fútbol? Havelange calla, ocupado en otros menesteres, y Joseph Blatter, burócrata de la FIFA que jamás ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con chófer negro, se limita a comentar:
—El último astro argentino fue Di Stéfano.
Cuando Maradona fue, por fin, expulsado del Mundial del 94, las canchas de fútbol perdieron a su rebelde más clamoroso. Y también perdieron a un jugador fantástico. Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega: no hay quien pueda prever las diabluras de este inventor de sorpresas, que jamás se repite y que disfruta desconcertando a las computadoras. No es un jugador veloz, torito corto de piernas, pero lleva la pelota cosida al pie y tiene ojos en todo el cuerpo. Sus artes malabares encienden la cancha. El puede resolver un partido disparando un tiro fulminante de espaldas al arco o sirviendo un pase imposible, a lo lejos, cuando está cercado por miles de piernas enemigas; y no hay quien lo pare cuando se lanza a gambetear rivales.
En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz.
La capitana de la selección de fútbol femenino de Estados Unidos, Megan Rapinoe, ya es mundialmente famosa. Además de obtener su segundo título mundial, rechazó visitar la Casa Blanca y dijo que Donald Trump "excluye" a las minorías. Ahora, una encuesta demuestra que podría ser presidente
Por Sputnik
El nombre de Megan Rapinoe comenzó a sonar con fuerza durante la Copa del Mundo de fútbol femenino que se disputó en Francia. No solo su cabello color púrpura llamó la atención de los fanáticos; también su talento: fue la goleadora del torneo con seis goles y se llevó el trofeo a la mejor jugadora del campeonato.
Por supuesto, Rapinoe no es nueva en la selección de Estados Unidos. Debutó en 2006 y, si bien se perdió la Copa del Mundo de 2007 por una lesión, participó en el equipo que obtuvo el segundo puesto en Alemania 2011, que se quedó con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y que ganó los mundiales de 2015 y 2019.
Poco a poco, la figura de Rapinoe fue haciéndose más conocida también fuera del campo. En 2012 informó públicamente que era lesbiana durante una entrevista con la revista Out. En ese mismo artículo, la futbolista ya reclamaba que el fútbol femenino lograra la misma atención que el masculino.
Desde entonces, Rapinoe ha sido protagonista de varias campañas en favor de los derechos de gays y lesbianas y en contra de la discriminación. El 8 de marzo de 2019, por ejemplo, Rapinoe fue una de las 28 futbolistas que presentaron una denuncia contra la Federación de Fútbol de los Estados Unidos por inequidad en los pagos con respecto al seleccionado masculino.
La Copa del Mundo de 2019 volvió a convertirla en protagonista fuera de las canchas. En junio, antes de ganar el mundial, Rapinoe dijo en una entrevista con la revista 'Eight by eight' que no tenía intenciones de ser recibida por el presidente Donald Trump, en caso de que ganara el torneo.
"No voy a ir a la puta Casa Blanca. No vamos a ser invitadas. Lo dudo", declaró.
El propio Trump respondió a la capitana estadounidense, asegurando que Rapinoe "debería ganar primero antes de hablar". "¡Termina el trabajo!", le dijo, a través de su cuenta de Twitter.
"Aún no hemos invitado a Megan o al equipo, pero ahora estoy invitando al equipo, gane o pierda. Megan nunca debería faltarle el respeto a nuestro país, a la Casa Blanca o a nuestra bandera, especialmente porque se ha hecho mucho por ella y por el equipo. Siéntete orgullosa de la bandera que llevas", escribió el mandatario.
Efectivamente, Rapinoe terminó el trabajo y se consagró campeona del mundo. Por eso, a la llegada del equipo a EE. UU., lideró los festejos en Nueva York (el equipo evitó ir a Washington) y dio un aclamado discurso en el que lanzó una "petición" a los fanáticos del fútbol femenino y a todos los estadounidenses.
"Nosotras hacemos deporte, jugamos fútbol y somos mujeres atletas pero somos mucho más que eso. Ustedes son mucho más que aficionados que apoyan un deporte y sintonizan el mundial cada cuatro años. Ustedes son gente que camina por la calle e interactúa con la comunidad cada día", inició.
La futbolista preguntó: "¿Cómo hacen a su comunidad mejor? ¿Cómo hacen que las personas a su alrededor sean mejores? Es la responsabilidad de cada uno".
Como era de esperar, el mensaje de Rapinoe tuvo repercusión mundial y fue celebrado por muchos estadounidenses. La futbolista no se quedó tranquila y continuó su cruzada contra las políticas de Trump en una reciente entrevista con CNN en la que le preguntaron qué le diría a Trump si lo tuviera frente a frente.
"Su mensaje excluye a las personas. Usted me excluye a mí, excluye a las personas que se parecen a mí, excluye a las personas de color, excluye a los estadounidenses que quizás lo apoyan", sostuvo.
Su discurso contra Trump parece tener apoyo entre los estadounidenses. La organización 'Public Policy Polling' difundió recientemente una encuesta en la que comparó la intención de voto de Trump con una hipotética candidatura de la futbolista.
La encuesta arrojó que Rapinoe recoge el 42% de la intención de voto y se ubica por encima del actual presidente, que se queda en 41%. Incluso, la capitana de la selección se ubica por encima del resto de los posibles candidatos del Partido Demócrata, por lo que sería incluso la líder de la oposición.
En su discurso en Nueva York, la propia Rapinoe demostró que es consciente de su apoyo popular pero prefiere seguir al lado de sus compañeras de equipo.
"No hay un mejor lugar en el que quiera estar. Ni siquiera en la carrera presidencial. Estoy ocupada, lo siento", aclaró.
La estrella de Estados Unidos exige mejor trato a las mujeres y abandera una demanda contra la federación de su país por discriminación salarial
Alex Morgan, figura de la selección de Estados Unidos, debuta con su equipo este 11 de junio en el Mundial de Fútbol Femenino de Francia. Será su tercer Mundial para ella, la tercera con más partidos tras Ali Krieger y Carli Lloyd. Ha marcado tres goles en la competición, pero nunca ha sido campeona.
Ella es la líder en el campo, y fuera de él, se ha erigido como una voz por la igualdad. El pasado Día de la Mujer, el 8 de marzo, Morgan y sus compañeras de la selección presentaron en un juzgado de Los Ángeles una demanda contra la federación de fútbol de Estados Unidos por discriminación salarial.
Su equipo femenino ha ganado tres Mundiales (1991, 1999 y 2015), y tiene el récord de audiencia de un partido de fútbol en el país. Y, sin embargo, entre sueldo y variables, solo pueden aspirar a ganar el 38% de lo que ganan los hombres.
Morgan, líder de la demanda, también rechaza la idea de que los deportistas no deban meterse en política. Critica al presidente Donald Trump y dice que si ganan la Copa del Mundo y las invita a la Casa Blanca, ella no irá.
Morgan empezó a jugar al fútbol a los 14 años en su instituto de Diamond Bar, un suburbio de Los Ángeles. Tiene experiencia internacional desde que entró en el equipo sub 20 a los 17 años, mientras estudiaba en la Universidad de California en Berkeley y jugaba en el equipo universitario, los California Golden Bears. Marcó el gol de la victoria en el Mundial sub 20 de Francia de 2008.
Desde 2015 juega en el Orlando Pride. Es la sexta anotadora de la liga (que tiene seis años de antigüedad) con 35 goles en 87 partidos. En el 2014 se casó con el también futbolista Servando Carrasco, de origen mexicano, recién contratado por Los Ángeles Galaxy.
"Timo y Pastor, cediendo al entusiasmo de los guerrilleros, accedieron por fin a sacar el pequeño televisor a blanco y negro que cargaba una de sus tropas, mientras los muchachos se daban mañas para izar una antena"
Por Gabriel Ángel
Haber ingresado a las FARC en 1987, me ponía un año por delante del mundial de fútbol de 1986, que ganó Argentina con un Maradona elevado a la categoría de dios en las canchas mejicanas. Pasarían tres años antes de que se volviera a presentar otra copa mundo. Recuerdo que fueron esos los años de gloria del América de Cali en el torneo nacional, así como también los días amargos de la intromisión descarada de las mafias del narcotráfico en el fútbol rentado.
Todo eso había hecho que mi afición por el deporte de las multitudes menguara enormemente. En la guerrilla se sostenía que el fútbol era un negocio sucio en el que los resultados se ajustaban a los intereses de determinados grupos, de manera que el gran público resultaba ser siempre un juguete manipulado por estos. Pese a ello, un campeonato mundial de fútbol resultaba demasiado para cualquier argumento de esa naturaleza, sobre todo si Colombia había clasificado.
El mundial de 1990 me sorprendió en Santa Clara, un pueblecito de una veintena de casuchas ubicado en una hermosa cuchilla de 1400 metros, en jurisdicción de Fundación, Magdalena. Desde lejos tenía la forma perfecta de una hamaca y desde su calle central, la única además, se divisaban paisajes impresionantes hacia todos los puntos cardinales. Los blancos filos de la Sierra Nevada destacaban al oriente, al tiempo que al sur y al norte se atisbaban lejanías maravillosas.
Los hombres salían a trabajar en las fincas desde tempranas horas y los niños de la escuela ingresaban a clase en las primeras horas de la mañana. Después de la agitación que precedía la partida de los carros de la línea hacia el pueblo en el plan, Santa Clara quedaba casi vacía. Si no fuera por los altavoces de los equipos de sonido de algunos negocias de tienda y billar, en los que se podía oír las emisoras en FM de Barranquilla, el silencio lo habría invadido todo.
Colombia había ganado por 2 a 0 a Emiratos Árabes, y pese al empeño que puse por interesar a los escasos pobladores, en su mayoría mujeres, a seguir el juego contra Yugoeslavia por la televisión, nuestra selección terminó derrotada por un gol a cero. Algunas mujeres quisieron cogerme de burla por aquel resultado. Decidí responderles que no se trataba de un asunto personal, sino de la pasión del país entero. Allí jugaba nuestra selección nacional y todos teníamos el deber de apoyarla.
Entonces me propuse que el partido contra Alemania fuera a otro precio. De los seis guerrilleros asignados a la región, formé dos grupos con la misión de recorrer todas las veredas aledañas, invitando a los pobladores a ver aquel juego en el caserío. El día del partido había unos 150 espectadores. El dueño del billar más grande tenía uno de los dos únicos televisores a color en Santa Clara. Hablé con él para que permitiera ver el juego a todos allí.
Los guerrilleros nos vestimos con los colores de la bandera nacional, y muchos niños siguieron nuestro ejemplo. Otra gente se pintó el rostro de tricolor. Cuando inició aquel juego el recinto del billar tenía un lleno a reventar. Procuré encender las barras con consignas y vivas. A los pocos minutos de juego noté que la pasión por nuestro equipo se había apoderado de todos y todas allí. Las mujeres que me burlaron eran las más fanáticas vivando nuestro equipo.
Hasta el punto de que cuando faltando apenas unos minutos Alemania nos hizo el gol, vi lágrimas de angustia en el rostro de muchas de ellas. Parecía que habían perdido a su ser más querido. Por un momento me sentí culpable, yo era quien había llevado las cosas a tal paroxismo. Pero cuando Fredy Rincón empató faltando un minuto para el final, la explosión de felicidad general lo compensó todo. La gente se abrazaba y lloraba de alegría, quizás fue lo más hermoso que vi en la vida.
La fiesta se nos desbarató en el partido contra Camerún. Quizás había el doble de gente en el mismo local. Lloramos con el error fatal de Higuita, nuestra estrella y orgullo nacional. Los cohetes comprados se quedaron sin lanzar. Pasarían casi cuatro años para volver a experimentar lo mismo que en Santa Clara aquel día del empate glorioso con Alemania. Esta vez fue en el sur de Bolívar. Veníamos de varios días de marcha por entre la selva ardiente del Magdalena Medio.
Recién había terminado un largo operativo. No teníamos idea cómo lo habían sabido, pero por unos documentos capturados al enemigo tras un combate, nos enteramos de que aquella embestida tenía por objeto capturar o dar de baja a Timoleón Jiménez, el miembro del Secretariado Nacional que tenía algunos meses de haber llegado a la zona del 24 Frente. Nadie, salvo las unidades que comandaba Pastor y el mismo Timo, conocía de su presencia en la zona.
Había llegado allá en un arriesgado vuelo en avioneta desde los llanos orientales, las proezas que hacía la guerrilla en plena época de la persecución contra el fugado Pablo Escobar. Del Magdalena Medio santandereano, lo habíamos trasladado al otro lado del río grande, siempre por agua, de noche, castigados por el implacable zancudero que domina la región. Tras tres meses de reuniones con los mandos que fundaban el Bloque, por fin salíamos de lo más profundo de la selva.
Recuerdo que cruzamos el río Tamar y nos metimos a la montaña que hacía parte de la finca de un viejo colono fundador de la zona, cuando alguien recordó que estaba por comenzar el partido entre Argentina y Colombia, por la clasificación a la copa mundo de 1994. Timo y Pastor, cediendo al entusiasmo de los guerrilleros, accedieron por fin a sacar el pequeño televisor a blanco y negro que cargaba una de sus tropas, mientras los muchachos se daban mañas para izar una antena.
El partido tenía lugar en Buenos Aires, creíamos que íbamos a perder por goleada. Más de una vez los jefes estuvieron a punto de ordenar que se apagara el aparato y recogieran todo. Las atajadas de Oscar Córdoba, portero colombiano, y los goles que desperdició Argentina, obligaban a lanzar exclamaciones de júbilo. Pero nada como los cinco goles sucesivos de Rincón, Asprilla, Rincón, Asprilla y el tren Valencia. Era imposible contener la felicidad y la bulla respectiva.
Quizás porque todo el mundo se hallaba presenciando el juego, nadie se percató de la gritería que brotaba de aquella montaña esa tarde de 5 de septiembre. Ni siquiera estaba claro que el Ejército hubiera abandonado la zona por completo. Podía haber patrullas camufladas entre la jungla. Quizás ellas estarían también alborotando. Lo cierto fue que apenas terminó el partido, abandonamos el sitio a toda prisa, se suponía que nadie debía conocer nuestra presencia.
Del mundial de 2002, apenas escuché por radio, en medio de la operación que siguió a la ruptura de los diálogos del Caguán, que Brasil había sido campeón y que Ronaldo había sido su figura excepcional. No hubo la menor oportunidad de ver la televisión en un solo juego. Hasta escuchar la radio resultaba peligroso. Igual pasó con el mundial de 2006, en las vegas de los ríos Duda y Guayabero. El famoso cabezazo de Zidane lo miramos tiempo después, en directo fue imposible.
En el 2010 las cosas fueron muy distintas. Para entonces me hallaba en la serranía de La Macarena y los bombardeos, desembarcos y operaciones terrestres que perseguían al Mono Jojoy adquirían dimensiones épicas. El día 11 de junio se llevaba a cabo el primer juego, que enfrentaba a Méjico y Sudáfrica. Desde la madrugada, a unos 15 kilómetros al norte de nuestra ubicación, se oyó bombardeo aéreo y de morteros desde las cuatro de la mañana.
A las once llegaron los aviones Súper Tucano a descargar sus bombas en las inmediaciones de nuestro campamento. Desde entonces no hubo tregua, todos los días y noches se presentaban los aviones a descargar su explosivo una y otra vez. Resultaba imposible escuchar por la radio las transmisiones de los juegos. Debíamos permanecer en un lugar durante el día, mientras en la noche buscábamos otro sitio en donde dormir.
Había que hacer trincheras en los dos lugares. Así que cavábamos por la mañana y por la tarde. Las trincheras estaban ubicadas a un lado de nuestras caletas, de manera que pudiéramos saltar a ellas a la menor señal de peligro. Pese a ello, la presencia de los aviones se fue convirtiendo en rutina. Los muchachos desenredaban las esponjas de bombril y se las arreglaban para colocar una de sus puntas en el lugar más alto posible, la rama de algún árbol gigantesco.
Llamaban dichas antenas parabólicas. Con ellas se sintonizaba a la perfección la señal de la radio. Así que mientras cavábamos seguíamos los partidos de fútbol. Recuerdo la tristeza de Gerson cuando Brasil perdió ante Holanda. En su parecer, la mejor selección del mundial era la auriverde. Pero había quedado por fuera del torneo. La gran final se llevaría a cabo el domingo siguiente y enfrentaría a Holanda contra España.
Alexandra, la holandesa, permanecía en el campamento de El Mono, a unos quinientos metros del nuestro. Allá, en solidaridad con ella, todos se habían hecho fanáticos de la Naranja Mecánica. Supimos que El Mono ordenaba prender la televisión cuando jugaba dicha selección, un aparato a color alrededor del cual las tropas de su unidad se arremolinaban para mirar sus partidos. La señal entraba colocando la antena lo más alta posible.
Hablé un día antes de la final con Alexandra, conocida por la prensa como Tanja. Ella decía que en las lenguas nórdicas la “j” sonaba como “i”, así que la pronunciación correcta era Tania y no Tanja. Le dije que la tercera era la vencida, que yo había seguido a Holanda en el 74 y en el 78, cuando había quedado de segunda. Esta vez sería la campeona. No hubo bombardeo el día de la final, así que vivieron en directo la angustia de ver caer a Holanda ante España.
Aquello parecía un mal presagio, se había aguado la fiesta general. Algo más de dos meses después, El Mono perecería en el más aterrador de todos los bombardeos sufridos. Pese a ello, en el 2014, en pleno proceso de paz, los que nos hallábamos en La Habana tuvimos la oportunidad de seguir el campeonato mundial que ganó Alemania. Coincidió con una reunión con la dirección del ELN. Timo y Gabino presenciaron el partido que perdió Colombia con Brasil. Las cosas habían cambiado.
Desde que le cortaron las piernas en Estados Unidos 94, Maradona igual estuvo presente en cada Copa del Mundo. Rusia 2018 no será la excepción: 'De la mano del diez' continuará el camino de 'De Zurda', todas las noches por Telesur
Por Nicolás Zuberman Tiempo Argentino
Un Mundial es, entre otras cosas, la posibilidad de convivir con Diego Armando Maradona. Y en Rusia 2018, como sucedió en cada Copa del Mundo desde España 82 -a excepción del de 2002 cuando Japón le negó la visa-, eso volverá a ocurrir: Diego aparecerá 32 noches consecutivas en la pantalla de Telesur como conductor del programa De la mano del Diez junto al relator uruguayo Víctor Hugo Morales. Desde el 13 de junio, el día previo al partido inaugural entre Rusia y Arabia Saudita, hasta que se juegue la final, estará al aire todas las noches por el canal con sede en Caracas que en Argentina ya no aparece en la TDA pero sí en los cableoperadores y también transmite en vivo por su sitio de Internet. Será una continuidad de De Zurda, el programa que marcó el mundial de Brasil 2014 para todos los maradonianos. Por la diferencia horaria, se grabará como un falso vivo después del último partido de la jornada y saldrá al aire a las 23 de Argentina.
A diferencia de lo que ocurrió en 2014, esta vez habrá presencia de Maradona en los estadios. La FIFA que organiza este Mundial no tiene la misma relación con el Diez que cuatro años atrás. Diego llega a Moscú no sólo como conductor televisivo sino también como embajador FIFA, lo que le abrirá más puertas que en la última Copa del Mundo. Según contaron desde la producción, están pactadas entrevistas entre el mejor jugador de todos los tiempos y Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, y Vladimir Putín, el presidente ruso.
De la mano del Diez será un programa político, social y cultural que tendrá al fútbol como excusa. Tal como fue con De Zurda el foco estará puesto en el andar de las selecciones latinoamericanas: Argentina, Uruguay, Colombia, Argentina, México, Perú y Costa Rica. Maradona estará en al menos un partido de esas selecciones. Y la impronta de la Patria Grande -como ocurrió con el hit que cantaron en 2014 Gustavo Santaolalla, Gustavo Cordera, Julieta Vengas y los colombianos de ChocQuibTown- estará presente desde la cortina musical. En este caso, le pondrán la voz Lila Downs, Charo Bogarín, de Tolonec, y el aporte del grupo colombiano, quienes fusionarán el ritmo latinoamericano con la sinfónica rusa.
Desde que le cortaron las piernas en Estados Unidos 1994 Maradona siguió presente en cada Mundial, pero dejando su impronta del otro lado de la línea de cal. Después de despedirse de la mano de Sue Carpenter, con la 10 en la espalda y la cinta de capitán atada al bíceps izquierdo, volvió cuatro años después para Francia 98 como comentarista: salió al aire por el canal América junto a Miguel Simón, Juan Pablo Varsky y Ángel Cappa. Ya se había retirado del fútbol casi un año atrás y mantenía una enemistad con Daniel Alberto Pasarella, el entrenador de aquella Selección: luego de la eliminación contra Holanda se autopostulaba como sucesor del Kaiser.
El Mundial siguiente, en Corea-Japón, lo siguió desde Cuba, donde se recuperaba luego de haber gambeteado a la muerte en Punta del Este a comienzos del 2000. Sí participó en dos spots publicitarios memorables: uno para Quilmes, donde con voz en off se asumía como hincha de la Selección, y otro para DirecTV, en el que iba casa por casa tocando timbres para despertar a la gente: “Arriba, Argentina, que empieza el Mundial”.
En Alemania 2006, volvió a ser comentarista. Esta vez, para la Cadena Cuatro de España. Una de las condiciones fue poder ir a ver los partidos de Argentina: en una de sus mejores versiones, mientras filmaba La Noche del Diez, estuvo en todos los partidos argentinos de ese mundial menos el de la eliminación ante Alemania, porque a algunos amigos que llegaban con él no los dejaron entrar. En Sudáfrica 2010 cumplió su profecía y llegó con el buzo de entrenador puesto. Fue su última oportunidad como protagonista. Después de ese 0-4 ante Alemania –“una trompada de Tyson”, lo definió el Diez- volvió a la televisión. En Brasil 2014 llegó De Zurda. Y ahora, en Rusia, tendrá continuidad con De la mano del Diez.
Frente a la sede de la Asociación del Fútbol Argentino, manifestantes rechazan que la selección gaucha juegue ante Israel en Jerusalén ante los múltiples crímenes que el Estado israelí viene cometiendo contra el pueblo palestino
Por Resumen Latinoamericano
Numerosas personas pertenecientes a entidades palestinas en Argentina y militantes solidarios con ese pueblo repudiaron frente a la Asociación del Fútbol Argentino, la prevista realización de un partido amistoso entre el seleccionado local y el de Israel. El encuentro está previsto para junio antes de que comience el Mundial de Fútbol, y se jugaría en Jerusalén el 9 de junio próximo.
Los manifestantes están llevando adelante una campaña denunciando que si la Selección va a Israel será cómplice de los múltiples asesinatos que el ejército sionista viene haciendo contra el pueblo de Palestina ocupada desde hace 70 años.
Precisamente ahora que Rusia se pregunta a sí misma sobre la Revolución de 1917, su selección lucirá una camiseta con reminiscencias soviéticas
Por Carlos Martín Rio Revista Panenka
Vivimos tiempos de ruido en los que se grita incluso cuando solo se quiere remarcar lo evidente. Y pese a ello, los símbolos, lo sutil, lo que dice sin decir nada sigue siendo relevante. De ahí la polémica vivida esta semana alrededor de la nueva camiseta de la selección española, en la que la combinación de colores insinúa algo parecido a una bandera republicana. Aunque parece evidente que el diseño en cuestión solo atiende a razones estéticas, las lecturas políticas, algunas interesadas, otras irónicas, otras enfurecidas, han ido desfilando por las redes y los medios, convertidas, cómo no, en espectáculo y entretenimiento. Nos decía el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores durante la preparación, ahora hace un año, del monográfico de Panenka sobre fútbol y periodismo, que hoy vivimos en una especie de “dictadura del diseño”. Se refería a un hecho concreto: a cómo había descendido el número de caracteres designados para sus columnas para favorecer un diseño más atractivo, con mayor presencia de blancos. Una frase un tanto provocadora, no hay duda, pero que nos sirve para valorar el lugar que ocupan los elementos gráficos en la sociedad actual. Quizá no siempre fue así pero, volviendo a las camisetas, hoy existen pocas dudas al respecto: los colores del fútbol no se eligen de forma aleatoria, son algo más. Y algo tan sencillo como los leves cambios ejercidos sobre una pieza de ropa en las oficinas de una multinacional -cada dos años, a lo sumo, persiguiendo la novedad continua, la comercialización constante- puede ser el aleteo de una mariposa que precipite una tormenta en un lugar lejano. Tan lejano, pongamos, como España. O como Rusia.
Estos días en los que se conmemora el centenario de la Revolución Rusa, y bajo un cierto desinterés de los medios locales, Rusia se ve sumergida una dicotomía, precisamente, en la que los símbolos ocupan un lugar principal. ¿Qué hacer con la Unión Soviética? ¿Fue aquel periodo un triunfo a reivindicar o un fracaso del que renegar? El mismo Vladimir Putin tiene que hacer equilibrios dialécticos para no colaborar en la fragmentación de la sociedad respecto a su pasado, y se mueve entre la nostalgia y la crítica, entre los claros y los oscuros. Se miden palabras y muchas veces se opta por hablar sin decir nada. Mientras unos han criticado que se suavice el legado de figuras como Stalin, otros preferirían que se reivindicara más a una revolución y a un régimen que cambiaron el mundo para siempre. Y en medio, una tercera parte de la población, según una encuesta reciente, que se declara incapaz de posicionarse al respecto. La conmemoración del Octubre de 1917 ha irrumpido como una fiesta extraña, difícil de clasificar, pero al mismo tiempo resulta imposible que el país se divorcie completamente de su pasado, gracias a episodios tales como la victoria en la Segunda Guerra Mundial, que sigue siendo un motivo de orgullo mayúsculo, del que renegar es poco menos que una traición. “El centenario debe servirnos como símbolo para superar la división social”, explicaba Putin. El mismo dirigente que inauguraba un monumento en recuerdo a las víctimas de la represión y que este verano se quejó de la “excesiva demonización” de la que era objeto Stalin. El mismo que se refirió hace meses al colapso de la URSS como “el mayor desastre geopolítico del pasado siglo”. Y alguien cuya intención, claro, está lejos de reavivar la llama de la revolución.
Y mientras se pregunta a sí mismo quién es y de dónde viene, el país se prepara para ser el centro de atención este verano, con la celebración del Mundial 18.
Colores del pasado
Resulta curioso observar cómo, en pleno debate sobre la revisión de su historia, sobre la necesidad o no de enterrar -literalmente- a Lenin, la selección rusa luce su camiseta más ‘soviética’ desde el fin de la URSS. En lo que a tendencias se refiere, el cambio está alineado con el deseo de Adidas de recuperar viejos diseños y modernizarlos, como señala perfectamente el editor de Panenka, Aitor Lagunas, en este hilo de tweets. Pero también supone la culminación de un proceso, digamos, estético que acerca cada vez más a la selección rusa al abrazo con su pasado. Todo un símbolo.
Con la separación del enorme estado soviético, y con el breve impasse de la Comunidad de Estados Independientes, la Federación Rusa empezó a competir en solitario en 1992. Al mismo tiempo, buscó potenciar los colores de la ‘nueva’ bandera tricolor (blanco, azul y rojo), originarios de principios del siglo XVIII y recuperados de los tiempos presoviéticos. El blanco, tradicionalmente reservado para la segunda equipación del uniforme soviético, pasaba a tener un protagonismo principal, el de la camiseta. Los pantalones se pintaban de azul, y el rojo, tercero en discordia, como mucho quedaba relegado a los calcetines. Del comunismo al capitalismo, el país se había vuelto del revés. Los colores solo seguían esa misma lógica de estatuas y muros que caían y promesas de mundos nuevos. El azul era el principal en la camiseta visitante, solo con un breve periodo a mediados de los 90 en el que se volvía a dar una oportunidad al rojo en la segunda equipación.
Desde 1993 y durante más de una década, y aun con los cambios en la marca responsable del diseño, esa lógica cromática se mantuvo inamovible. La selección rusa era esencialmente blanca -el color, dicho sea de paso, de los rusos contrarrevolucionarios que se enfrentaron a los bolcheviques, a la postre vencedores, durante la Guerra Civil rusa (1917-1923)-. Aunque los resultados del equipo en ese periodo fueron más bien grises, inservibles para superar la primera fase de cualquier torneo. La norma se rompió en 2008. En lo estético y en lo deportivo. Para la Eurocopa de Austria y Suiza, el equipo que por aquel entonces dirigía Guus Hiddink iba volver a asumir el rojo como color principal, acompañado, eso sí, de una bandera tricolor que atravesaba el pecho. Y, cosas de la vida, fue volver esa tonalidad a la selección rusa y pareció regresar el espíritu de los años 60 y 70, épocas en las que los chicos que jugaban con las siglas CCCP cosidas al pecho peleaban por los títulos. En el torneo de 2008, los Arshavin, Pavlyuchenko, Zhirkov y Akinfeev harían historia colándose en las semifinales, después de unos gloriosos cuartos de final ante la selección holandesa (1-3), a la que remataron en la prórroga con una memorable actuación de aquel pequeño ‘mago’ de San Petersburgo. Eso sí, ese día vestían de blanco.
Aquella generación parecía iniciar una nueva etapa para el fútbol ruso en la que finalmente se rompía con un pasado excesivamente mitificado y se daba con una personalidad fresca y propia. Pero fue un espejismo. Desde entonces, el juego y los resultados de Rusia han dejado mucho que desear. No estuvieron en el Mundial de Sudáfrica’10, y ni Dick Advocaat ni Fabio Capello ni Leonid Slutski ni Stanislav Cherchésov han sido capaces desde entonces de llevar al equipo más allá de una fase de grupos. Ni siquiera en la Copa Confederaciones del pasado verano, que disputaron en casa, un ensayo general que dejó con dudas a un combinado que en los próximos días recibirá a Argentina y España con el temor de enseñar demasiadas de sus vergüenzas futbolísticas.
La selección necesita cambiar su imagen sobre el césped, algo que no ha hecho mutar la paleta cromática de sus uniformes, que en los últimos años han ido variando solo la intensidad de un color que ha vuelto para quedarse. Y llegados a 2018, ese rojo es ya manifiestamente un regreso al pasado: la camiseta está inspirada en la que lució la URSS en los Juegos de Seúl de 1988, torneo en el que logró el oro al derrotar a Brasil en la final. Se cierra así un ciclo en lo que a diseño se refiere para la selección rusa. Un retorno, precisamente, a lo que quiso eliminar dos décadas y media atrás. Y lo hace, en una etapa en la que el país parece querer acercarse de nuevo a esa vocación de grandeza que encarnaban los años soviéticos posteriores a la caída del imperio del Zar. Con una nueva retórica del poder -algunos la señalan como ‘imperial’- que ni bebe del zarismo ni de la vieja élite comunista, pero que se salpimenta con algunos de sus elementos más populares. ¿Es el fútbol uno de ellos?
Como ha ocurrido en España, un diseño a priori inocente en una camiseta con fecha de caducidad contribuye a que Rusia se mire en el espejo. Y, también como en España, lo hace en un momento decisivo en el que elementos transcendentales como el nacionalismo, el orgullo, la memoria o la dignidad configuran los argumentos. Pero solo son colores, ¿no?
Tomado de http://www.panenka.org/pasaportes/la-revolucion-las-camisetas/
El mandatario sirio calificó de "fenómeno patriótico" la actuación de la oncena en las pasadas eliminatorias asiáticas
Por Telesur
La selección de fútbol siria es ejemplo de la voluntad del pueblo de superar la guerra, a pesar de todas las dificultades, indicó el lunes el presidente de la nación árabe, Bashar al-Assad, quien recibió a los jugadores y al cuerpo técnico y administrativo del equipo.
Los sirios perdieron (2-1) ante Australia en un partido reñido de las eliminatorias asiáticas que se definió en tiempo extra, en el que el ganador pasaba al repechaje del Mundial Rusia 2018. Se trataba de una oportunidad inédita de que Siria estuviese en la máxima cita del balompié.
“Lo logrado por la selección nacional es un fenómeno patriótico antes de ser deportivo y es una fuerte señal de que la guerra que está sufriendo Siria desde hace años no ha logrado debilitar la voluntad de los sirios, sino que les haya convertido en más fuertes y más unidos¨, aseguró al-Assad.
En ese sentido, afirmó que el desempeño de la selección siria a pesar de la cruenta guerra que lleva más de cinco años, es un logro.
Hizo hincapié en que este logro como otros conseguidos por los sirios en los diferentes campos, se debe a las victorias del Ejército sirio sobre los terroristas y la firmeza del pueblo sirio ante la guerra más feroz que ha sufrido Siria en la historia moderna.
En la actualidad casi la totalidad del territorio sirio está en manos del Ejército tras el combate contra Daesh.
El "Mozart del fútbol" no rubricó la anexión austriaca a la Alemania nazi ni quiso ofrecer su juego al régimen hitleriano
Por Borja Barba Diarios de Fútbol
“El fútbol no es una cuestión de vida o muerte: es mucho más que eso.” La archiconocida y manida cita de Bill Shankly ha sido siempre vista desde la perspectiva cómica que sugería la irreverencia del mítico técnico escocés. A nadie se le ocurriría pensar que el fútbol, o mejor aún, las emociones y sentimientos que éste provoca, pudieran situarse por encima de la propia vida.
Política y deporte nunca fueron buenos compañeros de viaje. La abrumadora mayoría de las (numerosas) intromisiones del mundo de la política en las manifestaciones deportivas han acabado teniendo consecuencias funestas. La política no sólo es volátil e imperdurable, es que además, no entiende de sentimientos. A Matthias Sindelar, el Mozart del fútbol, el deporte le ofreció la mejor manera posible de mantenerse fiel a unos principios, a unos sentimientos, frente a una de las expresiones políticas más duras, represivas y vergonzosas de la Historia de la Humanidad.
Austria, marzo de 1938. La pujante Alemania nazi de Adolf Hitler ha comenzado su vergonzosa expansión geográfica. El Anschluss (anexión) sobre el territorio nacional del país alpino se consuma con el consentimiento refrendado, pero viciado, de la práctica totalidad de la población austriaca. Son los primeros pasos del nazismo en Europa. Cualquier vestigio de oposición a la anexión es aniquilado. Así, en los días posteriores al fatídico día 12 de marzo, numerosas personas de origen judío o con convicciones políticas contrarias al nazismo, son detenidas y encarceladas. Austria deja de ser Austria, y pasa a convertirse en la Marca Oriental.
En medio de esta vorágine socio-política, el fútbol no quiso detenerse en Austria. Era la época dorada del Wunderteam, de la irresistible selección austriaca dirigida por Hugo Meisl que en el 34 había alcanzado las semifinales del Mundial italiano (siendo precisamente eliminada por el “indudable” campeón) y en el '36 había conseguido la medalla de plata en los Juegos de Berlín. Hugo Meisl no vivió los días tristes del Anschluss. Falleció meses antes de la anexión alemana. Sus orígenes judíos no le habrían deparado un futuro mejor en la Austria dominada por el Führer.
En aquel maravilloso equipo austriaco de mediados de la década de los '30, sobresalía de manera especial la figura de Matthias Sindelar. El ‘hombre de papel’, sobrenombre con el que se le conocía por su aspecto enclenque y tremendamente frágil, fue el capitán en aquel exitoso Campeonato del Mundo de 1934. Formado en las categorías inferiores del Hertha de Viena, Sindelar pronto llamó la atención del equipo más poderoso del país, el Austria Viena. Con el equipo violeta, el habilidoso delantero conquistó cinco Copas de Austria y un título de Liga. Sindelar hacía gala de una superioridad técnica con respecto a rivales y compañeros que lo encumbraron como una de las indiscutibles figuras de su época.
Pero lo que había sido una carrera futbolística repleta de éxitos y alegrías, se torció de manera irreversible aquel mes de marzo del '38. Sindelar, nacido en la región de Moravia (actualmente en la República Checa y por aquel entonces territorio del Imperio Austrohúngaro), no había escondido nunca su ascendencia judía. El origen humilde de su familia obligó a ésta a emigrar a Austria cuando Matthias sólo tenía dos años. Allí, en las calles del populoso barrio vienés de Favoriten, creció y alimentó su habilidad con el balón en los pies el que, siete décadas más tarde, sería considerado como el mejor deportista austriaco del siglo XX.
La Alemania nazi veía el deporte, y más concretamente el fútbol, como un medio propagandístico imprescindible y con gran fuerza entre la población. Por ese motivo, el Reich no tardó en absorber a la poderosa selección austriaca de fútbol, que ya se había clasificado para el Mundial del '38, e incorporar a sus mejores futbolistas al equipo alemán, por aquel entonces aún lejos de ser considerado una potencia mundial. Sindelar nunca quiso entrar en el siniestro juego de defender los colores de un país, o más bien de un régimen, que detestaba profundamente. Simuló lesiones y evadió, como buenamente pudo, cualquier intento del combinado alemán de contar con sus servicios. Todo, menos izar el brazo derecho con la palma de la mano extendida. Todo menos traicionar sus convicciones y rendirse a las macabras imposiciones del nazismo.
El 3 de abril, sólo dos semanas después del Anschluss político, tuvo lugar, de manera oficial, el Anschluss futbolístico. Alemania se enfrentaba a Austria en el Prater vienés, en el que sería el último partido del conjunto austriaco como selección independiente, antes de su unión definitiva a la Alemania nacionalsocialista. Con el Führer y todas las autoridades del Reich en el palco, la selección local con Sindelar en sus filas, había recibido, supuestamente, la orden del régimen nazi de dejarse vencer por la dominadora Alemania. Pero aquella afrenta no entraba en los planes del orgulloso delantero austriaco. Jugando a sus anchas, Sindelar se permitió el lujo de fallar todo lo imaginable ante la portería teutona, hasta que, ya en la segunda mitad, culminó una jugada personal repleta de virtuosismo con un gol pleno de autoridad. Un gol rebelde, un gol en las narices de Adolf Hitler, un gol para demostrar que él era austriaco y no alemán.
Matthias Sindelar fue considerado, desde aquel 2-0 del 3 de abril del '38, como un peligroso elemento subversivo dentro del orden nazi. Con 35 años cumplidos, al héroe austriaco no le costó demasiado convencer a las autoridades deportivas alemanas de innumerables lesiones con tal de evitar tener que formar en el once alemán. No llegó a disputar el Mundial del '38 en Francia, torneo en el que, dicho sea de paso, Alemania logró la peor clasificación de su historia en un Campeonato del Mundo.
El ‘Mozart del fútbol’ encontró su triste final de una manera muy similar a la del recientemente recordado Lutz Eigendorf. Perseguido sin tregua por la Gestapo, el 23 de enero de 1939, Matthias y su novia fueron encontrados muertos sobre la cama de su habitación en Viena. La causa oficial fue la inhalación de monóxido de carbono procedente de la combustión de la calefacción. Sindelar murió asfixiado, pero seguro que lo hizo con la conciencia tranquila. Su fútbol, su destreza con el balón, fue un bien muy preciado por el nazismo. Él no rubricó la vergonzosa anexión y no quiso ofrecer al régimen hitleriano aquello que tanto ansiaba. La maquinaria bélica, política y social del Reich, fue incapaz de imponerse a la fuerza de unas convicciones y una valentía que serían recordadas por el pueblo austriaco, y por el mundo del fútbol, a lo largo de la historia.
Las autoridades norcoreanas felicitan a las ganadoras de la Copa Mundial Juvenil Femenina
Este 22 de diciembre, en la Casa Central de la Juventud de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), se homenajeó a las ganadoras de la Copa Mundial Sub 20 Femenina de la FIFA.
Las jugadoras de la selección norcoreana, que ganaron el torneo de manera invicta, fueron felicitadas por autoridades de la República y del Partido del Trabajo.
Jon Yong Nam, primer secretario del Comité Central de la Unión de la Juventud, pronunció el discurso central del evento, en el que señaló que este éxito deportivo demostró a todo el mundo el desarrollo y proyección del fútbol femenino norcoreano.
Por parte del equipo campeón, intervinieron el entrenador Hwang Yong Bong y la jugadora Choe Sol Gyong, quienes prometieron nuevos triunfos en las próximas competencias internacionales.
Al acto también acudieron funcionarios, jugadores y entrenadores de la rama deportiva del país. Terminada la ceremonia, se ofreció una presentación artística de un grupo juvenil.
El Mundial femenino Sub 20 se desarrolló en Papúa Nueva Guinea, y en él, la RPDC superó a equipos como Suecia, Estados Unidos y Francia.
Las "chollima" derrotan 2-1 a Estados Unidos y lucharán por la copa
La selección femenina de fútbol de la República Popular Democrática de Corea superó 2-1 a Estados Unidos y avanzó a la final del Mundial Sub 20 que se juega en Papúa Nueva Guinea.
El partido se disputó este 29 de noviembre y se resolvió con un gol en el tiempo extra, tras el empate a uno del tiempo regular.
Las norcoreanas llevan cinco victorias en línea y lucharán por el título ante Francia este 3 de diciembre.
En una destacada actuación, las "chollima" han superado grandes equipos como Suecia (2-0), Brasil (4-2) y España (3-2). También vencieron al equipo anfitrión con una contundente goleada de 7-1.
En la semifinal, dejaron eliminado a uno de los equipos favoritos del torneo, Estados Unidos, potencia en el fútbol femenino y que les había arrebatado el título en la edición 2008.
Corea del Norte ya ha conseguido el título mundial de la categoría, en Rusia 2006. También obtuvo el subcampeonato de Chile 2008 y un cuarto lugar, en la pasada edición (Canadá 2014), donde cayó ante Francia, con quien rivalizará en esta final.
La Corea Popular también ostenta el título mundial de la categoría femenina sub 17, que consiguió en el pasado mundial de Jordania.
A los cien años de edad murió marginado el dirigente deportivo João Havelange, el responsable de convertir el fútbol en un lucrativo espectáculo planetario. Fue también el iniciador del linaje de directivos corruptos que en la FIFA sacaron su tajada
Por Manuel Pérez Bella Agencia Efe
João Havelange, fallecido este martes a los cien años, fue responsable directo de convertir el fútbol en un espectáculo planetario y también inauguró el linaje de directivos corruptos de la FIFA que sacaron tajada de este lucrativo negocio.
Con una personalidad fuerte, un carácter hosco y conocido como todo un maestro de las relaciones públicas, Havelange cumplió un siglo de vida el pasado 8 de mayo y lo hizo marginado, sin fastos ni agasajos por parte del mundo del balón.
El brasileño alardeaba de haber encontrado la FIFA con 20 dólares en caja cuando llegó a la presidencia en 1974 y haberla transformado en una multinacional con 209 países afiliados y un patrimonio financiero de 4.000 millones de dólares cuando le cedió el cetro a su sucesor, Joseph Blatter, en 1998.
Bajo su mandato, la Copa del Mundo pasó de 16 a 32 selecciones y dio un mayor protagonismo a América, África y Asia, extendiendo la fiebre por el fútbol a todos los rincones del planeta.
Además, introdujo nuevos torneos como los mundiales sub 17 y sub 20, el Mundial de Clubes, la Copa Confederaciones y la Copa Mundial Femenina, con los que la FIFA se convirtió en una máquina de hacer dinero.
En los 24 años que ocupó la presidencia de la FIFA, se empeñó en que el fútbol se transformara en un espectáculo que consigue que los millones de personas que no caben en el estadio estén presentes a través de la pantalla.
Pero de forma paralela, aprovechó los millonarios ingresos que aportó la televisión para llenarse los bolsillos de sus elegantes trajes, con lo que inauguró la infame saga de dirigentes de la FIFA cuyo nombre se ha visto manchado por la corrupción.
El escándalo, el único que se le ha demostrado, sólo le salpicó en el 2012, catorce años después de haber cedido el poder a Blatter, cuando vio la luz un informe que desveló que tanto él como su exyerno, el entonces presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) Ricardo Teixeira, recibieron sobornos millonarios.
Las coimas fueron pagadas sistemáticamente entre 1992 y 2000 por la empresa ISL, dueña de los derechos audiovisuales del Mundial hasta que la compañía quebró en 2001.
Estas denuncias le forzaron a presentar su renuncia como miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) para evitar ser sancionado y también a abandonar su puesto de presidente honorario de la FIFA, cargos desde los que continuó gozando de una gran cuota de influencia y de respeto en el mundo del deporte.
Esa influencia la usó para persuadir a sus compañeros del COI para que designasen a su ciudad natal, Río de Janeiro, como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, por delante de Madrid, Chicago o Tokio.
El gran artífice de la designación de Río de Janeiro como sede olímpica, fue, sin embargo, el gran ausente en la ceremonia de inauguración celebrada el pasado 5 de agosto en el estadio Maracaná.
Río de Janeiro ha escondido su nombre en los Juegos Olímpicos y lo retiró del Estadio Olímpico, que fue denominado "João Havelange" en 2007, cuando el dirigente era uno de los miembros más respetados del COI.
Sus amistades
Havelange también fue polémico por su trato cercano con las dictaduras que sometieron a varios países suramericanos durante sus años en la FIFA, en especial con Argentina, donde ratificó la celebración del Mundial de 1978 dos años después del golpe de Estado de los militares.
En una entrevista, Havelange confesó que intercedió con éxito ante el dictador argentino Jorge Rafael Videla para que pusiera en libertad a un preso político brasileño, Paulo Paranaguá.
Además tuvo buenas relaciones con la dictadura brasileña, que se prolongó hasta 1985, y con el Chile de Augusto Pinochet, al que le concedió el Mundial Sub 20 de 1987.
Una larga carrera
Antes de llegar a la FIFA, el currículo de Havelange ya estaba vinculado al deporte, aunque no siempre al fútbol, sino también a la piscina.
Nacido el 8 de mayo de 1916 en Río, Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange, de ascendencia belga, llegó a jugar al fútbol en las categorías juveniles del Fluminense y luego representó a Brasil como nadador en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 y en el equipo de waterpolo en Helsinki en 1952.
Al abandonar las piscinas, se dedicó a la abogacía y se hizo empresario. Presidió durante 58 años la compañía de autobuses Cometa, que convirtió en una de las más importantes del sureste de Brasil.
Comenzó su carrera de dirigente deportivo en 1958 como presidente de la Confederación Brasileña de Deportes, precursora de la CBF, aunque delegó las responsabilidades del departamento de fútbol a Paulo Machado de Carvalho, quien sí procedía de ese deporte y se implicó de forma directa en dar apoyo a la selección.
No obstante, se benefició de los éxitos de la Canarinha, que durante su gestión ganó tres mundiales con Pelé a la cabeza, puesto que estos triunfos le abrieron de par en par las puertas de la FIFA en 1974.
Desde entonces, gracias a su labor, cosechó incontables honores y reconocimientos en su país y en el extranjero, pero en los últimos años se alejó de los focos a raíz de la constatación de su implicación en casos de corrupción.