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miércoles, 25 de noviembre de 2020

Maradona por Eduardo Galeano


Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de los Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales.

Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral dejaron sordo al mundo entero, pero mal que bien se hicieron oír algunas voces de apoyo al ídolo caído. Y no sólo en su dolorida y atónita Argentina, sino en lugares tan lejanos como Bangladesh, donde una manifestación numerosa rugió en las calles repudiando a la FIFA y exigiendo el retorno del expulsado. Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa «con la izquierda» y también significa «al contrario de como se debe hacer».

Diego Armando Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella. Él estaba agobiado por el peso de su propio personaje. Tenía problemas en la columna vertebral, desde el lejano día en que la multitud había gritado su nombre por primera vez. Maradona llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda. El cuerpo como metáfora: le dolían las piernas, no podía dormir sin pastillas. No había demorado en darse cuenta de que era insoportable la responsabilidad de trabajar de dios en los estadios, pero desde el principio supo que era imposible dejar de hacerlo. «Necesito que me necesiten», confesó, cuando ya llevaba muchos años con el halo sobre la cabeza, sometido a la tiranía del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analgésicos y ovaciones, acosado por las exigencias de sus devotos y por el odio de sus ofendidos.

El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. En España, cuando Goicoechea le pegó de atrás y sin la pelota y lo dejó fuera de las canchas por varios meses, no faltaron fanáticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes dispuestas a celebrar la caída del arrogante sudaca intruso en las cumbres, el nuevo rico ése que se había fugado del hambre y se daba el lujo de la insolencia y la fanfarronería.

Después, en Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en san Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona. Había una pelota bajo el pie de la estatua del Dante y el tritón de la fuente vestía la camiseta azul del club Nápoles. Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia. En Milán odiaban al culpable de esta afrenta de los pobres salidos de su lugar, lo llamaban jamón con rulos. Y no sólo en Milán: en el Mundial del 90, la mayoría del público castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.

Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él ya estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasar por héroe.

Más tarde, en Buenos Aires, la televisión trasmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.

«Es un enfermo», dijeron. Dijeron: «Está acabado». El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pibe de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.

Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.

La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.

Los mismos periodistas que lo acosan con los micrófonos, le reprochan su arrogancia y sus rabietas, y lo acusan de hablar demasiado. No les falta razón; pero no es eso lo que no pueden perdonarle: en realidad, no les gusta lo que a veces dice. Este petiso respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a desplomarse al mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero. Él no ha sido el único jugador desobediente, pero ha sido su voz la que ha dado resonancia universal a las preguntas más insoportables: ¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece, ¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la opulenta multinacional del fútbol? Havelange calla, ocupado en otros menesteres, y Joseph Blatter, burócrata de la FIFA que jamás ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con chófer negro, se limita a comentar:

—El último astro argentino fue Di Stéfano.

Cuando Maradona fue, por fin, expulsado del Mundial del 94, las canchas de fútbol perdieron a su rebelde más clamoroso. Y también perdieron a un jugador fantástico. Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega: no hay quien pueda prever las diabluras de este inventor de sorpresas, que jamás se repite y que disfruta desconcertando a las computadoras. No es un jugador veloz, torito corto de piernas, pero lleva la pelota cosida al pie y tiene ojos en todo el cuerpo. Sus artes malabares encienden la cancha. El puede resolver un partido disparando un tiro fulminante de espaldas al arco o sirviendo un pase imposible, a lo lejos, cuando está cercado por miles de piernas enemigas; y no hay quien lo pare cuando se lanza a gambetear rivales.

En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz.

*Tomado de "El fútbol a sol y sombra".

lunes, 13 de abril de 2015

Eduardo Galeano y Günter Grass hablan de fútbol

Diálogo ficticio construido con frases de Eduardo Galeano y Günter Grass tomadas de entrevistas, artículos o conferencias. Los dos, grandes escritores y aficionados al fútbol, fallecieron este lunes con pocas horas de diferencia


Por Toni Padilla

… las cucharillas golpean los vasos, llenos de café. Dos ancianos, en una mesa, charlan sobre fútbol.

G.G: Y tú, ¿de qué equipo eres?

E.G: De Nacional. El club de mi vida, de mi niñez. Aunque con el tiempo valoro el talento por encima de las camisetas. Ya no me importa el color de la camiseta si el jugador tiene talento, juega bien. Soy un mendigo de una buena jugada.

G.G: Entiendo. Me sucede más o menos lo mismo, aunque no valoro tanto el buen jugador como el ambiente. Casi disfruto más con un partido de segunda que de tercera. La Bundesliga, con tanto dinero, ha cambiado demasiado.

E.G: La verdad es que si una jugada de talento, un buen partido, tiene como protagonista a un equipo chico, pequeño… casi mejor.

G.G: En este deporte-negocio, las diferencias entre clubes grandes y pequeños ya son imposibles de salvar. Por eso siempre he sido del Friburgo, aunque también entiendo y apoyo la causa del Sankt Pauli. Defender un fútbol popular me parece justo. Que la gente sea propietaria, no las marcas.

E.G: Con la FIFA es complicado. Son como una dictadura. Con estructura monárquica. La monarquía más misteriosa del planeta, sus secretos fueron sellados con siete llaves.

G.G: Si, ellos se aseguraron que el deporte ya no fuera de la gente. La FIFA lo convirtió todo en un negocio. Ganar dinero, sólo ganar dinero. Por eso no pude disfrutar el Mundial del 2006. Le di la espalada y participé en los actos que se organizaron en el campo del Sankt Pauli contra la FIFA.

E.G: Yo el Mundial lo sigo, lo admito. Cuando llega el torneo, pongo el cartel de cerrado por vacaciones. Los uruguayos somos así, nacemos cantando un gol…

G.G: Un gol o una final pueden cambiar la historia de un país. Mira la final del Mundial de 1954. Ganó Alemania y todo el país lo celebró como un milagro, fue clave en la recuperación de toda una nación. Siempre me pregunto qué hubiera sucedido si el árbitro no les anula el gol del empate a los húngaros.

E.G: ¿Y Uruguay? El fútbol nos metió en el mapa. Y la moral subió en 2010, con las semifinales. Cuando Luis Suárez sacó la pelota con las dos manos, se expulsó del Mundial para que Uruguay siguiera. Fue un maravilloso momento de locura patriótica.

G.G: A mí me costó mucho conectar con la selección. Piensa que me he criado con dos Alemanias separadas. Y en 1974 se enfrentó mi pasaporte con mi ideología. No fue fácil. Aunque entonces no seguía tanto el fútbol.

E.G: ¿No te gustaba?

G.G: Sí, me gustaba. Bueno, estaba aparcado, tenía otras cosas en la cabeza. Había jugado de joven en Danzig. Luego salió de mida y volvió. Sobretodo por mi hijo Bruno, que pidió jugar en un equipo.

E.G: ¿No jugaste nunca más?

G.G: Bruno me pidió que jugara un partido de padres de la escuela. A los cinco minutos no podía más. Aunque metía buenos centros. Desde la izquierda, cómo no.

E.G: A mi me tocó vivir siempre como hincha, aunque admito que no soy enemigo de nadie, ni de Peñarol. En eso soy diferente, creo.

G.G: Sin duda. El fútbol sin hinchas no es fútbol.

E.G: El hincha rara vez dice: «Hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Eso me gusta. Muchos intelectuales, de izquierda o de derechas, nos critican por amar el fútbol…

G.G: Me importa poco lo que digan. El intelectual que menosprecia los gustos del pueblo. Típico. Yo menosprecio la FIFA. Como Maradona.

E.G. Ah, El Diego.. Un dios sucio, el más humano de las dioses. Mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón…en pocos minutos, metía el mejor gol y otro de tramposo…curioso tipo.  ¿Cuál es tu jugador favorito?

G.G: Iashvili. El georgiano. Incluso cuando metía goles parecía melancólico. ¿Y el tuyo?

E.G: Varela. Jugadores como Messi son un milagro hoy, pues juegan bien. Pero nadie como el negro jefe. Muchas veces pude comer con él y me contaba cosas del Mundial del Maracanzo. Una vez, comiendo, le sonó el teléfono. Era Zizinho, el brasileño de ese Mundial. Aunque fueron derrotados, los jugadores de ese partido eran amigos. Zizinho lo llamó… ¿Sabes con qué motivo? Contar que tenía la gripe.

G.G: Precioso, precioso. Otro fútbol. Más humano. Documentándome para el libro ‘Mi siglo’, descubrí que antes de la primera final de la Bundesliga, en 1903, los jugadores del Deustcher de Praga se emborracharon antes del partido…imagina.

E.G: ¿Un club checo jugando la liga alemana?

G.G: Eran otras épocas. Las fronteras y el fútbol cambiaron. Lo sabes bien, los escribiste en ‘Fútbol a sol y sombra’.

E.G: Me suena ese libro, amigo. Me suena.

lunes, 21 de abril de 2014

En el fútbol, el placer se ha perdido por el lucro: Galeano

El escritor Eduardo Galeano afirmó que Messi y Neymar son "milagros" en el fútbol actual. Explica que en los últimos años, los jugadores vienen siendo condicionados apenas para ganar, lo que resulta en más dinero. "No apruebo esa identificación del balón como fuente de lucro", protesta.


Agencia EFE

El escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmó que el argentino Lionel Messi y el brasileño Neymar son unos "verdaderos milagros" en medio de un deporte, como el fútbol, en el que se ha perdido la diversión y la lúdica por los intereses comerciales.

"Hay dictaduras visibles e invisibles. La estructura de poder del fútbol en el mundo es monárquica. Es la monarquía más secreta del mundo: nadie sabe de los secretos de la FIFA, cerrados a siete llaves. Los dirigentes viven en un castillo muy bien resguardado", señaló Galeano en entrevista al diario O Estado de Sao Paulo, Brasil.

En esa línea, continúo Galeano, "los protagonistas del fútbol, los jugadores, trabajan como monos de circo, o sea, no son los receptores de los beneficios de los espectáculos que nos brindan, que creo son fortunas porque las cuentas son secretas".

"Los deportistas actúan por el placer de jugar, lo que es importante. Ruego a Dios para que los jugadores no pierdan ese placer, pues, en los últimos años, ellos vienen siendo condicionados apenas para ganar, lo que resulta en más dinero. No apruebo esa identificación del balón como fuente de lucro", apuntó.

Para el autor de "Las venas abiertas de América Latina", el fútbol actual "ha perdido aquel brillo de encantamiento que debería marcar cada partido. Infelizmente, buena parte de los jugadores no han demostrado aquella satisfacción que vemos, por ejemplo, en juegos de niños".

Así, comparó el literato, "los niños no tienen la finalidad de la victoria, quieren apenas divertirse. Por eso, cuando surgen excepciones, como Messi y Neymar, son, entonces ellos para mí unos verdaderos milagros".

En su paso esta semana por la capital brasileña, donde participó de la Bienal del Libro de Brasilia, Galeano se refirió también a su gran amigo Obdulio Varela, el fallecido capitán de la selección uruguaya que conquistó el Mundial de 1950 ante el anfitrión Brasil, en el recordado "Maracanazo".

Comentó que Varela y el capitán brasileño Zizinho se hicieron muy amigos después de ese Mundial y se comunicaban por "telepatía".

"Parece brujería, pero yo tomé muy en serio esa forma de comunicación. Una vez estaba con Obdulio y de repente me dijo que había recibido un 'mensaje' de Zizinho, que estaba con gripe, y eso era verdad (risas)", señaló.

Igualmente, valoró el gesto de Varela, quien en vez de celebrar con sus compañeros en el hotel la histórica conquista, prefirió salir a las calles para acompañar a los hinchas brasileños por el dolor de la derrota. "Él siempre se culpó por haberle causado esa gran tristeza a millones de personas", dijo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

El fútbol a sol y sombra

Por Camilo Angarita



"La historia del fútbol es un viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí".

Así comienza a''El fútbol a sol y sombra''. Desde las primeras lineas el escritor uruguayo Eduardo Galeano nos va adelantando el rumbo del libro. Palabra a palabra Galeano hace una declaración de amor publica al fútbol, al fútbol de verdad, ése que se ve en la cancha de un barrio cualquiera con niños que sólo les interesa divertirse persiguiendo la pelota. Pero también nos deja clara su postura en contra del fútbol moderno donde ya no se disfruta el deporte, si no que se juega por obligación, a ganar como sea. No importa si el hincha no está conforme con el juego de su equipo, la industria del fútbol ya irá creando hinchas a su medida.

Además de hacer un recuento histórico de los mundiales, las historias y los máximos exponentes del fútbol, el escritor uruguayo hace un excelente homenaje a los protagonistas naturales del deporte: La pelota como bandera política y también revolucionaria. El estadio con su silencio sepulcral si no rueda una pelota. El hincha abrazando extraños en el momento del gol sin importar que éstos sean de otra religión, clase social, o ideología política. El fanático incomprendido arropado solamente con la bandera con los colores de su equipo. El jugador envidiado por todas las profesiones pues se salvo de la oficina o de la fábrica y además le pagan por divertirse. El arquero amado 89 minutos si ataja todo y odiado una vida entera si falla en el último minuto. El gol y su orgasmo inmediato que siempre se busca y cada vez menos se encuentra. Y el ídolo que nace abrazando la pelota y ésta lo persigue por siempre rogándole ser acariciada por el despreciado pie.

El Fútbol a sol y sombra, además de ser poesía pura para los que estamos enamorados de la pelota, es también una vitamina, un remedio en medio de este fútbol-negocio que ahora nos toca vivir. Basta con leer el libro para querer llamar a los amigos y proponer un partido de fútbol para el fin de semana, alentar a los niños para jueguen más con la pelota y pasen menos tiempo en la computadora, apagar la televisión e ir comprar una entrada para vivir la verdadera pasión del deporte en las tribunas. Pero sobre todo, nos invita a pedir más fútbol y menos negocio, más gambetas y menos empresas, más jugadores y menos modelos disfrazados de futbolistas.

Este 3 de septiembre cumple 72 años el creador de está obra maestra que nos reconforta y nos llena de esperanza, por eso éste espacio dedica estas letras a Eduardo Galeano, uno de los mayores referentes del fútbol como literatura.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El hincha

Dedicado a los cuarenta mil fieles santafereños que ayer llenaron el estadio, en día y hora laborable, para estar con su equipo.

Por Eduardo Galeano


Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.

Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.


Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.

Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.

Texto del libro "El fútbol a sol y sombra" de Eduardo Galeano. Foto: El carnaval de los fieles.

domingo, 5 de junio de 2011

Le miserie del calcio secondo Galeano: "Poveri atleti, ubriacati dal successo"

Intorno alle parole "splendore" e "miseria" ruota un famoso libro dello scrittore. Ma anche la vicenda calcioscommesse di questi giorni. "Uno scandalo tristissimo. La conferma che il calcio non è un'isola. Ma c'è di peggio di un arbitro che vende le partite. Qualche primo ministro, ad esempio. O i banchieri che hanno impoverito il mondo..."


di Maurizio Crosetti
la Repubblica


ASTI - I sogni, il mistero, le illusioni, la tecnica, ma soprattutto la bellezza. Il calcio, per Eduardo Galeano, è un favoloso groviglio di splendore e miserie: questo il titolo di un suo famoso libro che è, ormai da anni, un classico. E attorno alle due parole-chiave, splendore e miseria, ruotano anche questi giorni convulsi per il nostro povero pallone.

Galeano, cominciamo dalle miserie?
"Sto seguendo l'ultimo scandalo che ha colpito il vostro sport. Tristissimo, veramente. Ma è la conferma che il calcio non è un'isola: non genera da sé violenza, corruzione, miseria morale, bensì le condivide con una società senza riferimenti, dove i potenti ingannano, rubano, mentono. Il football non è un capro espiatorio. C'è di peggio, credetemi, di un portiere che vende le partite o droga i compagni di squadra".

Ci fa un esempio?
"Qualche primo ministro. I nomi? Eh, sapete, io vengo da lontano e me ne intendo poco... Oppure i banchieri che hanno impoverito il mondo. Nessuno di loro è stato arrestato. Non i grandi, almeno. C'è chi ha violentato interi Paesi, e ha chiuso violentando cameriere d'albergo".

Come ci si oppone alla miseria, soprattutto quella interiore?
"Con la coscienza, con la capacità di ascoltare lei e non la convenienza. Come fece quel centravanti colombiano, tal Devani, che in un vecchio derby a Bogotà disse all'arbitro che non era rigore quello che gli aveva appena concesso. Sono inciampato da solo, spiegò. Ma l'arbitro guardò la folla inferocita, che quel rigore voleva assolutamente, e rispose: grazie, però io preferisco restare vivo. Allora il centravanti andò al dischetto della morte, appoggiò il pallone e tirò fortissimo: fuori. Da quel giorno cominciò la sua fine sportiva, eppure quel giorno rappresenta il momento di massima gloria di tutta la sua vita. Perché egli, appunto, ascoltò la voce della coscienza e non della convenienza".

Lo sport non dovrebbe essere un luogo dove si proteggono le illusioni e i sogni?
"Dovrebbe, ma non è, anche se nella contraddizione sta la sua fecondità. In Uruguay ci indigniamo quando un centravanti simula un fallo da rigore, diciamo che è un pessimo esempio per i bambini. Io penso che sia peggio scaricare bombe sugli innocenti, chiamandola "missione di pace" invece di usare il suo vero nome: guerra".

Cosa può spingere un atleta a tradire e barare? Solo il denaro?
"Forse c'entra anche la condanna al successo. Ormai, non solo nel calcio, la sconfitta viene vissuta come una realtà senza redenzione. Quello che non rende, non serve. Abbiamo creato il mito dell'efficienza a qualunque costo, e le persone deboli cercano scorciatoie. La cosa grave, tuttavia, è il messaggio di impunità che talvolta si accompagna ai crimini. Questo è inaccettabile per gli onesti".

Però il calcio ha un grande potere consolatorio: è riduttivo, questo ruolo, o necessario?
"Siamo mendicanti di bellezza, e il calcio ci riempie gli occhi. Lionel Messi è l'unico vero messia in un mondo che inganna. Il Barcellona è splendore, certamente. Amo questa squadra solidale, creativa, piena di gioia di giocare, che non cerca atleti grandi e grossi e dà invece pieni poteri alla fantasia. La finale di Coppa dei Campioni contro il Manchester United è stata meravigliosa".

Meglio il Barcellona del Real Madrid, dunque.
"Non si discute neanche, Mourinho è un orrore".

A proposito di finali: il Peñarol di Montevideo si giocherà la Libertadores contro il Santos: a una squadra uruguaiana non accadeva da 23 anni.
"Non sono tifoso del Peñarol, ma spero vinca. Ogni tanto bisogna togliersi la maglia con i propri colori sociali, e pensare più sportivamente".

Lei ha scritto pagine memorabili sul mundial argentino del '78, usato dai militari per coprire i loro crimini. Pensa che lo sport sia ancora uno strumento di potere?
"Purtroppo sì. C'è chi manipola una passione universale per puro interesse privato, e questo è da delinquenti. Lo fece Hitler nel '36, umiliato dalla vittoria del Perù contro l'Austria: nella notte dopo la gara venne cancellata la vittoria, ottenuta con i gol di attaccanti neri. Però abbiamo esempi meno clamorosi e più recenti".

Cosa pensa dei politici che usano lo sport?
"Ne ricordo uno, anche se il nome mi sfugge. Italiano, mi pare... Disse, più o meno, che avrebbe fatto al suo Paese le stesse cose che aveva fatto con la sua squadra di calcio. Non andò proprio così".

Come si diventa grandi narratori di sport?
"Guardando e ascoltando. Se l'uomo ha una sola bocca, ma due orecchie, significa che prima di parlare dovrebbe ascoltare due volte".

Perché gli scrittori sudamericani hanno scritto le pagine più belle della letteratura sportiva?
"Non so se questo sia vero, comunque noi cerchiamo di tradurre la voce della realtà mescolandola al sogno e alla magia. Bisogna sempre partire dalla cose minime, dai dettagli. Io amo confrontarmi con le vicende difficili e profonde, cercando di raccontarle in modo semplice. La realtà regala le storie migliori, non c'è bisogno di ricamarci troppo. Credo nella grandiosità delle piccole cose, anche se il nostro tempo malato ha confuso la grandiosità con la dimensione del reale: una cosa, se grossa, non è necessariamente grande, anzi è spesso il contrario".

Come si cerca, lo splendore?
"Ne ho appena visto molto tra gli "indignados", i ragazzi che ho incontrato in Spagna. Alcuni loro cartelli erano memorabili, ad esempio quello che diceva "se non ci farete sognare, non vi faremo dormire". Oppure, il mio preferito: "La rivoluzione del senso comune".

Contro le miserie, anche lo splendore di un po' di ottimismo?
"Io mi aspetto sempre che dentro questo mondo che non desidero, e che mi piace sempre meno, ci sia nascosto un altro piccolo mondo possibile e migliore, come dentro la pancia di una futura mamma".

Il mondo piccolo e migliore comincia dalle persone?
"Sempre, e dalla loro capacità di amare. Ricordo quando incontrai per la prima volta Obdulio Varela, l'eroe della Coppa del mondo che l'Uruguay strappò al Brasile nel 1950. Si narra che, la sera, questo grande giocatore abbandonò la festa dei suoi compagni, in albergo: me lo confermò egli stesso. Era andato vagando nei bar di Rio, per osservare le persone. Mi disse: "Dentro lo stadio Maracanà, la folla mi era parsa un mostro con 200 mila teste e l'avevo odiata. Ma adesso, dopo la sconfitta, ognuna di quelle teste piangeva da sola. Ne abbi un'immensa tristezza". Il mio amico Obdulio trascorse l'intera notte, per così dire, abbracciato a coloro che aveva fatto soffrire. Ecco, a me sembra un esempio bellissimo di compassione. E' così, comprendendo le ragioni degli altri, soprattutto gli infelici, che forse si realizza un mondo migliore".

miércoles, 25 de mayo de 2011

Por Manolo y por el placer de jugar

Palabras del escritor uruguayo al recibir el Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, otorgado por la Fundación Fútbol Club Barcelona y el Colegio de Periodistas de Catalunya, el martes 24 de mayo en el Palau de la Generalitat de Barcelona.

Por Eduardo Galeano


Quiero dedicar este premio a la memoria de Josep Sunyol, el presidente del Barça que en 1936 fue asesinado por los enemigos de la democracia.

Y también quiero rendir homenaje a los deportistas peregrinos, que un año después, en 1937, encarnaron la dignidad, malherida pero viva, de toda España. Me refiero a los jugadores del Barça, que en 1937 recorrieron los Estados Unidos y México, disputando partidos de fútbol en beneficio de la República, y a la selección de jugadores vascos, que hizo lo mismo en varios países europeos.

Por ellos me emociona recibir este premio, por ellos y también por los jugadores del Barça de nuestros días, dignos herederos del Barça de aquellos años: este premio que, por si todo eso fuera poco, lleva el nombre de mi entrañable amigo Manolo Vázquez Montalbán.

- - -

Con él hemos compartido varias pasiones.

Futboleros los dos, y los dos zurdos, zurdos para pensar, creímos que la mejor manera de jugar por la izquierda consistía en reivindicar la libertad de quienes tienen el coraje de jugar por el placer de jugar en un mundo que manda jugar por el deber de ganar. Y en ese camino hemos intentado combatir los prejuicios de mucha gente de derechas, que cree que el pueblo piensa con los pies, y también los prejuicios de muchos compañeros de izquierdas, que creen que el fútbol tiene la culpa de que el pueblo no piense.

lunes, 7 de junio de 2010

Galeano: “Messi es el mejor del mundo porque sigue jugando como un chiquilín en su barrio”

Tanto el astro argentino como Diego Maradona, la selección de Uruguay o sus candidatos al título surcaron esta extensa entrevista con el escritor uruguayo, confeso amante del fútbol que, según reconoce, durante la Copa del Mundo se muda “al Planeta Pelota, igual de redondo, pero más chico”.


Por Julio Boccalatte y Marcos González Cezer
Página 12

A partir del sábado que viene y hasta la finalización misma del Mundial Sudáfrica 2010, como viene sucediendo desde hace muchísimo tiempo y cada cuatro años exactos, Eduardo Galeano exhibirá un cartel en la puerta de su casa: “Cerrado por fútbol”. El gesto, más divertido y diplomático que el “no molestar” de los hoteles (y al que podría acompañar con un “estoy trabajando para ustedes”, ya se verá), de todas maneras parece innecesario: “Durante los mundiales directamente me voy del Planeta Tierra. Me mudo al Planeta Pelota, igual de redondo pero más chico. Me dedico a ver todos los partidos, o al menos a intentarlo, porque siempre pasa que alguno me pierdo. Pero lo que quiero decir es que me siento con una cervecita bien fría delante de la TV y me meto en una pelota. Y de ahí no salgo hasta que el Mundial se termina. Así de sencillo”.

Pero el Mundial todavía no empezó. Y el escritor uruguayo, antes de perderse en el laberinto de fixtures y horarios, esas coordenadas particulares del Planeta Pelota cuando la escena ocurre lejos, habló de todo (en el programa De Puntín, de Ediciones Al Arco, AM 970, radio Génesis, sábados de 13 a 14). Habló de Lionel Messi: “Es el mejor del mundo porque sigue jugando como un chiquilín en el barrio”. Habló de Diego Maradona: “Ha sido injustamente atacado, y aunque una cosa es ser jugador y otra técnico, todavía hay que darle tiempo y espacio”. En definitiva, habló de fútbol.

–¿Sigue teniendo con el fútbol la misma relación de siempre?

–Absolutamente. No podría estar alejado del fútbol. Soy fútbol-adicto. Y esto viene de la infancia más remota, porque mi padre me llevaba al estadio cuando yo todavía era un bebé. Y luego, claro, toda mi vida jugué al fútbol.

–¿Jugaba bien?

–No. Mal, muy mal. Era entreala derecho, lo que hoy sería un volante ofensivo, pero siempre fui un chambón, un pata de palo. Así que al final me resigné, acepté mi destino y terminé intentando escribir para ver si podía hacer con la mano lo que con los pies no pude hacer nunca.

–Pero esos intentos fueron apenas eventuales hasta la aparición de El fútbol a sol y sombra.

–Es verdad. Hasta ese libro yo había escrito muy poco de fútbol, pero después me tomé el tema más a pecho. Por fin hice lo que quería: jugar al fútbol con las palabras y a mi manera. A este libro lo voy actualizando luego de cada Mundial, y eso también tiene que ver con aquello de “Cerrado por fútbol”.

–El ejercicio de unir literatura y fútbol, por cierto, parece cada vez más aceptado, o al menos es más practicado.

–Celebro que haya gente que escribe muy bien y que no oculte su pasión futbolera. Cuando tenía 20 años, dirigí en Uruguay un diario independiente de izquierda. Se llamaba Epoca y tenía buena resonancia, con 35 mil ejemplares. Eramos todos muy jóvenes y capaces de esa locura, una experiencia maravillosa en la que nadie cobraba y de la que todos los militantes, unos 5 mil, éramos accionistas. Así que recuerdo muy bien lo que eran las asambleas, con 200 o 300 personas hasta las siete de la mañana, en las que yo tenía que dar la cara y defender las páginas dedicadas al fútbol. Era la pelea más feroz de todas, porque para los militantes de izquierda aquello era dilapidar cinco o seis páginas de un vocero de la clase trabajadora, de un diario antioligárquico, para consagrar al fútbol, el “opio de los pueblos”. Recién ahora la izquierda se está curando de esa enfermedad en la que acusa al fútbol de que la gente no piense. Ahora los intelectuales no tienen vergüenza.

–¿Y qué espera de este Mundial, como hincha y como intelectual?

–Que me ofrezcan una fiesta para los ojos. Ese prodigio de hermosura que el fútbol es. Obviamente que quiero que gane Uruguay, y si no es Uruguay que sean la Argentina o Brasil, los países que siento más próximos. Pero antes que nada soy un fanático del buen fútbol.

–Más allá de los colores...

–Más allá de los colores. De chiquilín era hincha rabioso de Nacional. Iba al talud (la popular), detrás del arco, es decir la tribuna más pobretona y más violenta, porque en aquel tiempo yo también me fajaba como cualquier hijo de vecino. Era bastante peleón. Tenía 11, 12, 13 años. Pero con el paso del tiempo fui descubriendo que lo mío es el fútbol, sobre todo cuando alguien me ofrece esa fiesta, la del fútbol bien jugado. Cuando ocurre ese milagro, lo agradezco sin importarme el equipo o la selección. Y más todavía: incluso en partidos de Nacional, confieso que muchas veces quiero, secretamente, que gane el menos poderoso, el más pequeño. Como me dijo una vez un amigo español: “Estás condenado, porque vas a estar siempre de parte del toro”. Nunca del torero. Por eso me hizo feliz el título de Argentinos Juniors, la posibilidad de que se rompa el monopolio, más allá de que tengo amigos que son hinchas.

–¿Sigue yendo a la cancha?

–Sí, sigo yendo. Es curioso, hasta masoquista diría, porque el fútbol rara vez me devuelve en el estadio algo que se parezca a la expectativa que me lleva. Espero ver un espectáculo bello y muy rara vez ocurre.

–¿Y a qué le atribuye la insistencia?

–Primero, a la diferencia que existe, por ejemplo, entre el cine y el teatro. Una cosa es ver el partido en el estadio, donde se escucha la respiración de los protagonistas, y otra cosa diferente es verlo por televisión. Pero también creo que tiene que ver con algún residuo de mi formación católica.

–¿Cómo es eso?

–Tuve una infancia muy católica. Creía en Dios y creía que Dios creía en mí. Ahora no creo más en el cielo, ni en el dolor, ni en ese elogio del dolor que la Iglesia Católica me metió adentro, pero me debe haber quedado algún efecto residual de aquel aprendizaje: que todo lo que sufras en la Tierra será recompensado en el cielo. ¡Debe ser eso lo que me lleva a la cancha! Pero también me lleva el espectáculo del público, el fervor, esas oleadas de entusiasmo que sentís cuando la gente está a tu lado y no cuando lo ves por televisión o te lo cuentan. ¡Y las ocurrencias de la gente! Recuerdo que había un jugador de Nacional, Escalada, que de 90 veces que pateaba al arco, apenas una era gol. En las restantes le gritaban: “¡Con la herradura no, con la herradura no!”. Eso también es parte de la fiesta del fútbol y es algo que yo, que siempre fui un escuchador, disfruto de manera especial.

–De aquella infancia católica y futbolera, ¿qué cosa recuerda con cariño particular?

–La pared de mi pieza, en la que tenía un crucifijo rodeado de figuritas. Ahí estaban Rinaldo Martino, aquel de San Lorenzo, y tantos otros que jugaron en Nacional. Era toda la pared pegada de figuritas alrededor del crucifijo. Y abajo, como para que no se vieran mucho porque eran “enemigos” de Peñarol, también había pegado a (Juan) Schiaffino o a (Julio) Abbadie. ¡Me gustó tanto verlos jugar! Abbadie era capaz de hacer que la pelota fuera rodando por la línea lateral y con puros amagues, sin tocarla, iba eludiendo a sus rivales. Me gustaría escribir como Abbadie jugaba. Me gusta ese fútbol, el de las orillas, el del wing, que en inglés significa ala. Abbadie era un hombre con alas.

–Como Garrincha.

–Exacto. Tuve la suerte de verlo jugar dos veces en Río. Era como ver a Chaplin en la cancha. Garrincha disfrutaba tanto que terminaba una jugada y se sentaba arriba de la pelota, después de dejar a todos sus rivales en el camino, provocando, como diciendo “a ver si me la sacan”. Después algunos lo querían degollar porque a veces ni siquiera hacía el gol.

–¿Messi tiene ese perfil de jugador “orillero”?

–Yo creo que Messi es el mejor del mundo porque no perdió la alegría de jugar por el hecho simple de jugar. En ese sentido no se profesionalizó. Están los que escriben por placer y están los que escriben por cumplir con el contrato o ganar dinero. Messi juega como un chiquilín en su barrio, no por la plata. Cómo se mete, cómo engaña, esa picardía que es tan linda de ver en los potreros. Cuando el fútbol profesional me desengaña demasiado, me voy por la rambla de Montevideo a ver a los chiquilines jugando en los campitos.

–¿Y a Diego? ¿Cómo lo ve en su función de director técnico?

–Creo que ha sido injustamente atacado. Una cosa es ser jugador y otra director técnico, pero hay que darle tiempo y espacio, ver qué pasa. Lo que ocurre es que Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en la espalda: llamarse Maradona. Es muy difícil ser Dios en este mundo, y más difícil comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa. Y el de Maradona es un caso único, el deportista más famoso del mundo, a pesar de que hace años que ya no juega, esa necesidad de protagonismo derivada de la popularidad mundial que tiene.

–En su último libro, Espejos, habla de Diego como un “dios sucio”.

–Pero no en un sentido insultante. Quiero decir que es el más humano de los dioses, porque es como cualquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil... ¡Todos somos así! Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él por eso mismo. No es un dios que desde lo alto del cielo nos muestra su pureza y nos castiga. Entonces, lo menos que se parece a un dios virtuoso es la divinidad pagana que es Maradona. Eso explica su prestigio. Nos reconocemos en él por sus virtudes, pero también por sus defectos.

–¿Usted lo considera capaz de llevar a la Argentina hasta la Copa del Mundo en Sudáfrica?

–La Argentina es uno de los favoritos a ganar la Copa por la riqueza de su plantel, con esto no estoy descubriendo la pólvora. Pero hablar de Maradona en esos términos me parece una desproporción, porque hoy se les da a los técnicos una importancia que para mí no tienen y que termina perjudicándolos: de hecho se los hace casi únicos responsables de una derrota. Es otra de las deformaciones del fútbol: se le da al técnico un aura científica, como si fueran colegas de Einstein. Antes ni se sabía quiénes eran los entrenadores. El mejor que conocí fue un señor que se llamaba Cóppola, que dirigía al equipo de un pueblito muy chiquito de Uruguay, Nico Pérez. Era peluquero, un día se sacó la grande y puso un cartelito en su local: “Cerrado por exceso de capital”. La cosa es que toda la táctica y toda la estrategia de Cóppola se reducía a lo siguiente: acompañaba a sus jugadores a la cancha, los palmeaba en la espalda a medida que iban saliendo y les decía, sencillo: “Muchachos, ¡buena suerte!”.

–Por afuera de lo estrictamente deportivo, ¿podría perjudicar el camino de la Argentina en el Mundial esta presencia tan mediatizada de algunos barras en Sudáfrica?

–Sería una pena, teniendo la Argentina tanta calidad de jugadores, que se embarrara la cancha por un tema así. En principio, el hecho de que viajaran junto con el plantel me generó preocupación. Pero espero que no ocurra ningún desastre, que no empañen lo que creo será un alto lucimiento, que no haya episodios de violencia por estos fanáticos que no aman al fútbol del mismo modo que los borrachos no aman el vino. Entre muchas otras cosas, Da Vinci escribió un libro en el que recogió fábulas de la región toscana de Italia, y ahí hablaba de eso: de la ofensa de una botella de vino por la mala manera en que la tomaba el borracho. Siempre pensé que era una fábula muy justa y es la misma relación entre el fútbol y los fanáticos de la violencia, ese desahogo que hacen de lo peor que el alma humana tiene.

–¿Y a Uruguay? ¿Cómo lo ve?

–Creo que mejoró mucho con relación a tiempos no tan pasados. Lo que ocurre es que Uruguay sigue siendo un país exportador de “pie de obra”. Vendemos mano de obra y, en el caso de los futbolistas, pie de obra. Hay más de doscientos jugadores uruguayos en el exterior. Tener esa cantidad afuera, en un país cuya población entraría en Avellaneda, habla de que estamos muy desangrados. Al período de esplendor de nuestros futbolistas lo vemos por la TV. De todas maneras, en función de esa calidad de jugadores, porque por algo son convocados de las ligas más importantes del mundo, yo tengo la ilusión de que Uruguay juegue lindo, juegue bien. Aunque ya no somos los que éramos.

–¿En qué sentido?

–Hay una parte de la historia que parece inexplicable: cómo un país despoblado y pequeñísimo pudo ganar la medalla de oro en fútbol de los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, el Mundial de Uruguay de 1930 y pudo vencer en el Maracaná, en el Mundial de Brasil de 1950, contra todo pronóstico. Pero eso tiene explicación: el papel fecundo que tuvo el Estado uruguayo en los albores del siglo XX. Uruguay estuvo en la vanguardia del mundo en educación libre, laica, gratuita y obligatoria, con un papel creativo, y allí estuvo integrada la educación física. Sembró campos de deportes en todo el país. Por no hablar de muchas otras cosas: las ocho horas laborales antes que en los Estados Unidos, el voto femenino antes que en Francia, la ley de divorcio 60 años antes que en España... cosas así. Eso explica cómo un país minúsculo pudo llegar tan alto. Pero el Estado perdió esa energía de cambio, se fue desinflando, y esa falta de continuidad en la vocación creadora del poder público se reflejó en el fútbol. Por eso digo que ya no somos los que éramos.

–El futbolista tampoco es lo que era.

–Eso es verdad. La gente deposita en ellos una carga enorme. Esto engorda el ego de quienes reciben el elogio multitudinario, pero a la vez representa una carga muy pesada. Hay una cosa muy perversa ahí.

–¿Cuál es, puntualmente?

–Fabricar ídolos para después voltearlos. Es un cuchillo de doble filo, en definitiva. La gente se reconoce en la alegría de un jugador, cuando gana o juega bien. Pero también los hace responsables de la desdicha colectiva cuando pierde. Porque allí el alma de mucha gente se desinfla.

jueves, 23 de abril de 2009

Gol en cancha de las letras

¿Ha ganado el fútbol su lugar en la literatura? ¿Pueden hacer equipo los hinchas con los libros?

Bogotá capital mundial del libro 2007.

Por Camilo Rueda Navarro

Durante años hubo un leve coqueteo de algunos escritores y el fútbol. Siempre prevaleció la reprobación de los intelectuales para algo considerado como banal y superficial. A lo largo del siglo XX fueron muy pocos los que no renegaron del tema. El chileno Pablo Neruda, con su poema “Los jugadores” publicado en 1923 en Crepusculario, y Mario Benedetti, con su cuento “Puntero izquierdo”, que apareció en Montevideanos, fueron los pioneros hispanoamericanos en llevar al deporte más popular del mundo a la cancha de las letras.

El intelectual comunista italiano Antonio Gramsci definió al fútbol como “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”, palabras que parecen olvidadas o desconocidas por muchos de los camaradas. Fue con el boom latinoamericano que, desde 1960, salieron del closet los escritores que también se revestían como hinchas: Ernesto Sabato, Jorge Amado, Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, fueron los primeros en conciliar su gusto por el fútbol y la literatura. De esta manera, llegaron a ser temas de grandes obras episodios como “el maracanazo”, personajes como Garrincha, equipos como el Corinthians de los años ochenta, o partidos clásicos como Boca-River.

La incipiente relación que se iba construyendo tuvo su momento de desencuentro cuando Borges, uno de los intelectuales que menospreciaban el fútbol, tuvo la osadía de programar una conferencia el día y hora en que allí mismo, en Buenos Aires, se inauguraba el campeonato mundial de 1978.

En los últimos años, los periodistas dieron un impulso a la relación al crear, con sus crónicas, el ambiente propicio para escribir sin complejos ni tabúes sobre el “opio del pueblo” contemporáneo. Incluso vivimos la incursión exitosa de un futbolista en la literatura: Jorge Valdano. Recientemente presenciamos una explosión de narrativa futbolera, que tal vez tuvo como su mejor fruto a El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano.

Una de las mejores aproximaciones entre libros y goles la tuvo la campaña “Cuando leés, ganás siempre” llevada a cabo en Argentina durante 2003, que contemplaba la distribución gratuita de cuentos en los estadios donde se realizaban partidos profesionales. Esta campaña tuvo su versión colombiana con ocasión de la designación de Bogotá como capital mundial del libro 2007-2008.


El Distrito repartió gratuitamente miles de ejemplares de libros en el estadio El Campín durante uno de los clásicos capitalinos. Muchas obras e historias ratifican que sí es posible hacer equipo entre el fútbol y las letras.

Publicado originalmente en el periódico Ex – Libris, edición 128, mayo de 2008.