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sábado, 6 de junio de 2020

Cuentos de fútbol: Atiguibas (Julio Ramón Ribeyro)


En el viejo estadio nacional José Díaz -ahora ampliado y modernizado- viví de niño y luego de muchacho horas inolvidables. Con mi hermano vimos desfilar por la grama pelada de la cancha a los más renombrados clubes del fútbol de Argentina, Brasil y Uruguay. Y también del Perú, hay que decirlo, pues entonces teníamos grandes jugadores y equipos que realizaron hazañas memorables. En las Olimpiadas de Berlín del 36, para poner un ejemplo, estuvimos a punto de campeonar luego de vencer a Austria por 4 a 2. Pero a Hitler no le gustó la cosa: que negros y zambos de un país como el Perú derrotaran a rubios teutones era para él no sólo un traspié deportivo sino un revés ideológico. La FIFA, presionada por el Führer, ordenó que se anulara el partido alegando que la cancha tenía no sé cuántos metros más o menos de largo. Nos retiramos de las Olimpiadas, con lo que salvamos nuestra dignidad, pero perdimos el campeonato.

En esa época, cuando venía un equipo extranjero, había que ir al estadio a las diez de la mañana, si uno quería encontrar sitio en las tribunas populares. El partido de fondo era a las cuatro de la tarde, de modo que para que el público no se aburriera se jugaban antes unos diez o doce partidos preliminares: calichines, infantiles, juveniles, equipos de barrio o clubes de segunda y tercera división. Todo ello bajo un sol de plomo, pues las temporadas internacionales eran en pleno verano. Los espectadores tenían que ponerse viseras o fabricarse gorros con papel periódico. Y la mayoría de ellos llevar su almuerzo en bolsas o paquetes, si no querían desfallecer de hambre a mitad de la tarde. Las tribunas se convertían así no sólo en una galería atestada de hinchas síno en un gran comedor público o picnic distribuido en las graderías. Y en un tráfico de vendedores ambulantes, pues siempre faltaba algo que comer o que beber o que fumar y entonces entraban a tallar los mercachifles que se deslizaban por las gradas ofreciendo empanadas, butifarras, anticuchos, cigarrillos al menudeo y botellas de cerveza y gaseosas. Cuando el partido estaba que ardía, se deslizaban agachados, casi reptando, pues de lo contrario eran blanco de insultos y proyectiles, si no eran simplemente echados a empujones por encima de las cabezas de los espectadores hasta aterrizar al borde de la cancha.

Un detalle para completar el ambiente de las tribunas populares de entonces: la de "segunda", a la que íbamos mi hermano y yo, era de cemento hasta las diez primeras gradas y de madera hasta la parte más alta. No había en ellas baños ni retretes. Después de horas de ver fútbol y de beber, el público quería orinar. No quedaba más remedio que subir hasta la última grada y mear por encima de la baranda sobre el espacio de tierra situado entre las tribunas y las altas paredes que cercaban el estadio. Quien en esos momentos se arriesgara a caminar por ese lugar tenía asegurado su duchazo de orines. Pero lo más frecuente era que los meones no pudieran subir hasta la última grada porque había mucho público o porque ya no se aguantaban y entonces buscaban un orificio en las graderías de madera y adoptando posiciones grotescas metían su pito por allí y se aliviaban entre las risas y bromas de los hinchas. En esa época no iban mujeres al estadio. El fútbol era sólo cosa de machos.

El grito surgió en medio del tenso silencio que reinaba durante el partido entre el popular club nacional Alianza Lima y el visitante argentino de turno, el San Lorenzo de Almagro. Los negros del Alianza acababan de empatar a un gol con sus rivales cuando la voz resonó en lo alto de la tribuna de segunda:

-¡Atiguibas!

Era la primera vez que escuchábamos ese grito. El público lo recibió con risotadas y el partido continuó, cada vez más angustioso pues los argentinos amenazaban sin descanso el arco aliancista. Pero cada cinco o diez minutos volvía a escucharse el grito:

-¡Atiguibas!

Y el ambiente se relajaba.

Pronto los argentinos concretaron su dominio: el corpulento Lángara, centro delantero vasco del San Lorenzo, marcó tres goles seguidos, el último de ellos con un cañonazo desde treinta metros. Ya no había nada que hacer, habíamos perdido. Dejamos las tribunas con el rabo entre las piernas justo cuando un último "¡Atiguibas!" resonaba en el estadio y lograba apenas hacernos sonreír.

A partir de entonces, no hubo match internacional o de campeonato, en el que este grito no se escuchara en el estadio, estuviese el partido aburrido o apasionante, fuésemos ganando o perdiendo, despertando siempre hilaridad en el público. ¿Quién lo lanzaba? Su autor era al parecer inubicuo, alguien que estaba un día en una tribuna y luego en una diferente. Mi hermano y yo, a fuerza de ir al estadio, logramos localizar el origen del grito en la parte alta de la tribuna de segunda y a veces en la tribuna de popular norte, pero no distinguimos al sujeto que lo lanzaba. La voz era potente, ronca, una voz borrachosa o negroide. Pero el estadio estaba lleno de borrachosos y negroides. ¿Qué significaba además esa palabra? Nadie lo sabía. Todos a quienes preguntamos, en el estadio o fuera de él, decían haberla escuchado pero ignoraban su significado.

Una tarde al fin logramos ver al gritón y en circunstancias más bien sombrías. Fue durante un partido muy esperado en el cual el campeón nacional Universitario de Deportes -del cual mi hermano y yo éramos hinchas furiosos- recibía al campeón brasileño Sáo Paulo. Como el uniforme de ambos equipos era blanco, Universitario por cortesía con el visitante cambió el suyo por una camiseta verde. Ver salir a nuestro equipo con una camiseta de otro color nos dio mala espina. Había de por medio además un duelo entre centrodelanteros: Leonidas, llamado el Diamante Negro brasilero, y Lolo Fernández, el Cañonero peruano. Apenas sonó el silbato se escuchó un estruendoso "¡Atiguibas!" que puso a todos de buen humor. Y el buen humor aumentó cuando nuestro equipo abrió el marcador gracias a un tiro libre de Lolo Fernández. El primer tiempo terminó a nuestra ventaja, pero al comenzar el segundo el Diamante Negro se destapó. Era un negro de frente muy despejada, casi calvo y de físico esmirriado, pero diabólicamente técnico, inteligente y mañoso. En apenas veinte minutos sus jugadas sembraron la confusión en nuestra defensa y el Sáo Paulo anotó cinco goles seguidos. El último de éstos fue como un detonador: el público pasó por encima de las alambradas e invadió la cancha, no se sabía si para agredir a los brasileros o para linchar a los peruanos. El árbitro dio por terminado el partido y ambos equipos huyeron hacia los camerinos custodiados por la policía. Fue entonces cuando sonó un "¡Atiguibas!" lastimero en medio de las graderías que se despoblaban y pudimos ver en lo alto de la tribuna de segunda, nuestra tribuna, a un mulato bajo, regordete, de abundante pelo zambo, que hacía bocina con sus manos y lanzaba un postrero "¡Atiguibas!", justo cuando fanáticos de la mala entraña hacían fogatas con periódicos, las tribunas de madera empezaban a flamear y nosotros teníamos que abandonar el estadio a la carrera.

No sólo las fogatas nos impidieron esa tarde acercarnos al mulato gritón, sino el abatimiento. Quien no conoce las tristezas deportivas no conoce nada de la tristeza. Esa vez, como muchas otras veces, salimos del estadio con la muerte en el alma, desesperados de la vida, sin saber cómo podríamos consolarnos del fracaso de nuestro equipo. Éramos aún muy chicos para buscar olvido en las cantinas y por supuesto no lo bastante maduros para encajar filosóficamente una derrota. No nos quedaba otra cosa que sufrir durante días o semanas, hasta que el tiempo aplacara nuestro dolor o una victoria de nuestro equipo nos devolviera la alegría.

Una victoria, eso tardaría en venir, pero al fin la tuvimos e inolvidable, uno o dos años más tarde, cuando llegó a Lima precedido por inmensa fama el Racing Club de Buenos Aires. Acababa de ganar el campeonato argentino, habiéndose mantenido invicto en los últimos veinte partidos. En su plantel todos eran estrellas, pero sus figuras más descollantes eran el arquero Rodríguez, el defensa Salomón (un metro noventa y cinco por cien kilos de peso) y el alero ízquierdo Ezra Sued. Universitario de Deportes, en cambio, había terminado tercero del torneo nacional y su célebre Cañonero Lolo Fernández, nuestro ídolo, estaba lesionado y quedaría en el banco de los suplentes.

El partido comenzó a las cuatro de la tarde, precedido por un estruendoso "¡Atiguibas!" que resonó esta vez muy cerca de nosotros. El Racing era realmente una máquina de hacer goles. En apenas diez minutos su centro delantero Rubén Bravo, gracias a pases milimétricos de Ezra Sued, perforó dos veces la valla de nuestro equipo. La delantera de Universitario, conducida por el flaco Espinoza, se estrellaba sin remedio contra el gigante Salomón. En el estadio reinaba un silencio pavoroso y ni siquiera el zambo gritón, a quien ubicamos ahora pocas filas más arriba, se atrevía a lanzar su arenga.

Al promediar el primer tiempo el entrenador de Universitario decidió hacer entrar a Lolo en reemplazo del flaco Espinoza. Su aparición en el campo, con su redecilla en la cabeza y un ancho vendaje en el muslo, despertó aplausos atronadores y un alentador "¡Atiguibas!". Y entonces se produjo el milagro. Lolo Fernández marcó cinco goles, pero cada uno de ellos fue una obra de arte, un modelo de fuerza, técnica, coraje y oportunismo. El primero fue un cañonazo de quince metros, al empalmar a la carrera un centro a media altura que le envió el alero izquierdo. El segundo una "palomita" entre las piernas de Salomón, impulsado con la cabeza, casi al ras del suelo, un centro-tiro de su hermano Lolín. El tercero fue simplemente un golpe de taco, de espalda al arco, aprovechando una bola que vacilaba en el área de castigo. En la segunda parte del encuentro, Racing de entrada marcó un gol, con lo que igualó tres a tres y sembró pánico en la hinchada. Los platenses se volcaron con ardor en el campo de Universitario, decididos a defender su prestigio de campeón argentino. Pero Lolo estaba en su tarde gloriosa: aprovechando un tiro de esquina se elevó por encima del gigante Salomón y envió un cabezazo que rebotó delante del arco y penetró en la valla. Minutos más tarde, durante un nuevo contraataque, recibió un pase en el centro del campo, avanzó velozmente con el esférico y sin detenerse envió desde fuera del área un violento tiro rasante que venció la valla argentina por quinta vez. El arquero Rodríguez, de pura rabia, se quitó la gorra y la arrojó al suelo. Fue un signo de claudicación: el Racing, desmoralizado, aceptaba su derrota. En los minutos finales se limitó a jugar a la chacra para evitar un nuevo gol. El match terminó en medio de hurras, cantos y chillidos de júbilo y entre éstos el infalible y sonoro "¡Atiguibas!". Como esta vez el mulatón estaba a nuestro alcance, mi hermano y yo tratamos de abordarlo para compartir nuestra emoción y sonsacarle de paso el sentido de su enigmático grito. Pero una turba de hinchas borrachos que blandían botellas de cerveza lo rodearon y en ruidosos tumultos se perdieron por una de las oscuras escaleras que descendían hacia las puertas de salida.

Seguimos yendo al viejo estadio durante años, más por costumbre que por pasión. Las derrotas nos hacían aún sufrir y los triunfos gozar, pero con menos intensidad que antes. Éramos ya mozos, descubríamos el amor, el arte, la bohemia, la ambición, otros ámbitos donde invertir nuestros sueños y cobrar otra calidad de recompensa. Öbamos a la segunda en grupo, tomábamos cerveza, llegábamos incluso a burlarnos piadosamente de nuestros ídolos, Lolo Fernández entre otros, que se acercaba a la cuarentena y fallaba lamentablemente hasta tiros de penal. Y el "¡Atiguibas!" seguía resonando, con menos frecuencia que antes, es verdad, pero seguía resonando, despertando siempre la risa del público y nuestra curiosidad. Una especie de fatalidad impedía sin embargo que abordásemos la fuente del grito, el zambo borrachoso, a pesar que lo tuvimos algunas veces tan cerca que pudimos ver su encrespada melena, su tosca nariz un poco torcida y su cutis más morado que negro, marcado por cráteres y protuberancias, como un racimo de uvas borgoña muy manoseado. Gresca, tranca o llegada de la "segundilla" (público al que se abría las puertas del estadio media hora antes que terminara el partido y que inundaba las tribunas de segunda) lo sacaron siempre de nuestra órbita. Es así que terminé por no ir ya más al estadio y luego por abandonar el país sin haber podido resolver el secreto de este grito.

Muchos años más tarde, en uno de mis esporádicos viajes al Perú, me aventuré por el Jirón de la Unión, convertido ya en calle peatonal atestada de ambulantes, cambistas, vagos y escaperos. Me abría paso difícilmente entre la muchedumbre cuando divisé en el atrio de La Merced a un pordiosero de pie al lado del pórtico con la mano extendida. Su rostro me dijo algo: esa nariz asimétrica, esa pelambre ensortijada ahora grisácea y sobre todo ese cutis morado, violáceo, como de carne un poco pútrida. ¡Acabáramos, era Atiguibas! ¡La ocasión al fin de abordarlo, de acosarlo y de averiguar el significado de esa palabra que durante años traté en vano de conocer! Me salí del río de peatones y me acerqué al mendigo que, según noté, tenía un pie envuelto con un espeso vendaje sucio. Al sentir mi presencia alargó más la mano cabizbajo:

-Alguito no más para este anciano enfermo. Su voz ronca era inconfundible.

Inclinándome le murmuré al oído:

-Atiguibas.

Fue como si lo hubiera hincado con un alfiler. Dio una especie de respingo y levantó la cabeza, mirándome con los ojos muy abiertos.

-No me digas que no -continué-. Te conozco desde que iba al estadio de chiquito. La tribuna de segunda, allí arriba. ¡Cuántas veces te he oído gritar! Pero ahora me vas a decir lo que quiere decír Atiguibas. He esperado más de veinte años para saberlo.

El mulato me observó con atención y alargó más la mano.

-Sí, pero me sueltas unos verdes.

Tenía en el bolsillo un billete de cinco dólares y otro de cien.

Le mostré el de cinco. Hizo un gesto negativo con la cabeza.

-Veinte dólares.

Protesté, diciendo que eso era una estafa, que si no fuera porque estaba en Lima de paso no le hubiera ofrecido ni un solo dólar, pero el mulato no cejó.

-Bueno -dije al fin-. Voy a cambiar estos cien dólares. Espérame aquí.

El mulato me retuvo.

-Esos cambistas son de la mafia. Venga conmigo acá adentro. Yo conozco al sacristán. Él paga bien.

Entré a la iglesia guíado por él, que se desplazaba sin mucha dificultad a pesar de su pie vendado. El templo a esa hora estaba casi vacío, frecuentado sólo por algunos turistas y beatas e iluminado por los cirios que titilaban ante algunas imágenes. Pasamos delante de varios confesonarios desiertos hasta llegar a una puerta lateral que estaba entreabierta.

-¿Tiene el billete allí? Me espera un instante. Le entregué los cien dólares y di unos pasos hacia el sagrario para apreciar de más cerca las tallas barrocas del altar mayor, pero a los pocos metros me detuve atenazado por la sospecha y volví rápidamente hacia la sacristía. En esa pieza no había nadie, ni tampoco en la contígua, ni en la siguiente que, por una pequeña puerta, reconducía a la nave lateral. Ya ni valía la pena echarse a buscar al mulato, que no era ni cojo ni mendigo. De pura cólera lancé un estruendoso "¡Atiguibas!" que resonó en todo el templo alarmando a las viejas dobladas en sus reclinatorios. Y creí comprender el sentido de esa palabra cuando al salir de la iglesia me sorprendí diciéndome que ese mulato pendejo me había metido su atiguibas.

(Del libro Cuentos completos, Alfaguara, 1994)

viernes, 16 de febrero de 2018

Argentina, la ciencia y el fútbol se darán cita en la próxima Feria del Libro de Bogotá

Con motivo del Mundial de Rusia 2018, se crea Filbo Fútbol, que traerá actividades dedicadas a ese deporte. Argentina será el invitado de honor


La ciencia y el fútbol serán dos de las grandes novedades de la XXXI edición de la Feria del Libro de Bogotá (Filbo), que contará con más de 1.500 eventos culturales y con Argentina como país invitado de honor. La cita internacional se realizará entre el 17 de abril y el 2 de mayo.

Argentina repite después de 24 años como protagonista del evento con una delegación de 40 autores y artistas, entre los que destaca el fotógrafo Daniel Mordzinski, reconocido por sus retratos de artistas y quien será el encargado de las postales oficiales por segundo año consecutivo.

Entre las nuevas secciones, destacan la Filbo Ciencia, en la cual se entregará a los asistentes un espacio dedicado a la ciencia, la filosofía, astronomía y física, entre otros.

De igual forma, como serie previa al Mundial de Rusia 2018 se creó Filbo Fútbol con actividades dedicadas a ese deporte, así como salones especializados en ilustración, cine y digital.

Bajo el lema "Siente las ideas", los organizadores buscan que durante los 16 días de la feria los asistentes experimenten diversas sensaciones a través de talleres musicales, charlas de reconciliación, y libros sobre culinaria, entre otros.

La edición de este año contará con más de 150.000 títulos de diversos géneros, con los que esperan superar los 550.000 visitantes que acudieron a la cita literaria en su edición anterior.

Agencia Efe

miércoles, 5 de abril de 2017

El Frente Patriótico Manuel Rodríguez y el fútbol

"Cambio de juego, historias desconocidas del fútbol chileno", es un libro de Nicolás Vidal en el que recopila crónicas sobre el balompié chileno. A continuación un fragmento de su primer capítulo, dedicado al Frente Patriótico Manuel Rodríguez y su vínculo con el fútbol:


Era cerca de la medianoche: los últimos suspiros del 20 de octubre de 1984. A Fernando Larenas -jefe operativo del Frente Patriótico Manuel Rodríguez- le quedaba menos de una cuadra para llegar a la casa de seguridad que tenían en La Reina, pero le llamó la atención el movimiento inusitado en la vereda y el jardín. Recién había caído su encargado logístico: sólo podía ser la CNI. No se detuvo y partió a su hogar, en Gran Avenida. Al llegar se encontró con una situación parecida, pero esta vez lo vieron: un par de autos salieron disparados detrás suyo. Apoyó toda la fuerza de su pie derecho en el acelerador y no le importaron luces rojas, discos Pare o cualquier otra señal de tránsito. Ya no eran dos sino cinco los vehículos que lo perseguían. Con medio cuerpo fuera de la ventana los agentes apuntaban, cada uno con su pistola. Fernando sólo podía verlos a través de los espejos. Y escuchar el silbido de los balazos; o el estruendo del vidrio trasero reventándose y dejando el flanco abierto para que los tiros entraran con facilidad en esa portería salvajemente asediada.

El ex arquero del Orompello aguantó hasta Santa Rosa esquivando balazos y luces rojas. Pero se le atravesó un camión. Su Charade se chantó en el pavimento y los agentes aparecieron por todas partes. Estaba desarmado. Una misión imposible: atajaba solo frente a un equipo completo. Le  dispararon a quemarropa con un fusil Galil, de fabricación israelí, a través de la ventana del conductor. Alcanzó a levantar el brazo izquierdo, desviando levemente el proyectil. Recibió el balazo en la cabeza. Los agentes quebraron las ventanas con sus culatas y lo arrastraron hacia la calle. Parte de su masa encefálica quedó en el pavimento. Entre todos patearon ese bulto para después dejarlo desangrándose, con la satisfacción que sólo entregan las misiones cumplidas, al menos para un asesino.

***

Ramiro se refugia en la oscuridad que da la sombra del árbol. Prefiere no exponerse. Un viento salado vuelve más fresco ese anochecer de verano. Baja la mirada hacia su reloj continuamente, preguntándose, tal vez, si es que ha ocurrido algo. Comienza a impacientarse. Se pone en puntillas y mira hacia los dos lados de la calle. Respira aliviado cuando ve que se acerca por Los Placeres el auto en que viene su hermano. Iván no está solo. Lo acompañan, como de costumbre, los dirigentes del equipo San Francisco.

Se dirigen a la cancha. Hace algunos años que no juega en el Orompello. Ahora reside en Santiago y dejó de llamarse Mauricio Hernández Norambuena. Vive oculto -en las sombras- y sólo sale a la luz para jugar el campeonato nocturno Osmán Pérez Freire, el más importante que se disputa en Valparaíso durante el verano. Vuelve al puerto sólo para vestirse de corto. El San Francisco armó un equipo cuyo único objetivo es la copa. Y para eso trajo a los hermanos Hernández.

En los camarines, Ramiro vuelve a ser Mauricio, el futbolista. Recuerda esos minutos previos a los partidos del Orompello, cuando se vestía con Fernando Larenas y su hermano Iván. Pero ahora juegan en otro equipo, y Fernando ya no está. No deja que la nostalgia lo saque de ese partido. Ya está acostumbrado a vivir con esa sensación de que en cualquier momento te pueden disparar en la cabeza, unida a la adrenalina que viene con la compañía del miedo. Pero de todas formas se estremece con las tres mil personas que abarrotan el estadio en esa final del campeonato contra el Econa. En el campo de juego, como tantas veces -junto a su hermano Iván- se olvida del Frente, de la tensión, el miedo y cualquier otra cosa que no sea el equipo rival. Ganan por tres a cero. Reciben la copa ante un estadio lleno y dan la vuelta olímpica: el insustituible sabor de la gloria, tan lejana al anonimato. Después de celebrar, vuelve a esconderse donde el amigo que le da alojamiento.

Al día siguiente, ya de vuelta en Santiago, es el mismo de siempre: Ramiro, el que tiene a su cargo a los grupos especiales. Y por eso mismo es que está junto a Raúl Pellegrin (“Rodrigo” o “José Miguel”), el número uno del Frente. Ya se conocen, se tienen confianza; por eso sus conversaciones suelen comenzar con alguna trivialidad. Bueno, ¿y cómo están las pichangas? Sí, a veces, muy de vez en cuando jugamos en alguna canchita con los amigos, sólo cuando se puede y hay tiempo… El golpe seco del diario -arrojado con violencia sobre la mesa- corta sus palabras. Su mirada sólo sigue el dedo firme de Rodrigo, que apunta a la penúltima página de ese ejemplar de La Tercera. Esa foto, hace un tiempo, lo hubiera llenado de orgullo, pero ahora hace que su estómago se revuelque. El San Francisco con la copa. Su nombre -Mauricio Hernández Norambuena- justo debajo de su foto. Así que ahora todos tus hermanos del Frente saben que Ramiro en verdad se llama Mauricio. La puteada que viene a continuación es la del líder del Frente a un combatiente que ha faltado gravemente a sus obligaciones de clandestinidad y de compartimentar la información, poniendo en riesgo su seguridad y la del movimiento, sobre todo cuando todavía está fresco lo de Fernando. Todo por jugar a la pelota.

***

Los hermanos Hernández Norambuena (Iván, el mayor, y Mauricio, el menor) y Fernando Larenas siempre jugaron en el mismo equipo.

Partieron en el Deportivo Recreo de Viña del Mar, cuando eran unos mocosos de quince o dieciséis años. Vivían en la población Lord Cochrane, en Valparaíso. En ese equipo conocieron a un personaje clave en esta historia: el profesor Óscar Gallardo, que se los llevó desde ahí al Orompello. Ojo, no hablamos de un gris entrenador de inferiores en clubes de barrio, sino del mejor formador de jugadores que ha tenido la Quinta Región. Dos años después, Gallardo partió a Santiago Wanderers, donde descubrió a jugadores como David Pizarro, Reinaldo Navia, Claudio Núñez, Jorge Ormeño y Eugenio Mena.

El año 1976, los tres pasaron al equipo juvenil del Orompello. Larenas al arco, Iván de central y Mauricio de lateral derecho. Ahí -con esos chicos- comienza la historia grande del Orompello. Salieron campeones invictos de la Asociación Valparaíso.

Tras esta campaña, Mauricio fue nominado a la selección de Valparaíso para el Campeonato Nacional Juvenil que se jugó en la salitrera Pedro de Valdivia, en enero de 1977. En ese equipo también jugaba el ex delantero de la selección chilena Juan Carlos Letelier. Así recordó a Mauricio en una entrevista con El Gráfico: “Era defensa central, crespo y chuletero”. Pero Letelier no era el único ilustre en ese equipo porque el arco era protegido por Jaime Zapata, quien después jugaría en Everton y Wanderers.

Mientras tanto, su hermano Iván fue ascendido ese mismo año al primer equipo del Orompello, donde alcanzó a jugar los últimos cuatro partidos en el Campeonato Regional de la Quinta Región. Pudo sentir, por primera vez en la historia del club, ese contacto glorioso con la copa del campeón.

En 1978 fueron promovidos Mauricio Hernández y Fernando Larenas. Al Loco Larenas se lo podía encontrar parado sobre la línea de gol, dispuesto a recibir cualquier disparo del equipo rival. Iván y Mauricio se repartían la defensa y la banda diestra. Jugaban bien. Hasta que llegaron a la campaña del Campeonato Regional de 1979. Faltando seis fechas para el final, estaban peleando la punta palmo a palmo contra Quintero Unido.

***

El estadio de Villa Alemana. Los tablones de las graderías levemente curvadas por el peso de los hinchas que saltan, cantan y no dejan de moverse sobre ellas. Es la final, el partido de desempate entre el Orompello y Quintero Unido. Mauricio Arenas, el arquero filósofo, no fue convocado para jugar pero es uno de los que apoyan desde las graderías, junto a la rama cultural.

El viento tibio hace bailar la melena de Fernando Larenas. Está parado sobre la línea del arco, con la hinchada del Orompello detrás. Es impulsivo, a veces se apresura, pero tiene unos reflejos que le permiten atajadas imposibles, como el movimiento insólito de su brazo izquierdo contra ese disparo a quemarropa que el delantero quinterano ya celebraba como la apertura del marcador. El fútbol, la salida del equipo siempre pasa por los pies criteriosos de Iván Hernández. A veces juega corto con su hermano por la banda derecha o lanza pelotazos cruzados en busca de los delanteros. Incluso, en más de una oportunidad driblea a un atacante que intenta presionarlo. Un partido trabado, como buena final entre equipos parejos. Trancadas, barridas, pierna fuerte al límite del reglamento. Pero el que más corre, el que más mete, sin duda, es Mauricio Hernández. Basta que uno de sus compañeros caiga al suelo para que vaya a guapear con los rivales. Van al alargue, empatados a uno. Ya hay muchos acalambrados, pero Mauricio sigue corriendo sin parar. Muestra un aguante que muchas veces termina contagiando al resto… si es que no se pasa de revoluciones. Roja para Mauricio. Podría haber sido la causa de la derrota, pero el Orompello sigue jugando con la intensidad del jugador expulsado, hasta que por fin logran desequilibrar con un gol agónico que les da el campeonato.

***

Las cifras que se manejaban en el fútbol, en ese tiempo, eran miserables comparadas con las de hoy. Usando un lugar común, se jugaba por amor a la camiseta. Mauricio Hernández y Fernando Larenas fueron a probarse a Audax Italiano, en Santiago. El inicio de una carrera como futbolistas profesionales.

¿Se habría transformado Mauricio en el Comandante Ramiro? ¿Habría sido el Loco el jefe operativo del Frente? Nunca lo sabremos porque ninguno de los dos decidió quedarse, a pesar de haber pasado la prueba futbolística. La plata era muy poca (ni siquiera daba para mantenerse en Santiago), y además implicaba abandonar los cerros de Valparaíso y sus estudios en la Universidad de Playa Ancha.

De vuelta en el puerto, ambos -junto a Iván- fueron nominados para jugar por la selección de Valparaíso en un amistoso contra Santiago Wanderers. Los tres fueron titulares. El Loco Larenas defendió la portería, con una boina en la cabeza, y sólo pudieron hacerle un gol en ese empate a uno que fue visto por más de cuatro mil personas.

***

Fernando Larenas se juntó con Ramiro para revivir viejos tiempos y sentir de nuevo esa protección que le inspiraba el camarín del Orompello, especialmente en esos días en que estaba preocupado por su seguridad. Desde avenida Matta  se fue a la casa de seguridad que tenía el Frente en La Reina, justo antes de ser emboscado por la CNI.

Los vecinos de Santa Rosa, que esa noche tenían una fiesta, lo vieron tirado en la calle. El cadáver aún respiraba. Llamaron a la policía y lo llevaron al hospital Barros Luco. Gracias a la fortaleza de su cuerpo de futbolista, y después de pasar veinticinco días inconsciente, logró sobrevivir. Pero tenía un daño neurológico importante. Funciones como el habla o la coordinación apenas respondían. Volvió a ser un niño. No lo habían matado, pero tampoco podían interrogarlo bajo tortura en esas condiciones. Cuando estuvo estabilizado, decidieron llevarlo a la clínica Las Nieves, en la comuna de San Miguel, esperando que se rehabilitara para sacarle información…

***

Fernando, después de ser rescatado del hospital, escapó de Chile haciéndose pasar por mudo. Logró llegar a Cuba, donde pudo rehabilitarse. Todavía está prófugo -en el extranjero- como tantos otros que se levantaron en armas contra la represión. Tiene ciertos problemas para hablar, pero se le entiende. Lo que no le falla, eso sí, es la memoria. Y todavía se acuerda de esos momentos en que volaba de un palo a otro con su melena al viento, resguardando la portería del Orompello, sin imaginarse que pocos años después sería uno de los protagonistas de la revolución armada que intentó derrocar a la dictadura.

Raúl Pellegrin era el líder indiscutido del Frente, pero me atrevo a afirmar que Ramiro fue su combatiente más importante en Chile. El rescate de Fernando Larenas marcó el comienzo de una serie de operaciones claves en las que estuvo involucrado, ya sea en su planificación directa o en su ejecución. Sólo enumerarlas resulta abrumador.

Tuvo a su cargo uno de los grupos de cinco fusileros en el atentado a Pinochet, en 1986. Fue parte también del secuestro del coronel Carlos Carreño, liberado tres meses después en Brasil a cambio de trece camiones de ropa y alimentos para los pobladores (…). Se le atribuye participación en los atentados contra Gustavo Leigh, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y su socio Enrique Ruiz, protector del Comando Conjunto. Apartándose de esa línea -y en lo que él mismo ha llamado como un grave error político-, se le acusa de participar en el asesinato de Jaime Guzmán. Por último, estuvo a cargo del secuestro de Cristián Edwards.

Fue detenido en 1993 y condenado a doble cadena perpetua en un recinto inexpugnable: la Cárcel de Alta Seguridad, recién inaugurada. Al parecer esa loca idea fue suya: irse volando. Un día se abrieron las nubes y apareció un helicóptero con dos fusileros del Frente disparando con una sola mano, equilibrándose sobre las patas de la nave. Así, a toda velocidad, al medio del patio, soltaron un cordel que contenía un canastito. Esta fue la vía de escape para Ramiro y otros tres compañeros, despegando del suelo como el Loco Larenas cuando jugaba al arco. Subieron con la rapidez de una operación militar, pero con el tono de esas cámaras lentas con que el cine distingue los momentos inolvidables: la ascensión entre los aplausos descontrolados de miles de presos que no podían creer lo que veían.

Estuvo prófugo un tiempo, pero en el año 2002 cayó en Brasil por el secuestro de un publicista. Ahí se encuentra, desde hace quince años, encerrado en condiciones durísimas, esperando que lo extraditen a Chile para cumplir con sus condenas.

***

Iván Hernández Norambuena terminó contagiándose por sus compañeros de equipo. Quiso entrar al Frente en Valparaíso, pero era un tipo muy conocido en el puerto, principalmente por sus cualidades futbolísticas. Tuvo que partir a Santiago y entrar en la clandestinidad el año 1985. No era de los que disparaban: aportaba desde la logística.

Tuvo que salir del país el mes de agosto de 1986, para no ser detenido. Permaneció en Buenos Aires, para volver a Chile el año 1990. En el futuro seguiría viajando entre estos dos países.

Sigue viviendo en Valparaíso, sobre el cerro Esperanza, a pocas cuadras de la sede del Orompello.

Aunque nunca hubo una época tan gloriosa como esos últimos años de los setenta, ve que los dirigentes del club miran su historia con ánimo de olvidarla, de bajarle el perfil. Incluso, la copa de campeón que ganaron en esa final a Quintero Unido, ha desaparecido misteriosamente. Muchos jóvenes ignoran lo que pasó ahí, quiénes fueron los que llevaron al Orompello a la gloria. Pero, para Iván, esta historia es parte de la memoria del cerro Esperanza, de Valparaíso y de Chile. Y, como toda épica, merece ser contada.

*Tomado de Qué Pasa

lunes, 3 de abril de 2017

Bogotá: Rechazo a “traslado” de la Biblioteca Pública del Deporte

La administración distrital contempla anexarla a la Virgilio Barco. Ciudadanía lo considera un “cierre”


Por Oficina de Prensa 
Marcha Patriótica

La Biblioteca Pública del Deporte, ubicada en el Estadio Nemesio Camacho El Campín de Bogotá, está en riesgo de desaparecer por una medida del distrito que busca “trasladarla” a la Biblioteca Virgilio Barco.

“Técnicamente es un traslado, pero en la práctica equivale a un cierre”, explica Camila Manzanares, edilesa de Teusaquillo, quien se opone a esta disposición de las autoridades bogotanas.

Según Manzanares, integrante del Movimiento por la Vida y edilesa por la Alianza Verde, aún no hay una comunicación oficial de la medida, pero estaría planificado que este 8 de abril se anexe a la Virgilio Barco.

El “traslado” afectaría a la ciudadanía residente de la localidad de Teusaquillo, en particular a adultos mayores, grupos de mujeres y colectivos de hinchas del fútbol que la suelen usar.

“Hay personas mayores que visitan la biblioteca y su traslado los afectaría porque tienen dificultades para movilizarse, lo que además genera un gasto extra de transporte”, explica la edilesa.

El cambio obedece a una directriz del distrito que se viene ejecutando desde el 2015 y que consiste en organizar las bibliotecas públicas en nodos. Los sectores aledaños al Campín les corresponde la Biblioteca Virgilio Barco, lo cual sería la motivación para centralizar en ella la del deporte.

“El plan de desarrollo del Distrito tiene unas metas para incrementar la lectura en los bogotanos, pero ¿cómo se va a logar si los pocos espacios que hay los centralizan?”, manifiesta Manzanares.

La medida, que sería ejecutada por entidades como la Secretaria de Cultura, el IDRD, Fundalectura y Biblored, también buscaría ejecutar un recorte presupuestal que se viene evidenciando en el sector.

Por eso, sectores de la ciudadanía de la localidad convocaron a una concentración este 3 de abril en las instalaciones de la biblioteca para articular iniciativas en su defensa.

Entre ellas se encuentra una tutela, una acción popular y jornadas ciudadanas de rechazo a lo que se considera una clausura de la Biblioteca Pública del Deporte, que se destaca por su enfoque especializado.

La Biblioteca Pública del Deporte ofrece colecciones temáticas y actividades gratuitas para la ciudadanía. Fue creada en el 2014 y para bautizarla, el Distrito organizó una consulta virtual con nombres de reconocidos deportistas en la que ganó el futbolista Alfonso Cañón.

Su inauguración también estuvo marcada por la polémica, pues los funcionarios de las entidades distritales nunca acogieron los resultados de la consulta y se resistieron a bautizarla con el nombre de Cañón, destacado deportista bogotano de las décadas de 1960 y 1970.

Ahora la controversia se centra en las intenciones de trasladarla, lo que según la edilesa Manzanares equivaldría a su cierre. Intención que se evidencia en la reciente clausura de su cuenta oficial en Twitter.

sábado, 23 de enero de 2016

Ser como Gómez Pagola

La historia del futbolista vasco y comunista que resistió al franquismo



Por Lucas Carvajal

Quique Peinado, periodista deportivo español, lanzó en 2013 el interesante libro “Futbolistas de izquierdas”. Se trata de una muy buena recolección de relatos sobre jugadores de balompié que, de una manera otra, escribieron con la zurda su vida política. El primero de ellos empieza con una frase digna del dramatismo que solo el fútbol nos regala: “Si los comunistas creen que el fútbol es el opio del pueblo, el Partido Comunista de España en los 60 era un campo de amapolas”.

La historia en cuestión es la de Agustín Gómez Pagola, ciudadano de la República Española, nacido en 1922 en la ciudad vasca de Rentería. En plena Guerra Civil, el adolescente Agustín huía a la Unión Soviética para salvar su vida: fue uno de los famosos niños de la Guerra, cientos de jóvenes de familias republicanas que marcharon a Moscú ante la inminencia de la victoria franquista.

En la URSS, Agustín se convirtió en un ejemplar futbolista del naciente sistema deportivo socialista, jugando con el Torpedo de Moscú y con la selección soviética. Goleador, capitán y stajanovista de las canchas, al lado de sus méritos deportivos guardaba Agustín un honor mucho más discreto: era militante del Partido Comunista de España en el exilio y organizador clandestino de una militancia desperdigada por el mundo entero. Mientras viajaba con su club o su selección, nuestro héroe militaba silenciosamente en el exilio comunista español.

Después de inscribir su nombre con letras doradas en la historia del Torpedo de Moscú, un Agustín mayorcito volvió a España tras ser fichado brevemente por el Atlético de Madrid. Corría el año del 56 y Franco abría las puertas para quienes quisieran huir del país de los Soviets. Entonces la clandestina militancia comunista de nuestro héroe encontró la mejor tapadera posible: las rayas rojiblancas del equipo colchonero.

Ya retirado de la práctica profesional, Gómez Pagola se dedica a entrenar equipos de juveniles en Euskadi mientras organiza y coordina a la resistencia comunista vasca, siempre en silencio, sin notoriedad alguna. En 1961 es capturado por las fuerzas de seguridad, torturado y liberado gracias a una campaña internacional. Exiliado en Venezuela, continúa en el trabajo internacional de su Partido, siendo integrante del Comité Central.

Con la aparición de la tendencia eurocomunista en los partidos de Europa Occidental, Gómez Pagola se ubica en el bando de quienes la rechazan y se enfrenta decididamente a Santiago Carrillo en el Comité Central del PCE. Carrillo, secretario general, promueve el antisovietismo y la concertación política. En 1969 la lucha interna lleva a que el sector eurocomunista expulse a los dirigentes del sector marxista-leninista, Gómez Pagola incluido.La llamada “escisión pro-soviética” de la que Agustín participa, conformaría el Partido Comunista de España (VIII-IX Congreso) del que surgiría el actual Partido Comunista de los Pueblos de España. En 1975, atacado por una enfermedad terminal, fallece nuestro héroe en Moscú. Sus restos descansan en el cementerio de Donskoi, paradójicamente cerca de la tumba de Solzhenitsin.La vida de Agustín Gómez Pagola, repleta de peligros y de sacrificios, contrasta radicalmente con los arquetipos de futbolistas que se nos presentan día a día. La última entrega del Balón de Oro es paradigmática: jugadores-modelos pisan la alfombra roja, saludan a sus patrocinadores y llenan los bolsillos de sus representantes.

¿De qué era producto Gómez Pagola? ¿De los horrores de la Guerra Civil y el franquismo? ¿De la férrea cultura conspirativa de los comunistas de la posguerra? ¿De la Guerra Fría? Seguramente algo habrá de cada uno de estos elementos. Pero un fútbol ajeno a mercantilismos, afín al sentir colectivo de los clubes y los seleccionados, algo habrá tenido que ver.

Y así, mientras el circo del fútbol moderno discute sobre quién fichará a cuál jugador o cuáles son los guayos de la temporada, algunos discretamente ponemos el retrato de un vasco calvo y gordito en nuestro santoral de los futbolistas literalmente zurdos. Sí, allí, al lado de la foto del Doctor Sócrates que exigía ganar o perder, pero siempre en democracia. O de la de ese Cantoná enemigo del capital financiero. O arribita de la de Caszely negándose a darle la mano a Pinochet. Y así, entre tantos héroes y de tantos sueños de alcanzar de un fútbol distinto, nos comprometemos en ser militantes de la talla de Gómez Pagola.

lunes, 13 de abril de 2015

Eduardo Galeano y Günter Grass hablan de fútbol

Diálogo ficticio construido con frases de Eduardo Galeano y Günter Grass tomadas de entrevistas, artículos o conferencias. Los dos, grandes escritores y aficionados al fútbol, fallecieron este lunes con pocas horas de diferencia


Por Toni Padilla

… las cucharillas golpean los vasos, llenos de café. Dos ancianos, en una mesa, charlan sobre fútbol.

G.G: Y tú, ¿de qué equipo eres?

E.G: De Nacional. El club de mi vida, de mi niñez. Aunque con el tiempo valoro el talento por encima de las camisetas. Ya no me importa el color de la camiseta si el jugador tiene talento, juega bien. Soy un mendigo de una buena jugada.

G.G: Entiendo. Me sucede más o menos lo mismo, aunque no valoro tanto el buen jugador como el ambiente. Casi disfruto más con un partido de segunda que de tercera. La Bundesliga, con tanto dinero, ha cambiado demasiado.

E.G: La verdad es que si una jugada de talento, un buen partido, tiene como protagonista a un equipo chico, pequeño… casi mejor.

G.G: En este deporte-negocio, las diferencias entre clubes grandes y pequeños ya son imposibles de salvar. Por eso siempre he sido del Friburgo, aunque también entiendo y apoyo la causa del Sankt Pauli. Defender un fútbol popular me parece justo. Que la gente sea propietaria, no las marcas.

E.G: Con la FIFA es complicado. Son como una dictadura. Con estructura monárquica. La monarquía más misteriosa del planeta, sus secretos fueron sellados con siete llaves.

G.G: Si, ellos se aseguraron que el deporte ya no fuera de la gente. La FIFA lo convirtió todo en un negocio. Ganar dinero, sólo ganar dinero. Por eso no pude disfrutar el Mundial del 2006. Le di la espalada y participé en los actos que se organizaron en el campo del Sankt Pauli contra la FIFA.

E.G: Yo el Mundial lo sigo, lo admito. Cuando llega el torneo, pongo el cartel de cerrado por vacaciones. Los uruguayos somos así, nacemos cantando un gol…

G.G: Un gol o una final pueden cambiar la historia de un país. Mira la final del Mundial de 1954. Ganó Alemania y todo el país lo celebró como un milagro, fue clave en la recuperación de toda una nación. Siempre me pregunto qué hubiera sucedido si el árbitro no les anula el gol del empate a los húngaros.

E.G: ¿Y Uruguay? El fútbol nos metió en el mapa. Y la moral subió en 2010, con las semifinales. Cuando Luis Suárez sacó la pelota con las dos manos, se expulsó del Mundial para que Uruguay siguiera. Fue un maravilloso momento de locura patriótica.

G.G: A mí me costó mucho conectar con la selección. Piensa que me he criado con dos Alemanias separadas. Y en 1974 se enfrentó mi pasaporte con mi ideología. No fue fácil. Aunque entonces no seguía tanto el fútbol.

E.G: ¿No te gustaba?

G.G: Sí, me gustaba. Bueno, estaba aparcado, tenía otras cosas en la cabeza. Había jugado de joven en Danzig. Luego salió de mida y volvió. Sobretodo por mi hijo Bruno, que pidió jugar en un equipo.

E.G: ¿No jugaste nunca más?

G.G: Bruno me pidió que jugara un partido de padres de la escuela. A los cinco minutos no podía más. Aunque metía buenos centros. Desde la izquierda, cómo no.

E.G: A mi me tocó vivir siempre como hincha, aunque admito que no soy enemigo de nadie, ni de Peñarol. En eso soy diferente, creo.

G.G: Sin duda. El fútbol sin hinchas no es fútbol.

E.G: El hincha rara vez dice: «Hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Eso me gusta. Muchos intelectuales, de izquierda o de derechas, nos critican por amar el fútbol…

G.G: Me importa poco lo que digan. El intelectual que menosprecia los gustos del pueblo. Típico. Yo menosprecio la FIFA. Como Maradona.

E.G. Ah, El Diego.. Un dios sucio, el más humano de las dioses. Mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón…en pocos minutos, metía el mejor gol y otro de tramposo…curioso tipo.  ¿Cuál es tu jugador favorito?

G.G: Iashvili. El georgiano. Incluso cuando metía goles parecía melancólico. ¿Y el tuyo?

E.G: Varela. Jugadores como Messi son un milagro hoy, pues juegan bien. Pero nadie como el negro jefe. Muchas veces pude comer con él y me contaba cosas del Mundial del Maracanzo. Una vez, comiendo, le sonó el teléfono. Era Zizinho, el brasileño de ese Mundial. Aunque fueron derrotados, los jugadores de ese partido eran amigos. Zizinho lo llamó… ¿Sabes con qué motivo? Contar que tenía la gripe.

G.G: Precioso, precioso. Otro fútbol. Más humano. Documentándome para el libro ‘Mi siglo’, descubrí que antes de la primera final de la Bundesliga, en 1903, los jugadores del Deustcher de Praga se emborracharon antes del partido…imagina.

E.G: ¿Un club checo jugando la liga alemana?

G.G: Eran otras épocas. Las fronteras y el fútbol cambiaron. Lo sabes bien, los escribiste en ‘Fútbol a sol y sombra’.

E.G: Me suena ese libro, amigo. Me suena.

viernes, 13 de marzo de 2015

El comandante, las ideas y la pelota

Entrevista a Gilberto Carrillo y David Rosas, autores de "Chávez es fútbol", un compilado de historias con el expresidente como protagonista.


Por Roberto Parrottino

Ni Gilberto Carrillo ni David Rosas son periodistas. Gilberto es técnico en Minería y, desde hace una década, trabaja como servidor en la oficina del registro civil de El Vigía, una ciudad de Mérida, al noroeste de Venezuela. Eso sí: estudió Historia. David, en cambio, se recibió: es diseñador gráfico. El hilo que los une es Hablamos Fútbol, un colectivo de personas que, se definen, son amantes de la pelota y de los cambios sociales.

Gilberto y David son los compiladores de Chávez es fútbol (2014), un libro de distribución gratuita en el que se enmarca la frase del filósofo italiano Antonio Gramsci –“el fútbol es el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”–; en el que se repasan las historias de las banderas dedicadas al expresidente venezolano en las canchas del mundo; en el que se destaca el capítulo de Ilich Suárez, estudiante de Comunicación Social y barra de Trujillanos, el club del estado más chavista del país; en el que se marca que Venezuela ocupaba en 1998 el puesto 129 del ranking FIFA, y que 2011 alcanzó el 39, el pico más alto de su historia; en el que se detalla la clasificación de la Sub 20 a Egipto 2009, la primera de una selección a un Mundial; en el que escribe Eduardo Galeano y Ángel Cappa; en el que, al fin de cuentas, Gilberto y David volcaron cinco años de investigación, y por el que son hoy felices.


–¿Por qué un libro sobre Hugo Chávez y el fútbol?

Gilberto: –El sueño del era ser beisbolista, no militar. Quizás eso explica por qué su gobierno fue tan diferente al de los militares que implementaron dictaduras en América Latina. Era y es un hombre de pueblo. Por eso juntamos el amor que le tenemos con la pasión que sentimos por el fútbol. No es del todo cierto eso de que el beisbol es el principal pasatiempo de los venezolanos; para muestra basta decir que el béisbol se juega exclusivamente en la zona central del país, mientras que el fútbol cuenta con equipos regados en toda la geografía nacional.

David: –Por el simple hecho de que el Comandante es pueblo y sus ideas llegaron a los pueblos del mundo, esos que se expresan con la alegría del fútbol, y no con la del béisbol. Pese a que muchos países del Caribe jugamos béisbol o “pelota” –como le decimos acá– somos fanáticos del fútbol y leales al Comandante.

–¿Qué fue el fútbol para Chávez como política de Estado?

G: –No diría que el fútbol solamente, sino el deporte en general. Fue tan amplia la visión de Chávez, que le otorgó al deporte rango constitucional en la Carta Magna de 1999. Fue gracias a su gestión que se creó la Universidad Iberoamericana del Deporte, un Ministerio del Poder Popular. Por ejemplo, se dignificó el papel de los atletas paralímpicos, excluidos por todos los gobiernos de derecha; y qué decir de la Copa América de fútbol de 2007, el evento deportivo de mayor envergadura albergado en el país.

D: –El fútbol es y fue tomado en cuenta por el gobierno como política de Estado. Muestra de ello no sólo es la Copa: es también el Centro de Alto Rendimiento en la Isla de Margarita, una infraestructura a la altura de las grandes potencias.

–¿Por qué fue tan crucial la Copa América?

G: –La Copa América nos permitió mostrar al mundo de lo que somos capaces cuando la voluntad y las ganas se ponen por delante. El torneo le dejó al país majestuosos estadios y eso ha sido elemental para el crecimiento de nuestro fútbol. Chávez disfrutó del torneo porque vio feliz a su pueblo; anotó un golazo de cariño, aprecio y agradecimiento.

D: –Significó nada más y nada menos que saldar una cuenta pendiente con todo el pueblo venezolano, ya que éramos los únicos que no habíamos organizado una Copa América.

-¿Cómo era su relación con Maradona?

G: –Chávez vio en Pelusa a un hombre que amaba al pueblo. Y el Pelusa vio en Chávez a un luchador por las causas de los que siempre habían sido humillados. Tanto Diego como Chávez portaban la bandera de los humildes y eso los fue envolviendo en una sincera amistad. “Te sentimos venezolano, Diego. Que no se pongan celosos los argentinos”, fue una de las frases con las que Chávez le expresó su admiración a Maradona, el culpable de que el Comandante aprendiera a amar el fútbol.

D: –¡Amigos! Eran grandes amigos. Se conocieron gracias a Fidel Castro, coincidiendo en ideas, y junto a Fidel son las tres zurdas de América.

–¿Qué les dijo Maradona en el programa De Zurda?

G: –Recuerdo que mi intervención la inicié así: “Para los que amamos el fútbol…”. Y allí Diego me interrumpió diciendo que le fascinaba cuando alguien decía que amaba el fútbol. Haber conocido a Maradona es una emoción comparada sólo con el nacimiento de mis hijos. Estrechar la mano del morochito que –sin disparar una bala– hirió el orgullo de los ingleses y elevó su gloria al cielo en memoria de los caídos en Malvinas fue un honor. Crecí viendo a Maradona en la pantalla chica. Amo el fútbol y a Argentina; te podrás imaginar lo que significó haberlo conocido justo en la cuna de Simón Bolívar y Chávez. El genio del fútbol mundial nos pidió que incentiváramos el desarrollo del deporte en los niños, y eso haremos.

D: –Nos felicitó y nos obsequió una camiseta de De Zurda. Nos dijo: “Para ustedes, muchachos. Se la ganaron”. Fue un honor por venir de las manos de uno de los futbolistas que levantó su voz en contra de los mecanismos capitalistas que se han encargado de que el fútbol deje de ser un juego.

-¿Cuál es la pequeña gran anécdota que más les gusta de Chávez y el fútbol?

-G: Hay un video donde aparece jugando. Gozo mucho cada vez que lo veo, y también lloro. En un programa de televisión el presidente Chávez echa el cuento de aquel juego e incluso empieza a narrar las imágenes que van pasando. De allí me inspiré para titular “El Comandante jugó y narró su partido de fútbol”. Es difícil impedir que las lágrimas rueden cuando vez allí a Chávez corriendo detrás de un balón y en su propia voz pedir que le repitan un gol que acababa de marcar.

D: –Un artículo llamado “El Vinotinto increíble”, que escribió el artística plástico Milton Gómez Burgos. Es simplemente increíble: es Chávez a viva voz y alma hablándonos de fútbol. Realmente, a quienes sentimos esto tan fuerte en el alma, nos hace llorar con sus palabras.

viernes, 26 de diciembre de 2014

"Quédense con sus millones"

Cuando el cariño por un club vence al poder del dinero


“Para algunos, un sueño es ser millonario. Comprarse un Ferrari, un yate. Para mí, lo mejor de mi vida sería jugar en Livorno”, dijo Cristiano Lucerelli, un futbolista muy distinto a sus colegas de la actualidad.

Lucarelli, delantero italiano, exjugador de varios clubes de la Serie A y otras ligas europeas, siempre había querido jugar para el club de sus amores, el AS Livorno.

Al finalizar la temporada 2002-2003, en pleno auge de su carrera, Lucarelli estaba buscando un nuevo equipo. Llegaron ofertas de varios clubes de Primera. Algunas jugosas: mil millones de liras, casi un millón de euros anuales.

Pero en ese momento el Livorno, que militaba en la tercera división, logró el ascenso. Y Lucarelli le encargó a su agente, Carlo Pallavicino, que le consiguiera un lugar en su equipo del alma, donde no había jugado nunca.

El cronista Enric González cuenta lo que ocurrió entonces: “El Livorno no podía pagar más que unos cientos de miles. Lucarelli aceptó, renunciando a sueldos que ascendían a más del doble, a la fama televisiva de otros clubes y a la comodidad de un puesto secundario. El propio Carlo Pallavicino ha publicado un libro sobre esa decisión y sobre lo que ocurrió después. ‘Quedaos con los mil millones’, se titula”.

Lucarelli finalmente cumplió su sueño: vestir la camiseta del “amaranto”, y con ella, conseguir el ascenso y jugar en primera. A veces el amor es más fuerte que el dinero.

miércoles, 16 de julio de 2014

"Chávez es fútbol", nuevo libro sobre la cara social del balompié

En Venezuela circula una nueva publicación con textos de autores como el uruguayo Eduardo Galeano y el mexicano Fernando Buen Abad, en el que se destacan eventos como la Copa América Venezuela 2007, organizada por iniciativa del comandante de la revolución bolivariana.



La obra "Chávez es fútbol" empezó a circular desde la primera semana de julio en Venezuela con textos de aficionados a este deporte que se identifican con el pensamiento de Hugo Chávez.

David Rosas y Gilberto Carrillo compilaron varios escritos inéditos en los que se habla de la importancia social de este deporte, la relación de los clubes con las comunidades, así como el amor que Chávez sentía por el balompié.

“Lo hemos escrito personas ligadas a Chávez a las que nos gusta el fútbol. Hay buen material gráfico, pero lo mejor es el contenido que hay en los escritos”, explicó Rosas.

Los coautores consiguieron la colaboración de reconocidos escritores como el uruguayo Eduardo Galeano y el mexicano Fernando Buen Abad, así como los técnicos venezolanos Richard Páez y Luis Mendoza.

Rosas aclaró que Chávez es relacionado principalmente con el béisbol, pero destacó que parte del mundo ligado al fútbol le dio manifestaciones de solidaridad al pueblo venezolano cuando falleció el presidente.

“En el libro mostramos historias inéditas que tienen que ver con el fútbol de muchos chavistas”, recalcó.

En la obra también se recuerda la manera como se organizó la Copa América efectuada en Venezuela y en la que el presidente Chávez fue el principal gestor y ejecutor.

En la inauguración de ese torneo, Chávez hizo el saque inaugural acompañado por Diego Armando Maradona y el presidente de Bolivia, Evo Morales.

Venezuela y Bolivia inauguraron esa copa con un emocionante partido que quedó 3-3 en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal.

Rosas explicó que el libro empezará a circular a través de los equipos Caracas FC, Trujillanos FC y Zamora FC, y agregó que después se imprimirá otro lote para hacer otro tipo de distribución.

Con información de Correo del Orinoco

jueves, 12 de junio de 2014

Holanda y sus hinchas en las montañas de Colombia

Cuenta el periodista Jorge Enrique Botero que en épocas del Mundial Suráfrica 2010, Holanda, la célebre Naranja Mecánica, contó con un especial interés en las selvas colombianas. En su libro “Las siete vidas de Tanja”, Botero narra la historia de la holandesa que ingresó a la guerrilla colombiana, historia que le ha dado la vuelta al mundo.


Tanja Neimeijer lleva el nombre de guerra de Alexandra, pero en la vida insurgente es mejor conocida como Holanda. En la actualidad integra la delegación de paz de las FARC que negocia con el gobierno en La Habana, Cuba.

En el libro de Botero, presentado en la Feria del Libro de Bogotá, se reproducen testimonios de Neimeijer, de la que se supo públicamente en el 2007 cuando el Ejército Nacional encontró sus diarios en uno de los campamentos de la guerrilla y algunos apartes fueron publicados en los grandes medios de comunicación.


Cuenta Tanja que en las épocas del Mundial “iba escuchando los partidos en la radio y por donde iba pasando conseguía más y más guerrilleros para la causa de Holanda. “¡Vamos ganando, Holanda!”, me gritaban los muchachos…"

El interés por Holanda fue creciendo a lo largo del torneo, hasta el momento cumbre de la final. Tanja no oculta que la derrota con España le causó decepción y tristeza. Pero lo cierto fue que su selección tuvo el seguimiento particular de unos cuantos hinchas de la Colombia rebelde.

jueves, 17 de abril de 2014

El juramento

En memoria de "Gabo", publicamos su texto sobre el día en que se convirtió en aficionado al fútbol


Por Gabriel García Márquez

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.

Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del Municipal.

El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo.

Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores. Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad.

No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía.

En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).

Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía.

Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera.

Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler.

Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad.

De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.

Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica.

No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.

Publicado originalmente en El Heraldo el 5 de junio de 1950

jueves, 21 de noviembre de 2013

Campanella reniega del fútbol negocio con "Metegol"

El director argentino incursiona en el cine animado con una crítica al fútbol moderno.



"Metegol" ("Futbolín" en España) es una historia de amor y de amistad con la que el cineasta defiende el trabajo en equipo y desde la que ofrece una desdeñosa opinión del fútbol profesional. "No olvides que, después de todo, esto es un negocio", sentencia un personaje casi al final de la película, un relato donde el villano es la súper estrella del balompié.

Celebridad, dinero y codicia

Basada en el cuento "Memorias de un wing derecho", de Roberto Fontanarrosa, el Negro, la película es el primer proyecto en cine al que se lanza Campanella después de "El secreto de sus ojos", con la que ganó el Oscar. Ahora en Metegol, el director propone, desde una película orientada a un público familiar, una reflexión sobre estos tiempos de fama y celebridad para las estrellas del fútbol, denuncia del machismo imperante en el universo de este deporte y señala con el dedo acusador el dinero y la codicia del ser humano.

Y hablando de dinero, el que ha hecho la película en su estreno en Argentina, con más de un millón de espectadores hasta el momento, ha permitido al cineasta rebajar el precio de la entrada durante una semana, con la intención de que los jóvenes vean su filme en el cine y no una copia pirata en el ordenador. "Muchos chicos están viendo una versión trucha (pirata) y pensarán que eso es cine argentino. Queremos que la vean bien y que sepan que se puede", ha escrito en su cuenta de Twitter el cineasta.

"Metegol" es la historia que un padre cuenta a un hijo y que viene de los tiempos en que era el jugador de futbolín más habilidoso de su pequeño pueblo. La historia de amor de aquel joven y su enfrentamiento con el Crack, otro chico del pueblo que se convirtió en una estrella internacional del fútbol se completan con la aventura —mucho más atractiva— de los muñecos del futbolín. Un capitán que es líder natural, un argentino cargado de espiritualidad, un egomaníaco encantador y un honesto rival cobran vida y se convierten en los verdaderos protagonistas de la película.

De '2001: una odisea del espacio' a 'Apocalypse Now'

"Además de escribir el guion me gustaría dirigirla", le dijo Campanella a Gorali, productor y coguionista del filme, cuando éste le propuso que escribiera la adaptación del cuento de Fontanarrosa. Aceptó y comenzó una aventura de varios años, cientos de artistas reunidos en el proyecto y varias productoras implicadas.

"Nuestra intención era crear un mundo único y original. Creo que lo hemos conseguido, porque no he visto nada igual en ninguna otra película. En mi humilde opinión", afirma Juan José Campanella que se permite en "Metegol" unas cuantas referencias cinematográficas y homenajes al cine, desde la primera escena, maravillosa alusión a El amanecer del hombre de 2001: una odisea del espacio.

Música de western, un baile de claqué, los helicópteros de Apocalypse Now... acompañan a los personajes de esta película, donde también hay momentos construidos para que ellos se luzcan, queden inmortalizados, con alguna sonada frase. De "las tonterías que hay que hacer por la pasta" a "ha muerto el imbécil, ha nacido el peligroso", hay sentencias para todo y para todos.

Un par de partidos de fútbol, uno sobre la cancha del futbolín y el definitivo sobre un auténtico terreno de juego, y la cada vez más estrecha camaradería entre los muñecos concluyen "Metegol".

Reseña tomada de Público.es

jueves, 5 de septiembre de 2013

A 20 años del 5-0

Capítulo del libro sobre el 5-0 de Colombia a Argentina que cuenta el desenlace del histórico partido.

Por Mauricio Silva


A la salida del camerino, el público recibió a su Selección con otro corito histórico: “Pongan huevos, huevos Argentina. Pongan huevos, huevos de verdad. Que esta noche, cueste lo que cueste, que esta noche, tenemos que ganar”.

Colombia se tomó dos minutos de más en el descanso, “simplemente para ponerlos un poco más nerviosos –aclara “El Bolillo” Gómez–. La verdad es que en el intermedio insistimos: ‘seguimos con el mismo partido’. Y fue lindo ver como todos estaban concentraditos. Y lo hicieron”.

Cuando las camisetas amarillas saltaron a la cancha, y los jugadores apenas se estaban acomodando, las cámaras dejaron ver a Alexis Mendoza –el entonces zaguero central del Junior de Barranquilla, aquel equipo histórico que ese año saldría campeón de la liga colombiana–, entregándole indicaciones a Wilson Pérez, a Luis Carlos Perea y a “Barrabás” Gómez. “¡Ojo con el juego largo! Ahí va estar la clave. Si los controlamos arriba, la bajamos bien y se la damos al ‘Mono’, los de arriba hacen el resto”, recuerda haber dibujado el barranquillero.

“El Pibe” Valderrama, en otra demostración más de eso que fue la esencia de su arte –proteger la pelota en cámara lenta y en los momentos más críticos–, comenzó a pedirla y a entregarla cada vez más y cada vez mejor. Y como era de esperarse, “El Cabezón” Ruggeri, sin piedad, empezó a rasparle los tobillos.

Mientras tanto, la hinchada, como si se tratara de Di Stéfano (por no decir Maradona), arrancó a pedir a “El Turco” García: “Oe oe, oe oe, ‘Turco’, ‘Turco’”. Pero ni García ni el mismísimo Di Stéfano, ni la mejor versión de Maradona, podían salvar a esa Selección. No esa noche.

Así, cuando el minutero y el segundero asomaron al 49:50, Colombia empezó a vencer la cruzada con una maniobra de elevada inspiración. El disparo al corazón de la albiceleste.

Óscar Córdoba sacó largo a campo argentino y Ruggeri rechazó de cabeza. Ese rebote cayó en el círculo central y, “Barrabás” Gómez, sin dejarla caer, la cedió de cabeza a Freddy Rincón quien, tras controlarla, lanzó un pelotazo magistral de 40 metros directo a la figura esbelta de Asprilla.

“El Tino”, aquel muchacho desgarbado de quien Colombia podía –y todavía puede– esperar cualquier cosa, bajó la pelota como si acariciara una pompa de jabón. El control, el imprescindible control, que es el 50% del crack, una vez más fue natural en el tulueño. Entonces enfrentó a Jorge Borelli y, aun cuando amagó ir hacia adelante, en realidad enganchó largo hacia adentro. Obligado a ir al suelo, un instante antes de que retornara su marca, Asprilla le pegó de pierna derecha, abajo. Y el balón, apretado, pasó por entre las piernas de Sergio Goycochea. Otro Golazo. 0-2.

“La Gacela” corrió a celebrar cerca del banco colombiano. Hizo su media luna característica –la que tantas veces volvería a hacer muchos años después con la Tricolor– y levantó los brazos para que Leonel, que venía a la misma velocidad, llegara a romperlo en un abrazo.

Cuando la Argentina se fue a sacar de mitad de cancha, los hinchas empezaron a corear el canto recurrente de aquella época: “Maradoooó…, Maradoooó…” Y de nuevo con la plegaria a “El Diego de la gente”.

En el minuto 51:03, “El Chonto” metió la mano al balón y recibió la amarilla. En el 52:10, “El Coco” Basile llamó al “Turco” a la cancha y, antes de entrar, le dijo: “Tapás la salida por los costados… después toca hacer quilombo de aquí para el medio… pedila y buscá faltas”. ¿Qué significaba eso? Cualquier cosa. A esas alturas del partido, todo se movió en el terreno del desespero gaucho y del aguante colombiano.

Por orden de Maturana, Colombia se lanzó a marcar en la zona de arriba. Y la Argentina, obvio, arreció. Entonces, como si fuese la escena del duelo determinante en una película del viejo oeste –el enfrentamiento con el que el protagonista comienza a conquistarlo absolutamente todo–, empezó a jugarse ese otro partido sin ley, feroz, corto y definitivo: “El Bati” vs Córdoba.

En el 58:00, Redondo envió un pelotazo a la espalda de Wilson Pérez que Batistuta controló y que lo hizo entrar al área colombiana. En milésimas de segundos, el hijo de Reconquista (provincia de Santa Fe), sacó un ‘riflazo’ de pierna derecha con denominación de origen ‘Batigol’. Pero Córdoba, un atrevido de 23 años que apenas estaba regresando al arco, se logró ubicar y atajó a media altura de manera notable. El rebote lo arrojó Wilson Pérez a la tribuna, y dio para tiro de esquina. Entonces Batistuta, lamentándose, le dio la mano a su antagonista (iba uno).

Ese “corner”, en el 58:27, muy a pesar de que “El Turco” García lo cobró con penoso desgano, llegó una vez más al guayo de “El Bati”. Así, el más espectacular delantero que tuvo la Fiorentina en toda su historia –y el máximo goleador de la selección Argentina con 56 goles–, controló fuera del área, aguantó con su lomo, abrió el espacio y pateó violentamente con la izquierda, allá arriba. Era gol. Pero otra vez, en esa mezcla de reflejo y seguridad que fue su vocación, Córdoba evacuó con los dedos de la mano derecha (iban dos).

Segundos después, “Cordobita” (como le decían en la ‘Sele’) tuvo otras dos intervenciones claves: un tiro de esquina peligrosísimo que cobró “El Mencho” y que resolvió hábilmente por los aires (iban tres); y un control debajo de sus palos, tras un remate tibio del mismo Medina Bello (iban cuatro).

En solo un minuto y medio, Argentina tuvo la mejor producción de todo el partido. Sin embargo, ahí, en las manos del gran Óscar Eduardo –el portero de América de Cali que luego se convirtiera en el ídolo de Boca Juniors, tras ganarlo absolutamente todo con el equipo xeneise–, acabó la ilusión.

Y como siempre sucedió y sucederá en la Argentina (así algún día Dios abandone este plano físico), la masa volvió al neurológico cántico del: “Maradoooó..., Maradoooó...”. Una exigencia de corte divino que creció cuando en el Monumental se supo que Paraguay había marcado en Lima (1-1).

“El Bati” siguió peleándolas todas, más allá de la improductividad de su equipo. Simeone puso los huevos de siempre, incluso al borde de la sanción. Ruggeri se atrevió a llegar al área colombiana y tuvo una, con la punta de su zapato izquierdo, que, de nuevo, dominó Córdoba (iban cinco).

Ya no había manera de que el balón cruzara la meta del caleño. A esas alturas, la puerta de la casa de Colombia ya tenía una quíntuple cerradura.

Luego, el mismo Ruggeri, con una patada abajo, acudió al último recurso posible para salvar lo insalvable: dejar a Colombia con diez. El ex Boca, ex River y por entonces zaguero del América de México, provocó como pudo a “El Pibe” para buscar su segunda amarilla y, por ende, la expulsión. Pero “El Mono” no mordió el anzuelo. Luego lo insultó y lo empujó; y el samario ahí, quieto, sin pestañar, orgulloso, con porte de guerrero. Lo entendió todo.

A los 70:08, tras una supuesta mano de “Barrabás” Gómez en el área, varios brazos argentinos se levantaron para pedir un penal que no fue. Mientras Simeone protestó airadamente, el árbitro uruguayo dejó seguir. Aquel momento estéril terminó también con el partido de Redondo quien se fue con los antipáticos chiflidos de su pueblo.

Entonces ingresó Alberto “El Beto” Acosta, en lo que significó la resolución de ‘la crónica de una goleada anunciada’: volante por delantero, con un 0-2 adentro. “Estábamos en esos minutos dolorosos, cuando se produjo el cambio de Acosta por Redondo, lo que nos causó una enorme sorpresa, tanto que el ‘Bolillo’ me dijo: ‘¡Pacho, no lo puedo creer, se nos abrieron!’”, relató años después Francisco Maturana.

Pero quedaba una a favor de los locales. En el minuto 71:35, “El Turco” lanzó un ‘bochazo’ directo a los pies del “Beto” Acosta, a la espalda de Alexis Mendoza, que no controló. La entonces gran figura del partido, Óscar Córdoba, salió a achicar y, tras el remate de zurda del delantero de Boca, encajonó el balón entre sus piernas y su barriga. Sexta intervención concluyente. Ya no entró.

Así, cuando el reloj marcó el minuto 72:55, por cuenta del regalo estratégico –eso que llaman la ‘cojiba corta’, que tapa la cabeza, pero destapa los pies–, comenzó la avanzada del tercer gol. El cliché infalible: ‘el que no los hace los ve hacer’.

Valderrama recibió de Rincón y, a tan solo un par de metros antes de la mitad de la cancha, se la escurrió a “El Tino”. Entonces empezó una galopada digna de las sabanas del Serengueti. Con tranco largo, “La Gacela” del Parma dejó regado a Ruggeri quien amenazó con derribarlo. Borelli y Saldaña, los dos defensas que más sufrieron el partido, reaccionaron tarde ante la zancada del diamante colombiano.

A Borelli se lo llevó desde la mitad de la cancha por la banda izquierda. Saldaña, por su parte, no hizo el doblaje y “El Tino” –vivo y atrevido–, dibujó una nueva perspectiva y aprovechó para empujarla de nuevo, con lo cual logró entrar al área tirando los brazos y las piernas en un ritmo frenético. Desde que recibió la pelota, Asprilla tocó el balón doce veces en 46 pasos. Entonces metió un centro de pierna izquierda, al primer palo, que Goycochea destempladamente despejó.

Pero también estaba escrito que el rebote debía ser colombiano. La pelota le cayó a Leonel Álvarez quien enganchó con la derecha, ganó la posición y entró a las 16 con 50. Entonces, de zurda, lanzó un centro al segundo palo que tuvo en Rincón al último y certero receptor.

Desde Goycochea, pasando por Saldaña, Ruggeri, Altamirano, Simeone y Zapata, todos, absolutamente todos, miraron como Freddy Rincón –el morocho que dos años después luciría la número 10 del Real Madrid–, remató de pierna derecha, sin dejar caer el balón, un poco mordido, un tanto desacomodado. La pelota picó una vez en el piso y rozó levemente la espalda de Simeone. Y así, como en cámara lenta, el balón se metió al segundo palo de Goycochea, quien quedó como si hubiese mirado a los ojos a La Medusa. Por toda la concepción de la jugada, otro golazo. 0-3.

Tan despistados estaban todos los argentinos que, en la repetición local, la cámara enfocó a “El Tino” y puso de crédito el nombre de Rincón. Era evidente que todavía no los conocían del todo. Al primero le faltaba toda una carrera en Parma, Newcastle y otras siete camisetas más; y al segundo, otro tanto: Palmeiras, Nápoles, Real Madrid...

Enrique Macaya, leyenda del comentario en la Argentina, leyó la situación con fría austeridad: “Ya hay que pensar en hacer los cálculos respecto de Paraguay, porque lo que no le sale en un área a la selección Argentina, le sale en la otra al conjunto colombiano”. Se refirió, por supuesto, a la posibilidad de una Argentina fuera de la Copa del Mundo. En ese momento, todos los argentinos apretaron sus traseros.

Mientras tanto, para los 11 colombianos en la cancha, todo era irreal. Incluso la reacción del único protagonista que, supuestamente, debía ser imparcial. “Ahí, después del tercero, yo vi una cierta sonrisa en la cara del árbitro Filippi. Lo juro. El hombre, que hay que decir que pitó muy bien, estaba disfrutando del baile”, confiesa “El Chonto” Herrera, el eterno lateral derecho de Atlético Nacional (1986-1996).

Luis Carlos Perea, a sus 49 años, reconstruye una escena aún más reveladora: “después del tercer gol, ‘El Coco’ Basile salió del banco y le dijo a ‘El Beto’ Acosta que debía bajar a defender, seguramente preocupado por el marcador en Lima. El caso es que yo no recuerdo a un jugador haber ‘putiado’ y desobedecido a un técnico así. Ahí yo le dije a Alexis Mendoza, les vamos a hacer otro par”.

Y en medio de semejante drama, cuando todo era desespero, impotencia y preocupación para los actores de la casa, cuando el público ni siquiera había terminado de abuchear el tercero, cuando el cronómetro marcó 74:59, se vino de súbito el cuarto.

Pérez sacó de lateral para “El Tino” quien, con cierto desparpajo, la dejó pasar. Entonces la pelota llegó a los pies de Saldaña y éste tocó atrás, a Borelli, a esas alturas, ya ido del juego. Éste la paró larga y se la intentó devolver a Saldaña de nuevo. Pero “La Gacela” adivinó, interceptó con su elástica pierna izquierda e inició otra galopada fantástica. Jamás el pueblo colombiano olvidó esa fascinante manera de correr. Ahí iba el superdotado en el día de su graduación como ‘crack’.

Cuando se sintió ‘raponeado’, Borelli supo que nunca lo alcanzaría (ni siquiera a bordo de una Fórmula Uno); y se entregó, y se lamentó, y se notó, y después todo un país se lo cobró, al punto que nunca más volvió a ser el mismo aguerrido y respetado central de Racing Club.

Como suele suceder, la narración para Colombia todavía estaba en el gol anterior. Y mientras Adolfo Pérez entonó: “Empiecen a celebrar en Colombia, treinta minutos del segundo tiempo, pueden sacar el aguardiente…”, el niño terrible de Tulúa cabalgó, imponente y seguro –incluso insolente–, hacia el arco argentino.

Sergio Goycochea venía retrocediendo y estaba un poco desubicado, y todo eso lo leyó con mucho tino el negro Asprilla. Así que, apenas ingresó al área, con el borde interno de su pie derecho, sobre la carrera, con apenas la fuerza necesaria para que la pelota hiciera lo que hizo, la tiró por encima y ‘bañó’ al portero de River Plate. Segunda estatua de la noche de ese gran atajador, ex portero del Club Deportivo Los Millonarios, figura de Argentina en el Mundial del 90.

Y si los otros goles habían sido obras de alta elaboración, este fue el fragmento que simbolizó todo ese movimiento artístico que fue la Colombia de aquellos tiempos. ¡Golazo! 0-4.

Henry Agudelo, el reportero gráfico que había enviado el diario El Tiempo a Buenos Aires, rememora, dos décadas después, una escena que quedó plasmada para la eternidad: “No sé porqué decidí no ir por la celebración de Asprilla, a quien ya había fotografiado en el segundo gol, sino que me fui al banco a buscar un ‘no se qué’. Y ahí fue cuando hice la famosa foto, y tal vez única, de ‘Pacho’ Maturana carcajeándose como nunca se le vio jamás. Es que en la foto, en la que aparecen otros personajes del banco igual de felices, se les ve hasta el paladar”.

Un minuto y 47 segundos pasaron desde el instante en que entró el tercer gol y el  momento en que la pelota cruzó por cuarta vez la meta Argentina. De hecho, el guarismo fue aún más escalofriante. Desde que la selección Argentina sacó de mitad del campo –luego del remate de Freddy Rincón–, hasta el inmenso gol de Faustino Asprilla –que fue el cuarto–, tan solo pasaron 45 segundos.

Y vuelve y juega. “El Tino” celebró con otra cabriola espectacular que culminó en el piso cuando se dejó caer de rodillas. Entonces llegó Rincón y se arrodilló. Y “El Pibe” entró en el cuadro, de rodillas, también. Y luego llegaron Leonel y “Barrabás”, ambos de rodillas. La estampa de la redención.

William Vinasco Che, pintoresco como siempre ha sido, dijo en la transmisión: “Déjenme, déjenme antes de que venga la música, pedirle, pedirle a todos los alcaldes de Colombia, a las autoridades, si lo estiman conveniente, declarar el día de mañana cívico. Esto hay que celebrarlo sanamente, Colombia. Regresamos al Mundial... Colombia lleva cuatro, en Argentina, aquí en River, y Argentina 0… Nos falta voz, pero no nos falta corazón para entregarles a nuestros compatriotas lo que estamos viviendo en el estadio de River... Un día histórico, inolvidable. ¿Quién se hubiera imaginado que a los campeones, Colombia les iba a cobrar cuatro? Y esto no termina, para que conozcan los canguros. Seguro, canguro. Nosotros a los Estados Unidos, Argentina a Australia... El estadio vuelve a enmudecerse, ¿quién lo iba a creer? ¡Qué partido!”.

Sin embargo, el estadio no enmudeció. Por el contrario, el pueblo cantó de nuevo, y por mucho más tiempo que antes, sus santas alabanzas: “Maradoooó..., Maradoooó…”.

De hecho, todo tomó otro tinte. Ya no solo Argentina estaba frente a una vergonzosa goleada, sino de cara a la posibilidad de no ir a Australia y, por ende, de no asistir al Mundial.

Así que, en la cara B de ese disco bailable, sonó otra tonada angustiosa. Marcelo Araujo, el relator para la Argentina, la soltó: “En este momento lo que hay que evitar es que Colombia haga otro gol y que Paraguay lo haga en Lima”.

Por su parte, Enrique Macaya, marcó con nitidez esa otra realidad, la trascendental: “Esto debe ser histórico. No creo que haya antecedentes de una victoria de este tipo, por este marcador en favor de un conjunto en eliminatorias frente a la Selección”; a lo que el periodista de campo respondió: “No, ningún partido, Enrique. Ningún rival ha hecho cuatro goles aquí”.

Y de nuevo Macaya recordó: “Tendrá que buscar un gol Argentina, se le comienza a complicar inclusive hasta la clasificación. Y ya pensar directamente en que es lo que está sucediendo entre Perú y Paraguay, ¿no?”.

Araujo, con un leve hilo de voz, respondió: “Si Paraguay hace un gol en este momento, la Argentina se queda fuera de la Copa del Mundo de los Estados Unidos”. Y ya lo había dicho Bilardo un día antes: “¿De qué vamos a hablar durante todo el año del Mundial? Es terrible”.

Pero Dios es argentino y según su pueblo se llama Diego Armando Maradona (que no Bergoglio). Así que el milagro se les dio. Desde la tribuna empezó a bajar un tímido rumor que fue creciendo. Cuando el tiempo marcó 77:27, la gente gritó un gol lejano desde Lima (Perú 2- Paraguay 1). Con ello, si no pasaba algo más, Argentina aseguraba, por lo menos, su visita a Australia.

Entretanto, abajo en la cancha, el partido también era otro, uno extraordinario, uno fuera de todo contexto. Luego de 78 minutos de esperar para contragolpear, de ir a apretar cada balón, de morder, de ‘putiar’ y aguantar ‘coñazos’, Colombia, ahora si, comenzó a parecerse mucho más al equipo que había sido a lo largo de las eliminatorias y a esa Selección que, seis años atrás, había comenzado a escribir  su historia en la misma cancha y frente al mismo rival.

Entonces la Tricolor volvió a su fórmula más segura, la que le funcionó por más de una década: dársela, y volver a dársela, al “Mono” Valderrama. Así, a través de su eje dorado, de su ícono, decidió tocarla como si fuera Brasil 70, incluso a esa velocidad, triangulando, lateralizando, desesperando. Y de paso, Colombia lanzó un mensaje para siempre: ¡he aquí la consagración de la obra de Francisco Maturana!

De pronto sucedió lo impensado: la tribuna espontáneamente comenzó a cantarle el ‘ole’ a su propia Selección. Incluso podría leerse de otra manera: el pueblo argentino resolvió entonar un ‘ole’ a favor de Colombia.

El narrador Vinasco Che, claramente afectado, le dijo a la tele-audiencia nacional: “Vamos a extender nuestra transmisión, por favor a los ingenieros de Telecom y a Inravisión, lo mismo a las directivas de Caracol, hasta las siete de la noche, confirmado... Queremos que ustedes los colombianos vivan la emoción de esta fiesta que extenderemos con sus protagonistas hasta las siete”. Lo aseguró porque sabía que su colega, Adolfo Pérez, se había colado en el camerino, muy a pesar de las prohibiciones.

Y como si en la cancha lo hubiesen escuchado, los jugadores empezaron a mostrar lo más fino de su repertorio. En el minuto 79:11, “El Pibe” recibió de espaldas y, presionado por Simeone y Zapata, decidió lanzar un taco que se coló por el medio de los dos argentinos. Fantasía en tiempos de guerra.

Entonces la tragicomedia dio otro giro. En el 80:50, Marcelo Araujo avisó: “Hay gol de Paraguay, el partido está ahora dos a dos, en Lima. Las mismas necesidades entonces para el equipo argentino”. Un gol más de Paraguay y Argentina se quedaba por fuera del Mundial. Y si eso hubiese sucedido, entonces Maradona no hubiese retornado a la Copa del Mundo. Y si no hubiese vuelto a un Mundial, entonces el tema de la efedrina no hubiese trascendido. Pero Argentina si fue y llegó más lejos que Colombia, muy a pesar del famoso escándalo que cerró con otra frase célebre: “Me cortaron las piernas”, dijo Diego.

Así que, a partir del 81:39, Colombia optó por exhibir lo mejor de su criticado ‘toque-toque’. Valderrama ofreció su más elocuente versión y el equipo hizo 25 toques, todo sin pasar de la mitad de la cancha. Zapata, iracundo, acabó el concierto a punta de apellido. “El Tren” cayó al suelo y, mientras lo chequearon sus compañeros, le soltó la siguiente a “El Mono”. “¡Hey, ‘Pibe’!, ¿y el mío qué? Dame una que yo también quiero mojar”. Luego se paró y caminó hacia Freddy Rincón a quien también se la cantó: “Dame unita, familia, que yo la meto. ¿Me voy a devolver a Alemania sin un gol?”.

Paralelamente, arriba en la cabina de transmisión, Araujo insistió: “Un gol de Paraguay en Lima dejaría fuera de la Copa del Mundo al seleccionado argentino. Qué se hace Macaya, ¿cerveza? ¿Qué recomendás?”.

En el minuto 82:03, el “Bolillo” Gómez no soportó más la presión. Su traviesa neurosis –que con el tiempo lo llevó a sufrir ataques de pánico– lo hizo parar del banco. Cuando salía, se volteó hacía Maturana y le dijo al oído: “Nos jodimos, Pacho, nos jodimos, nos van a pedir la Copa del Mundo”. Y se metió al camerino donde se cruzó con un colado: Adolfo Pérez, quien ya estaba listo para tener las primicias del vestuario. “Hasta escondimos la cámara adentro para lograrlo”, recuerda Pérez. Y allá, en la absurda soledad de un estadio repleto, “El Bolillo” intentó llorar, pero no pudo. La mezcla de dicha y preocupación lo ató a un delirante abandono.

Pero faltaba el último acto de esa ópera tercermundista que fue Argentina vs. Colombia. Cuando el reloj marcó el 84:04, comenzó el aria inmortal que, al mejor estilo de Giacomo Puccini, coronó la tragedia con sensible dulzura: una especie de E lucevan le stelle, de Tosca. (Y las estrellas estaban brillando…)

Leonel robó un pase que “El Mencho” Medina le intentó dar a “El Turco” García y que “El Pibe”, atento, recogió. Y como siempre fue su práctica costumbre, Valderrama  distribuyó a un toque –esta vez largo y a tres dedos– e hizo correr a “El Tino” por el costado izquierdo, quien a esas alturas era el enemigo número uno del pueblo argentino.

Faustino Hernán Asprilla le hizo una vez más el mismo amague a Borelli (la misma treta del segundo gol: voy adelante pero engancho hacia adentro), y de forma displicente le escurrió la pelota a un “Tren” que venía a la velocidad del TGV.

Ni siquiera desde el ángulo que ofreció el encuadre de la cámara se vio que “El Tren Bala” venía zumbando. Tras su aparición, solo le bastó un toque leve para cambiar el rumbo del balón, para cerrar la historia, para dejar a medio camino a Goycochea (en su tercera estatua de la noche), para celebrar con milésimas de anticipación, y para que la redonda entrara lenta, limpia y sin problema. Fue la cereza en el pastel. Quinto golazo. 0-5.

Adolfo José Valencia Mosquera salió a bailar salsa en la raya lateral. A él llegaron  Rincón, “El Pibe”, “Barrabás”, Valenciano y Leonel. Por último llegó “El  Tino”, el compositor del track número cinco, y “El Tren”, reventado de la risa, le agradeció el detalle. El centro delantero del Bayern ahora si podía volver a Munich con total tranquilidad.

Pero faltaba algo más: el suicidio (a lo Tosca).

En el minuto 86:16, Simeone fue a disputar en el aire un balón dividido con “El Tren” y, malintencionado, descargó un codazo de roja directa. “Te mató negro hijo de puta”, le dijo al morocho. El delantero colombiano cayó con la boca ensangrentada. Le había roto el labio inferior y, aun cuando Luis Carlos Perea y Wilson Pérez se fueron a apretar al árbitro, “Barrabás” Gómez, viejo zorro, se fue a hablarle al oído al juez y le soltó una histórica: “No lo vaya a echar, señor juez. No lo vaya a sacar del partido porque después dicen que les ganamos porque tenían solo diez. No nos vaya a hacer eso”. A lo que el uruguayo, tal vez con la celeste puesta, tal vez en nombre de todos los suramericanos que han padecido la arrogancia argentina, tal vez porque las grandes instituciones eventualmente resultan insoportables, tal vez porque el fútbol es simplemente un asunto manejado por seres humanos, respondió como si fuera un juego de barrio: “No lo echo, está bien, pero háganle otro gol a esos hijos de puta”.

Cuatro minutos después de una literal ‘tocata y fuga’, el árbitro decidió acabar el espectáculo en el minuto 90:10. Así bajó el telón de esa pieza histórica que se tituló: Argentina 0 - Colombia 5, que cambió el rumbo de la pelota en América del Sur y que dejó un mensaje emancipador para este lado del orbe: nunca más habrá rival chiquito. Basta recordar ese Bolivia 6 - Argentina 1, en las eliminatorias del Mundial de Sudáfrica 2010. (Y con ‘El Messi-as’ a bordo).

Luego, tres veces más, también en eliminatorias, Colombia repetiría ese rotundo marcador de ‘El 5-0’: a Uruguay en 2004, a Perú en 2005 y a Bolivia en 2013. Por eso la trascendencia de aquel 5 de septiembre de 1993.

Los gauchos, entonces, fueron al repechaje gracias a que Paraguay no pudo remontar. Y Colombia, con cinco meritos y mucho más, clasificó directo al Mundial USA 94.

Pero como siempre ha sido y será tradición en esa suerte de esquizofrenia que es la vida nacional, de ahí en adelante todo el viaje se hizo a fuerza de pequeñas cuestas y extensos descensos.

Colombia creyó que el fútbol había cambiado su historia, pero su propia naturaleza, meses después, le recordó la más catastrófica de sus condenas: el crimen.