martes, 25 de abril de 2017

La "Higuita" argentina que espera su libertad

A Eva Analía de Jesús le dicen “Higui”, por René Higuita, y está presa injustamente desde hace 7 meses. Su relación con la pelota y sus puntos de contacto con el arquero colombiano


Por Nadia Fink
Marcha

Eva está privada de su libertad desde el 16 de octubre pasado, en el destacamento de San Martín en el conurbano bonaerense, cuando se defendió de una agresión sexual perpetrada por un grupo de hombres violentos.

En el marco de la campaña que se lleva adelante por “Libertad para Higui” y que desea verla libre el próximo 7 de junio, cuando cumpla 43 años, conversamos con su amiga María y su hermana Azucena sobre dos de sus grandes pasiones: la pelota, y el arco.

El día en que la llamaron “Higui”

Si decimos que es el 7 de septiembre de 1995 y que el lugar en el que se desarrolla la acción es el estadio de Wembley. O que la selección colombiana jugaba un partido contra la de Inglaterra los datos resultan insuficientes.

Pero con sólo escribir dos palabras, el misterio se devela de inmediato: “El escorpión”; y cual un “abracadabra” de un mago, un cuerpo ondulante empieza a desplegarse en nuestras cabezas como proyección de pantalla de cine; el pelo largo y enrulado, manos con guantes y una pirueta imposible: es René Higuita, arquero de la selección colombiana, que desafía las leyes de gravedad y las de formalidad deportiva.

Si llevamos esa misma imagen a un partido de cancha chica de campeonato en San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, en los años noventa, e intercambiamos a Higuita por una mujer de pelos largos y rulos llamada Eva, tendremos el origen de aquel apodo particular. Así lo cuenta María Vergara, su amiga del fútbol y de la vida: “Nos quedó muy grabada esa atajada porque era una final. Le tiraron una volea en el aire y todas dijimos: ‘Noooo, es gol’, pero ella hizo ‘el escorpión’ y todos empezaron a aplaudir y gritar”.

Imaginamos, entonces, esos ojos testigos de esa pirueta inolvidable, de la tribuna escasa gritando “Higuita, Higuita” a una Eva seguramente sonriente, a la sorpresa en su cara y a las manos enrojecidas de quienes aplauden con fuerza. Y entonces vuelve, también, ese día y la jugada clara en el estadio de Wembley: desde afuera del área le pega Jamie Redknapp; la pelota sigue su curso y desciende hacia el arco. Higuita espera, agazapado, bajo los tres palos. Embolsarla sería la opción más fácil, clásica. Pero El loco tiene tiempo para pensarla: se tira hacia delante, en palomita, pero no responde con la cabeza (lo que ya sería, de por sí, una osadía para un arquero): es el chicotazo de sus pies el que devuelve la pelota. La jugada sigue, la pelota se aleja del área, el relator se alborota y se emociona de incredulidad, las cámaras toman las caras que en las tribunas y el banco de suplentes desbordan sonrisas y asombro.


Polifuncional y arriesgada

Higui tiene siete hermanas y hermanos más. Ella es la tercera, y Azucena es un poco más chica. Tanto Azu, como Mariana y Luisa jugaron a la pelota desde que eran chicas. Con tanto club de barrio dando vuelta y tanto espacio para armar picaditos, el fútbol era un lugar para compartir, y una diversión asegurada.

Azucena recuerda a la Eva jugadora antes de ser Higui: “En ese tiempo jugábamos en la cancha de San Miguel, para un club. Fuimos a jugar a muchos lados, cuando éramos más chicas. El papá de mis hijas de ese tiempo, incluso, nos llevaba para todos lados, y a veces nos íbamos en micro”. Si bien ella es más chica, tiene nítido ese recuerdo de su hermana: “Desde que me acuerdo, siempre jugó a la pelota, andaban con Mariana para todos lados, que era defensora, jugaba de 2 o de 4, ¡y la defiende muy bien!”.

La polifuncionalidad surge como un rasgo de Higui: “Siempre atajó mayormente, pero si no jugaba de 7 o de 8”, cuenta Azucena. Y agrega, María: “Jugaba bien, a veces faltaba una y teníamos que poner otra en el arco para que juegue ella, era multifuncional, jugaba en todos lados, con ella no había problema”.

Otra vez regresa el arquero colombiano, el Higuita que se apellida así y al que apodan “El loco” –y ya no hace falta preguntarnos porqué–, y lo vemos saliendo a buscar la pelota dividida, pararla de pecho,  tirarle un sombrerito al rival, gambetear al próximo, que se acerca presuroso esperando el error, que pasa de largo y se queda mirando. No hablamos de un delantero ni de un mediocampista habilidoso, pero nuestro jugador engancha hacia adentro, sale con la pelota pegada al pie, esquiva a uno, dos rivales, le cometen falta en la mitad de cancha. O patea un tiro libre de afuera del área y la pelota sale presta elevándose sobre la barrera y se clava en el ángulo izquierdo.

Y de esta Higui, la del conurbano, nos cuenta María: “Ella salía del arco jugando. Había veces que agarraba la pelota y por ahí pasaba a una y ya pasaba a la otra y a la otra, y capaz que ya llegaba hasta la mitad de la cancha, ¡siendo arquera! Y nosotras le decíamos: ‘¡Higui, volvé!’… ¡Es un personaje! Jugábamos a la pelota pero, a la vez, nos divertíamos”. Y profundiza: “Porque el arquero comanda todo el equipo, es el que te dice andá por allá y te tira la pelota. Ella era eso: repartía la pelota y a la vez te hacía divertir. A veces hacía cada payasada en el arco, o se ponía a bailar, que nosotras teníamos miedo de que le fueran a hacer un gol, pero no se lo hacían, porque era muy buena atajando, y además es una persona increíble”.

Con María jugaron en varios equipos, en cancha chica y fútbol 11 también. Para el club San Miguel, de Lomas de Mariló, donde Higui jugaba en el medio. Llegaron a participar de campeonatos donde competían hasta 25 equipos y ganaron unos cuántos; uno de ellos, aquel del famoso “escorpión” en el que le quedó el apodo para siempre: “A partir de ahí fue siempre, Higuita, Higui; es más, no se la llamaba después por el nombre tampoco, ya nos olvidamos de cómo se llamaba. Cuando alguien la llamaba por el nombre yo decía: ‘¿Quién es Eva? ¡Claro, era Higui!’. Así que es una marca que ya la tiene de por vida…”.

Otra marca, pero negativa, quedará en su vida por la injusticia cometida contra ella. Cuando las personas pierden la libertad, cuando no pueden poner la voz para defenderse, quienes están afuera, sus hermanas, su madre, sus amigas, intentan poner esas palabras para contar quién es de verdad Higui, la que se defendió.

Por eso, además del partido beneficio que hicieron hace unos meses para juntar fondos, ya piensan en ese partido-celebración que harán cuando Higui salga en libertad. María la conoce y dice: “Ella se muere por jugar a la pelota”. Y por eso sueña con ese partido para festejar la amistad y la libertad: “Vamos a hacer un lindo partido entre todas y pasarla bien”. Y cierra, con ganas de un poco de verdad, también: “Y ahí la van a conocer a Higuita como es realmente”.

miércoles, 5 de abril de 2017

El Frente Patriótico Manuel Rodríguez y el fútbol

"Cambio de juego, historias desconocidas del fútbol chileno", es un libro de Nicolás Vidal en el que recopila crónicas sobre el balompié chileno. A continuación un fragmento de su primer capítulo, dedicado al Frente Patriótico Manuel Rodríguez y su vínculo con el fútbol:


Era cerca de la medianoche: los últimos suspiros del 20 de octubre de 1984. A Fernando Larenas -jefe operativo del Frente Patriótico Manuel Rodríguez- le quedaba menos de una cuadra para llegar a la casa de seguridad que tenían en La Reina, pero le llamó la atención el movimiento inusitado en la vereda y el jardín. Recién había caído su encargado logístico: sólo podía ser la CNI. No se detuvo y partió a su hogar, en Gran Avenida. Al llegar se encontró con una situación parecida, pero esta vez lo vieron: un par de autos salieron disparados detrás suyo. Apoyó toda la fuerza de su pie derecho en el acelerador y no le importaron luces rojas, discos Pare o cualquier otra señal de tránsito. Ya no eran dos sino cinco los vehículos que lo perseguían. Con medio cuerpo fuera de la ventana los agentes apuntaban, cada uno con su pistola. Fernando sólo podía verlos a través de los espejos. Y escuchar el silbido de los balazos; o el estruendo del vidrio trasero reventándose y dejando el flanco abierto para que los tiros entraran con facilidad en esa portería salvajemente asediada.

El ex arquero del Orompello aguantó hasta Santa Rosa esquivando balazos y luces rojas. Pero se le atravesó un camión. Su Charade se chantó en el pavimento y los agentes aparecieron por todas partes. Estaba desarmado. Una misión imposible: atajaba solo frente a un equipo completo. Le  dispararon a quemarropa con un fusil Galil, de fabricación israelí, a través de la ventana del conductor. Alcanzó a levantar el brazo izquierdo, desviando levemente el proyectil. Recibió el balazo en la cabeza. Los agentes quebraron las ventanas con sus culatas y lo arrastraron hacia la calle. Parte de su masa encefálica quedó en el pavimento. Entre todos patearon ese bulto para después dejarlo desangrándose, con la satisfacción que sólo entregan las misiones cumplidas, al menos para un asesino.

***

Ramiro se refugia en la oscuridad que da la sombra del árbol. Prefiere no exponerse. Un viento salado vuelve más fresco ese anochecer de verano. Baja la mirada hacia su reloj continuamente, preguntándose, tal vez, si es que ha ocurrido algo. Comienza a impacientarse. Se pone en puntillas y mira hacia los dos lados de la calle. Respira aliviado cuando ve que se acerca por Los Placeres el auto en que viene su hermano. Iván no está solo. Lo acompañan, como de costumbre, los dirigentes del equipo San Francisco.

Se dirigen a la cancha. Hace algunos años que no juega en el Orompello. Ahora reside en Santiago y dejó de llamarse Mauricio Hernández Norambuena. Vive oculto -en las sombras- y sólo sale a la luz para jugar el campeonato nocturno Osmán Pérez Freire, el más importante que se disputa en Valparaíso durante el verano. Vuelve al puerto sólo para vestirse de corto. El San Francisco armó un equipo cuyo único objetivo es la copa. Y para eso trajo a los hermanos Hernández.

En los camarines, Ramiro vuelve a ser Mauricio, el futbolista. Recuerda esos minutos previos a los partidos del Orompello, cuando se vestía con Fernando Larenas y su hermano Iván. Pero ahora juegan en otro equipo, y Fernando ya no está. No deja que la nostalgia lo saque de ese partido. Ya está acostumbrado a vivir con esa sensación de que en cualquier momento te pueden disparar en la cabeza, unida a la adrenalina que viene con la compañía del miedo. Pero de todas formas se estremece con las tres mil personas que abarrotan el estadio en esa final del campeonato contra el Econa. En el campo de juego, como tantas veces -junto a su hermano Iván- se olvida del Frente, de la tensión, el miedo y cualquier otra cosa que no sea el equipo rival. Ganan por tres a cero. Reciben la copa ante un estadio lleno y dan la vuelta olímpica: el insustituible sabor de la gloria, tan lejana al anonimato. Después de celebrar, vuelve a esconderse donde el amigo que le da alojamiento.

Al día siguiente, ya de vuelta en Santiago, es el mismo de siempre: Ramiro, el que tiene a su cargo a los grupos especiales. Y por eso mismo es que está junto a Raúl Pellegrin (“Rodrigo” o “José Miguel”), el número uno del Frente. Ya se conocen, se tienen confianza; por eso sus conversaciones suelen comenzar con alguna trivialidad. Bueno, ¿y cómo están las pichangas? Sí, a veces, muy de vez en cuando jugamos en alguna canchita con los amigos, sólo cuando se puede y hay tiempo… El golpe seco del diario -arrojado con violencia sobre la mesa- corta sus palabras. Su mirada sólo sigue el dedo firme de Rodrigo, que apunta a la penúltima página de ese ejemplar de La Tercera. Esa foto, hace un tiempo, lo hubiera llenado de orgullo, pero ahora hace que su estómago se revuelque. El San Francisco con la copa. Su nombre -Mauricio Hernández Norambuena- justo debajo de su foto. Así que ahora todos tus hermanos del Frente saben que Ramiro en verdad se llama Mauricio. La puteada que viene a continuación es la del líder del Frente a un combatiente que ha faltado gravemente a sus obligaciones de clandestinidad y de compartimentar la información, poniendo en riesgo su seguridad y la del movimiento, sobre todo cuando todavía está fresco lo de Fernando. Todo por jugar a la pelota.

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Los hermanos Hernández Norambuena (Iván, el mayor, y Mauricio, el menor) y Fernando Larenas siempre jugaron en el mismo equipo.

Partieron en el Deportivo Recreo de Viña del Mar, cuando eran unos mocosos de quince o dieciséis años. Vivían en la población Lord Cochrane, en Valparaíso. En ese equipo conocieron a un personaje clave en esta historia: el profesor Óscar Gallardo, que se los llevó desde ahí al Orompello. Ojo, no hablamos de un gris entrenador de inferiores en clubes de barrio, sino del mejor formador de jugadores que ha tenido la Quinta Región. Dos años después, Gallardo partió a Santiago Wanderers, donde descubrió a jugadores como David Pizarro, Reinaldo Navia, Claudio Núñez, Jorge Ormeño y Eugenio Mena.

El año 1976, los tres pasaron al equipo juvenil del Orompello. Larenas al arco, Iván de central y Mauricio de lateral derecho. Ahí -con esos chicos- comienza la historia grande del Orompello. Salieron campeones invictos de la Asociación Valparaíso.

Tras esta campaña, Mauricio fue nominado a la selección de Valparaíso para el Campeonato Nacional Juvenil que se jugó en la salitrera Pedro de Valdivia, en enero de 1977. En ese equipo también jugaba el ex delantero de la selección chilena Juan Carlos Letelier. Así recordó a Mauricio en una entrevista con El Gráfico: “Era defensa central, crespo y chuletero”. Pero Letelier no era el único ilustre en ese equipo porque el arco era protegido por Jaime Zapata, quien después jugaría en Everton y Wanderers.

Mientras tanto, su hermano Iván fue ascendido ese mismo año al primer equipo del Orompello, donde alcanzó a jugar los últimos cuatro partidos en el Campeonato Regional de la Quinta Región. Pudo sentir, por primera vez en la historia del club, ese contacto glorioso con la copa del campeón.

En 1978 fueron promovidos Mauricio Hernández y Fernando Larenas. Al Loco Larenas se lo podía encontrar parado sobre la línea de gol, dispuesto a recibir cualquier disparo del equipo rival. Iván y Mauricio se repartían la defensa y la banda diestra. Jugaban bien. Hasta que llegaron a la campaña del Campeonato Regional de 1979. Faltando seis fechas para el final, estaban peleando la punta palmo a palmo contra Quintero Unido.

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El estadio de Villa Alemana. Los tablones de las graderías levemente curvadas por el peso de los hinchas que saltan, cantan y no dejan de moverse sobre ellas. Es la final, el partido de desempate entre el Orompello y Quintero Unido. Mauricio Arenas, el arquero filósofo, no fue convocado para jugar pero es uno de los que apoyan desde las graderías, junto a la rama cultural.

El viento tibio hace bailar la melena de Fernando Larenas. Está parado sobre la línea del arco, con la hinchada del Orompello detrás. Es impulsivo, a veces se apresura, pero tiene unos reflejos que le permiten atajadas imposibles, como el movimiento insólito de su brazo izquierdo contra ese disparo a quemarropa que el delantero quinterano ya celebraba como la apertura del marcador. El fútbol, la salida del equipo siempre pasa por los pies criteriosos de Iván Hernández. A veces juega corto con su hermano por la banda derecha o lanza pelotazos cruzados en busca de los delanteros. Incluso, en más de una oportunidad driblea a un atacante que intenta presionarlo. Un partido trabado, como buena final entre equipos parejos. Trancadas, barridas, pierna fuerte al límite del reglamento. Pero el que más corre, el que más mete, sin duda, es Mauricio Hernández. Basta que uno de sus compañeros caiga al suelo para que vaya a guapear con los rivales. Van al alargue, empatados a uno. Ya hay muchos acalambrados, pero Mauricio sigue corriendo sin parar. Muestra un aguante que muchas veces termina contagiando al resto… si es que no se pasa de revoluciones. Roja para Mauricio. Podría haber sido la causa de la derrota, pero el Orompello sigue jugando con la intensidad del jugador expulsado, hasta que por fin logran desequilibrar con un gol agónico que les da el campeonato.

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Las cifras que se manejaban en el fútbol, en ese tiempo, eran miserables comparadas con las de hoy. Usando un lugar común, se jugaba por amor a la camiseta. Mauricio Hernández y Fernando Larenas fueron a probarse a Audax Italiano, en Santiago. El inicio de una carrera como futbolistas profesionales.

¿Se habría transformado Mauricio en el Comandante Ramiro? ¿Habría sido el Loco el jefe operativo del Frente? Nunca lo sabremos porque ninguno de los dos decidió quedarse, a pesar de haber pasado la prueba futbolística. La plata era muy poca (ni siquiera daba para mantenerse en Santiago), y además implicaba abandonar los cerros de Valparaíso y sus estudios en la Universidad de Playa Ancha.

De vuelta en el puerto, ambos -junto a Iván- fueron nominados para jugar por la selección de Valparaíso en un amistoso contra Santiago Wanderers. Los tres fueron titulares. El Loco Larenas defendió la portería, con una boina en la cabeza, y sólo pudieron hacerle un gol en ese empate a uno que fue visto por más de cuatro mil personas.

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Fernando Larenas se juntó con Ramiro para revivir viejos tiempos y sentir de nuevo esa protección que le inspiraba el camarín del Orompello, especialmente en esos días en que estaba preocupado por su seguridad. Desde avenida Matta  se fue a la casa de seguridad que tenía el Frente en La Reina, justo antes de ser emboscado por la CNI.

Los vecinos de Santa Rosa, que esa noche tenían una fiesta, lo vieron tirado en la calle. El cadáver aún respiraba. Llamaron a la policía y lo llevaron al hospital Barros Luco. Gracias a la fortaleza de su cuerpo de futbolista, y después de pasar veinticinco días inconsciente, logró sobrevivir. Pero tenía un daño neurológico importante. Funciones como el habla o la coordinación apenas respondían. Volvió a ser un niño. No lo habían matado, pero tampoco podían interrogarlo bajo tortura en esas condiciones. Cuando estuvo estabilizado, decidieron llevarlo a la clínica Las Nieves, en la comuna de San Miguel, esperando que se rehabilitara para sacarle información…

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Fernando, después de ser rescatado del hospital, escapó de Chile haciéndose pasar por mudo. Logró llegar a Cuba, donde pudo rehabilitarse. Todavía está prófugo -en el extranjero- como tantos otros que se levantaron en armas contra la represión. Tiene ciertos problemas para hablar, pero se le entiende. Lo que no le falla, eso sí, es la memoria. Y todavía se acuerda de esos momentos en que volaba de un palo a otro con su melena al viento, resguardando la portería del Orompello, sin imaginarse que pocos años después sería uno de los protagonistas de la revolución armada que intentó derrocar a la dictadura.

Raúl Pellegrin era el líder indiscutido del Frente, pero me atrevo a afirmar que Ramiro fue su combatiente más importante en Chile. El rescate de Fernando Larenas marcó el comienzo de una serie de operaciones claves en las que estuvo involucrado, ya sea en su planificación directa o en su ejecución. Sólo enumerarlas resulta abrumador.

Tuvo a su cargo uno de los grupos de cinco fusileros en el atentado a Pinochet, en 1986. Fue parte también del secuestro del coronel Carlos Carreño, liberado tres meses después en Brasil a cambio de trece camiones de ropa y alimentos para los pobladores (…). Se le atribuye participación en los atentados contra Gustavo Leigh, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y su socio Enrique Ruiz, protector del Comando Conjunto. Apartándose de esa línea -y en lo que él mismo ha llamado como un grave error político-, se le acusa de participar en el asesinato de Jaime Guzmán. Por último, estuvo a cargo del secuestro de Cristián Edwards.

Fue detenido en 1993 y condenado a doble cadena perpetua en un recinto inexpugnable: la Cárcel de Alta Seguridad, recién inaugurada. Al parecer esa loca idea fue suya: irse volando. Un día se abrieron las nubes y apareció un helicóptero con dos fusileros del Frente disparando con una sola mano, equilibrándose sobre las patas de la nave. Así, a toda velocidad, al medio del patio, soltaron un cordel que contenía un canastito. Esta fue la vía de escape para Ramiro y otros tres compañeros, despegando del suelo como el Loco Larenas cuando jugaba al arco. Subieron con la rapidez de una operación militar, pero con el tono de esas cámaras lentas con que el cine distingue los momentos inolvidables: la ascensión entre los aplausos descontrolados de miles de presos que no podían creer lo que veían.

Estuvo prófugo un tiempo, pero en el año 2002 cayó en Brasil por el secuestro de un publicista. Ahí se encuentra, desde hace quince años, encerrado en condiciones durísimas, esperando que lo extraditen a Chile para cumplir con sus condenas.

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Iván Hernández Norambuena terminó contagiándose por sus compañeros de equipo. Quiso entrar al Frente en Valparaíso, pero era un tipo muy conocido en el puerto, principalmente por sus cualidades futbolísticas. Tuvo que partir a Santiago y entrar en la clandestinidad el año 1985. No era de los que disparaban: aportaba desde la logística.

Tuvo que salir del país el mes de agosto de 1986, para no ser detenido. Permaneció en Buenos Aires, para volver a Chile el año 1990. En el futuro seguiría viajando entre estos dos países.

Sigue viviendo en Valparaíso, sobre el cerro Esperanza, a pocas cuadras de la sede del Orompello.

Aunque nunca hubo una época tan gloriosa como esos últimos años de los setenta, ve que los dirigentes del club miran su historia con ánimo de olvidarla, de bajarle el perfil. Incluso, la copa de campeón que ganaron en esa final a Quintero Unido, ha desaparecido misteriosamente. Muchos jóvenes ignoran lo que pasó ahí, quiénes fueron los que llevaron al Orompello a la gloria. Pero, para Iván, esta historia es parte de la memoria del cerro Esperanza, de Valparaíso y de Chile. Y, como toda épica, merece ser contada.

*Tomado de Qué Pasa

martes, 4 de abril de 2017

San Mamés exige justicia para Iñigo Cabacas

El recuerdo a Iñigo Cabacas, fallecido hace cinco años a causa de un pelotazo de la Ertzaintza, se ha hecho notar en el partido Athletic-Espanyol. Miles de aficionados mostraron cartulinas con mensajes reclamando justicia



Por Naiz

La grada de animación que lleva el nombre de Iñigo Cabacas ha repartido 10.000 cartulinas con la cara del joven aficionado fallecido tras recibir un pelotazo de la Ertzaintza en 2012.

Al cumplirse el minuto 28, miles de aficionados han levantado esos carteles para reclamar justicia para Iñigo Cabacas y apoyar a sus amigos y familiares.

Precisamente, este mes se cumplen cinco años de su muerte después de haber recibido el impacto de una pelota de goma lanzada por la Policía autonómica mientras se encontraba celebrando el pase del Athletic a las semifinales de la Europa League tras ganar al Schalke 04 en San Mamés.

Esta misma semana, se ha conocido que tres mandos de la Ertzaintza serán juzgados por el homicidio imprudente del joven.

lunes, 3 de abril de 2017

Bogotá: Rechazo a “traslado” de la Biblioteca Pública del Deporte

La administración distrital contempla anexarla a la Virgilio Barco. Ciudadanía lo considera un “cierre”


Por Oficina de Prensa 
Marcha Patriótica

La Biblioteca Pública del Deporte, ubicada en el Estadio Nemesio Camacho El Campín de Bogotá, está en riesgo de desaparecer por una medida del distrito que busca “trasladarla” a la Biblioteca Virgilio Barco.

“Técnicamente es un traslado, pero en la práctica equivale a un cierre”, explica Camila Manzanares, edilesa de Teusaquillo, quien se opone a esta disposición de las autoridades bogotanas.

Según Manzanares, integrante del Movimiento por la Vida y edilesa por la Alianza Verde, aún no hay una comunicación oficial de la medida, pero estaría planificado que este 8 de abril se anexe a la Virgilio Barco.

El “traslado” afectaría a la ciudadanía residente de la localidad de Teusaquillo, en particular a adultos mayores, grupos de mujeres y colectivos de hinchas del fútbol que la suelen usar.

“Hay personas mayores que visitan la biblioteca y su traslado los afectaría porque tienen dificultades para movilizarse, lo que además genera un gasto extra de transporte”, explica la edilesa.

El cambio obedece a una directriz del distrito que se viene ejecutando desde el 2015 y que consiste en organizar las bibliotecas públicas en nodos. Los sectores aledaños al Campín les corresponde la Biblioteca Virgilio Barco, lo cual sería la motivación para centralizar en ella la del deporte.

“El plan de desarrollo del Distrito tiene unas metas para incrementar la lectura en los bogotanos, pero ¿cómo se va a logar si los pocos espacios que hay los centralizan?”, manifiesta Manzanares.

La medida, que sería ejecutada por entidades como la Secretaria de Cultura, el IDRD, Fundalectura y Biblored, también buscaría ejecutar un recorte presupuestal que se viene evidenciando en el sector.

Por eso, sectores de la ciudadanía de la localidad convocaron a una concentración este 3 de abril en las instalaciones de la biblioteca para articular iniciativas en su defensa.

Entre ellas se encuentra una tutela, una acción popular y jornadas ciudadanas de rechazo a lo que se considera una clausura de la Biblioteca Pública del Deporte, que se destaca por su enfoque especializado.

La Biblioteca Pública del Deporte ofrece colecciones temáticas y actividades gratuitas para la ciudadanía. Fue creada en el 2014 y para bautizarla, el Distrito organizó una consulta virtual con nombres de reconocidos deportistas en la que ganó el futbolista Alfonso Cañón.

Su inauguración también estuvo marcada por la polémica, pues los funcionarios de las entidades distritales nunca acogieron los resultados de la consulta y se resistieron a bautizarla con el nombre de Cañón, destacado deportista bogotano de las décadas de 1960 y 1970.

Ahora la controversia se centra en las intenciones de trasladarla, lo que según la edilesa Manzanares equivaldría a su cierre. Intención que se evidencia en la reciente clausura de su cuenta oficial en Twitter.