El "Mozart del fútbol" no rubricó la anexión austriaca a la Alemania nazi ni quiso ofrecer su juego al régimen hitleriano
Por Borja Barba
Diarios de Fútbol
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El fútbol no es una cuestión de vida o muerte: es mucho más que eso.” La archiconocida y manida cita de Bill Shankly ha sido siempre vista desde la perspectiva cómica que sugería la irreverencia del mítico técnico escocés. A nadie se le ocurriría pensar que el fútbol, o mejor aún, las emociones y sentimientos que éste provoca, pudieran situarse por encima de la propia vida.
Política y deporte nunca fueron buenos compañeros de viaje. La abrumadora mayoría de las (numerosas) intromisiones del mundo de la política en las manifestaciones deportivas han acabado teniendo consecuencias funestas. La política no sólo es volátil e imperdurable, es que además, no entiende de sentimientos. A Matthias Sindelar, el Mozart del fútbol, el deporte le ofreció la mejor manera posible de mantenerse fiel a unos principios, a unos sentimientos, frente a una de las expresiones políticas más duras, represivas y vergonzosas de la Historia de la Humanidad.
Austria, marzo de 1938. La pujante Alemania nazi de Adolf Hitler ha comenzado su vergonzosa expansión geográfica. El
Anschluss (anexión) sobre el territorio nacional del país alpino se consuma con el consentimiento refrendado, pero viciado, de la práctica totalidad de la población austriaca. Son los primeros pasos del nazismo en Europa. Cualquier vestigio de oposición a la anexión es aniquilado. Así, en los días posteriores al fatídico día 12 de marzo, numerosas personas de origen judío o con convicciones políticas contrarias al nazismo, son detenidas y encarceladas. Austria deja de ser Austria, y pasa a convertirse en la Marca Oriental.
En medio de esta vorágine socio-política, el fútbol no quiso detenerse en Austria. Era la época dorada del Wunderteam, de la irresistible selección austriaca dirigida por Hugo Meisl que en el 34 había alcanzado las semifinales del Mundial italiano (siendo precisamente eliminada por el “indudable” campeón) y en el '36 había conseguido la medalla de plata en los Juegos de Berlín. Hugo Meisl no vivió los días tristes del
Anschluss. Falleció meses antes de la anexión alemana. Sus orígenes judíos no le habrían deparado un futuro mejor en la Austria dominada por el
Führer.
En aquel maravilloso equipo austriaco de mediados de la década de los '30, sobresalía de manera especial la figura de Matthias Sindelar. El ‘hombre de papel’, sobrenombre con el que se le conocía por su aspecto enclenque y tremendamente frágil, fue el capitán en aquel exitoso Campeonato del Mundo de 1934. Formado en las categorías inferiores del Hertha de Viena, Sindelar pronto llamó la atención del equipo más poderoso del país, el Austria Viena. Con el equipo violeta, el habilidoso delantero conquistó cinco Copas de Austria y un título de Liga. Sindelar hacía gala de una superioridad técnica con respecto a rivales y compañeros que lo encumbraron como una de las indiscutibles figuras de su época.
Pero lo que había sido una carrera futbolística repleta de éxitos y alegrías, se torció de manera irreversible aquel mes de marzo del '38. Sindelar, nacido en la región de Moravia (actualmente en la República Checa y por aquel entonces territorio del Imperio Austrohúngaro), no había escondido nunca su ascendencia judía. El origen humilde de su familia obligó a ésta a emigrar a Austria cuando Matthias sólo tenía dos años. Allí, en las calles del populoso barrio vienés de Favoriten, creció y alimentó su habilidad con el balón en los pies el que, siete décadas más tarde, sería considerado como el mejor deportista austriaco del siglo XX.
La Alemania nazi veía el deporte, y más concretamente el fútbol, como un medio propagandístico imprescindible y con gran fuerza entre la población. Por ese motivo, el
Reich no tardó en absorber a la poderosa selección austriaca de fútbol, que ya se había clasificado para el Mundial del '38, e incorporar a sus mejores futbolistas al equipo alemán, por aquel entonces aún lejos de ser considerado una potencia mundial. Sindelar nunca quiso entrar en el siniestro juego de defender los colores de un país, o más bien de un régimen, que detestaba profundamente. Simuló lesiones y evadió, como buenamente pudo, cualquier intento del combinado alemán de contar con sus servicios. Todo, menos izar el brazo derecho con la palma de la mano extendida. Todo menos traicionar sus convicciones y rendirse a las macabras imposiciones del nazismo.
El 3 de abril, sólo dos semanas después del
Anschluss político, tuvo lugar, de manera oficial, el
Anschluss futbolístico. Alemania se enfrentaba a Austria en el Prater vienés, en el que sería el último partido del conjunto austriaco como selección independiente, antes de su unión definitiva a la Alemania nacionalsocialista. Con el
Führer y todas las autoridades del
Reich en el palco, la selección local con Sindelar en sus filas, había recibido, supuestamente, la orden del régimen nazi de dejarse vencer por la dominadora Alemania. Pero aquella afrenta no entraba en los planes del orgulloso delantero austriaco. Jugando a sus anchas, Sindelar se permitió el lujo de fallar todo lo imaginable ante la portería teutona, hasta que, ya en la segunda mitad, culminó una jugada personal repleta de virtuosismo con un gol pleno de autoridad. Un gol rebelde, un gol en las narices de Adolf Hitler, un gol para demostrar que él era austriaco y no alemán.
Matthias Sindelar fue considerado, desde aquel 2-0 del 3 de abril del '38, como un peligroso elemento subversivo dentro del orden nazi. Con 35 años cumplidos, al héroe austriaco no le costó demasiado convencer a las autoridades deportivas alemanas de innumerables lesiones con tal de evitar tener que formar en el once alemán. No llegó a disputar el Mundial del '38 en Francia, torneo en el que, dicho sea de paso, Alemania logró la peor clasificación de su historia en un Campeonato del Mundo.
El ‘Mozart del fútbol’ encontró su triste final de una manera muy similar a la del recientemente recordado Lutz Eigendorf. Perseguido sin tregua por la Gestapo, el 23 de enero de 1939, Matthias y su novia fueron encontrados muertos sobre la cama de su habitación en Viena. La causa oficial fue la inhalación de monóxido de carbono procedente de la combustión de la calefacción. Sindelar murió asfixiado, pero seguro que lo hizo con la conciencia tranquila. Su fútbol, su destreza con el balón, fue un bien muy preciado por el nazismo. Él no rubricó la vergonzosa anexión y no quiso ofrecer al régimen hitleriano aquello que tanto ansiaba. La maquinaria bélica, política y social del
Reich, fue incapaz de imponerse a la fuerza de unas convicciones y una valentía que serían recordadas por el pueblo austriaco, y por el mundo del fútbol, a lo largo de la historia.