Texto publicado originalmente en el libro "La Patria Deportista" (Editorial Planeta, Buenos Aires, 1996), bajo el título Ernesto Guevara, La aventura del deporte.
Por Ariel Scher
El Clarín
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Elogio de la persistencia
Cuando la familia Guevara volvió a Buenos Aires, Ernesto se asoció al San Isidro Club, donde reanudó el vínculo con el rugby. "Los médicos - escribió Ernesto Guevara Lynch - me habían dicho que ese deporte para Ernesto era simplemente suicida. Que su corazón no podía aguantarlo. Una vez se lo dije y me contestó: 'Viejo me gusta el rugby y aunque reviente voy a seguir practicando'. Ante tanta insistencia decidí usar otros procedimientos. Mi cuñado Martínez Castro era presidente del SIC y le pedí que sacara a Ernesto del equipo en que jugaba."
En disidencia con algunas historias con la vida del Che que señalan que del SIC, disgustado por la exclusión, pasó al club Atalaya, el periodista Diego Bonadeo, profundo conocedor del rugby, precisó al diario Sur: "Guevara jugó, y yo lo vi, en Yporá, un equipo que jugaba los campeonatos de la Liga Católica. Lo de Atalaya fue un poco posterior y salió de la necesidad de tener una cancha estable y de pasar a los certámenes de la Unión de Rugby del Río de la Plata, que es la antecesora de la Unión Argentina de Rugby".
Bonadeo fue uno de los chicos que, a la vera de la cancha, le entregaba el inhalador del que recuperaba el aire que siempre extraviaba. "Cada quince o veinte minutos - recordó - tenía que salir hacia fuera de la cancha, por ejemplo donde estaba el juez de línea, y donde también estaba yo con el inhalador, yo le daba el inhalador y entonces él se daba unas aspiraditas y podía seguir jugando." El periodista rechazó las referencias históricas que mencionan que Guevara era medio scrum: "El era inside, pero el dato más llamativo tenía que ver con su aspecto cuando jugaba. En esa época, los delanteros de segunda y tercera línea usaban orejeras como protección. Los tres cuartos, en cambio, jamás se las ponían, no lo necesitaban. Conocí un sólo tres cuartos que usaba orejeras. Era Guevara...".
Guevara jugó en Atalaya, donde también actuó su hermano Roberto, entre 1947 y 1949. El médico y ex rugbier Ernesto Donat, compañero de esa época, evoco para el programa Supersport, de la televisión Argentina: "El no fue uno de los fundadores, cuando apareció empezó a jugar como suplente o en división reserva". Según Miguel Seguí, dirigente de Atalaya, "jugaba bien, no era una maravilla pero jugaba bien". Para Bonadeo, "fue indudablemente un líder, pero no en el deporte, creo que era un jugador más del montón que de los que podían sobresalir".
De su singular aproximación a la vida del Che como rugbier, Bonadeo sumó otro hecho: "Una vez, en unos Juegos Interuniversitarios, escuché un dialogo del que jamás me olvidé. Tenía que jugar el seleccionado de rugby de Medicina, la carrera de Guevara. Un tipo preguntó por qué Guevara no jugaba y otro le soltó esta respuesta: 'Está haciendo una revolución en Panamá'".
A los tackles
Un día ganó el asma. Como si fuera necesario certificar que ningún inhalador es suficiente para sostener a un jugador, Guevara dejó descansar definitivamente su empeño de inside y se descolgó las orejeras que signaban su peculiar condición de rugbier. No obstante, la resignación nunca fue un rasgo saliente del joven que pasó por el rugby embistiendo tanto a los rivales como a los ahogos reiterados. Y siguió haciendo lo mismo, pero de otro modo. Pablo Pirán, un jugador de rugby que es sobrino del Che, contó una historia que puebla las memorias familiares y deportivas: "Le gustaba tanto el deporte que empezó a editar la primera revista de rugby. Se llamaba Takle. El la editaba y hacía los comentarios con el seudónimo de Chancho". Guevara no era renuente a la escritura, como testimoniarían posteriormente sus diarios de viaje y de batalla. Tal vez la experiencia periodística de Tackle afirmó el hábito de escribir. La publicación apareció en 1951 y Ernesto firmaba como Chang - Cho.
De acuerdo con el recuerdo de Ernesto Donat, "él se llamaba Ernesto Guevara, tenía el apodo, cariñoso pero apodo al fin, de Chancho por lo bohemio y lo desprolijo". Militante consecuente del desaliño, Guevara no se dedicó a sufrir porque lo apelaran Chancho. Levemente y a través de percepciones mucho más ligadas con la sensibilidad que con cualquier teoría, por entonces empezaban a preocuparlo otros problemas.
Un lugar en "El Gráfico"
El dato más divulgado de la historia deportiva de Ernesto Guevara es su aparición en la revista El Gráfico en 1950. En la Argentina se conmemoraba el centenario de la muerte de José de San Martín y la expresión Año del Libertador se repetía hasta abrumar, casi con la misma frecuencia con que el peronismo gobernante difundía las consignas en las que sintetizaba qué políticas y qué país transcurrían. En ese contexto, la presencia del hombre que sería el Che en la revista deportiva más importante del país no cambió la vida de nadie.
Guevara quedó incluido en la historia de El Gráfico en la página 49 de la edición del 19 de mayo de 1950. Era el número 1606 de la publicación fundada en 1919, cuya tapa tenía la imagen de Adolfo Paraja, un centrodelantero de Quilmes. En esa oportunidad, uno de los avisos mostraba al joven Ernesto Guevara Serna subido a un motorino (una bicicleta con motor). La firma le había ofrecido a Guevara el arreglo gratuito del motor a cambio de que remitiera una carta sintetizando un viaje que había hecho en la segunda mitad de 1949. La publicidad decía "Solidez y eficiencia son características principales del producto de la famosa máquina Meccanica Garelli de Milán". Después destacaba el nombre de la marca - Micrón - y agregaba: "La carta que transcribimos, recibida del señor Ernesto Guevara Serna, es una prueba más".
La carta estaba fechada el 28 de febrero de 1950, naturalmente mencionaba que era el Año del Libertador General San Martín y estaba firmada por Ernesto Guevara Serna. El texto era el siguiente: "Muy señores míos: Les envío para su revisación el motor 'Micrón' que uds. representan y con el que realicé una gira de 4.000 kms. a través de 12 provincias argentinas. El funcionamiento del mismo, durante mi extensa gira, ha sido perfecto y sólo he notado al final que había perdido compresión, motivo por el cual se lo remito para que lo dejen en condiciones. Los saluda atte.".
Guevara había recorrido Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis y Córdoba. Fue su primer viaje importante.
Las otras búsquedas
Todos los biógrafos de Guevara coinciden: era un hombre inclasificable, heterodoxo, tan revolucionario de su propia persona como del conjunto de las cosas. Esa actitud ante casi todo se manifestó también en el deporte, dentro del que probó cuanta variante tuvo cerca.
Anduvo en bicicleta hasta el agotamiento, aunque solía comentar que el ciclismo era un deporte absurdo. Hizo del campamentismo una experiencia frecuente y algunos de sus compañeros dijeron que allí aprendió recursos que empleó en campamentos posteriores, en los que ya no estaba en juego una posibilidad recreativa sino la política y la vida. Como estudiante de medicina, en 1948 participó de unos Juegos Universitarios y llegó a los 2,80 metros en su salto con garrocha, en un concurso en el que se inscribió "porque no había nadie anotado", como ironiza Granados. También en 1948 viajó a dedo desde Córdoba a Buenos Aires para presenciar una carrera de autos en la que intervino el argentino Juan Manuel Fangio, quien aún no era campeón del mundo. En Morón, tomó clases de vuelo con su tío Jorge de la Serna. Durante su juventud adquirió la preocupación por apoyar su estado atlético con una dieta equilibrada. En general, cuando dependió de su voluntad y no de las imposiciones de la realidad, no perdió esa costumbre. También disfrutó del tiro, la pesca, el patín y el hipismo.
En junio de 1952, Guevara hizo una de sus aproximaciones más extravagantes al deporte: navegó en el río Amazonas. Fue en el marco de un mítico viaje que hizo con su amigo Granados. Los internos de un leprosario del norte del Perú, donde habían trabajado, les obsequiaron una balsa que bautizaron con el extraño nombre de "Mambo - Tango". Con aciertos y con errores, todo terminó bien. Guevara sabía que, en esencia, había que hacer sólo una cosa: remar para adelante. Como también coinciden sus biógrafos, inclusive los más críticos, Guevara nunca tuvo demasiados inconvenientes en ir para adelante.
El viaje del cambio
El viaje de Guevara y Granados se gestó en 1951 y cobró movimiento en diciembre de ese año. Abarcó varios países de América latina y, producto de la simultaneidad que a veces adoptaban los procesos objetivos y subjetivos, fue también el viaje que empezó a transformar a un muchacho rebelde y aventurero en un personaje que incidió en la historia contemporánea.
La primera faceta deportiva del periplo la aportó la motocicleta, lloamada La Poderosa II, que sirvió de transporte a los dos amigos. Como motociclistas anduvieron hasta el Sur argentino y desde allí, marchando hacia el Norte, hasta Santiago de Chile. No era un tránsito sin dificultades: "Nuestra moto marchaba con parsimonia, demostrando sentir el esfuerzo exigido, sobre todo en su carrocería, a la que siempre había que retocar con el repuesto preferido de Alberto, el alambre. No sé de dónde había sacado una frase que atribuía a Oscar Gálvez: 'En cualquier lugar que un alambre pueda reemplazar a un tornillo, yo lo prefiero, es más seguro'. Nuestros pantalones y las manos tenían muestras inequívocas de que nuestra preferencia y las de Gálvez andaban parejas, al menos en cuestión de alambre". Luego la moto se rompió y sus tripulantes tornaron en caminantes.
El viaje también marcó el regreso al fútbol de Ernesto Guevara. La primera vuelta se produjo en el norte de Chile. "Allí - relató - nos encontrábamos con un grupo de camineros que estaban en una práctica de fútbol, ya que debían enfrentarse a una cuadrilla rival. Alberto sacó de la mochila un par de alpargatas y empezó a dictar su cátedra. El resultado fue espectacular: contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo, casa, comida y transporte hasta Iquique. Pasaron dos días hasta que llegó el domingo jalonado por una espléndida victoria de la cuadrilla en que jugábamos los dos y unos chivos asados que Alberto preparó de modo de maravillar a la concurrencia con el arte culinario argentino.".
Después hubo más fútbol en un leprosario del Norte peruano, en la ciudad de San Pablo. Allí, junto a Granados, jugó con los leprosos, en una búsqueda terapéutica para distraer a los internos. Granados evoca: "Siempre me acuerdo de la canchita de San Pablo porque era maravillosa. Estaba rodeada de árboles, era cortita y ancha. Jugábamos contra los leprosos y contra los sanos, que eran dos equipos".
La acción de las canchas siguió en Machu Pichu. Escribió Guevara: "En las ruinas nos encontramos con un grupo que jugaba fútbol y enseguida conseguimos invitación y tuve oportunidad de lucirme en alguna que otra atajada por lo que manifesté con toda humildad que había jugado en un club de primera de Buenos Aires con Alberto, que lucía sus habilidades en el centro de la canchita, a la que los pobladores del lugar le llaman pampa. Nuestra relativamente estupenda habilidad nos granjeó la simpatía del dueño de la pelota y encargado del hotel que no invitó a pasar dos días en él";.
El retorno más integral ocurrió poco después. Fue en la ciudad de Leticia, en Colombia, donde Guevara y Granados procuraban encontrar una manera transitoria de sobrevivencia económica. Afirmando su derrotero de hombre de circunstancias asombrosas, al futuro Che esa vez lo auxilió el prestigio del fútbol argentino. "Lo que nos salvó - apuntó en su diario de viaje - fue que nos contrataron como entrenadores de un equipo de fútbol, mientras esperábamos avión, que es quincenal. Al principio, pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el campeonato por penales. Alberto estaba inspirado, con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de 'Pedernerita', precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia." También en Colombia, los dos aventureros tuvieron un encuentro cálido con Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas argentinos de la historia.
"Durante el viaje usábamos mucho el fútbol para entrar en contacto con la gente", resume Granados. Les resultó una buena fórmula.
El viaje sumó actividades deportivas todo el tiempo. Hubo un partido de básquetbol contra militares en Perú y decenas de caminatas que pusieron a prueba el cuerpo. También un cruce a nado del río Amazonas, a la altura del brazo próximo al leprosario de San Pablo. Ese día Guevara cumplía veinticinco años. Celebró a su modo. "Ese vagar sin rumbo por nuestra Mayúscula América me ha cambiado más de lo que creí", redactó en sus notas de viaje. Faltaban pocos años para que el mundo se enterara del cambio.
Un cronista deportivo
En 1955, Guevara consiguió trabajo en México como redactor y fotógrafo de la Agencia Latina. En ese rol, cubrió los segundos Juegos Deportivos Panamericanos, que se realizaron en ese país y en ese año.
El 10 de abril de 1955 escribió una carta a su amiga Tita Infante en la que contó su reaparición en el periodismo deportivo: "Mi trabajo durante los Juegos Panamericanos fue agotador en todo el sentido de la palabra, pues debía hacer de compilador de noticias, fotógrafo y cicerone de los periodistas que llegaban de América del Sur".