Diálogo ficticio construido con frases de Eduardo Galeano y Günter Grass tomadas de entrevistas, artículos o conferencias. Los dos, grandes escritores y aficionados al fútbol, fallecieron este lunes con pocas horas de diferencia
Por Toni Padilla
… las cucharillas golpean los vasos, llenos de café. Dos ancianos, en una mesa, charlan sobre fútbol.
G.G: Y tú, ¿de qué equipo eres?
E.G: De Nacional. El club de mi vida, de mi niñez. Aunque con el tiempo valoro el talento por encima de las camisetas. Ya no me importa el color de la camiseta si el jugador tiene talento, juega bien. Soy un mendigo de una buena jugada.
G.G: Entiendo. Me sucede más o menos lo mismo, aunque no valoro tanto el buen jugador como el ambiente. Casi disfruto más con un partido de segunda que de tercera. La Bundesliga, con tanto dinero, ha cambiado demasiado.
E.G: La verdad es que si una jugada de talento, un buen partido, tiene como protagonista a un equipo chico, pequeño… casi mejor.
G.G: En este deporte-negocio, las diferencias entre clubes grandes y pequeños ya son imposibles de salvar. Por eso siempre he sido del Friburgo, aunque también entiendo y apoyo la causa del Sankt Pauli. Defender un fútbol popular me parece justo. Que la gente sea propietaria, no las marcas.
E.G: Con la FIFA es complicado. Son como una dictadura. Con estructura monárquica. La monarquía más misteriosa del planeta, sus secretos fueron sellados con siete llaves.
G.G: Si, ellos se aseguraron que el deporte ya no fuera de la gente. La FIFA lo convirtió todo en un negocio. Ganar dinero, sólo ganar dinero. Por eso no pude disfrutar el Mundial del 2006. Le di la espalada y participé en los actos que se organizaron en el campo del Sankt Pauli contra la FIFA.
E.G: Yo el Mundial lo sigo, lo admito. Cuando llega el torneo, pongo el cartel de cerrado por vacaciones. Los uruguayos somos así, nacemos cantando un gol…
G.G: Un gol o una final pueden cambiar la historia de un país. Mira la final del Mundial de 1954. Ganó Alemania y todo el país lo celebró como un milagro, fue clave en la recuperación de toda una nación. Siempre me pregunto qué hubiera sucedido si el árbitro no les anula el gol del empate a los húngaros.
E.G: ¿Y Uruguay? El fútbol nos metió en el mapa. Y la moral subió en 2010, con las semifinales. Cuando Luis Suárez sacó la pelota con las dos manos, se expulsó del Mundial para que Uruguay siguiera. Fue un maravilloso momento de locura patriótica.
G.G: A mí me costó mucho conectar con la selección. Piensa que me he criado con dos Alemanias separadas. Y en 1974 se enfrentó mi pasaporte con mi ideología. No fue fácil. Aunque entonces no seguía tanto el fútbol.
E.G: ¿No te gustaba?
G.G: Sí, me gustaba. Bueno, estaba aparcado, tenía otras cosas en la cabeza. Había jugado de joven en Danzig. Luego salió de mida y volvió. Sobretodo por mi hijo Bruno, que pidió jugar en un equipo.
E.G: ¿No jugaste nunca más?
G.G: Bruno me pidió que jugara un partido de padres de la escuela. A los cinco minutos no podía más. Aunque metía buenos centros. Desde la izquierda, cómo no.
E.G: A mi me tocó vivir siempre como hincha, aunque admito que no soy enemigo de nadie, ni de Peñarol. En eso soy diferente, creo.
G.G: Sin duda. El fútbol sin hinchas no es fútbol.
E.G: El hincha rara vez dice: «Hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Eso me gusta. Muchos intelectuales, de izquierda o de derechas, nos critican por amar el fútbol…
G.G: Me importa poco lo que digan. El intelectual que menosprecia los gustos del pueblo. Típico. Yo menosprecio la FIFA. Como Maradona.
E.G. Ah, El Diego.. Un dios sucio, el más humano de las dioses. Mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón…en pocos minutos, metía el mejor gol y otro de tramposo…curioso tipo. ¿Cuál es tu jugador favorito?
G.G: Iashvili. El georgiano. Incluso cuando metía goles parecía melancólico. ¿Y el tuyo?
E.G: Varela. Jugadores como Messi son un milagro hoy, pues juegan bien. Pero nadie como el negro jefe. Muchas veces pude comer con él y me contaba cosas del Mundial del Maracanzo. Una vez, comiendo, le sonó el teléfono. Era Zizinho, el brasileño de ese Mundial. Aunque fueron derrotados, los jugadores de ese partido eran amigos. Zizinho lo llamó… ¿Sabes con qué motivo? Contar que tenía la gripe.
G.G: Precioso, precioso. Otro fútbol. Más humano. Documentándome para el libro ‘Mi siglo’, descubrí que antes de la primera final de la Bundesliga, en 1903, los jugadores del Deustcher de Praga se emborracharon antes del partido…imagina.
E.G: ¿Un club checo jugando la liga alemana?
G.G: Eran otras épocas. Las fronteras y el fútbol cambiaron. Lo sabes bien, los escribiste en ‘Fútbol a sol y sombra’.
E.G: Me suena ese libro, amigo. Me suena.
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