martes, 7 de enero de 2014

“Fue el Che Guevara del fútbol”: Brasil no olvida a Sócrates

Por Marco Mathieu*
Sinpermiso.info


«Era mucho más que un derby, mucho más que el partido decisivo para ganar la Liga: celebrábamos a un hombre especial, un símbolo. Y a un  futbolista fenomenal». Leandro Castan, 27 años, defensa de la Roma y exCorinthians, se emociona al recordar ese domingo: el desafío contra el Palmeiras, el 4 de diciembre de 2011, en el estadio Pacaembù, a las pocas horas de la muerte de Socrates, comenzó con totos –hinchas y jugadores – saludándolo con el puño cerrado. «Ese gesto lo decidimos en el vestuario», cuenta Castan. «Y ganamos el título brasileño, cumpliendo su deseo: morir el día en que el Corinthians volviera a ser campeón».

Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira se fue, a causa de una cirrosis hepática, a los 57 años de una vida en la que había conseguido mezclar fútbol y política, medicina y escritura, compromiso social y música. Jugador del Corinthians y la Fiorentina, del Flamengo y el Santos, pero sobre todo de Brasil, selección con la que disputó dos mundiales (1982, 1986). Goles, cervezas, cigarrillos y golpes de tacón. «Un libertario, el más original de los futbolistas brasileños», resume sonriendo en su casa de Sâo Paulo Juca Kfouri, 63 años, escritor y  amigo de Magrao, como llamaban también al "doctor" Socrates cuando los excesos alcohólicos habían hinchado ya su físico enjuto. Hoy, en las gradas del viejo Pacaembù, los aficionados del Corinthians dicen de él que «fue el Che Guevara del fútbol». Paolo Marconi, 33 años, líder de la torcida "Gavioes da Fiel": «En su nombre nos manifestamos el verano pasado contra despilfarros e injusticias con ocasión de la Copa Confederaciones».

La herencia de Sócrates es también ésta. «Abrió las puertas del fútbol al arte y a la política, a la filosofía y a la sociedad, dejando una huella que aún hoy es reconocida por los chicos», dice Washington Olivetto, 62 años, en su oficina de director de la más importante agencia publicitaria de Brasil. Mérito de la Democracia corinthiana (1982-83): concepto, o mejor dicho, reivindicación a la que contribuyó Olivetto: «Con Casagrande, Wladimir y los demás compañeros acompañó al pueblo a pedir elecciones libres, acelerando efectivamente el final de la dictadura militar». Junto a Lula, que muchos años después le habría ofrecido el cargo de ministro del Deporte a Sócrates, recibiendo una amable negativa: «No estoy hecho para andar en las instituciones, sigo siendo un rebelde». Y rebelde es la imagen transmitida en el tiempo de la democracia corinthiana. «Todo se discutía y se votaba en el vestuario: desde los horarios de los entrenamientos a las opciones del club. Yo en aquella época no lo entendía, pensaba que bastaba con jugar al balón», reflexiona Antônio José da Silva Filho, 54 años, que para todos sigue siendo Biro-Biro. Una pequeña multitud le asedia pidiéndole un autógrafo, en las calles de Brooklyn, como llaman a este barrio de la periferia sur de Sâo Paulo. «Si me he hecho famoso, se lo debo a Sócrates».

A cuatro horas en coche de la megalópolis paulista, otro excompañero de equipo (en el Corinthians y en la selección), explica en cambio el  "tacón de Dios". «Era su gesto técnico preferido, le permitía pasar velozmente aunque tuviera más de 1’90 de altura: no es el físico ideal para un centrocampista». Juninho Fonseca tiene 55 años y el puesto de coordinador de los juveniles Botafogo de Riberao Preto, el club en el que Sócrates inició su carrera de futbolista, la ciudad en la que estudió para médico. «En realidad, jugaba pocos minutos de partido, decía que le bastaba: un gol, un pase para desmarcarse. Después, largas pausas. Pero era un líder, en el campo y fuera de él». También en el Mundial de 1982, cuando «el mejor Brasil de siempre» perdió contra los “azzurri”. «En los vestuarios había quien nos pedía jugar de modo más especulativo contra Italia, pero Sócrates puso fin a la discusión como capitán: "Somos Brasil y jugamos al ataque"».

Al ataque también en la vida, acabado el fútbol, Sócrates se dividió entre televisiones, periódicos, bares y proyectos nunca realizados: de la clínica ortopédica para atletas al teatro. Hasta el libro que acaso se convierta en autobiografía póstuma, al cuidado de su tercera y última mujer,  Katia Bagnarelli. Para publicarla se precisa de la autorización de los seis hijos, todavía por conseguir. Queda en cambio el recuerdo de los hermanos: Sóstenes, que trabaja con el más  "pequeño" de la familia, Rai, exjugador del San Paolo y el PSG, en la fundación Gol de Letra. «Tenía una personalidad fuera de lo común y siguió igual a sí mismo hasta el final. Hasta en los excesos de su carácter, vicios incluidos. Siempre sonriente, alegre: le gustaba perderse entre las palabras, ideas, amigos y locales de esta ciudad».

Como la "Mercearia", bar travestido de librería en el corazón del barrio de Vila Madalena que lleva Marcos Benuthe, 56 años: «Venía por aquí para encontrarse con los escritores: no es un sitio de futbolistas, pero, por otra parte, él no era sólo un futbolista». E indica con una sonrisa la portadilla del disco grabado por Socrates, colgada del mostrador. Un poco más allá, Michelli Provensi, 23 años, modelo y escritora, añade: «¿Sócrates? Un artista prestado al fútbol y un símbolo de libertad que perdura en el tiempo. Nunca le vi jugar, pero estaba en el estadio el día que murió. Con el puño en alto».

*Marco Mathieu es un periodista nacido en Turín que colabora habitualmente con La Repubblica tanto en radio como televisión.

**Traducción para Sinpermiso: Lucas Antón

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