Antes de culminar su presidio, los presos políticos uruguayos jugaron un partido de fútbol para el recuerdo
Por Gabriel Tuñez
El aviso, como siempre, llega en papeles apenas visibles, en susurros, en golpes precisos y comprensibles a las paredes. Los convocados sabrán qué hacer cuando salgan al recreo. No hay camisetas que los diferencien, no hay césped que pisar, no hay redes en los arcos de madera. No habrá otro partido allí, a 50 kilómetros del estadio Centenario, cuyas luces, como en la canción de Jaime Roos, resaltan a lo lejos en las noches de Montevideo.
Los presos políticos de la dictadura uruguaya se encontraban, en su mayoría, aislados del resto de la población carcelaria del penal de la ciudad de Libertad. Habían sido llevados desde diferentes prisiones, cuevas húmedas, oscuras y compartidas con ratas y cucarachas. Habían pasado los últimos 12 años de vida, si así se le podía llamar, entre la locura, los golpes, las torturas, el hambre y la ausencia. Escuchando las constantes voces que surgían de la mente, atormentándolos, lastimando los mejores recuerdos.
“Yo estaba alojado en el segundo piso del Penal, el sector A de aislamiento. Eso quería decir, para hacerlo breve, que sólo salíamos cuando había recreo y si no estábamos sancionados”, me cuenta Liscano, detenido desde los 23 años. Entre las medidas de “seguridad” tomadas por los militares a cargo de la prisión, una de ellas fue prohibir que se organizaran equipos de fútbol en el segundo piso. “Reprimían todo lo que fuera organización. Por ese motivo se creó una liga clandestina. Dos compañeros armaban los equipos y el día antes les avisaban a quienes debían jugar. Solo ellos llevaban un orden escrito y secreto. Uno entraba a la cancha y sabía dónde debía ubicarse”.
Alrededor de la cancha, los altoparlantes emitían las transmisiones radiales de los partidos del fin de semana, el Campeonato Federal de Básquetbol, la Vuelta Ciclista del Uruguay y, en 1980, el Mundialito que organizó la dictadura y que disputaron las selecciones campeonas del mundo hasta ese momento. La Celeste ganó el torneo y, para sorpresa del régimen, que esperaba la adhesión, los hinchas salieron a la calle para gritar, por primera vez, “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.
Liscano había sido trasladado a Libertad en 1976, cuatro años después de su detención ilegal. A pocos metros de su celda, aunque casi no se veían en el día a día, estaba Marcelo Estefanell. Ambos militaban en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros. El recuerdo retrocede hoy a los primeros meses de 1985, al final de la dictadura. “En la cárcel no teníamos ninguna práctica deportiva organizada. Solo atinábamos a armar 11 contra 11 y, a veces, algún campeonato interno. Pero como sólo éramos 25 presos muy aislados, se hacía imposible armar más de dos equipos”, repasa Estefanell mientras dialogamos por teléfono.
En el segundo piso de la cárcel había buenos jugadores. Por lo menos una decena. “Casi todos llevábamos más de diez años presos, así que la falta de ejercicio no permitía mantener los cuerpos bien entrenados. No obstante, visto desde hoy, me parece increíble que a los 35 años yo era capaz de correr durante 90 minutos sin parar”. Liscano vuelve a desplegar el equipo en la cancha. “Recuerdo que jugaba Eduardo Bonomi, de los muy buenos. Un delantero, que le pegaba a la pelota con una potencia que nunca había visto. Marcelo era un arquero de calidad mediana. El Negro López era, como se decía entonces, un buen back derecho y aguerrido”. Estefanell coincide sobre la habilidad de Bonomi. “Era muy bueno, un 10 excelente que llevaba la cabeza levantada, era hábil con las dos piernas, gran pasador y temible en cada tiro libre. Una especie de Andrea Pirlo”.
El 12 de marzo de 1985, cuando la represión en el Penal “había aflojado mucho” y el momento de la liberación parecía cercano, algunos de los detenidos en ese segundo piso “tuvieron la idea de jugar el último partido”.
“Hicieron dos equipos con los mejores jugadores. Yo era uno de esos 22, pero cuando me preguntaron si estaba dispuesto a jugar dije que no porque tenía miedo a lastimarme. Como insistieron mucho, y en honor a quienes durante años habían mantenido la liga, acepté. Pero les pedí que me pusieran de puntero derecho, un puesto en el que nunca había jugado y que yo suponía iba a ser de poco esfuerzo”, evoca Liscano, hincha de Peñarol.
Era después del mediodía en Libertad. El sol caía perfecto y el calor abarcaba todo el lugar. Los soldados vigilaban a los jugadores atrás del alambrado. Cada vez que la pelota se iba para el otro lado se paraba el partido. Un detenido tenía que salir a buscarla caminando, porque estaba prohibido correr, con las manos a la espalda y acompañado de un soldado. “Lo que yo me temía ocurrió. Salté a cabecear y al caer apoyé mal el pie y me hice un esguince muy doloroso en el tobillo derecho. Salí lesionado y me llevaron a la celda. No recuerdo cómo terminó el partido”, lamenta Liscano.
Al final de esa jornada, sin embargo, conocieron la noticia de la liberación. Algunos, entre ellos José Pepe Mujica, ya habían dejado el Penal días antes. “El Pepe llevaba, bien agarrada, la escupidera rosada” en la que había plantado caléndulas y que habían florecido, mencionan Mauricio Rosencof y Heleuterio Fernández Huidobro en su libro Memorias del calabozo. Rosencof y Fernández Huidobro también estuvieron alojados en Libertad.
“El Pepe Mujica era horrible jugando al fútbol. Raúl Sendic, nuestro máximo líder, también era un perro con la pelota”, recuerda Estefanell.
El jueves 14 de marzo, dos días después del último partido, llegó la orden: “Todos abajo”. La mayoría corrió por las escaleras. Unos pocos se distrajeron jugando al truco en la celda y fueron llamados a los gritos antes de subir al micro que iba a trasladar a los últimos 42 presos políticos, luego de varios trámites, hacia sus hogares. Mientras apuraban el paso, algunos militares les advertían: “Afuera será más fácil hacerles la boleta”.
“Nos encontramos con Carlos uno minutos antes de subir al ómnibus que nos llevaría a la cárcel central de Montevideo, en la Jefatura de Policía. Fuimos la última tanda de liberados. Atrás –parece mirar Estefanell- dejábamos una cárcel vacía”.
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José Alberto Pepe Mujica: fue diputado, senador, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca y presidente de Uruguay desde el 1 de marzo de 2010. Integró el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fue herido de seis balazos en enfrentamientos armados, se fugó dos veces de la cárcel de Punta Carretas pero pasó detenido más de 12 años en el Penal de Libertad hasta su liberación, en 1985.
Carlos Liscano: también formó parte de los Tupamaros. Fue detenido por las fuerzas militares a los 23 años y liberado a los 36. Luego se exilió en Suecia hasta 1996, cuando regresó a Uruguay. Es escritor, fue viceministro de Cultura y desde 2010 dirige la Biblioteca Nacional del Uruguay.
Marcelo Estefanell: Fue detenido en 1972, mientras cursaba tercer año de Facultad de Veterinaria en Montevideo, por su militancia en los Tupamaros. En la cárcel leyó unos 1.600 libros. Tras ser liberado en 1985 comenzó a trabajar como diseñador gráfico y se especializó en redes informáticas y comunicaciones. También es escritor.
Eduardo Bonomi: se desempeñó como ministro del Interior y de Trabajo y Seguridad Social. Perteneció al Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros. Estuvo detenido entre el 21 de julio de 1972 y el 8 de marzo de 1985.
*Publicado originalmente en www.defutbolsomos.com.ar
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