Con este mensaje en la camiseta, Kurt Lutman festejó un gol en la reserva de Newell’s en el 2000. Un día especial, una historia diferente
Por Roberto Parrottino
Kurt Lutman se sentó el jueves a las siete de la tarde a una mesa instalada en una canchita auxiliar de Newell’s en el Parque Independencia. Entre los árboles, colgaba la bandera rojinegra del Departamento de Cultura. Mientras sonaba de fondo una música incidental de guitarra, presentó El agua y el pez, su libro de 19 relatos. De “Crónicas de un fútbol fantástico”, según el subtítulo. Entre los que lo escuchaban, sentados en las sillas plásticas, estaban Lucas Bernardi y Gabriel Heinze. Ex mediocampista de la Lepra, Godoy Cruz, Huracán de Corrientes, Campana de Carcarañá y Unión de Villa Eloísa, Kurt trabaja ahora en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros. Allí brinda un taller de recreación y juego. Como su nombre, que sale del personaje de una novela de la escritora española Corín Tellado, su vida es una historia romántica.
–¿Qué puntos de contacto hay entre fútbol y militancia?
–Son inseparables. Siento que los han ido acorralando y distanciando. Que el destino de nuestro lugar está atado a lo que hacemos. Hay infinidad de expresiones que han estado con un oído en la cancha y el otro afuera. El libro no sólo refleja militancia, sino que refleja “los otros fútbol”, que tienen que ver con ese que no sale en los medios grandes porque está ninguneado y silenciado y que está cargado de mística. Que no tiene que ver con el fútbol del que hablan los tontos de Niembro, que han hecho mucho daño porque son los que hablaban de fútbol durante el menemismo, los que creen que sólo importa ganar y que el fútbol es una billetera. En una de las 19 crónicas hablo de los ídolos de pueblo. Acá, en la Liga Cañadense, los pibitos no quieren ser como el Tata Martino o Maradona: quieren ser como el Chano Besso, que son gente que no la vas a conocer si no te acercás. Ellos son los reflejos. Eso me parece de verdad. Están ahí.
–¿Por qué empezaste a escribir?
-Gracias a El Eslabón, una cooperativa de prensa, de pibes que son unos leones. Son de distintos puntos de Rosario, de la carrera de Comunicación Social. Existe desde 1999. Ahí empiezo a repartir los periódicos como changa y, cada tanto, colaba una nota en la sección Deportes, que está conducida por dos periodistas impresionantes: Santiago Garat y Julio Rodríguez. Ellos me animaban a escribir cuando los repartía en la bici allá por los 2000, cuando había dejado de jugar y el país estaba en plena crisis.
–Jugaste el Mundial de Japón ‘93 con la Selección Sub 17. ¿Qué pasó con aquel chico que soñaba con ser un futbolista a esta persona que sos hoy?
-Un montón de cosas, pero fue importantísima la militancia en HIJOS. En 1999, antes de jugar en la Primera de Newell’s, empiezo. Tenía 23. milité tres años. Fue fundacional porque abrí una perspectiva personal. Dimensioné que había un montón de cosas por fuera del fútbol. Me hizo muy bien, porque cuando decidí retirarme tenía dónde saltar. El barco simultáneo de la militancia me llenaba. Entonces cuando tomé la decisión hinchado las pelotas con el fútbol caí ahí; llegó un momento que sentía que tenía que estar en la esquina con mis amigos, que disfrutaba más hacer el viaje para ir a ver a los Redondos a alguna provincia que concentrar y jugar un partido. Ahí fui a militar a los barrios y me encontré con la poesía. Eso ya era suficiente.
–¿Por qué en HIJOS?
–No tengo una historia directa. HIJOS Rosario es una regional que nunca le dio pelota a la filiación directa. Siempre se consideró que todos los pibes somos hijos de una historia y de una generación. En un punto, cada uno aportaba lo suyo y yo venía del palo del fútbol. Pude sumar los bombos. Nací el 11 de septiembre del 76, el año del golpe cívico-militar. Eso me estalló la cabeza. “Loco, cuando yo nací pasaban estas cosas”. Después leí La voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, y me encontré con la militancia de los 70. La vieja Ana María Ferrari fue una mina que me marcó. Está en una de las crónicas, que se llama “Ella”.
–En ese marco decidiste festejar con la remera.
–Fue el 19 de marzo de 2000. Era la previa al 24. Ya andaba a los chispazos con el expresidente (Eduardo) López y me bajan a la reserva, y no porque andaba jugando mal. Si no que se solía hacer. Esto era medio particular. Había agitado un poco para entrar con una bandera y López lo pescó y no quería saber nada. Y me baja a reserva y tengo el culo histórico de hacerle dos goles a Belgrano. Y levanto la camiseta y me había escrito: “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”. Fue una reafirmación. Até mi pasión del fútbol con la de afuera. Era una forma de decir: “Yo soy todo esto”.
–¿Qué te había pasado antes, cuando jugabas en Godoy Cruz?
–Eso fue un cachetazo. En 1995. Caminaba por la Plaza Independencia de Mendoza y me crucé con una marcha. Veía nombres en blanco y negro en las fotos de los que me enteraría que eran los desaparecidos. Las consignas en las banderas. Los pañuelos blancos en las cabezas de las madres y abuelas. Se me partió la cabeza. Me acuerdo que me acerqué a preguntar qué pasaba, que me contaron amablemente, y me senté a un costado y no podía levantarme. No podía entender lo que había pasado. No tenía ni idea. Y eran otras marchas, con muy poca gente. Eso no era un documental. Estaba ahí, en vivo.
–¿Es cierto que te peleaste a piñas con un represor?
–En realidad fue un escrache que habíamos organizado con HIJOS en los Tribunales de Rosario por la causa del represor Eduardo “Tucu” Constanzo, torturador de Quinta de Funes. Teníamos preparados los huevos para tirárselos cuando saliera de declarar: y cuando nos acercamos, y vimos que no había vallas y estábamos cara a cara, uno de los hijos de Constanzo pensó que le íbamos a pegar y ahí se cruzó con el hijo del desaparecido Cabezón Toniolli. Intenté separarlos pero se armó un revoleo de piñas importante.
-¿Cuando jugaste en Huracán de Corrientes el preparador físico te acuchilló después de reclamar el pago de los sueldos para tus compañeros?
–Resultó que llegué de Rosario y comencé a cobrar al día. Venía de los manejos de López. Dije: “Esto es el paraíso”. Y después me enteré que nos pagaban a los que habíamos venido de afuera. A los pibes de Corrientes les debían seis meses. Entonces hablamos con los dirigentes para reclamar por el grupo y hasta amenazamos con no viajar a jugar contra Almirante Brown. Al club lo manejaba, como a toda la provincia, el gobernador Romero Feris. Estaba uno de los hijos. Y un día, en una práctica con 40 grados, el preparador físico, a quien lo mandaban para que nos bardeara, le dijo a un compañero, a Hernán Pedraza, que se pusiera la remera. Estábamos todos en cuero. Como se negó, sacó un facón de atrás del pantalón y lo amenazó. Salí corriendo para meterme, me tiró un cuchillazo y me cortó en la panza.
–¿Cómo vas a vivir este 24 de marzo?
–Aunque ya no milite orgánicamente hace tres años, y es bueno aclararlo porque aún me reconocen como el loco que milita, vamos a ir a copar el Monumento a la Bandera, como siempre. Ahora milito para mis hijos: Juan, de once, y Francisca, de nueve. Porque más allá de las causas abiertas, y de que me considero kirchnerista y defiendo el modelo de inclusión del gobierno, es un momento de encuentro. Así que ahí estaremos con toda la banda.
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