La fundadora y primera capitana de la selección femenina de fútbol de Palestina habla de las barreras sociales, políticas y culturales que se ha encontrado en su carrera. Su historia hace parte de "Los rebeldes del fútbol 2", filme estrenado en Bilbao
Por Antonio Nieto
El País
“Soy palestina, árabe, cristiana, mujer y juego al fútbol”. He aquí el conflicto, el punto de partida, el leitmotiv del relato de la vida de Honey Thaljieh (nacida en Belén hace 30 años), fundadora y primera capitana de la selección femenina de fútbol de Palestina, que ella misma narra con la solidez, la pausa y la intencionalidad de alguien que quiere mandar un mensaje de superación en cada frase.
Por su destreza en la oratoria podría sonar a cantinela de autoayuda, a una cierta intención de imprimir un "si luchas por tus sueños lo conseguirás", que puede llevar la conversación a una especie de discurso guionizado. Su historia, de hecho, ya forma parte del guion del documental "Los rebeldes del fútbol 2", que recoge la vida de cinco figuras que se erigieron como héroes sociales a través del fútbol y que se proyectó el lunes en el Thinking Football Film Festival de Bilbao, que continuará hasta el sábado. “Estoy orgullosa de que me presenten como héroe social”, asegura, sonriente, en el hall de un hotel a pocos metros del Guggenheim, en Bilbao.
Todo empezó en las calles antiguas y estrechas de Belén, donde jugaba con chicos en contra de la opinión de su familia y las críticas de la comunidad. “Al principio solo era un hobby, pero me di cuenta de que me encantaba. Luego empecé a crecer y después de la primera y la segunda intifada encaramos desesperación, destrucción, guerra. La mayoría perdió la esperanza”, recuerda.
“Todas las noches, los soldados asaltaban nuestra casa y nos sacaban fuera sin importarles la lluvia o el frío. Nuestro coche fue destruido, mi primo fue asesinado. Era muy duro ver los cadáveres en el suelo. Esas imágenes siempre están en la cabeza. A veces tienes pesadillas”, recuerda. Thaljieh encontró en el fútbol una forma de canalizar la rabia. “Pensé que con el fútbol se podía conseguir algo. En lugar de sentirse sin esperanza, de la desesperación, se podía construir algo, dar esperanza a la sociedad y a las mujeres”.
Más tarde, cuando estudiaba en la universidad de Belén, Thaljieh vio un anuncio que buscaba chicas a las que les interesara el fútbol. “Eres la primera que quiere jugar al fútbol”, le dijo su profesora. Consiguieron entonces formar un grupo de cuatro o cinco jugadoras, el germen de la futura selección.
“Fue muy difícil por todas las barreras, sociales, culturales y políticas. Y las críticas como que las mujeres no deben jugar al fútbol, llevar pantalones cortos, que deben cubrirse la cabeza. Las críticas lo hicieron difícil, pero decidimos que nosotras no sólo estábamos jugando al fútbol. Era mucho más que fútbol”. Esto fue en 2003. Dos años más tarde, la Federación Palestina de Fútbol autorizó la creación de la selección. Jugaron su primer partido internacional contra Jordania, crearon la primera liga nacional femenina, y participaron en torneos como el campeonato de la Federación de Fútbol de Asia Occidental. En 2009 Palestina disputó el primer partido internacional en casa, en Cisjordania, también contra Jordania, ante unos 14.000 espectadores. Dos días antes de ese partido, Thaljieh se lesionó. “Era mi sueño. Por lo que había esperado tanto tiempo. Tenía tantas ganas de jugar que al final el entrenador me dejó entrar los últimos tres minutos”, recuerda.
Mediapunta, con gusto por finalizar las jugadas, Thaljieh colgó las botas en 2009, después de arrastrar una serie de lesiones y habiendo marcado unos 17 goles, según sus cálculos. En 2012 se convirtió en la primera mujer de Oriente Próximo en obtener un máster de la FIFA. Ahora trabaja para la organización, en comunicación corporativa, además de colaborar con varios proyectos sociales relacionados con el fútbol.
Desde las calles de Belén hasta su llegada al máximo organismo del fútbol mundial, queda un relato forjado mediante la lucha contra las desigualdades. “Como palestina, crecí bajo la ocupación y la opresión: mi identidad fue mi prisión. Como cristiana, viví en una sociedad musulmana dominada por el hombre. Como árabe, en un mundo con mucho racismo y estereotipos, mi etnicidad también se convirtió en mi prisión. Y por ser mujer, en una sociedad patriarcal, donde el fútbol era una actividad de hombres, mi género fue mi prisión. Todas estas identidades se convirtieron en mi prisión, pero también a través de ellas encontré la libertad para ser de la manera que soy”.
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