"El fútbol perdió su inocencia cuando se comercializó y se prostituyó con los dólares y los euros, cuando se desvirtuó y se sobrevaloró el papel del profesional del balompié, cuando el mercadeo y la publicidad fabricó dioses enanos de oropel engominados, cuando la cancha de fútbol se volvió una pasarela de modelos metrosexuales y ególatras, cuando lo más importante es la imagen y la promoción individual".
Por Roberto Herrera
Para los nacidos en la década de los cincuenta del siglo pasado, la primera división de fútbol en España estaba integrada por un equipo que tenía nombre y apellido, y el resto de los equipos eran instituciones sin pedigrí. Los niños de los barrios pobres y menos pobres crecimos jugando al futbol con la idea que el mejor equipo de fútbol del mundo hispanoamericano era el Real Madrid, ya sea por ignorancia o por evidente enajenación deportiva de los padres, quienes a su vez también fueron víctimas de la propaganda mediática de la prensa, el cine y la televisión de la época.
Así fue como nació mi amor por el Real Madrid, jugando por las tardes con una pelota de cuero semi ovalada con mi amiguito, quien creía ser Di Stefano, mi primo, quién soñaba con ser Puskas, el hijo del boticario gallego, tan rápido como Gento, y yo, el extremo izquierdo, el tocayo de Herrera.
¿Qué podía saber un carajito como yo, de la existencia de un tal Francisco Franco? ¿Cómo podía enterarse que España era más que castañuelas y paso doble? ¿Dónde se podía leer acerca de la dictadura franquista y del Opus Dei? ¿Quién se atrevió a denunciar, en un país gobernado por militares, que el estandarte deportivo de la monarquía y la derecha falangista española era el equipo de Di Stefano, Puskas, Gento y compañía? Y, además ¿Qué sabíamos de fascismo y todo el embarullo político de la Madre Patria? Nada. Simplemente jugábamos al balompié.
Europeos en Boca Juniors
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