Es entendible que muchos deseen que este ciclo glorioso del Barcelona se corte de una vez, pero no da para estar indignados. La hazaña es legítima
Por Jorge Barraza
"Nos pitaron dos penales en contra, pero perdimos 6 a 1, no es por el árbitro, sino por nosotros”. Toda la grandeza que el Paris Saint-Germain no pudo demostrar en el juego, Marco Verratti la tuvo en el análisis. Supo verlo y reconocerlo: si un equipo va tres goles arriba hasta el minuto 88 de un partido y no sabe sostener el resultado, ata su suerte al destino. El destino quiso remontada, el dramatismo de la hora lo tornó epopeya. Con el básico argumento de tener un poco la pelota, o incluso de tirarla un par de veces afuera (nadie se hubiese escandalizado) consumaba su pase a cuartos de final. No pudo.
La soberbia actuación del sábado anterior en el 5-0 al Celta (equipo durísimo, eliminó al Madrid en Copa del Rey y está cerca de cuartos en Europa League) hizo soñar a Cataluña con la proeza de levantar el 0-4. Y se dio, aunque no por la siempre ponderada excelencia de su juego, fue un Barcelona confuso, casi torpe, pero valiente, decidido. Guerrero, no lúcido. Alineó solo tres defensas netos (Mascherano-Piqué-Umtiti) de sensacional actuación los tres, todo con el objetivo de reforzar el medio y provocar el asedio constante sobre la fortaleza que edificó el cuadro francés frente a su área.
Más por obra del Espíritu Santo que por virtudes futbolísticas, fue al descanso 2-0 y eso lo tonificó. Ya no parecía tan imposible. Luego devino ese torbellino inexplicable, esos cien mil voltios que a veces descarga el fútbol sobre el césped, y el juego perdió toda compostura. El gol de Cavani que garantizaba la clasificación del PSG, la desazón azulgrana y ese libreto final que ningún productor de Hollywood compraría por demasiado irreal. Cuando la carga emocional es tan intensa el partido se aloca, desaparecen las tácticas y es difícil racionalizar el juego, todo queda expuesto al vaivén de los arrebatos. En ese terreno ganó Barcelona por arrojado, por creyente. El PSG estaba aturdido, tambaleante. Y devino ese salto a la eternidad de Sergi Roberto.
Fueron 7 minutos y 17 segundos de furia. A los 87’ 23” entró el cuarto gol, a los 90’ 09” el quinto y a los 94’ 40” el sexto. El fútbol tiene cosas maravillosas, un componente emocional que no logra alcanzar otro deporte. Del llanto y la angustia casi insoportable se puede pasar a la felicidad suprema, a un estado que tal vez nunca antes experimentamos, en instantes apenas.
El penal, la amarilla, el tiempo suplementario, la discusión, todo el frufrú de la batalla quedó en anécdota, sepultado por la proeza azulgrana, que ya forma parte estelar de la historia de este deporte. Afortunados de haberla vivido.
No obstante, hay una legión de indignados y ofendidos, para quienes este partido lo ganó el referí, el alemán Deniz Aytekin. Pareciera que fue autor de los seis goles. Vale aclarar, sí, que concedió un penal que clarísimamente no fue: a los 89’, entró raudo Suárez al área, le cruzó el brazo Marquinhos por delante pero sin falta, y el goleador se zambulló. Neymar puso allí el 5-1. Los otros cinco goles son billetes buenos, valen. Y, como dijo el mismo Verratti, fue 6 a 1, no 1 a 0. No fue un bochorno. Hubo un error arbitral condenable como hay tantísimos en los partidos. Magnificado porque el Barcelona genera urticaria en mucha gente. Millones no toleran el éxito ajeno cuando es continuado y viene acompañado de alabanzas.
“Siempre le dan penales al Barza”, es la queja matriz de los ofuscados. Otra, menor, es que a los rivales les suelen expulsar a algún efectivo. No es ilógico: a un equipo pletórico de virtuosismo, que ha tenido a Ronaldinho, Eto’ó, Henry, Yaya Touré, Messi, Xavi, Iniesta, Ibrahimovic, Villa, Suárez, Neymar, Dani Alves, que ha batido todos los récords de posesión de balón y de goles marcados y que sale a atacar en cualquier cancha desde el minuto 1 al 90 desde hace 14 años, es normal que le cometan algunos penales y que intenten bajarlos a la mala. Barcelona es un equipo noble: no pega, no hace tiempo, no especula, no vive de la trampa (aún reconociendo la simulación de Suárez); solo quiere atacar, golear, agradar. Es entendible que muchos deseen que este ciclo glorioso se corte de una vez, pero no da para estar indignados. La hazaña es legítima. No hay cómo ningunearla.
Si algo le faltaba al mejor equipo de la historia era una remontada épica. Ahí está.
Futbolista africano del año
Hace 2 semanas
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