Así es Cristiano Lucarelli, el ídolo del Livorno
Por Carles Viñas
Panenka
‘Killer’ del área y todo un mito en su Livorno natal, Cristiano Lucarelli abandonó la práctica del fútbol profesional hace unas temporadas. Este trotamundos del balón colgó las botas en el Napoli tras militar en clubes como el Valencia –donde jugó a finales de los años noventa–, el Shakhtar Donetsk, el Torino, el Lecce, el Parma o su amado Livorno. Más allá de los 102 goles que marcó en las dos etapas en las que vistió la camiseta del conjunto amaranto, Lucarelli se convirtió en el santo y seña del club toscano, con permiso de insignes futbolistas como Igor Protti, por su actitud dentro y fuera del terreno de juego.
Su entrega sobre el césped era intrínseca a su amor por los colores, de pequeño ya era un asiduo de las gradas del vetusto estadio Armando Picchi. Sin embargo Lucarelli trascendió por su militancia comunista, algo común en Livorno, ciudad fundacional del Partido Comunista Italiano en 1921. Como buena parte de sus paisanos nunca ocultó sus preferencias políticas. Algo que en el mundo del fútbol profesional suele pasar factura. En su caso fue a raíz de marcar un gol con la selección italiana sub-21 ante Moldavia en 1997. Preso de la pasión se encaramó a la valla publicitaria para ofrecer el tanto a los aficionados mientras se levantaba la elástica azzurra para mostrar una camiseta con la efigie del Che Guevara y la leyenda ‘Il Livorno e’ una fede’. Un gesto que le valió ser ninguneado por la Federación Italiana, aunque eso a él no le importó. Su deseo no era triunfar con la selección sino con el club de sus amores. Persiguiendo este propósito, el año 2003 rechazó diversas ofertas millonarias de clubes de la Serie A para fichar por el Livorno, recién ascendido a segunda división. “Que se queden con los mil millones”, le espetó a su representante Carlo Pallavicino. Así fue como abandonó el Torino, renunciando a emolumentos considerables para poder cumplir su sueño. Y a fe que lo consiguió. Luciendo el 99 a la espalda –número que rememoraba el año de fundación de las BAL (Brigate Autonome Livornesi), el extinto grupo ultra amaranto– logró el ascenso del Livorno después de 55 años. Cristiano era más pobre pero su felicidad no se compraba con dinero.
Tras abandonar el club, después de clasificarse por primera vez en su historia para una competición europea, Lucarelli puso rumbo a Ucrania. Debutó en la Champions League con el Shakhtar para retornar el año siguiente a Italia. Parma fue su nuevo destino. Allí trabó amistad con su presidente, Tommaso Ghirardi, uno de los principales valedores de su fichaje, al que prometió que cuando colgara las botas ejercería como entrenador en el Parma.
Cristiano fue honesto hasta en su retirada, cuando reconoció que tras sufrir una grave lesión en el ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda no estaba para el trote que supone ejercer como delantero en el fútbol actual. Según declaró, “no tenía físico para ser el primer defensor del equipo”. Pero cumplió con su palabra. Esa misma temporada fichó por la entidad de Emilia-Romaña para entrenar al equipo alevín. En la rueda de prensa de presentación manifestó que contaba con las energías necesarias para afrontar con ánimo el reto. Lucarelli entendía su nuevo cargo como el mejor trampolín para acceder a banquillos de mayor entidad. Y por lo que parece, la apuesta no le va mal. Cristiano conserva intacta su sonrisa desde la banda, aleccionando a sus jóvenes discípulos cerca del césped. Unos chicos que escuchan atentos las lecciones de un míster atípico, aquel que en su brazo izquierdo luce tatuados los escudos de su ciudad natal y del Livorno. Por ello siempre será “Uno di noi!”
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