viernes, 22 de septiembre de 2023

Gobierno colombiano investiga irregularidades en la liga femenina

La Superintendencia de Industria y Comercio denuncia la existencia de un sistema “cartelizado” para limitar la libre competencia de la Liga Profesional Femenina.


El gobierno colombiano, a través de la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) abrió un proceso contra la Federación Colombiana de Fútbol, la División Mayor del Fútbol Colombiano (Dimayor) y 29 clubes de fútbol profesional por irregularidades en el manejo de la liga femenina.

La SIC investiga un entramado en el que los clubes de fútbol y la Dimayor habrían llegado a acuerdos secretos que afectan a las jugadoras. En primer lugar, los contratos de las futbolistas no tienen una duración mayor al periodo de la liga profesional, que nunca ha superado los cuatro meses al año. Esto significa que las jugadoras solo tienen remuneración durante ese breve período. Además, se les exige participar en campañas publicitarias sin recibir una compensación adicional.

Además, los clubes habrían fijado un tope salarial de 4.5 millones de pesos, aunque en la mayoría de los casos se les otorga un salario mínimo. Esto genera que la mayoría de las futbolistas tengan que buscar otras fuentes de ingresos para sobrevivir y no puedan dedicarse por completo a la liga, lo que amenaza su desarrollo profesional.

Sumado a esto, si bien las autoridades del fútbol argumentan que la falta de patrocinio y presupuesto es uno de los principales obstáculos para el crecimiento de la liga femenina, son reacias a recibir fondos estatales. Las pruebas que maneja la SIC sugieren que esta resistencia se debe a que aceptar fondos públicos implicaría una mayor supervisión y auditoría, algo que quieren evitar.

Otra arbitrariedad encontrada es que la Dimayor firmó un contrato con el canal Win Sports para transmitir los torneos del fútbol profesional con un desequilibrio en detrimento de la rama femenina. Mientras que regularmente se transmiten los 10 partidos de fútbol masculino, sólo se transmite uno de la liga femenina.

Las implicaciones de estas conductas son graves, ya que amenazan el crecimiento del fútbol femenino en Colombia. Las jugadoras se ven atrapadas en contratos desfavorables, con salarios mínimos y limitadas oportunidades para dedicarse al deporte. 

La SIC dijo que está decidida a tomar medidas y, de ser comprobadas estas conductas, impondrá multas sustanciales tanto a las instituciones como a las personas involucradas. Estas prácticas obstaculizan el desarrollo del fútbol femenino en Colombia, por lo que la SIC manifestó su decisión de esclarecer estas prácticas y tomar medidas para proteger los derechos de las jugadoras profesionales en el marco de la libre competencia.

La Liga Profesional Femenina nació en el 2017 y desde entonces sólo se ha disputado una edición anual, con una duración máxima de cuatro meses.

lunes, 11 de septiembre de 2023

Estadio Nacional: de templo del fútbol a campo de tortura

Militares chilenos ejecutaron al menos a 38 prisioneros en 1973.


Juan Manuel Vázquez
La Jornada

Cuando las tropas golpistas de Augusto Pinochet consumaron la ignominia el 11 de septiembre de 1973, todo perdió sentido. El Estadio Nacional, un recinto dedicado a la consagración de los valores fraternos del deporte, fue durante más de dos meses un campo concentración y tortura donde los militares ejecutaron al menos a 38 prisioneros. Por sus gradas y galerías pasaron unos 12 mil detenidos, hombres y mujeres.

Fueron aprehendidos sin orden judicial, sólo por ser sospechosos o pertenecer a organizaciones proscritas, o como consecuencia de delaciones, allanamientos y arrestos arbitrarios, en los días posteriores al asalto del Palacio de La Moneda, donde murió el presidente Salvador Allende.

Desde las primeras horas llegaron camiones cargados de presos políticos. El estadio que albergó una Copa del Mundo en 1962 y que más partidos de Copa América ha recibido, fue habilitado como cárcel clandestina y centro de tortura.

Nada tenía sentido entonces. Uno de los detenidos, el periodista Fernando Villagrán, recuerda lo absurdo que resultaba estar preso en un campo donde el pueblo chileno seguía a clubes como Colo-Colo o a la selección de aquel país. En ese coloso, que admite casi 100 mil espectadores y que está ubicado en avenida Grecia, en el barrio de Ñuñoa, en Santiago, se alcanzaron niveles inconcebibles de degradación humana.

“Veía esa cancha verde tan luminosa que pensaba que de pronto saldrían unos futbolistas y jugarían. Pero recordaba: ¡estás preso, güevón!”, narra Villagrán en el documental Estadio Nacional, de Carmen Luz Parot.

Cada mañana se pasaba lista, mientras los presos políticos aguardaban en esas gradas en las que más de uno acudió a apoyar a su equipo de futbol. Eran citados para los interrogatorios, como llamaban a esas sesiones de tortura que arrancaban alaridos a los atormentados. La mezcla de la música que salía de los altavoces, la Marcha Radetzky, de Johann Strauss, por ejemplo, y los gritos de los martirios hacían de aquellos días algo parecido a una pesadilla.

“Muchos testigos de esas horas de desesperación relatan todavía la intensidad de los gritos, en algunos casos convertidos en alaridos, de quienes eran ‘interrogados’ por los especialistas del servicio de inteligencia militar”, escribió el periodista mexicano Manuel Mejido en su libro Esto pasó en Chile, apenas unos meses después de aquel episodio.

No sólo era el sinsentido de los acontecimientos, el terror y la incertidumbre de quienes fueron apresados. También había demasiada precariedad en los primeros días de reclusión clandestina. Relata Mejido: “La sorpresa de los arrestos, lo inesperado de los allanamientos, llevaron a cientos de personas hasta el Estadio Nacional, sin más pertenencias que lo puesto. No había comida, ni siquiera se había pensado en eso, para distribuir entre los encarcelados. El hambre no tardó en presentarse con sus inseparables características: reblandecimiento de la voluntad, tensión nerviosa, irritabilidad y el brote de los instintos animales en el hombre: pleitos a puñetazos por un pedazo de pan, insultos por una galleta. Hasta los hombres más enteros flaquearon carcomidos por el estómago vacío”.

No sólo fueron torturados de maneras directas sobre la carne, con golpes brutales y descargas eléctricas: también hubo simulacros de fusilamientos, puestas en escena que quebraban de terror a los detenidos que suponían iban a ser asesinados.

En esa eternidad de un par de meses, los prisioneros esperaban en las gradas durante horas interminables e inventaban cualquier argucia para engañar al tiempo y al miedo, eran momentos de zozobra, pero que dejaban espacio para ciertas formas del humor más macabro. En el documental de Luz Parot, uno de los sobrevivientes recuerda cómo miraban aburridos el paso de las podadoras de motor que se afanaban sobre el césped de la cancha. Todos estaban atentos de los recorridos del pequeño vehículo como si se tratara de un habilidoso jugador. Cuando la máquina entró a la portería para continuar con su labor, todos los que miraban gritaron emocionados: “¡Goool!”

El Estadio Nacional como campo de concentración funcionó hasta principios de noviembre. La razón por la que fue desalojado resultó siniestra: la selección chilena debía jugar el partido de vuelta del repechaje rumbo al Mundial de Alemania 1974 ante la Unión Soviética en ese mes. La FIFA tenía que inspeccionar antes y, si lo aprobaba, dar su visto bueno para realizar el juego.

El gobierno golpista intentaba ocultar a cualquier costo lo que ocurría dentro del estadio. Afuera, una multitud de mujeres se amotinaba para exigir información de sus desaparecidos, mientras la dictadura hacía esfuerzos ridículos por difundir propaganda en la que negaban la violación sistemática de los derechos humanos y que se recuperaba una normalidad. Con esa intención, buscaron la aprobación de la FIFA para enviar un mensaje al mundo de que en Chile todo estaba bajo control.

El 24 de octubre, una comisión internacional de la FIFA recorrió la cancha del Estadio Nacional. Los prisioneros no salieron ese día a las gradas, los dejaron encerrados en las galerías para ocultar lo que ahí ocurría.

Después de esa visita, algunos diarios cómplices del golpe publicaron: “La FIFA informa al mundo que la vida en Chile es normal”.

Como consecuencia de la aprobación del organismo rector del futbol, la primera semana de noviembre fueron liberados unos 5 mil presos políticos. Casi un millar fue trasladado a otros centros de detención, la mayoría fue enviada a la salitrera de Chacabuco en el desierto de Atacama.

El 21 de noviembre de 1973 se disputó ese partido para acudir a la Copa del Mundo. Fue uno de los partidos más vergonzosos de la historia. En el Estadio Nacional, la selección chilena anotó un gol ante un rival inexistente, a una portería vacía. La Unión Soviética nunca se presentó.

El gol más triste de Chile

En 1973, la selección trasandina tuvo que enfrentar a la Unión Soviética en un reprechaje para Alemania '74. El golpe de Pinochet, las denuncias del Kremlin y un partido que nunca se jugó.



Por Pablo Aro Geraldes



El camino al primer Mundial de Alemania, el de 1974, estuvo lleno de imprevistos para la selección chilena: el grupo eliminatorio que integraba con Perú y Venezuela quedó reducido a un simple partido y revancha tras la deserción de los venezolanos. Un 2-0 abajo en Lima y el resultado inverso en Santiago obligaron a un tercer partido de desempate, en Montevideo. En el estadio Centenario el triunfo fue para Chile, pero los pasajes para la Copa del Mundo no estaban listos aún, faltaba una escala poco conocida. El fixture preveía una instancia más para el ganador del grupo 3 sudamericano: debía enfrentar en un último repechaje al vencedor de la zona 9 europea.

Con los papeles en la mano, la amenaza tenía los colores de Francia, pero un empate inesperado de los galos ante la República de Irlanda en París dejó al equipo dirigido por Georges Boulogne en la obligación de vencer a la Unión Soviética en Moscú, pero el conjunto de la sigla CCCP en el pecho pegó fuerte y con el 2-0 hizo sonar el despertador en medio del sueño mundialista trasandino. La cita de los chilenos se programaba entonces para el 26 de septiembre de 1973, pero no en París, como imaginaban, sino en el Estadio Lenin de Moscú. Un país amigo. Con la mente puesta en el repechaje con los soviéticos, planearon una gira de preparación por Guatemala, El Salvador y México, que luego de varias escalas los llevaría a tierras rusas. La mano venía bien. Antes de partir golearon 5-0 a un combinado de Porto Alegre. La despedida se fijó para el 11 de septiembre, pero…

Chile vivía uno de los momentos más oscuros de su historia. El 11 de septiembre de aquel año la furia asesina de un general llamado Augusto Pinochet pisoteaba el mandato democrático del presidente Salvador Allende e imponía una de las dictaduras más crueles y sangrientas de la historia. Esa mañana, mientras el Palacio de la Moneda (sede del gobierno de Chile) ardía bajo los bombardeos y Allende moría intentando defender el mandato popular, la selección chilena debía presentarse en el campo de entrenamiento de Juan Pinto Durán para ultimar detalles con vistas a la visita a Moscú. Esa práctica jamás llegó a realizarse. El lateral izquierdo Eduardo Herrera jugaba en Wanderers de Valparaíso y durante sus días en Santiago se hospedaba en el Hotel Carrera, a 100 metros del escenario del golpe de Estado. Él tiene fresca la memoria de esa mañana con olor a pólvora: “Al llegar al campo de entrenamiento el técnico Luis Álamos nos ordenó que volviéramos a casa. Pero yo tenía que llegar hasta el hotel y en el trayecto me detuvieron los militares una decena de veces: Me salvé de ser detenido porque tenía el bolso con la inscripción ‘Selección Chilena de Fútbol’”.

El fútbol del mundo siguió rodando normalmente en medio de dictadores y tiranos, de reyes despóticos y megalómanos con aires mesiánicos, incluso llegó a presenciar un Mundial en plena dictadura argentina, pero en aquel 1973 la Guerra Fría disparó un misil que dio de lleno en la pelota.

Durante el gobierno socialista de Allende, Chile mantuvo estrechas relaciones con el Kremlin y todo el bloque soviético. Con la irrupción de Pinochet y su dictadura apoyada desde los Estados Unidos hubo cambios: once días después del golpe, la Unión Soviética rompió relaciones diplomáticas con Chile, le ordenó a su personal diplomático que regresara al país y decretó el cierre de la embajada chilena en Moscú.

Al márgen de la cordillera todo era dolor y desconcierto. Tres días después del golpe era asesinado el cantautor Víctor Jara, una de las voces representativas de los trabajadores chilenos. Más lágrimas siguieron cayendo cuando el 23 de septiembre el poeta Pablo Neruda se murió rodeado de otras muertes y desapariciones, víctima de un cáncer que no le dio tregua. Y lo enterraron en soledad, sin sus amigos ni sus camaradas del Partido Comunista, todos perseguidos, en una tumba del cementerio General de Santiago, lejos de su amada playa de Isla Negra y su Premio Nobel de literatura.
El fútbol era lo de menos por entonces, pero la Selección Chilena conducida por Luis Álamos debía viajar hacia Moscú para cumplir su compromiso eliminatorio en medio de un clima sumamente hostil. Jugadores como Carlos Caszely y Leonardo Véliz, puntales del equipo y muy identificados con el gobierno socialista, temían por la suerte de sus familiares mientras ellos estuvieran de viaje.

El encuentro corría riesgo de no jugarse porque la dictadura decretó que no se podía abandonar el país. La Federación de Fútbol de Chile debía acatar la medida, pero el médico de la Selección, Dr. Jacobo Helo, resultó ser una influencia decisiva para que los chilenos pudiesen jugar en terreno moscovita: era medico personal del general Gustavo Leigh, Jefe de la Fuerza Aérea, y convenció al alto mando militar de que la participación del equipo favorecería la imagen internacional del gobierno militar. Finalmente, la Junta permitió el viaje, vía Buenos Aires. El largo sufrimiento comenzaba para muchos de los jugadores, amenazados. Les advirtieron sin eufemismos: “Si hablan, sus familias sufrirán las consecuencias”. El vuelo hizo escalas en Sao Paulo, Río de Janeiro y Panamá hasta que finalmente llegó a México. Una victoria 2-1 ante los aztecas sirvió como un relax para afrontar el siguiente tramo hacia Suiza (triunfo sobre el Xamax Neuchatel) y finalmente poner rumbo a Moscú.

El clima era terriblemente hostil. Antes de subir al último avión, los jugadores chilenos sintieron el miedo en carne propia cuando les advirtieron que si ingresaban a la URSS serían tomados como rehenes para cambiarlos por presos políticos de Chile.

Ya en Rusia, todo se agravó en la víspera del match, cuando el gobierno de los Estados Unidos reconoció oficialmente a la Junta Militar chilena. Para los rusos, el enemigo estaba de visita y buscaron hacerlo notar. Apenas llegados al aeropuerto Sheremetyevo, Caszely y Figueroa fueron retenidos algunas horas “por diferencias en las fotos de sus pasaportes”. Eran sólo jugadores de fútbol, pero para los soviéticos eran los representantes del país que derrocó al gobierno socialista.

Y así fue que el 26 de septiembre, a sólo dos semanas del golpe en Chile, el Estadio Lenin presenció un pálido cero a cero en medio de un frío inusual para el otoño que recién comenzaba: 5 grados bajo cero. Las actuaciónes notables de los centrales Elías Figueroa y Alberto Quintano hicieron posible el empate 0-0, pero hubo algo más que la gran tarea defensiva: Hugo Gasc, el único periodista chileno que estuvo en Rusia, contó alguna vez: “Por suerte el árbitro era un anticomunista rabioso. Junto a Francisco Fluxá, el presidente de la delegación, lo habíamos convencido de que no nos podía dejar perder en Moscú, y la verdad es que su arbitraje nos ayudó bastante”.

Igualmente, las actuaciones defensivas hicieron posible el empate y le pintaron a los chilenos un alentador panorama para la revancha en Santiago, pactada para el 21 de noviembre, en el Estadio Nacional de Santiago. Pero...

Otra vez “pero”. En el barrio de Ñuñoa, el Estadio Nacional se había convertido en algo más que el escenario de encuentros deportivos. Aunque la mayoría de los chilenos lo ignoraba (por censura de algunos medios y complicidad de otros) en las tribunas blancas, los militares habían montado un insospechado campo de concentración. Gregorio Mena Barrales era Gobernador de la localidad de Puente Alto –vecina a Santiago– por el partido socialista cuando fue detenido y trasladado al Estadio. Años después él relató: “Todos los días dejaban libres a veinte, cincuenta personas... Los llamaban por los altavoces. Los encuestaban. Les obligaban a firmar un documento declarando ‘no haber recibido malos tratos en el Estadio’ (aunque algunos aún lucieran muestras de las torturas y los golpes). Todos firmaban, era el precio que había que pagar. Muchos volvieron a caer (nadie es libre en una dictadura y menos en una como la chilena). La mayoría de ellos se incorporaba a la lucha clandestina. Todos esperábamos oír nuestro nombre alguna vez en las ‘Listas de Libertad’, era lógico y legítimo. No éramos culpables de otra cosa que la de ser defensores de legitimidad constitucional. Sin embargo cerca de mil quinientos nunca fuimos llamados.

Con el correr de los días las graderías se fueron despoblando: muchos libres, otros asesinados en las noches y un par de suicidas...".


Y el partido no empezaba... En medio del tormento, los militares cuidaban con tanta dedicación a sus prisioneros como al campo de juego. “El match de fútbol con la Unión Soviética debía realizarse allí, por ello cuidaban el césped con más cariño que el que le daban a una ametralladora”, destacó Mena Barrales, mientras recordaba que esa comisión de la FIFA y de la Federación de Fútbol de Chile “visitó el campo, se paseó por la cancha, miró con ojos lejanos a los presos y se fue dejando un dictamen: ‘En el estadio se podía jugar’”.
Conscientes del uso que le daban los militares al Estadio Nacional, en un momento las autoridades del fútbol chileno le propusieron al gobierno de Pinochet jugar la revancha en el Sausalito, de Viña del Mar, pero la Junta insistió con que debía jugarse en el Nacional, para mostrarle al mundo una cara pacífica de Chile. Francisco Fluxá era presidente de la Asociación Central de Fútbol (ACF) desde febrero de 1973 y le contó hace unos años al diario La Tercera que “entonces, los militares nos dijeron que no teníamos que decir que el Estadio Nacional era un ‘centro de tránsito, donde se identificaba a la gente que no tenía documentos’. Y para evitar problemas, propusimos el Sausalito como alternativa. Me comuniqué con el general Leigh y me explicó que ‘por órdenes de arriba no se puede en Sausalito: se juega en el Nacional o no se juega’”.

Sí, esta comitiva (integrada por el vicepresidente Abilio D’Almeida, brasileño, y el secretario general Helmuth Kaeser, suizo) visitó Chile el 24 de octubre y se quedó 48 horas en Santiago. Los militares limpiaron con esmero todo rastro de sangre, todo vestigio de tortura,aunque es muy probable que, amparados por su impunidad, los hayan dejado algunos detenidos a la vista, sabiendo que la FIFA no sospecharía de esas personas.


Los inspectores visitaron el estadio en el que permanecían aún unos 7 mil detenidos. Finalmente, estos emisarios ofrecieron una conferencia de prensa con el ministro de defensa, almirante Patricio Carvajal, a quien le obsequiaron un traba-corbata y un prendedor de oro con el logo de FIFA: “El informe que elevaremos a nuestras autoridades será el reflejo de lo que vimos: tranquilidad total”. El emisario brasileño se permitió aconsejar a los usurpadores del poder: “No se inquieten por la campaña periodística internacional contra Chile. A Brasil le sucedió lo mismo, pronto va a pasar”.

La FIFA había dado el OK. Pero claro, les habían ocultado el horror. “Después supimos que mientras estaba la gente de la FIFA en el estadio, varias decenas de detenidos fueron encerrados en pequeños camarines, con el fin de ocultarlos. Pero lo importante para nosotros era que el Nacional pasara la revisión”,
decía casi treinta años después el ex dirigente Fluxá, quien como única autocrítica aceptó que en el afán de ir al mundial se cometieron actos “éticamente cuestionables”. “Ahora pienso que no fue ético negar que en el Estadio Nacional había detenidos, pero en ese momento lo único que pensábamos era en llegar al Mundial de Alemania”, concluyó.

Sí, a pesar de todo el dolor, y de los reclamos soviéticos ante la FIFA (inclusive Bulgaria, Polonia y la Alemania Oriental amenazaron con boicotear el Mundial, cosa que finalmente no hicieron), Ñuñoa esperaba el repechaje para la Copa del Mundo Alemania 74. Pero...

Los soviéticos se negaron a viajar a Santiago, en un manifiesto repudio al régimen de Pinochet. Uno de los integrantes de aquel equipo soviético era el ucraniano Oleg Blokhin, quien no tiene buenos recuerdos de aquella eliminatoria: “Estuve presente en el 0-0 jugado en Moscú. Pero hablamos con el plantel y decidimos no jugar la revancha. No quisimos hacerlo porque estaba Pinochet en el gobierno. Para nosotros era peligroso viajar a Chile y le llevamos nuestra preocupación a la federación de fútbol. Al final se decidió abandonar la eliminatoria”. El Kremlin apoyó la decisión. Blokhin fue hasta 2006 diputado por el partido socialdemócrata de Ucrania a la vez que dirigió a la Selección nacional en Alemania 2006. Hoy es el técnico del FC Moscú.

La Federación de Fútbol de la Unión Soviética divulgó un comunicado para explicarle al mundo que no disputarían un match allí donde miles de supuestos opositores al régimen de Pinochet habían sido torturados y asesinados: “por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos (...) La Unión Soviética hace una resuelta protesta y declara que en las actuales condiciones, cuando la FIFA, obrando contra los dictados del sentido común, permite que los reaccionarios chilenos le lleven de la mano, tiene que negarse a participar en el partido de eliminación en suelo chileno y responsabiliza por el hecho a la administración de la FIFA”, explicaba la nota difundida a través de la agencia UPI.

Ante esta negativa, un integrante del Comité Ejecutivo de la FIFA se animó a vociferar: “Si Granatkin (presidente de la federación soviética) dice que el Estadio Nacional está ocupado con detenidos, yo saco una carta en la cual el Gobierno de Chile asegura que varios días antes del 21 de noviembre ese escenario estará a disposición del fútbol”. No les importaba nada, ni la sangre, ni la tortura, ni la muerte. La farsa debía continuar.

La noticia de la suspensión del partido llegó a la selección chilena en la medianoche previa al encuentro. El delantero Carlos Caszely hoy lo recuerda: “Esperábamos en la concentración de Juan Pinto Durán cuando nos comunicaron que los soviéticos no vendrían. Todo aquello, para quienes estábamos comprometidos con la libertad era de una tristeza terrible. Los familiares de los desaparecidos se me acercaban y me pedían: ‘Chino, tu que estarás en el estadio, por favor, averíguate si está mi hijo, o mi compañero de la universidad”.


El delantero Leonardo Véliz tiene recuerdos horribles de aquella tarde del 21 de noviembre. “Fue escalofriante. Creo que aún había rastros de lo que había acontecido en los vestuarios y fue algo muy difícil de asumir”, recordó 30 años más tarde.

Desde fines de octubre ya no quedaban detenidos bajo los graderíos del estadio. A la hora señalada, Chile y el árbitro local Rafael Hormazábal salieron al campo de juego. Era puro formalismo, para obtener el paso al mundial por descalificación de los soviéticos. La parodia se completó con una banda de Carabineros tocando el himno chileno mientras se izaba la bandera nacional.

Los jugadores de rojo –qué paradoja– sacaron del medio y trotaron torpemente pasándose la pelota ante un arco vacío. Hasta que Francisco Valdés, el Chamaco, llegó a la línea y esperó a que los fotógrafos enfocasen bien para empujarla de derecha. Tremenda payasada tenía un objetivo: Chile estaría en el Mundial Alemania ’74. Para otros, se trataba de una victoria del régimen pinochetista sobre el comunismo soviético.

Después, para entretener a las 18.000 personas que habían comprado su ticket, se improvisó un amistoso ante Santos de Brasil, que estaba en Chile. En vez de festejar la clasificación a la Copa del Mundo, se volvieron a casa con la amargura de un 0-5 humillante.

Entre el público que había ido a ver Chile-Unión Soviética estaba Mena Barrales, que volvía al estadio, ahora sin cadenas ni mordazas. “Fuimos los espectadores más ‘fanáticos’. Esperamos sentados, a la fuerza, un partido que nunca se efectuó”.
Igual, Chile tuvo que esperar hasta el 5 de enero de 1974. Ese día la FIFA aprobó su participación en la Copa.

La Selección Chilena participó en el Mundial de Alemania y se despidió sin ganar ningún partido. Tampoco consiguió victorias en sus dos participaciones siguientes, España ’82 y Francia ’98. En enero de 1998, en su hogar adoptivo de Austria, Mena Barrales esperaba la Copa del Mundo de Francia. Imaginaba viajar a Saint-Etienne para ver Chile-Austria, sus tierras queridas. Pero la muerte, la misma que esquivó bajo las tribunas del Estadio Nacional, esta vez se acordó de él. Ya no existían la Unión Soviética ni la Guerra Fría. La dictadura de Augusto Pinochet se prolongó hasta el 11 de marzo de 1990.


Artículo publicado en la revista Fox Sports, en octubre de 2008. Tomado de http://arogeraldes.blogspot.com.ar/

viernes, 1 de septiembre de 2023

“Jaime Bateman”, el nombre del nuevo estadio de Turbaco

El escenario deportivo, construido por la alcaldía del exguerrillero Julián Conrado, es bautizado con el nombre del fundador del Movimiento 19 de Abril (M-19).


El alcalde Guillermo Torres, mandatario del municipio de Turbaco (Bolívar), anunció que el nuevo estadio de fútbol de esa localidad llevará el nombre de Jaime Bateman Cayón.

Torres, más conocido por su seudónimo de Julián Conrado, es el primer excombatiente de las antiguas FARC-EP en llegar a un cargo ejecutivo de elección popular. Tras el acuerdo de La Habana, fue electo alcalde de su pueblo natal con el aval de la coalición Colombia Humana – Unión Patriótica para el periodo 2020-2023.

Durante su administración, el municipio construyó varias obras de infraestructura, entre ellas, un estadio de fútbol. En su cuenta @alzadoencanto, Conrado anunció que el escenario será inaugurado este 2 de septiembre y que llevará el nombre de Jaime Bateman Cayón.

“Otra obra del amor que vamos a inaugurar en Turbaco este 2 de septiembre: estadio de fútbol Jaime Bateman Cayón”, publicó.

Bateman fue uno de los fundadores del Movimiento 19 de Abril (M-19), grupo insurgente que operó en Colombia entre 1974 y 1990, y al que perteneció el hoy presidente, Gustavo Petro. Bateman fue el máximo comandante de esa organización, hasta 1983, cuando falleció en un accidente aéreo en la frontera con Panamá.

Conrado, por su parte, militó en las FARC entre 1983 y su dejación en armas en el 2016, tras el acuerdo de La Habana. También se le reconoce por ser cantante y compositor de música vallenata.

En el 2019 compitió por la Alcaldía de Turbaco, una localidad de unos 75.000 habitantes cercana a Cartagena de Indias. Ganó la elección con el apoyo de Colombia Humana, el partido del hoy presidente Petro, y de otras fuerzas de izquierda. Su gestión se ha caracterizado por la oportuna y eficaz construcción de obras sociales.

Con Bateman y Petro, Conrado comparte también el ser oriundos del Caribe colombiano: Bateman era de Santa Marta (Magdalena), mientras que Petro nació en Ciénaga de Oro (Córdoba).