Los aficionados radicales del Austria convirtieron en un espectáculo lamentable lo que debía haber sido un acontecimiento deportivo de máximo nivel. El encuentro del Athletic de Bilbao ante los vieneses tuvo que suspenderse durante casi media hora por los graves incidentes en el estadio.
Por Amaia U. Lasagabaster
Que no hay estadio sin enérgumeno es, por desgracia, uno de los grandes axiomas del fútbol. Nunca faltan a la cita, ya sea el partido de categoría juvenil o de competición internacional. Pero cuando, además, se unen directivas permisivas, autoridades distraídas y ciertas ideologías, salpimentadas con rencillas más o menos deportivas, el porcentaje de indeseables aumenta de forma exponencial y el resultado es siempre lamentable.
El último ejemplo llegó ayer en Viena, donde las vergüenzas del fútbol salieron a escena. Lo que debía haber sido un acontecimiento deportivo de máximo nivel se convirtió en un espectáculo lamentable que no sólo sonrojó a profesionales y aficionados del balompié, sino que amenazó con suspender el encuentro entre Austria y Athletic y, lo que es peor, con atentar contra la integridad de futbolistas y seguidores. El encuentro de la 5ª jornada de la fase de grupos de la Europa League fue el escenario elegido por los seguidores radicales del conjunto austriaco, de ideología neonazi, para confirmar que las autoridades deben tomar cartas en un asunto que sigue sin resolverse, pese a que ya ha acarreado graves consecuencias en el pasado.
Los incidentes, en realidad, comenzaron mucho antes. Ya en la visita que realizó el Athletic a Viena hace cinco años, recordada por la polémica suspensión del encuentro y el discutible comportamiento del club violeta, los aficionados rojiblancos desplazados a la capital austriaca tuvieron algunos problemas con hinchada y policía local. Como los que tuvieron, aunque fuera de forma aislada, algunos seguidores vieneses en los aledaños de San Mamés el pasado mes de setiembre. Tampoco el comportamiento de parte de estos en la Catedral contribuyó a mejorar el ambiente. Cánticos como el «que viva España» o algunas banderas y enseñas de discutible gusto no gustaron demasiado en el estadio bilbaino.
Concentración neonazi
La temperatura, lamentablemente, siguió ayer el camino inverso a la meteorológica y aumentó unos cuantos grados. No parece que las autoridades locales se esforzaran demasiado en poner remedio a lo que ya se temía, teniendo en cuenta que Viena acogía una reunión de grupos neonazis de diferentes nacionalidades o que se conocía la presencia de unos 200 seguidores radicales -el propio Athletic conocía este extremo- de la Lazio, que la víspera habían acompañado a su equipo en Salzburgo. Las consecuencias las pagaron algunos de los aficionados bilbainos desplazados a la capital austriaca, con incidentes que se saldaron -ante la pasividad de los agentes de la autoridad- con magulladuras, algún punto de sutura y un buen susto en el cuerpo.
El mayor bochorno, sin embargo, se vivió en el Franz Horr. Desde antes de que sonase el pitido inicial porque las gradas del estadio vienés -algo por lo que la directiva del Austria también debería responder, al igual que por las numerosas bengalas que se introdujeron- lucían pancartas y banderas variadas, que no variopintas: rojigualdas con aguilucho incluído, un cartel en el que se podía leer «Viva Franco», simbología neonazi...
Lo peor llegaría, con todo, en la segunda parte del encuentro. Nada más reanudarse el choque, el árbitro tuvo que detenerlo durante algunos minutos, como consecuencia de la humareda provocada por varias bengalas, que imposibilitaban la visión en el césped. Un cuarto de hora después, el Athletic anotaba su segundo gol y la afición ultra del Austria respondía a su manera: lanzamiento de objetos al césped, encendido de bengalas y, lo peor, la entrada en el propio terreno de juego de varios aficionados -situados tras la portería que en ese momento defendía Gorka Iraizoz-, ante la impotencia de los escasos responsables de seguridad que se encontraban en la zona. La situación parecía incontrolable en ese momento, con lo que jugadores y árbitros se retiraron a vestuarios a la carrera.
Hicieron falta más de veinte minutos para que las aguas volveran a su cauce -relativamente porque las bengalas no dejaron de encederse hasta el final- y el choque se reanudase. El Athletic, pese a la situación, pudo sentenciarlo, pero la noche había perdido todo su encanto.
Los cuerpos de seguridad, al menos, enmendaron sus errores previos. Según las informaciones recabadas por este medio, protegieron a los aficionados rojiblancos tanto en el interior del estadio como en su regreso al centro de la ciudad.
Más palabras que medidas
Queda ver ahora la determinación que toma la UEFA. El reglamento contempla duras sanciones para este tipo de infracciones, pero a la hora de la verdad, sólo los incidentes con daños personales acarrean a los clubes castigos superiores a una fuerte multa. Ni siquiera la publicitada determinación de la UEFA -«Respect» es el slogan de la Europa League- se ha dejado notar de forma efectiva. Los árbitros recibieron a principio de temporada una guía con simbología racista y la consigna de parar los encuentros en los que aparezcan. Haberlos, haylos, pero de momento no se ha detenido un solo partido por ello.
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