Argentina, deporte y poder. El acceso a la cultura popular como política distributiva. Una clave del escenario local. Contra las corporaciones mediáticas. Un gol para seguir avanzando con más democracia.
Natalia Brite
Agencia Periodística del Mercosur
El 23 de octubre de este año, muchísima más gente pudo ver el mundialmente conocido superclásico del fútbol argentino. Más allá del resultado del partido (1 a 1) y del trámite aburrido del mismo, cabe una pregunta: ¿Un hecho relacionado con el deporte puede constituir un momento clave en la vida política de un país?
El 1 de septiembre había nacido formalmente, con su publicación en el Boletín Oficial, el Programa Fútbol para Todos, mediante el cual el Estado dispone en “la coordinación y articulación de la transmisión y explotación comercial de la televisación de los torneos del Fútbol Argentino para la República Argentina y el exterior”.
A mediados de este año que termina, el operativo Fútbol para Todos estuvo en el centro de la puja por el poder ¿Por qué adquiere semejante dimensión la televisación gratuita de los partidos del más popular de los deportes? La decisión con rápidos reflejos del gobierno de Cristina Fernández se transformó en un golpe duro a los negocios concentrados del conglomerado mediático.
La posibilidad de ver todos los partidos de la primera división del deporte más estimado por los argentinos no impactará directamente en términos de distribución de riqueza, ni representará una mejoría en las condiciones materiales de los sectores más empobrecidos de la sociedad. Pero tiene un altísimo valor simbólico, de esos que el (ex) presidente de Cuba Fidel Castro tan firmemente ha destacado como arma contra el avasallador sistema; es, entonces, un capítulo esencial de la batalla cultural.
Sin embargo, también podría decirse que, con corazón y pases cortos, para hacer uso de una metáfora futbolera, la decisión gubernamental también conlleva una medida distributiva, toda vez que la difusión irrestricta de cultura popular tiende a satisfacer demandas sociales de calidad de vida.
El acuerdo al que arribaron los dirigentes de los clubes con el Estado nacional terminó con una larga etapa en la que un puñado de empresas se apropió de un negocio millonario, la explotación comercial del fútbol por TV.
La privatización del fútbol por parte de la televisión paga y hasta codificada fue, además, un fiel exponente de la década de 1990, la más dura en la aplicación del modelo neoliberal.
En aquellos años, el empresario Carlos Ávila creó la muy rentable Torneos y Competencias. Tanto creador como creada tuvieron un crecimiento patrimonial explosivo y ostentaron largamente su poderío económico y capacidad de relaciones políticas.
En 1991, Ávila se asoció con el Canal 13, del Grupo Clarín, para formar las empresas Telered Imagen S.A (Trisa) y Televisión Satelital Codificada (TSC), las que se dedicaron a sacarle la máxima rentabilidad posible al negocio del fútbol, a costa de quien lo miraba por TV paga, claro.
TyC recibió más tarde inversiones estadounidenses e incorporó al grupo a la firma DirecTV. Asociados con Clarín se transformaron en un imperio multimediático deportivo. El imperio de desplomó con el proyecto Fútbol para Todos.
Por supuesto, el negocio de la televisación del fútbol argentino fue pieza clave en la extraordinaria expansión que experimentó el multimedios Clarín en la última década.
La sociedad llegó a aceptar como hecho natural el pago a privados para ver un partido por televisión. Los encuentros deportivos se ajustaban a la dinámica que imponía la estética televisiva. El espectáculo-negocio se apoderó del juego, como parte de un proceso global que replicaba lo que sucedía con la actividad política y otras esferas del campo cultural: la cultura popular se privatizaba, la política se farandulizaba y la riqueza se concentraba; todo como parte de un mismo movimiento.
La transmisión de fútbol por la señal pública de televisión golpeó al modelo integral que dominó ideológicamente en las últimas décadas. Se trata de una medida que parte de la recuperación del rol estatal en la vida social, de la democratización de los medios masivos de comunicación y de la emergencia de un proyecto cultural, de carácter regional, que confronta decididamente con las premisas esenciales de la ortodoxia neoliberal.
Más allá de las alarmas que enciende fervientemente Clarín respecto de los números deficitarios de la ejecución estatal de Fútbol para Todos, difícilmente pueda convencerse a las mayorías de que tendrían que volver a pagar para ver unos partidos, y pagar más para ver todos.
Clarín sostiene que el “estilo propagandístico” de las trasmisiones estaría alejando a la inversión publicitaria. En realidad, mande quien mande, el fútbol es y será un excelente negocio; el asunto es determinar si ese negocio se orienta a engrosar la rentabilidad empresaria o a fomentar el deporte y sostener las finanzas de los clubes.
Los ataques a la movida oficial expresan la impotencia empresaria ante un reconocimiento: de la consigna “para todos” y “gratuita” es poco probable que se vuelva. He aquí el logro político.
En agosto pasado, la corporación mediática opositora -victoriosa en las elecciones legislativas de junio- reaccionó tarde, casi sorprendida y con suma virulencia; en sintonía, digamos, con la torpeza de la oposición política.
A pesar del triunfo electoral de medio tiempo, la derecha no logró tomar la iniciativa en la agenda pública ni capitalizar el espíritu anti-gobierno que promovieron desde los medios.
Fue, por el contrario, el gobierno nacional quien reaccionó más rápidamente ante los resultados del 28 de junio pasado. Con envidiables reflejos, la máxima dirigencia del Ejecutivo le propinó, con el operativo de fútbol gratis, un duro golpe al principal articulador del consenso opositor: el multimedios Clarín y sus socios estadounidenses.
Mientras el mega medio y sus aliados políticos intentaban recuperarse de semejante derrota, el Congreso Nacional sancionó la nueva ley de comunicación audiovisual. Fue un hecho importante, tanto como para desnudar las enormes limitaciones del bloque opositor –partidos, medios, iglesia- como para construir una alternativa de poder para las elecciones presidenciales de 2011.
“Que el fútbol vuelva a ser de los argentinos y no el curro de un canal por cable”. Ese fue el lema de los volantes repartidos en distintas canchas después de sellado el operativo. Incluían opiniones del director técnico Angel Cappa y del ex futbolista y actual Secretario de Deporte de la Nación, Claudio Morresi, y apoyaban al entonces proyecto de ley de Servicios de Comunicaciones Audiovisuales, aprobado semanas después.
La nueva ley que vino a terminar con la legislación de la dictadura, se sancionó con el operativo Fútbol para Todos ya en marcha. Ello sirvió para mostrar un ejemplo concreto y cotidiano de cómo impactaría la democratización de los medios de comunicación sobre el conjunto de la sociedad.
La desconcentración de la actividad comunicacional que propone la nueva legislación fue percibida por las grandes mayorías desde una señal tan palpable como el fútbol. Es un derecho adquirido, como la asignación universal por hijo, como la paritaria salarial, como la jubilación con el 82 por ciento móvil, como la condena a los genocidas, logros que, por la magnitud de su impacto material y simbólico, difícilmente puedan ser revertidos futuras administraciones.
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