Crónica de un humilde pueblo cubano arrebatado por el deporte rey en pleno paraíso del béisbol.
Fernando García
La Vanguardia
Antes de enfilar hacia el cementerio, el cortejo fúnebre que acompaña a los zulueteños a su última morada suele detenerse a depositar una corona ante la escultura más destacada del parque central de la localidad. ¿Qué hay allí que merezca tal ceremonia? No es un prócer de la independencia o héroe de la revolución. La honra de este penúltimo adiós se celebra ante un enorme balón de cemento macizo: único monumento al fútbol del Caribe y símbolo adecuado a la pasión que por este juego sienten los vecinos de Zulueta, un humilde pueblecito de apenas 7.000 habitantes situado a media hora de carretera pero a miles de intangibles kilómetros de la opulencia turística de los cayos de Villa Clara. Tanta entrega al balompié no sería rara en otras latitudes. Pero lo que impera en Cuba no es el deporte rey sino el del bate y la pelota. Así que Zulueta es una isla dentro de otra; la isla del fútbol en el paraíso del béisbol.
El esférico de metro y medio de diámetro que ornamenta el parque, que además de parada fúnebre para los que fueron jugadores y aficionados (casi todos) es punto de reconocimiento a los que aún lo son, se plantó aquí en el año 2000, exactamente sobre el trozo de tierra donde se alzó una de las porterías del primer campo de Zulueta. Aquel terreno de juego se creó a principios del siglo XX, cuando los inmigrantes españoles llegados allí para trabajar en el ferrocarril de Julián de Zulueta introdujeron el deporte al tiempo que fundaron el pueblo.
Pero el campo en cuestión no duró mucho. La iglesia quedaba enfrente, y eso ya era un problema en la época. Pero lo que le dio la puntilla fueron las protestas de las damas que salían a pasear por el parque, junto a la cancha, y no podían tolerar el obsceno espectáculo de veinte hombres corriendo con las pantorrillas al aire (pantorrillas y no muslos, pues los pantalones tapaban las rodillas).
Los jugadores de Club Deportivo Zulueta (creado en 1918) y su ya nutrida afición hicieron de la necesidad virtud. El solar que el municipio les ofreció para trasladar el campo era ideal: grande, con hierba natural, amplias vistas con palmeras al fondo y pegado al pueblo. Era, es, el mejor estadio de Cuba; escenario de grandes encuentros de la liga nacional y de gestas del Fútbol Club Zulueta; y escuela de los más destacados jugadores de la isla. No en vano las guías turísticas han otorgado al pueblo el título de "Cuna del fútbol cubano".
De Zulueta son ocho integrantes del Villa Clara, el equipo regional de primera que atesora diez de los 46 títulos disputados hasta hoy en la liga. Uno de esos ocho, Roberto El Toro Linares, es el pichichi de Cuba, como su paisano Ariel Betancourt fue el máximo goleador de la historia en el país entre 1998 y el 2003. Otro zulueteño, Ramón Ledesma, metió el gol más rápido del que se tiene noticia en la isla: en 7 segundos desde el pitido inicial.
La afición estimula tamañas hazañas desde dos colectivos. Uno es la peña ¡Gool de Cuba!, con sede en la barbería del mismo nombre que su regente, Anry Garit, ha forrado con fotos de jugadores, bufandas y banderines de los grandes equipos. La otra peña es la Diego Armando Maradona, encabezada por Nelson Rodríguez, quien ha dejado dispuesto que le entierren con la camiseta del Boca Juniors. Aunque de confesa tendencia madridista, Rodríguez se confiesa "enloquecido por el Barça y arrebatado por Messi".
Los zulueteños se gastan lo que no tienen para seguir en directo los partidos internacionales: a través de Radio Exterior de España con aparatos de onda corta que les cuestan el equivalente a dos o tres sueldos (25 a 40 dólares), o pagando la pequeña fortuna de cinco dólares más costes de transporte que apoquinan para ver los encuentros vía satélite en el hotel Los Caneyes de Santa Clara. "Pagamos lo que sea. El fútbol es un sentimiento; una gracia que dios ha dado a este pueblo... ¡Lo más grande!", se emociona Nelson, hombre sencillo y educado que tampoco mira el dinero a la hora de enviar un mensaje electrónico a Chema Abad, de Tablero Deportivo, "cuando se pone demasiado radical con algunas cosas". Alguna vez el radiofonista o su equipo le han contestado, "y ha sido muy emocionante".
Los líderes peñistas nos cuentan sus cosas mientras avanzamos hacia el flamante campo del Zulueta. Allí nos reciben decenas de niños equipados con camisetas, calzones y zapatillas dispares: de equipos, de marcas o de organizaciones comunistas. Hay algunas promesas, entre las que brilla una niña de 11 años que es la pichichi de los críos, Claudia Amanda Valladares. A una señal de su entrenador, la pequeña ejecuta una serie de toques de balón que sólo por cansancio o aburrimiento termina tras varias decenas de certeras pataditas.
Zulueta es un humilde pueblecito cubano. Hasta hace tres años la mayoría de su gente vivía de la central azucarera instalada a dos kilómetros. Hoy Zulueta vive de lo que puede: un poco de la agricultura y la ganadería, otro poco de una pequeña industria textil... Y un poco más del fútbol, que es su consuelo y su esperanza.
Un club de calvos en la barbería
Además del lugar de reunión de la peña zulueteña "Gool de Cuba", la barbería del mismo nombre es la sede del Club de Calvos creado por el propio barbero y peñista, Anry Garit. El peluquero, él mismo de cabellera entre somera y lampiña, justifica así el aparente contrasentido: "Los calvos son probablemente los que se cortan más el pelo" (el poco que la mayoría tienen en alguna parte, se entiende). Y añade con media sonrisa: "Con esto hago una labor social. Basta con hablar con los socios y que ellos hablen entre si; de ese modo, sobre todo al hacerlo aquí, no se sienten tristes ni marginados, ja, ja".
Garit no sólo ofrece conversación y leves cortes de retales de cabello a sus socios y clientes calvos, sino también masajes, cuidados de la piel y lavados. Su barbería tiene competencia al otro lado de la calle, a siete pasos: La moda socialista, una peluquería básicamente femenina. Pero no hay miedo. "Aquí hacemos todo tipo de cortes y peinados, también a ellas".
El regente de Gool de Cuba tiene un sueño y una esperanza: que algún día pueda gritar eso mismo en un partido de la selección cubana en un Mundial, y que su barbería le proporcione una cierta prosperidad. Garit no descarta que pronto el Estado le otorgue una licencia de autónomo que le permita vivir más directamente de los beneficios. Así sacaría más jugo de su ingenio y sus indudables aptitudes para el marketing. Como tantos cubanos.
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