jueves, 10 de junio de 2010

"Ke nako": Sudáfrica 2010

La mano de Dios, el cabezazo de Zidane, el codazo de Tassotti. El Mundial es un cuerpo que crece en el imaginario colectivo y televisado. “Es la hora” (Ke nako, en idioma zulú) del primer encuentro en África.

Por Javier de Frutos
Diagonal
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Foto: Olmo Calvo.

¿En qué pensará el jugador que esté a punto de tirar el penalti decisivo en las semifinales o la final del Mundial de Sudáfrica? ¿Dónde tendrá la mente antes de perpetrar esa injusticia que es cada lanzamiento de la tanda de penaltis? Si este drama ocurre en la final, serán alrededor de las once de la noche en el estadio Soccer City de Johannesburgo. 95.000 espectadores contendrán el aliento en directo; más de mil millones de personas en todo el planeta estarán frente a la pantalla con las pulsaciones alteradas. El jugador ya ha colocado el balón en el punto de penalti, toma unos pasos de distancia, observa la portería y respira hondo. Y parece que el tiempo se detiene.

El estadio Soccer City fue el escenario del primer mitin masivo de Nelson Mandela después de su liberación tras 27 años de cautiverio. Ocurrió el 16 de diciembre de 1990. “Sabemos que nuestra libertad está cerca y que ahora estamos en el último tramo de una larga marcha que debe terminar con nuestra victoria”, dijo Mandela ante los miembros del Congreso Nacional Africano. Ese último tramo costó cuatro años recorrerlo.

En 1994, Mandela se convirtió en presidente de Sudáfrica en representación del CNA tras obtener la mayoría absoluta en las primeras elecciones democráticas celebradas en el país. Aunque cabría decir que la larga marcha para acabar con la sombra del segregacionismo continúa y que es cualquier cosa menos un camino apacible y lineal.

El Mundial de Fútbol de 2010 pretende ser otro hito en ese recorrido. Un nuevo símbolo como lo fue la celebración en Sudáfrica del Mundial de Rugby en 1995 o la Copa África de fútbol en 1996. Ambos concluyeron con la inesperada victoria del país anfitrión, pero ése no fue su único legado. Lo ocurrido en aquellas dos citas es considerado como un compendio de gestos y discursos que contribuyeron de forma decisiva a la reconciliación nacional. Se atisbó entonces un cierto sentimiento de unidad que parecía improbable cuando Mandela se dirigía a sus compañeros en aquel primer discurso en Soccer City.

Es probable que el jugador que esté a punto de disparar a portería el penalti decisivo de la final del Mundial prefiera no mirar al portero. Ni a la grada ni a nadie. Tratará de recordar cómo ha de concentrase en ese instante decisivo. Pero olvidará todas las técnicas aprendidas y ya sólo le quedará esperar a que suene el silbato. En muchos lugares habrá gentes asomadas a la ventana con la mirada perdida que encontrarán otra mirada perdida en la ventana de enfrente. También prefieren no mirar. La afición contraria pitará, pero en el estadio sólo se escuchará el silencio.

Soccer Citty es en realidad el campo de Soweto. El estadio, renovado para la celebración del Mundial, se alza en los límites de esta barriada inmensa que fue uno de los escenarios más crueles del Apartheid. Aunque su nombre sea tan sólo una contracción del inglés South Western Township (Municipio del Suroeste), el nombre de Soweto llegó a fundirse en los años ‘80 con la palabra ‘gueto’: el lugar en el que la población negra vivía hacinada y expuesta a la represión cotidiana del régimen racista. Sin embargo, fue también el germen de la contestación.

En Soweto vivía Nelson Mandela antes de su detención en 1962. Fue juzgado y condenado a cinco años por su lucha de oposición al Apartheid y, cuando cumplía esta pena, fue juzgado de nuevo bajo la acusación de sabotaje. Su alegato ante el tribunal concluyó con una declaración de principios: “He luchado contra la dominación blanca, he luchado contra la dominación negra. He venerado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la cual todas las personas vivan juntas en armonía e igualdad de oportunidades. Es un ideal al cual espero consagrar mi vida y lograr. Pero, si fuere preciso, es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”. Condenado a cadena perpetua, fue trasladado a la prisión de Robben Island. Mandela comenzó entonces a convertirse en un mito viviente –sigue siéndolo– y Robben Island, en el penal de la vergüenza.

Los trabajos forzados a los que se sometía a los presos eran la imagen del segregacionismo de Sudáfrica y del pasado esclavista de todo el continente. En Robben Island, Mandela, el preso 466/64, ni siquiera pudo jugar en la liga de fútbol que crearon sus compañeros de presidio para desafiar el poder y el rugby de los blancos. Se lo prohibieron. Lo que ocurría entre los muros de aquella cárcel era un reflejo del choque entre ambos juegos en todo el país: el fútbol era el deporte de los negros, de las canchas en cualquier barrio; el rugby, la expresión del dominio blanco sobre el césped bien cortado de las zonas residenciales y excluyentes. Expulsada de las competiciones internacionales, Sudáfrica libraba una competición interior y observaba el Mundial desde la lejanía.

“Cuando estábamos en Robben Island, el único acceso al Mundial era la radio. El fútbol era la única alegría de los prisioneros”, recordó Mandela en Zúrich, en 2004, cuando encabezó la delegación de su país en la elección de la sede del Mundial de 2010, el suyo.

Hay que marcar

Cuando el árbitro pite, el jugador comenzará la carrera hacia el balón. Todo transcurrirá muy rápido, demasiado. Uno, dos, tres pasos en carrera. Hay que marcar. Pierna derecha. Y entonces… La FIFA acaba de confirmar que Mandela estará presente en el partido inaugural del Mundial. Con sus 91 años y una salud precaria, ‘Madiba’, nombre que recibe entre sus compatriotas, recibirá un homenaje global el próximo 11 de junio. Pero ¿quién puede descartar su presencia en la gran final? ¿Cómo no imaginarle entregando la primera Copa del Mundo disputada en África? Puede entonces que él sea un espectador en ese instante eterno en el que puede ocurrir cualquier cosa. Un instante en el que los ateos rezan, los descreídos del fútbol creen por un momento, acordándose de lo importante que es este extraño asunto para gente a la que quieren, los que no pueden mirar se acuerdan de otros que antes que ellos tampoco pudieron mirar y hay mucha gente en lugares recónditos que tiene el mismo nudo en la garganta.

Los asomados a la ventana saben lo que va a ocurrir. Si en los próximos segundos escuchan una explosión irrepetible de golpes en tabiques, gritos; si saltan las alarmas de los coches… será el momento de suspirar y deshacer sin pudor el nudo en la garganta. La otra posibilidad, mejor no pensarla, mejor no escribirla. Es fútbol. Dicen que también es importante jugar bien.

¿Mejor no acordarse?

La historia presente del Mundial quiere construirse como metáfora de encuentro y unión. Ése fue el propósito de Alemania 2006, primer gran evento tras la reunificación, y así pretenden que ocurra en Sudáfrica 2010. Sin embargo, la memoria histórica de esta cita se sitúa en las antípodas. La primera edición (Uruguay 1930) fue boicoteada por los países europeos y las dos siguientes (Italia 1934 y Francia 1938) fueron utilizadas para mayor gloria de Benito Mussolini. El equipo italiano, que ganó ambos torneos, vestía camisetas negras en la final celebrada en París. Pero no hay que irse tan lejos. El del ‘78 se celebró, nunca peor dicho, en Argentina. “Los altos jefes que organizaban el Mundial continuaban aplicando, por la guerra o por las dudas, su plan de exterminio”, recuerda Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra (Siglo XXI, 1995).

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