No sé qué pasó... estábamos 4 a 4. Habíamos decidido que el que hacía el último gol ganaba el partido, ya que debíamos volver a la vigilia.
La definición tardaba en llegar; hasta que pude capturar la pelota (hecha de medias y trapos) y encaré resueltamente hacia el improvisado arco contrario.
En un último y desesperado esfuerzo, el Comandante Evaristo (vestido con la camiseta de su querido Alianza Lima), salió al cruce de mi veloz carrera. Le tiré un caño, que pasó limpito entre sus piernas y me fui solo hacia el gol. Resbalé un poco y me desacomodé.
Desde ese momento todo pareció transcurrir en cámara lenta: Alcancé a rematar (casi cayéndome), con la parte interna de mi pie derecho. La pelota hizo la comba esperada y se metió mansamente en la valla adversaria.
Cuando el balón cruzó la línea de sentencia, sentí la explosión: Fue un momento de gloria... ¡semejante ovación para mi gol!, pensé.
Alcé mis brazos al cielo para festejar y comencé a subir. Y mientras subía escuchaba a Evaristo que gritaba: "¡Nos jodimos!"; y a dos compañeras más que pedían piedad.
Creí en principio que estaban fastidiados por el resultado del partido. Pero no fue así.
Y continué subiendo. Y junto conmigo subieron 13 compañeros más. Y juntos coincidimos en lo siguiente: No pudo distraernos ni el temor a la cárcel ni el miedo a la muerte; sólo la pasión por el fútbol fue tan fuerte como nuestra pasión revolucionaria. Y el enemigo no entiende de pasiones tan bellas y tan humanas como el fútbol y la revolución.
Tributo a Roly Rojas, "El árabe", en el segundo aniversario de la Embajada de Japón en Lima, Perú.
Tomado de: Horizonte Bariloche
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