Por Fernando Vega Lugo
“Seamos fieles hasta el final con los nuestros. Porque son las mayorías del mundo”.
Pepe Mujica en “De Zurda”
En el país donde el Código Penal es el megáfono por el cual se hace política, no es extraño que con el mismo sensacionalismo que se habla del caso Colmenares, de los violadores, de los conductores borrachos, se hable del “mordisco” de Luis Suárez.
Y, para seguir con las analogías, con el mismo talante moral que Alejandro Ordóñez sanciona e inhabilita a Piedad o a quien se le atraviese en el camino, la institución que gobierna las federaciones de fútbol a nivel internacional –el gran cáncer del fútbol-, le prohíbe a Luchito no sólo jugar el Mundial, sino lo margina del deporte por cuatro meses. Además, lo veta de asistir a un estadio, como si sus mordiscos tuviesen AH1N1 o antrax.
Luchito es un hijo del pueblo uruguayo. Ningún jugador de la celeste es tan uruguayo como él. Tampoco ninguno hace tantos goles. Nunca había visto una estrella del fútbol moderno que en lugar de ser novio de una supermodelo, fuese novio de la minita que conoció a los 15 años, lo sacó del alcohol y lo llevó a superar la separación de sus padres.
El Luchito que cuidaba carros y barría calles para ayudar a su mamá, ya no solo es el relato de un niño uruguayo, sino de cualquier niño de cualquier barrio de Latinoamérica, cuyo sueño es vivir de patear la pelota y hacer feliz a los suyos con unos cuantos euros que puedan atravesársele en el camino.
“Que es antideportivo, que es reincidente, que es un gamín”. De pronto todo eso es cierto. Ah, pero también es cierto que la sanción es totalmente desproporcional. ¿Acaso no pasa todos los días en el fútbol que se dan patadas criminales, se deja por fuera al rival cuatro meses y a las dos fechas está el agresor jugando? ¿Alguien sabe acaso de cuánto fue la sanción a Paul Dummett luego del hachazo que casi deja al “Pistolero” por fuera de Brasil? O bueno, mejor pensemos cuánto tiempo va a estar por fuera de las canchas Chiellini tras el mordisco de Luchito. En el fútbol hay situaciones en las que los agresores sacan ventaja o evitan jugadas de gol, etc. Lo de Luis no es así. No lo hace de ventajoso, no gana el balón, ni marca goles mordiendo. Los sicólogos, tal vez, pueden explicar lo que la Federación Internacional de Fútbol Asociado no tiene autoridad moral para sancionar.
Pero peor aún ¿Qué justificación tiene que ni siquiera pueda estar en el Maracaná alentando a su selección como el hincha que siempre ha sido?
Suárez es funcional, para Adidas, para MC Donalds, para la Federación Internacional de Fútbol Asociado, para el Liverpool, para todos. Ahora quizá no tanto, porque a todos ellos les gusta hablar de “valores”. Los de la competencia, los del mercado, los del “más fuerte” y los que ellos han considerado de manera arbitraria como “juego limpio”. Porque, insisto, juego limpio es un guadañazo en los meniscos, pero ni en las curvas un mordisco que no incide en el juego, lejos de la pelota y de la visual del propio árbitro.
Al margen de todo, hay que salir en defensa de Luchito, aún cuando parezca una herejía, porque con la admiración al ídolo, tengo que decir que no me tiembla cuando los míos son James, Yepes, Cuadrado y Ospina.
Me hubiese encantado eliminar a Uruguay en el Maracaná, salir a la calle a celebrar con espuma y maicena, abrazando desconocidos, pero además, haberles ganado con Luchito en la cancha. ¿Qué gracia ganarle a Argentina sin Messi, a Holanda sin Robben o a Brasil sin Neymar? ¡Pero qué carajos!, a la Federación Internacional de Fútbol Asociado no le importa el espectáculo.
¡Qué luego lo “castiguen”! Pero que no nos castiguen a nosotros privándonos de verlo jugar fútbol, ni mucho menos de ganarle a Uruguay con Luchito a bordo. Ah, y ante todo, que alguien se preocupe por él, porque no puedes andar por ahí mordiendo gente, pistolero querido. No te tienen que castigar ¡Te tienen que ayudar ídolo!
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