martes, 23 de diciembre de 2014

La Tregua de Navidad, un partido de fútbol en mitad de la guerra

En la Navidad de 1914, soldados británicos, franceses y alemanes decidieron cesar el fuego y jugar fútbol como gesto de fraternidad.


Por Notas de Fútbol

Es imposible, más aún para alguien que no lo vivió, transmitir en palabras el horror de una guerra. Sangre y muerte acechando a cada callejón sin salida que conforman los caminos del enfrentamiento entre hombres que no nacieron para matar a sus semejantes. Sin embargo, dentro de la oscuridad, la luz se muestra más nítida y brillante. Uno de los capítulos más atroces de la historia de la humanidad como fue la Primera Guerra Mundial dio lugar a uno de los episodios más hermosos que jamás se han contado sobre el ser humano, y un balón de fútbol fue testigo de aquel bello pasaje. Conocida como ‘La tregua de navidad’, soldados británicos, franceses y alemanes decidieron posar las armas para celebrar la navidad de aquel 24 de diciembre de 1914.

Ocurrió en el sector del frente occidental, al sur de la ciudad belga de Ypres, localizada en la frontera franco-belga. Conocida como “La guerra de trincheras”, las líneas alemanas se enfrentaban a los Aliados, —franceses y británicos—, en fortificaciones cavadas en el suelo que se convertían en angostos infiernos donde el hambre y el frío eran tan mortales como las armas que empuñaban los soldados. Entre ambos bandos existía un territorio, con 50 metros de distancia, conocido como la Tierra de Nadie, paisaje antinatural donde los hombres caían y la vegetación había sido extinguida por los enfrentamientos, cubierto por el lodo, la nieve y los cuerpos de los soldados fallecidos en combate.

Se acercaba la navidad, que no existía en el manual de unos oficiales que habían alertado a sus tropas sobre la intención de ataque del enemigo. Para entonces, por expresa orden del Káiser, se habían enviado árboles de navidad a las líneas alemanas con el objetivo de animar a los soldados, pero también como símbolo de superioridad cultural, pues el origen del árbol de navidad se atribuye al país teutón. Aquella noche, el inerte y sombrío campo de batalla se postraba ante la luz de una esperanzadora luna llena. No estaría sola en la empresa, pues las luces de los árboles, colocadas sobre las trincheras, alumbrarían la línea germana ante la sorpresa de británicos y franceses.

Preparados para lo peor al ver las luces, su estupefacción alcanzó nuevos niveles cuando, en mitad del silencio de aquella fría noche de diciembre, comenzaron a escuchar a los alemanes cantar Stille Nacht, Heilige Nacht (Noche de paz, Noche de amor). Al acabar la música, los soldados británicos jalearon y aplaudieron la iniciativa germana, y cantaron en respuesta The first Noel, the angel did say, para concluir cantando juntos O come all ye faithful los británicos y Adeste Fideles los alemanes. Tras aquellos minutos en los que la música actuó como puente hacia la confraternización comenzaron a oírse gritos, no de violencia como acostumbraban escuchar, sino de una feliz navidad que algunas voces deseaban al bando contrario.

Los soldados de ambas líneas, arropados por el abrigo de la cautela y el recelo, comenzaron a salir de las trincheras y a pasear por la Tierra de Nadie. A pesar del temor que acogía las sombras que se movían por la tierra sepultada por la nieve, el deseo de apartar al soldado y recuperar al ser humano venció al miedo y a la desconfianza. Pronto, personas que antes se mataban unas a otras en base a una ideología que creían superior a su condición, se encontraron sobre aquellas baldías tierras hablando como viejos amigos que se reencuentran, intercambiándose souvenirs, direcciones los más próximos, chocolate, alcohol o tabaco. Celebraban la navidad.

El partido en la Tierra de Nadie

Al día siguiente la tregua proseguía y dio lugar al más sorprendente capítulo. Un soldado escocés apareció con un balón de fútbol, probablemente allí presente como medio de distracción y evasión de la difícil realidad, y rápidamente británicos y alemanes concertaron un partido haciendo de sus gorros porterías. El barro congelado otorgaba un suelo duro y propicio para el juego a pesar de que el balón a menudo se iba demasiado lejos, como aquellos partidos en los que de niños se nos iba la pelota fuera del recinto interrumpiendo momentáneamente el encuentro. Se cuenta que el partido se concibió con la mayor de las caballerosidades y que el rival tendía la mano al contrario cuando éste caía al suelo. El partido acabó cuando uno de los comandantes tuvo constancia del hecho y ordenó su conclusión. El resultado, cuentan, fue de 3-2 para los alemanes. Ya lo diría Gary Lineker décadas después: “El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses y en el que siempre ganan los alemanes”.

El teniente alemán Johannes Niemann relata así lo sucedido en una de sus cartas: “Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.

El fútbol, joven por aquel entonces, y el deporte por extensión, habían hecho acto de presencia en uno de los más bellos episodios de la historia no sólo como testigo, sino también como partícipe. Durante aquel día, los soldados se hicieron fotos y se intercambiaron gorros y botones en señal de cortesía. Se cuenta también que se escuchó incluso el canto de algún ave que decidió sobrevolar lo que por momentos dejó de ser la Tierra de Nadie. La vida había vuelto a aquel territorio dominado por la muerte. Los oficiales acordaron además colaborar para acometer una de las tareas menos agradecidas, que fue la de dar sepultura a los caídos y rendir honores a sus camaradas.

La tregua duró unos días más, hasta el 26 en algunos sectores y hasta el 29 en otros. Se dice incluso que de haber continuado el armisticio, la guerra podría haber tocado a su fin, pero los superiores, aquellos que hacían la guerra en los despachos y no en el campo de batalla, se mostraron indignados al saber de la Tregua de Navidad considerándola una imperdonable falta de disciplina. Se destruyeron cartas, se censuraron informaciones y se quemaron fotografías con la intención de que jamás trascendiese, pero un hecho así, capaz de devolver la fe en el ser humano incluso en las más terribles circunstancias, estaba ya grabado para siempre en la historia gracias a los testimonios y a las cartas y fotografías que sobrevivieron, y jamás se olvidará.

1 comentario:

Manuel Ricardo Castellanos dijo...

Por cosas como esta es que el fútbol es el deporte rey.