Hace más de setenta años que tres goles de Isidro Langara permitieron a la selección, por aquel entonces «Euzkadi», hacerse con la victoria en el primer partido de su historia, en París. Muchas cosas han cambiado, pero no el espíritu de un equipo que sigue reclamando sus derechos.
Por Amaia U. Lasagabaster
Gara
Un nacimiento en tiempo de guerra imprime, cuando menos, carácter. No falta en la selección vasca que, efectivamente, dio sus primeros pasos en circunstancias dramáticas. Disputó su primer partido en plena Guerra Civil, apenas un día antes de que las bombas destrozasen Gernika. Después se disolvió, reapareció, superó obstáculos y polémicas hasta llegar a 2011, en un escenario bien diferente al de siete décadas atrás, aunque el espíritu combativo de un equipo que sigue reivindicando sus derechos se mantenga inalterable.
Los orígenes de la selección, en realidad, podrían encontrarse incluso más atrás. Allá por las primeras décadas del siglo XX. Aunque por aquel entonces se hablara de la «Selección Norte» -en 1915 participó en la Copa Príncipe de Asturias representando a Bizkaia, Gipuzkoa y Cantabria, aunque estaba formada exclusivamente por jugadores vascos-, posteriormente «Vasconia» o «Selección del País Vasco». Incluso en aquellos encuentros de carácter benéfico, ya en los años treinta, entre los equipos de ANV (Eusko Ekintza) y PNV (Eusko Gudarostea).
También el propio combinado vasco tuvo desde su nacimiento un fin más allá del meramente deportivo. Bajo el auspicio del lehendakari José Antonio Agirre, una veintena de futbolistas vascos conforman la primera selección, que se hizo llamar «Euzkadi». Era 1937 y aquellos hombres se marcharon a recorrer Europa para denunciar la situación de sus compatriotas y recoger fondos que permitiesen aliviarla de alguna manera. El 26 de abril, un día antes de que las bombas destrozaran Gernika, la selección disputaba el primer encuentro de su historia. Fue en el Parque de los Príncipes, ante el Racing de París y tres goles del pasaitarra Isidro Langara permitieron a aquel equipo dirigido por Perico Vallana hacerse con la victoria (0-3).
Otra veintena de partidos llevó a la tricolor por Francia, Chequia, Polonia, Rusia, Noruega y Dinamarca hasta que, en 1938, cruza el charco. Triunfa en México y Cuba, aunque no en Argentina, donde se topa con algunos de los obstáculos que se han hecho habituales en su andadura. En este caso con un gobierno que reconoce la República, pero estrecha la mano de Franco. Los tres meses en Argentina se saldan con un solo encuentro y la decisión de regresar a México. Allí, la selección no se limita a los amistosos. Se inscribe en la Federación para disputar, y ganar, la Liga 38/39. El final de la competición coincide también con el de la Guerra Civil y, por extensión, con la aventura de unos futbolistas conscientes de que no pueden regresar a casa. La selección desaparece, aunque los que fueron sus integrantes seguirán impregnando con su identidad equipos de Centroamérica y América del Sur.
Aire fresco
Es 1977. Hace casi 40 años que Euskal Herria disputó su último partido. Y han transcurrido dos desde la muerte de Franco, aunque la situación en el Estado español evoluciona lentamente. Sobre todo para algunos, que sin embargo no se resignan a seguir sin poder contar su propia historia.
Unos meses después de que Iñaxio Kortaberria y José Ángel Iribar saltaran al césped de Atotxa con la ikurriña, aún ilegalizada, otro futbolista escribe un pequeño capítulo en la historia del fútbol vasco. Menos conocido, probablemente, pero igualmente destacable. Se trata de José Eulogio Garate, al que se homenajea en su retirada del Atlético de Madrid. Como se recuerda en la Enciclopedia Auñamendi, lo habitual era que el homenajeado solicitara para el encuentro un rival internacional de primera línea. Pero el jugador eibarrés pide que el Atlético se enfrente a la selección vasca, que vuelve a reunirse así -aunque a efectos prácticos no fuera más que un combinado de jugadores de Athletic y Real-, con victoria incluida.
Son los finales de los setenta, años en los que la sociedad se afana en refrescar el aire emponzoñado por el franquismo. En todos los ámbitos, incluidos el identitario, el cultural o el deportivo. Los tres confluyen el 16 de agosto de 1979. Organizado por «Sustraiak», y dentro de la campaña «Bai Euskarari», San Mamés acoge el encuentro entre Euskal Herria, vestida con los colores de la ikurriña, e Irlanda. Isidro Langara y José Iraragorri, componentes de aquella primera selección, realizan el saque de honor. La prohibición de entonar el «Gernikako arbola» o la negativa de Osasuna a ceder jugadores no restaron un ápice de emoción a un momento histórico.
Tan histórico que ese encuentro de San Mamés -al que, en pocos meses, seguirían otro en Atotxa frente a Bulgaria y un tercero en Mendizorrotza ante Hungría- está considerado el comienzo de la era moderna de la selección, pese a que a lo largo de los años ochenta apenas saltó al césped en un par de ocasiones.
Algo más que un sarao
Hubo que esperar, de hecho, hasta la década de los noventa para que la andadura del combinado vasco disfrutara de cierta continuidad. Desde 1993, cuando se impuso a Bolivia en Atotxa, apenas ha faltado a su cita anual. En 2006, de hecho, y por primera vez desde que renaciera en los setenta, el equipo disputó más de un encuentro (Gales, Catalunya y Serbia). Hizo, además, las maletas por primera vez en siete décadas -con la excepción del homenaje a Garate- para jugar en el Camp Nou. Una experiencia que se repitió en 2007, cuando Euskal Herria cruzó el charco para enfrentarse a Venezuela, setenta años después de que aquella primera selección se disolviera en México.
Pero lo que muchos consideraron el principio de un nuevo capítulo, fue en realidad el final de otro. Y es que una historia que había nacido con espíritu reivindicativo se había convertido en una fiesta sin excesivas pretensiones. O al menos eso consideraron, y denunciaron, los futbolistas vascos. Una cuestión de nombres -Euskadi, Euskal Herria, Euskal Selekzioa- según voces interesadas o poco informadas; un problema de mayor calado en realidad. Y es que tanto los deportistas como los aficionados vascos han mostrado sobradamente su deseo, y han reivindicando sobradamente su derecho, de oficialidad para sus selecciones. Una buena parte de las federaciones, sin embargo, parece hacer oídos sordos. Y ese ha sido, durante muchos años, el caso de la Federación Vasca de Fútbol. O al menos así lo denunciaron los jugadores, hartos de que los dirigentes futbolísticos asegurasen implicarse en la pelea por la oficialidad para después limitarse a organizar un sarao navideño con fines exclusivamente recaudatorios.
La polémica suspendió durante dos años la actividad de la selección, que volvió a vestirse de corto hace doce meses, pese a que las cosas no parecen haber cambiado demasiado. Los jugadores, de hecho, volvieron a denunciar la «descorazonadora» actuación de la Federación aunque, con la convicción de que «sudar la camiseta en favor de Euskal Herria está por encima de los tristes intereses de los organizadores» se avinieron a jugar, confiando en estar dando inicio a «una nueva era». Nueva etapa, aunque vieja esencia. La de un equipo que sigue tiñendo de verde, rojo y blanco sus reivindicaciones.
Una historia corta aunque con un buen número de éxitos
El próximo rival de Euskal Herria tiene una historia bastante más corta -tras lograr su independencia en 1956, no fue admitido por la FIFA hasta 1960-, aunque no le faltan éxitos. Túnez es, de hecho, y pese a la convulsa situación que ha vivido el país, el reciente vencedor del Campeonato Africano de Naciones. Lo ha conseguido bajo la batuta de Sami Trabelsi, que fuera capitán del equipo antes que seleccionador.
Aunque el galardón que más brilla en las vitrinas del equipo norteafricano es la Copa África conquistada en 2004, de la que fue anfitrión. Túnez es, además, el primer equipo africano que consiguó ganar un partido en un Mundial, aunque en ninguna de sus cuatro participaciones ha pasado de la primera ronda.
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