Por Jerónimo Granero
Télam
Una veintena de internos de la Unidad 9 de La Plata culminaron esta semana el primer curso de arbitraje, con salida laboral, que dicta el exreferí Luis Oliveto en el programa “Deporte por Penales”, de la Secretaría de Deportes de la Provincia de Buenos Aires.
"Esta posibilidad es única en el mundo, y además es inédita. Hay que tener claro que lo mejor que uno puede hacer es ayudar al otro, y en este caso a aquellos que hoy cumplen condena para que al salir tengan un trabajo, un medio de vida para que no vuelvan a delinquir", afirma el exárbitro.
Es el último día de clases y Télam forma parte de la experiencia. El aula, de unos 25 metros cuadrados, no se diferencia de la de cualquier instituto. Pero funciona en la unidad número 9 de La Plata, entre muros y seguridad.
Los alumnos son los internos y los que dan el curso, Oliveto y otro exárbitro, Luis Belatti.
El examen consiste en una prueba de quince preguntas, donde los presos deberán demostrar que “aprendieron las reglas”.
"Como en la vida -dice Oliveto-, en el arbitraje la teoría es distinta a la práctica. Si les planteara estos mismos problemas durante una situación de juego real, estoy seguro de que lo resolverían muy bien. Pero sobre un papel es más complicado lograr abstraerse e imaginar la jugada, no es nada simple”.
Desde marzo a diciembre, una vez por semana, Olivero y Belatti se paran frente a unas veinte personas privadas de su libertad.
"Es un orgullo y un desafío -dicen- tratar de darles una nueva chance para insertarse en la sociedad cuando salgan a la calle".
Oliveto, de jean y remera, con el Che Guevara como fondo de pantalla de su celular, parece una estrella de rock de los '70.
“Nosotros graficamos el reglamento con situaciones y ejemplos de la vida cotidiana, y la paradoja es que ellos están acá adentro por evadir las reglas. Por no cumplirlas en la vida, perdieron la libertad y aprender a acatarlas de nuevo, los ayuda a reformar sus mentes”, explica.
Y remarca: "Cuando desmenuzás el reglamento te das cuenta de las dificultades que plantea. De hecho, hay tipos que están en Primera y hace 20 años que lo estudian y se siguen equivocando”.
El clima es por demás distendido, rompe con cualquier prejuicio. La oscuridad, la tristeza y el clima espeso que se puede imaginar en los pabellones aquí no existe. El grupo la pasa bien en un espacio que los internos ya sienten como propio: no pasa sólo por el aprendizaje, sino también por el debate y la consulta.
"Lo que más los entusiasmó de entrada -cuentan los exárbitros- fue descubrir reglas que desconocían. Son todos futboleros, pero jugar al fútbol no significa necesariamente saber sus leyes".
“Una de las cosas que más rescatamos del ambiente de trabajo es que no tuvimos problemas y abordamos cualquier tipo de temática o charla sin reparos”, comenta Belatti, compañero fiel de Oliveto en la ADAFI; la escuela de árbitros que comparten y llevan adelante.
"A pesar de que al principio costó un poco, se logró trabajar en un clima relajado, espontáneo. Hoy por hoy no es un problema desearles a los alumnos que tengan un buen fin de semana”, grafica con este guiño al buen clima al que llegaron con los internos.
No obstante, coinciden en que el recuerdo más amargo fue el día en que -debido a una terrible tormenta- no pudieron entrar por el habitual camino por la cancha del penal, y ambos tuvieron que atravesar los pabellones. Esos mismos que, por ejemplo, albergan historias de tortura en la época de la dictadura.
"También hubo imponderables como huelgas de hambre o alumnos que, en pleno curso, fueron trasladados hacia otros penales o impedidos de participar de las clases por enfermedad u otro motivo", dicen.
Los casos que más recuerdan, sin embargo, son el de un alumno que recuperó la libertad y pidió volver para terminar el curso ("No lo dejaron, la ley no lo permite", cuentan); el de otro que no pudo dar el examen final por coincidir con el día de su juicio; y el de un tercero que peleó para que no lo trasladaran en tanto concurriera a las clases de arbitraje: "Nos emocionó", recuerdan.
Durante el examen los internos se hacen consultas entre sí y, a la hora de entregar la prueba, preguntan ansiosos la fecha de las calificaciones.
Belatti toma la palabra y se dirige al grupo: “Ustedes han dado su mayor esfuerzo y nosotros les brindamos todo lo que tuvimos a nuestro alcance. Pero conocíamos muy bien la situación: al término de cada clase, nosotros nos íbamos y ustedes se quedaban. Sólo vinimos a darles un curso y nunca nos preocupó por qué ustedes estaban acá. Nuestro objetivo era capacitarlos para que, cuando tengan la posibilidad de salir, puedan hacer algo distinto”.
Los presos responden con un aplauso cerrado y también dan las gracias. Uno de los reclusos recuerda: "A partir de que empezamos a estudiar nos dimos cuenta de las diferencias. Ahora, cuando jugamos entre nosotros y alguno oficia de árbitro, entendemos que muchas de nuestras protestas estaban equivocadas".
La última clase termina entre abrazos y los clásicos deseos de fin de año. Una vez más y por última vez, los profesores se van y los alumnos se quedan. La diferencia es que, cuando ellos también puedan irse, tendrán la oportunidad de demostrar todas y cada una de las reglas aprendidas.
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