Por Josep Ramoneda
Por una vez, hay que celebrar que la política se haya impuesto al fútbol en un país en que política y fútbol están asociados desde que se conocieron. El presidente Montilla tomó la decisión de convocar elecciones un domingo en que el calendario señalaba Barcelona-Madrid. Algunos se lo afearon. Sin embargo, es una buena noticia que sea el fútbol el que cambie por la política y no viceversa. Efectivamente, el clásico será en lunes. Y no pasará nada. El partido despertará la misma expectación de siempre y generará las mismas toneladas de bla,bla, bla. Y, en cambio, se habrá evitado que Artur Mas tuviera que vivir diferida la noche de su vida porque, mientras salían los resultados, la atención de todos estuviera centrada en el campo de fútbol. A la política, la noche electoral y, al fútbol, una noche como cualquier otra. Las cosas en su sitio.
¿Politización del fútbol o futbolización de la política? Ambas cosas se dan en este país. Sin ir más lejos, el ex presidente del Barça, Joan Laporta, que hizo de la política su bandera como presidente, es ahora candidato a la presidencia de Cataluña, con sus éxitos en el fútbol como factor de legitimación. Venimos de un año en que la relación entre fútbol y política ha alcanzado cotas inauditas. La victoria de España en el campeonato del mundo ha sido vista como base de lanzamiento de un nuevo nacionalismo español. E incluso se utilizó la celebración en Barcelona de la victoria de La Roja como argumento para desvalorizar la manifestación soberanista contra la sentencia del Constitucional. Es más, tanto los éxitos de La Roja en España, como los del Barça en Cataluña han sido puestos como modelos de buen hacer que deberían ser la referencia para nuestras propias sociedades. Es decir, una veintena de jóvenes deportistas millonarios, que intentan cobrar las primas en Sudáfrica para ahorrarse impuestos, como nuevo paradigma social. Así funciona la sociedad de la indiferencia, con el aliento de los responsables políticos.
Y, sin embargo, la relación entre política y fútbol está en el origen de este publicitado espectáculo que es la Liga de las Estrellas, que en el fondo es una de las herencias que nos quedan del franquismo. Fue en aquel régimen, que buscó en el fútbol un escape que le diera tranquilidad interior y reconocimiento exterior, donde surgió la rivalidad entre estos dos monstruos -Barcelona y Madrid-, a cuya sombra nadie más puede crecer, como se ve ahora más que nunca en una liga en que todos los demás son comparsas. Y esta anomalía que hace que la estructura del fútbol español sea tan distinta de la de países como Inglaterra, Francia, Alemania o Italia, no ha podido rectificarla la democracia. Y, sin embargo, el clásico será visto por muchos como la segunda vuelta de las elecciones. Con Guardiola como celoso guardián del patrimonio intangible del sentido común y Mourinho como símbolo del poder y la furia.
Futbolista africano del año
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