Cuba desarrolla, desde 1962, un béisbol «aficionado» con una enorme calidad de juego probando que es posible competir en esas condiciones al más alto nivel mundial. La mayoría de los jugadores se quedan en su tierra mientras algunos prefieren marcharse en busca de fortuna.
Por Mati Etxebarria
Gara, 23 de marzo de 2009
El juego del béisbol, importado de los Estados Unidos a fines del siglo XIX, prendió con rapidez en la isla y se convirtió para la década de 1930 en verdadera seña de identidad y pasión popular. Acorde con su carácter de deporte nacional, la cantera siempre fue pródiga en producir buenos jugadores, tanto como para dar famosos peloteros a las Grandes Ligas, las Ligas Menores y las Ligas de Color, de EEUU, además de mantener a los equipos de las llamadas Series Mundiales Amateur cubanas, que tuvieron su etapa de esplendor en la década de 1940.
La inauguración del estadio del Cerro en 1946 (hoy Latinoamericano) deslindó con claridad la preeminencia del profesionalismo sobre el juego aficionado, que se convirtió en proveedor de talentos para los cuatro clubes profesionales cubanos (Almendares, Habana, Marianao y Cienfuegos) que se incluían además en los circuitos de alto nivel mundial mediante las clásicas Series del Caribe, y la licencia al Cuban Sugar Kings para jugar en la Liga Internacional triple A.
La agresiva política del gobierno de los EEUU contra la revolución que tomó el poder en enero de 1959 tuvo muy pronto repercusiones en el espacio deportivo: proposiciones a jugadores cubanos para que emigrasen, prohibición a peloteros norteamericanos de jugar en Cuba, supresión de la licencia al Cuban Sugar Kings, y finalmente la exclusión de los equipos cubanos de la Serie del Caribe a celebrarse en 1962.
Llega la nueva competición
En ese especial contexto, y poniendo en práctica la idea de que las actividades lucrativas y comerciales del profesionalismo no tenían cabida en la nueva Cuba, el recién fundado Instituto Nacional de Deportes (Inder) decretó oficialmente en 1962 la eliminación de las competiciones profesionales, organizando en enero de ese mismo año las Series Nacionales, sistema de «competencia» de primera categoría que ha llegado con notable éxito y popularidad hasta nuestros días.
La Serie Nacional cubana experimentó diversas modalidades organizativas hasta adquirir su fisonomía actual donde participan 16 equipos de primer nivel, uno por provincia, la capital que cuenta con dos representantes, y la del municipio especial Isla de la Juventud. Esta competición de todos contra todos cubre el extenso calendario anual y finaliza en una reñida y apasionante recta final (play off) con los ocho equipos finalistas. Los capitalinos de Industriales, las avispas de Santiago, los naranjas de Villa Clara y los verdes de Pinar son siempre firmes candidatos al campeonato, pero también hay espacio para las «sorpresas», en una competición que en general demuestra un alto nivel competitivo y técnico, numerosa asistencia de público, y despierta encendidos debates entre la participativa afición cubana.
Claro que mantener completos 16 equipos de primera división con jugadores sólo de casa, exige, como es natural, de toda una red de fomento y formación de la cantera que constituye una tupida red deportiva que va desde lo barrial y municipal hasta escuelas especiales.
Cuba es el tradicional enemigo a derrotar por todos, desde ya hace varias décadas, en cualquier competición internacional de carácter no profesional. Como una máquina en muchas ocasiones casi imbatible, la selección antillana ha ido acumulando títulos en copas Mundiales, Intercontinentales y Panamericanos así como destacadas actuaciones en Juegos Olímpicos, además de un merecido prestigio en esta modalidad deportiva.
Romper la incógnita
Sin embargo, dado el fuerte profesionalismo y comercialización del béisbol (comparable con el fútbol de élite) concentrado especialmente en las Grandes Ligas norteamericanas, seguida por las japonesas, y en menor medida por otras de países latinoamericanos (Venezuela, México) siempre existieron algunas lógicas dudas sobre el nivel competitivo real de la pelota cubana, al no poder jugar contra los equipos de más alto nivel profesional.
La celebración del I Clásico Mundial en el 2005 (lo más similar a una Copa del Mundo de fútbol) despejó en cierta medida la incógnita, el equipo de Cuba sorprendió a propios y extraños, con un juego sin complejos, de muy alta calidad técnica, con destacados nombre propios y un conjunto lleno de voluntad de pelear hasta el último batazo, que fue dejando en el camino en dramáticos encuentros a poderosas escuadras como las de República Dominicana, Puerto Rico, México... plagadas de estrellas mundiales, hasta disputar la final en un emocionante partido contra Japón, con el que finalmente perdió. El carácter de Cuba como subcampeón del Clásico fue sin duda una sorpresa anunciada, en un deporte donde prima la visión de gran negocio y fichas multimillonarias entre clubes y jugadores estrellas, que acaba impregnando también a buena parte de sus hinchas y seguidores.
Hay que aclarar sin embargo que el carácter de deportistas aficionados (de élite) en Cuba significa que dado su alto nivel internacional estos se dedican a tiempo completo a la práctica de sus disciplinas, reciben atenciones especiales y estímulos económicos y materiales de acuerdo a sus resultados, por lo tanto la denominación en la práctica se ajusta más al hecho de no caer en la danza de millones que lastra la práctica deportiva internacional, que jueguen en equipos nacionales y que continúen sus estudios y formación generalmente afines al mismo deporte (licenciatura en Educación Física, medicina deportiva, diferentes cursos de entrenadores, etc).
El debate de «la esquina caliente»
En cualquier caso, la polémica, que en el caso del béisbol se denomina popularmente en Cuba como «la esquina caliente», alcanza de manera muy especial a su deporte nacional y predilecto por lo que se pueden encontrar numerosos partidarios de mantener la política oficial actual, pero también quienes opinan que hacen falta cambios y adaptaciones para mantener y mejorar el nivel alcanzado frente a una profesionalización internacional creciente, entre ellos permitir a beisbolistas jugar en equipos extranjeros con contratos. Debate que cobra calor y actualidad social cuando algún jugador conocido decide «quedarse» fuera del país atraído por las permanentes ofertas millonarias de los grandes clubes norteamericanos. Y es que hay que subrayar que los buscadores de talentos y promesas para equipos profesionales acosan permanentemente a los integrantes del equipo de Cuba allá donde jueguen, síntoma inequívoco de que el deporte revolucionario cubano hace muchos años que es marca de calidad.
Dejando aparte la diversidad de criterios y futuras adaptaciones en la organización de la modalidad, lo que sí se puede afirmar a estas alturas sin miedo a equivocarse es que una firme, y clara, política deportiva ha logrado crear una cantera constante e inagotable de jugadores de béisbol de primera categoría, que el equipo cubano demuestra constantemente que defender una camiseta, ligada a una idea y un sentido de lo nacional, puede competir contra fichas millonarias, y que la cantidad de jugadores «quedados» es pequeña frente a los que deciden constantemente apostar y jugar por su país y para su gente, sin duda toda una lección para el deporte en general.
II Clásico Mundial: el difícil intento de mantener el béisbol a nivel internacional
A pesar de ser la práctica deportiva más seguida después del fútbol, el béisbol siempre ha estado lastrado en su proyección internacional por una fuerte separación entre aficionados y profesionales. A falta de un evento similar a la Copa Mundial de fútbol, finalmente en el 2005 se consiguió organizar el I Clásico de Béisbol, donde tomaron parte los principales equipos, con una importante participación de las estrellas que juegan en las exclusivas Grandes Ligas de los EEUU.
Durante la primera edición de esta competición sorprendieron el pobre papel del equipo norteamericano, los excelentes desempeños de la pelota asiática y el subcampeonato de Cuba, todo en detrimento de la imagen que se vende de los jugadores de las Grandes Ligas como los mejores del mundo. El resultado ha sido que en esta segunda edición los poderosos clubes de Estados Unidos han limitado en gran medida la participación de sus estrellas, mientras que la organización ha conseguido enfrentar obligatoriamente en cuartos de final al poderoso Japón con Cuba, permitiendo así que equipos como Puerto Rico, Venezuela o EEUU tuviesen opción de llegar a la final sin tantos sobresaltos.
El conjunto japonés ha resultado realmente una barrera infranqueable para Cuba. Ayer Corea, primera finalista, acabó con el sueño de Venezuela (10-2) mientras a la hora de cerrar esta edición se enfrentaban EEUU y Japón en la otra semifinal. Pero incluso en estas condiciones, que favorecen a unos y perjudican a otros, el poco entusiasmo demostrado por los equipos de las Grandes Ligas y por muchos de sus jugadores estelares pone en entredicho el futuro de estos encuentros, y el intento de popularizar el béisbol más allá de su tradicional y cerrado espacio. La mayor sorpresa, sin embargo, ha sido el buen desempeño de Holanda.
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