Por Salvador López Arnal
No es la Holanda de 1974 ni la de 1978. Las selecciones, como las científicas, los artistas, los carpinteros, los empleados de la limpieza o los enseñantes, tienen grandes momentos y otras fases de menor excelencia. La Holanda de 2010 no es aquella selección que perdió injustamente contra Alemania el mundial de 1974 en un partido imborrable ni la que, cuatro años después, en Argentina, estuvo a punto de arrojar a la cuneta los planes patrióticos-futboleros de ese asesino confeso llamado Jorge Videla. Empató la naranja mecánica bien entrado el segundo tiempo, estuvo a punto de marcar de nuevo, el balón se estrelló en el poste, pero, en la prórroga, aquel jugador enorme llamado Kempes volvió a adelantar Argentina. En la Esma se seguía trabajando en aquellos momentos; los luchadores revolucionarios eran torturados sin impiedad por aquel teniente de navío de cara aniñada.
La selección española de 2010 es mejor equipo que el de Holanda. Casi nunca lo ha sido; este año lo es. Tiene un juego propio, inspirado fuertemente, eso sí, en el que practica el Barça de Pep Guardiola. Iker está que se sale. Piqué y Puyol forman, seguramente, el mejor dueto central del mundo. Sergio Ramos, algo alocado en casiones, imprime velocidad en la delantera y causa peligro. Capdevila hace lo que debe hacer con algún detalle sobresaliente. La media de Xavi, Xabi y Busquets es de ensueño; si sumamos a Cesc y Silva nos salimos. Villa es un delantero excepcional, lo mismo que Torres, Pedrito (¡qué grande que es!) y Llorente. Iniesta es capítulo aparte, vive en el mundo supralunar. Es un mundo en sí mismo no sólo por su juego sino por la limpieza de su juego y su elegancia en el campo. Verle hacer una falta es como pensar en un cuadrado con cinco lados y diez vértices.
A pesar de este reconocimiento futbolístico es preferible que gane Holanda. No sólo por las dos grandes ocasiones perdidas de la selección holandesa sino que porque el ambiente que rodea a la Roja, es decir, a la rojigualda, es absolutamente inaguantable. Ver gesticular a la esposa del Rey de España, ataviada con una traje para la ocasión, después de haber pasado el trago de escuchar el himno monárquico-franquista atraganta la digestión. Oír el servilismo estúpido de los periodistas de televisiones y emisoras acreditadas recuerda tiempos pretéritos.
Pero hay más, hay, por ejemplo, este diálogo a la altura de los tiempos y circunstancias [1] entre Jorge Lorenzo, un exitoso contaminante, y Alejandro Sanz un cantante que demuestra su españolismo viviendo en Miami, al lado de la reacción cubana y evitándose de paso el pago de ciertos impuestos.
Antes de la carrera de motos de Montmeló, no puedo señalar la fecha, Jorge Lorenzo declaró que si ganaba la carrera no se pondría la camiseta de la selección como muestra de apoyo porque en Catalunya era muy complicado “salir con ello”. Yo acabo de llegar de mi trabajo en Santa Coloma de Gramenet y he visto, como mínimo, a cinco o seis jóvenes llevando la camiseta.
Alejandro Sanz le contestó por Twitter: el gesto la parecía una cobardía. El estaba orgulloso de ser un español (exiliado en Miami).
El piloto le respondió a su vez: él se sentía más mallorquín y, por supuesto, más español que nadie. Que nadie se atreviera a dudar de su españolidad y olé. De paso le lanzaba un reto al cantante: ¿a qué no salía con la Roja en su próximo concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona? ¡A ver si tenía su españolismo bien puesto!
El artista de Miami no se cortó ni un pelo. Tiene el españolismo bien puesto, faltaría más. Cogió el guante y ha retado a Lorenzo a que salgan juntos los dos, con la camisera de la selección, en su próximo concierto en el Palau.
Lorenzo, si no ando errado, no ha respondido aún en el momento que escribo pero seguro que, si no tiene compromisos crematísticos, aceptará el reto y los dos “jóvenes españoles y olé” saldrán al escenario con la camiseta y, acaso, con una rojigualda de 200 metros y 23 decímetros.
Por favor, no vayan al concierto, ahórrense el horror, y, sobre todo, para quitares un poco de ínfulas e hilos de patriotismo, que Holanda se lleve el Mundial. A poder ser por goleada. ¡Que ese nefasto y estúpido grito del ¡a por ellos! se les atragante en la faringe!
Sabe mal por los seleccionados, por la mejor selección española de todos los tiempos, pero ellos, estoy seguro de ello, sabrán comprender. Son gente sensata que juega a fútbol y que no aspira a ondear banderas de ingrato recuerdo en las que ninguna persona razonable puede creer y en las que ninguna persona informada puede encontrarse representada [2].
Notas:
[1] Público, 8 de julio de 2010, p. 46.
[2] Por el mismo rancio sendero, se ha afirmado hasta la saciedad desde 16 horas que el magnífico gol de Puyol fue un “gol de raza”. ¿De qué raza hablan? Como el de Zarra, como en los viejos tiempos no superados. Su España es así de agotadora.
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