En julio de 1969 se desarrolló la “guerra del fútbol”, un conflicto bélico entre Honduras y El Salvador que provocó la muerte de miles de personas en los apenas seis días que duró. Esta guerra, desatada en realidad por causas sociales, se denominó de este modo porque las hostilidades entre los dos países centroamericanos se iniciaron bajo el pretexto de una eliminatoria de clasificación para el Mundial de 1970 y que enfrentó a ambas naciones. El fútbol fue la chispa que encendió la hoguera.
Por Javi Lozano
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Ryszard Kapuscinski, uno de los grandes periodistas de la segunda mitad del siglo XX, plasmó con mucho detalle los pormenores de este conflicto e incluso dedicó un capítulo entero de uno de sus libros a este tema en concreto. De hecho, vivió las hostilidades en directo y pudo ver que aunque el fútbol no fue la causa principal de la guerra, sí fue la chispa que hizo encender la gran hoguera de la violencia y el terror.
Ambos países arrastraban unas difíciles relaciones diplomáticas y para más inri se jugaban la clasificación para el Mundial. Y si el fútbol tiene una característica es la de levantar pasiones de todo tipo, incluidas las menos imaginables y detestables. Aquí se manifestó el nacionalismo, el patriotismo y el simple orgullo, lo que provocó que antes del uso de las metralletas y las bombas, la pelota y el campo de juego ya sirvieran como precedentes a la batalla.
En plena lucha por la clasificación, el primer encuentro entre Honduras y El Salvador se disputó en Tegucigalpa el 8 de junio de 1969. Nadie en el mundo en circunstancias normales hubiera prestado demasiada atención a este partido de fútbol, uno más de los cientos que se disputaban, y más entre selecciones humildes con poca trayectoria internacional.
Una ida llena de altercados
Un día antes del encuentro, la selección salvadoreña llegó a la capital del Estado vecino. Sin embargo, el recibimiento no se pudo considerar cortés puesto que una vez llegados al hotel, miles de aficionados hondureños no pararon de insultar y molestar a los futbolistas rivales. De hecho, los jugadores pasaron toda la noche en vela después de que lanzaran contra sus habitaciones petardos y cohetes. Hubo gritos e improperios de todo tipo que no permitieron dormir ni un solo momento al equipo que al día se la jugaba en un partido clave.
Los salvadoreños llegaron al campo muertos de cansancio y con un estado de nervios al borde del colapso. ¿Y qué ocurrió durante los 90 minutos? Lo más normal en este tipo de casos. No aguantaron la presión y perdieron por la mínima cuando el encuentro tocaba su fin.
Como curiosidad y ejemplo de la propaganda que precede a muchos de estos conflictos bélicos cabe señalar el titular del diario salvadoreño El Nacional, que decía: “Una joven que no pudo soportar la humillación a la que fue sometida su patria”. Tras el choque, esta chica fue al cajón de su padre y triste por la derrota cogió su pistola y se suicidó. Pero contra todo pronóstico fue considerada héroe nacional. Su entierro fue presidido por el presidente, su cuerpo llevado por el Ejército y su féretro cubierto por la enseña nacional. Y detrás de ellos desfiló toda la selección de El Salvador. El partido de vuelta se convertía ya en una cuestión de Estado.
Y una vuelta peor
Y no fue para menos. El equipo de Honduras tuvo un recibimiento mucho más duro que el que dispensaron sus compatriotas en Tegucigalpa a los salvadoreños. Aficionados fuera de sí rompieron los cristales del hotel, lanzaron petardos, huevos podridos y hasta ratas muertas. Para llegar al estadio tuvieron que ser escoltados por carros blindados en un trayecto lleno de fotografías de la “joven mártir salvadoreña”.
La mejor noticia para los hondureños fue el final del partido y la derrota. Cayeron 3-0 y como dijo el seleccionador tras el encuentro: “Menos mal que hemos perdido”. Dos aficionados de Honduras fallecieron y decenas fueron brutalmente apaleados. Además, cientos de coches con matrículas de este país fueron quemados. Poco después de que los jugadores hondureños salieran de territorio de El Salvador quedaron cerradas las fronteras. El conflicto iba poco a poco cogiendo forma.
En 1969 no se utilizaba la diferencia de goles para dirimir una eliminatoria por lo que para decidir quién jugaría el Mundial del año siguiente hubo que hacer un partido de desempate. Éste se jugó el 27 de junio en Ciudad de México y finalmente se impuso el poderío de El Salvador, que se alzó con la victoria por 3-2. Los aficionados de Honduras fueron colocados en un fondo y sus rivales en el otro. Cinco mil policías mexicanos les separaban.
Y la guerra llegó
Sin embargo, ya nada pudo rebajar la tensión. El odio había sido alimentado en ambas direcciones, las fronteras estaban cerradas y había hinchas muertos a manos de aficionados del país vecino. Sólo faltaba conocer cuándo se iniciaría una guerra que ya estaba anunciada a los cuatro vientos. Finalmente, el 14 de julio El Salvador atacó Honduras y comenzó la invasión terrestre al ser éste un país más industrializado aunque bastante más pequeño que Honduras.
Las tropas salvadoreñas avanzaron y se acercaron a Tegucigalpa. La Organización de Estados Americanos negoció un alto el fuego que se llevó a término el 20 de julio. La guerra fue corta pero produjo bajas importantes. Más de seis mil muertos, veinte mil heridos y 150.000 desplazados fue el balance de un conflicto bélico que tras la contienda reforzó el papel de los militares en ambos países.
Sin entrar en detalles ni en los argumentos partidistas de ambos países, las causas que desencadenaron las hostilidades se centran en el aspecto social. El Salvador era el país más industrializado de la zona pero al ser tan pequeño tenía también la mayor densidad de población de América. El país estaba dominado por latifundistas por lo que muchos salvadoreños emigraron a Honduras, un país mucho más grande. Pero con los años las autoridades hondureñas decidieron entregar las tierras de los campesinos de El Salvador a sus gentes. Esto significaba que 300.000 salvadoreños tendrían que regresar a su país. Y fue así como comenzaron las tensiones que desembocaron en lo ya conocido.
El Salvador no ganó la guerra pero consiguió el objetivo de participar en el Mundial, un campeonato marcado por un conflicto que dejó en jaque a toda Iberoamérica. El país centroamericano quedó encuadrado en el grupo A junto a México, el anfitrión, a la todopoderosa URSS y a Bélgica. Quedó último, perdió todos sus partidos y no supo hacer gol en un torneo que dominó Brasil y que tuvo como máximo goleador al alemán Müller.
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