Mientras el gobierno de Andrés Pastrana sacaba pecho por organizar la Copa América en Colombia, un comando de las FARC asaltaba un lujoso edificio en el centro de Neiva, en el momento en que se celebraba el paso de la Selección a la final del torneo. Una toma “de película”.
Por Camilo Rueda Navarro
El 26 de julio del 2001, en Manizales, la Selección Colombia de fútbol derrotó 2-0 a Honduras y clasificó a la final de la Copa América, que por primera vez en la historia se celebraba en territorio colombiano. Pero esa noche, el otro “gol” que se registró fue el que le metió la entonces guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) al Estado colombiano.
A la misma hora en que se disputaba el partido, un comando de las FARC incursionaba en el centro de Neiva, una de las principales capitales del sur del país, y asaltaba el edificio Miraflores, de donde se llevó secuestrado a un grupo de 15 personas.
En ese momento, el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) se enorgullecía por la realización de la Copa América, que en algún momento estuvo en vilo por otro caso de secuestro. El cambio de sede llegó a ser contemplado ante la situación de conflicto que vivía el país y, con ese mismo pretexto, dos selecciones desistieron de participar a última hora.
Pero la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) confirmó a Colombia como anfitriona del certamen, que fue bautizado como la “Copa de la Paz”. En ese momento se adelantaban negociaciones con la insurgencia en un área desmilitarizada, la “zona de despeje”, y la celebración del torneo de selecciones más antiguo del mundo podría alentar la búsqueda de la paz. Al menos esa fue la idea que se sugirió.
En todo caso, mientras se adelantaban los diálogos con las FARC en “El Caguán”, como se le conoció al área despejada, en el resto del territorio nacional continuaba la confrontación, según los términos en los que las partes pactaron la negociación. El Estado daba inicio al Plan Colombia, un multimillonario programa de cooperación militar con Estados Unidos; previsto inicialmente para la lucha antidrogas, luego fue ampliado a la guerra contrainsurgente. Por su parte, las FARC proyectaban su fortalecimiento político y militar en el marco de la negociación, y mantenían vigente su plan estratégico para disputar el poder central.
Esa situación generó un incremento de la confrontación armada en todo el territorio nacional, exceptuando los cinco municipios que servían de sede para los diálogos. Arrecieron los golpes militares de bando y bando. Las cárceles se llenaron de combatientes farianos, a la vez que los campamentos guerrilleros se atiborraban de soldados y policías capturados en combate.
En ese marco, desde la insurgencia se planteó en la mesa de negociaciones un “canje de prisioneros” en el que se permitiera que la guerrillerada en las cárceles pudiera volver a sus filas, a cambio de que los militares hicieran lo propio. Esta propuesta tuvo el rechazo de múltiples sectores de poder, y el gobierno solo accedió a gestionar un “intercambio humanitario”, en el que se excarcelaría a los guerrilleros enfermos si las FARC hacían lo mismo con sus prisioneros en esa condición.
Al final, solo una docena de los cientos de combatientes encarcelados salieron de prisión. Las FARC entregaron a policías y militares enfermos, y también liberó a un significativo grupo de uniformados rasos que tenía en su custodia. Sin embargo, adoptó una fórmula para seguir insistiendo en el canje: si los poderes del Estado eran indolentes por la suerte de los miembros de su Fuerza Pública, había que incluir a integrantes de esos poderes en la negociación de un intercambio.
Como el Congreso y el gobierno no accedieron a tramitar una normativa sobre las personas consideradas “prisioneros de guerra”, había que proceder sobre congresistas y dirigentes políticos. Según ese razonamiento, la retención de civiles con responsabilidades en el Estado iba a presionar la concreción de un canje. En la práctica, esta lógica se expresó en el incremento del secuestro con fines políticos, diferente al que con fines extorsivos ya practicaba la insurgencia.
El camino a la semifinal
Sin Argentina y Canadá, la Copa América Colombia 2001 se completó con la invitación de Honduras y Costa Rica, que aceptaron a última hora acudir a la competición. Los dos conjuntos centroamericanos recibieron elogios de la prensa deportiva y la afición local, que exaltó su gesto a la vez que se reprochaba la negativa de los combinados ausentes.
Las dos selecciones substitutas quedaron ubicadas en el grupo C, asentado en Medellín. Ambas, a pesar de su improvisada participación, sorprendieron al quedar en los dos primeros lugares del grupo. Honduras, en particular, sorprendió en la última fecha al vencer 1-0 a Uruguay, dos veces campeón mundial y múltiple campeón americano. Los “catrachos” se ganaron así las simpatías del público colombiano y accedieron a los cuartos de final.
Aunque ya era más que sobresaliente el rendimiento hondureño, ese conjunto dio una nueva sorpresa al superar 2-0 a Brasil en la siguiente fase. Todo un hito en la historia de ambas selecciones. Los auriverdes, candidatos sólidos al título ante la ausencia del otro grande de la región (Argentina), quedaban fuera ante una Honduras invitada de relleno y confeccionada en pocas horas.
Por la misma llave avanzaba la anfitriona Colombia, que marchaba invicta, clasificada líder de su grupo, sin recibir goles en contra y que ya había superado 3-0 a Perú. El torneo ahora le evitaba un duelo ante Brasil, en el que las victorias colombianas se pueden contar con los dedos de una mano.
Así las cosas, arribaron a Manizales el 26 de julio una apabullante Colombia y la sorpresa del torneo, la Honduras vencedora de Uruguay y Brasil, y que jugaba por su propia gloria.
El asalto al Miraflores
Eran aproximadamente las 9:30 de la noche y Colombia estaba en la final de la Copa América, título que nunca había ganado y cuya instancia final solo había disputado una vez: en 1975 cuando cayó ante Perú. Gracias a un contundente 2-0 contra Honduras, sacaba tiquete para enfrentar a México, con el que rivalizaría en Bogotá con un público a su favor.
Esta nueva victoria tricolor (la quinta de la copa) se celebraba bullosamente en todas las ciudades del país, incluida Neiva, la capital huilense, a donde había arribado un comando guerrillero que iba a meter el otro gol de la noche.
“–Somos del Gaula”, le dijo un hombre con prendas militares al portero del nuevo edificio Torres de Miraflores, recientemente inaugurado en el centro de Neiva y donde vivían algunas de las familias más adineradas de la ciudad, incluida la del senador Jaime Lozada y su esposa, Gloria Polanco.
El vigilante del edificio cayó en el engaño y permitió el acceso de los supuestos integrantes del Gaula, una unidad antisecuestro de la Policía, que en realidad se trataba de un comando guerrillero perteneciente a la Columna Móvil Teófilo Forero de las FARC, en un operativo planeado minuciosamente.
Los guerrilleros, vestidos de agentes de la fuerza pública, incursionaron al Miraflores piso por piso. Todo les había salido según lo planeado hasta que llegaron hasta el apartamento 801, la vivienda de la familia Lozada. El senador –el principal objetivo del operativo, y que regresaba de Bogotá a su apartamento todos los jueves– aplazó su viaje y no se encontraba allí. Entonces se llevaron a su esposa y a dos de sus tres hijos. En total, 15 personas fueron secuestradas en el asalto.
Fueron llevadas en camionetas dispuestas para el operativo, que partieron en caravana, tal como a esa hora algunas personas celebraban el triunfo colombiano, con pitos y gritería. La victoria de la Selección fue el complemento perfecto para concretar el asalto al Edificio Miraflores, uno de los operativos urbanos más significativos de una guerrilla que hasta entonces se había circunscrito a los escenarios rurales.
Si bien el senador Lozada se libró del secuestro por encontrarse en otro lugar, su esposa y dos hijos fueron raptados por la Teófilo Forero. Gloria Polanco se convirtió en “canjeable” al ser inscrita a las elecciones parlamentarias del 2002 y al resultar electa representante a la Cámara. Gracias a las gestiones humanitarias de Piedad Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez, en febrero del 2008 las FARC liberaron como gesto de buena voluntad a Polanco y otros tres parlamentarios que tenía en su poder.
El gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) mantuvo contactos para establecer los términos de una negociación para el intercambio humanitario con las FARC. Para ello requirió la colaboración de Piedad y del presidente Chávez, contradictores políticos que sin embargo apoyaron las gestiones con las que algunos canjeables recuperaron su libertad.
Finalmente no se concretó ningún canje o intercambio de prisioneros, aunque las FARC liberaron la totalidad de las personas que tenía retenidas como preámbulo a las negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos, sucesor de Uribe, que culminaron con el acuerdo de paz de La Habana.
“Yo prefiero ver al Paisa echando discursos y no bala”, dijo entonces Jaime Lozada Polanco, una de las víctimas de este episodio, sobre Hernán Darío Velásquez, el líder de la toma del Edificio Miraflores, a propósito de aquel acuerdo que puso fin a un doloroso conflicto de 52 años y que convirtió a las FARC en partido político legal.
Publicado originalmente en "2001 Odisea Colombia Copa América". Tomado de In-Correcto.com.
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