La dictadura militar que castigó a Chile entre 1973 y 1990 utilizó al principal escenario del fútbol como centro clandestino de detención y tortura
Por Diego Borinsky
El Gráfico
Los que pasamos los 40 años hemos escuchado la historia más de una vez. Y, a quienes nos ha interesado particularmente el tema, le hemos entrado con atención leyendo libros y viendo documentales. Aun así, una cosa es haberse informado y sumergido en la historia, y otra es entrar en el túnel lúgubre del escenario real. Sentir los latidos de quienes caminaron por allí.
El Estadio Nacional de Chile es blanco por fuera. Los portones de ingreso se denominan “escotillas”. Al llegar a la N°8, resalta una especie de pasacalles que sintetiza el horror: “Estas graderías son un sitio de memoria. El 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado, las Fuerzas Armadas convirtieron al Estadio Nacional en el Campo de Concentración más grande del país. Más de 20.000 ciudadanos, mujeres, hombres y niños, chilenos y extranjeros, estuvieron prisioneros en las escotillas y camarines del Coliseo y la Piscina. El trabajo de la Corporación Estadio Nacional Memoria Nacional ex Prisioneros Políticos tiene como objetivo preservar su valor histórico y conmemorar a las víctimas”. El Coliseo es el estadio propiamente dicho.
El portón de la escotilla 8 está levemente abierto, no hay gente, sí una cinta que dice “prohibido pasar”, pero está cortada en algún punto impreciso. Predomina una sensación de abandono a tres días de la fiesta inaugural en este mismo sitio, pero como al fin de cuenta somos argentinos, nos asomamos al interior para descubrir de qué se trata todo esto que anuncia la bandera. Salvo algún que otro trabajador que cruza el recinto esporádicamente para terminar de arreglar algo, no se ve a nadie. Frente a ese marco solitario, rodeado de polvillo, con tablas desordenadas y manteles de plástico en el piso, como si estuvieran por pintar y arreglar contra reloj, observar las fotos y leer los letreros que las acompañan produce escalofrío.
Hay imágenes de los prisioneros asesinados, pero también de manifestaciones populares del gobierno de Salvador Allende. Incluso hay una secuencia que estremece: una foto de Allende con su mujer, saludando desde el Palacio de La Moneda; y una pegadita, al lado, del mismo balcón, ya sin ellos, y arruinado por la balacera y los bombardeos.
“Prisioneros y prisioneras de guerra del Estadio Nacional”, se lee en uno de los carteles. Y sigue: “En los primeros días del Golpe Militar de 1973, miles de personas fueron trasladadas en calidad de prisioneros al improvisado centro de detención del Estadio Nacional. Sus rejas fueron punto fijo para los familiares que buscaban a sus seres queridos. Aferrados a las rejas, creían poder lograr un intercambio visual y, con suerte, verbal con los hacinados en las escotillas cercanas”. Y enseguida, una descripción brutal: “La arquitectura sui géneris del Estadio Nacional hace de él una edificación ideal para la represión: los pasillos que llevan a los camarines se encuentran bajo las graderías, totalmente ocultos de la vista exterior del complejo, los 28 camarines que tiene el Coliseo fueron utilizados como celdas, en cada camarín hacinaban a más de 100 ciudadanos. Los hombres y mujeres se encontraban en completo aislamiento del mundo exterior”.
Momento: no sólo se utilizó el estadio en sí mismo. “La piscina olímpica –explica el texto que acompaña las imágenes– fue el lugar de confinamiento de las mujeres que ingresaron al Estadio Nacional. Su muralla frontal también se utilizó como paredón de fusilamiento. En el camarín Norte estaban prisioneras las mujeres chilenas y en el camarín Sur tenían prisioneras a las extranjeras. Según testimonios de las propias prisioneras, la piscina alcanzó a albergar a mil mujeres”. Cuesta imaginarlo.
El recorrido por este auténtico laberinto del terror finaliza con otro testimonio adherido a una de las paredes de este pequeño museo, ubicado en las entrañas del Estadio Nacional, debajo de sus tribunas, detrás de uno de los arcos. Su título es “Recuerdo” y está firmado por Felipe Agüero, ex prisionero de guerra: “Las salas de tortura bajo la marquesina, las lúgubres formaciones de prisioneros regresando del velódromo, los túneles malolientes camino a las sesiones de electricidad, los ancianos tropezando a golpes de culata por las graderías, todo aquí aludía al Infierno del Dante. El descenso a cavidades cada vez más profundas de horror y maldad, que nunca tocaba fondo. Aquí Chile conectó por primera vez con su propio infierno”.
Aquí, Chile lo recuerda para que no ocurra nunca más.
*Artículo publicado originalmente en julio del 2015
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