Del libro "Perfume de Gol. Cuentos sobre la mujer y el fútbol", de Rodolfo Braceli. Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009.
La madre que parió a Maradona pudo concebir a semejante ser porque antes afrontó y cumplió al pie, al pie de la letra, los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en un cuadernito. La Pierina era partera –perdón por la rima– a la hora que fuera. Una digresión: también se llamaba Pierina la partera que ayudó a mi madre para que mis cinco kilos y pico salieran a respirar al mundo. No se trata de la misma Pierina, no, pero una me llevó a la otra y la otra a esta historia.
En ese vértice del almanaque que abrocha un año con otro, cuando brindamos y nos abrazamos y nos besamos y nos ponemos momentáneamente buenos, Dalma Salvadora Franco, la Tota, le dijo a su esposo, Diego Maradona, Chitoro, al oído le dijo:
–El próximo será varón. Te lo juro.
–Eso me dijiste la primera vez…
–… y vino nena.
–Y la segunda vez…
–… y vino nena.
–Y la tercera vez…
–… y vino nena. Y la cuarta vez, sí, también te lo dije.
–Y nena vino.
–Pero el quinto, Chitoro, será varón.
–Será varón, Tota. Si no viene nena.
–Te digo que será varón.
–Si nos sale nena yo la voy a querer igual. Vos sabés.
–Será varón. Y jugará a la pelota como diosmanda.
–Dios, Tota, no entiende un comino de fútbol.
–Bueno, si no entiende, que mire para abajo y aprenda de una vez.
Llovía sin consideración afuera de la casilla en la Villa Fiorito de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina prometió que iba a estar a las seis de la tarde y allí estaba, ese 5 de enero, empapada, con el paraguas desfondado. Era una partera de palabra. La Tota le alargó una toalla y un batón y se fueron a la única habitación para poder hablar tranquilas. Era una conversación de grandes y las nenas que sigan jugando.
–Quiero que sea varón, Pierina. Varón y futbolista y bueno.
–¿Bueno como persona o bueno como jugador?
–Las dos cosas: varón bueno y jugador buenísimo.
–Sabía que me ibas a pedir algo así. Pero hagamos de cuenta que no me dijiste nada. Y empecemos de cero. Respondéme, Tota, a cada cosa que te voy preguntando.
–Bueno.
–Ustedes nunca fueron otra cosa que pobres… tenés cuatro críos, cuatro, ¿querés tener otro?
–Sí, quiero.
–¿Y tu marido se anima?
–Sí, quiere.
–¿Lo querés hombrecito u hombrecita?
–Hombrecito.
–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada vez que tomés agua.
–Miraré el sol cuando tome agua. Pero ¿y de noche?
–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser la luna.
–Tomaré agua mirando la luna entonces.
–No es todo. Vos y tu Chitoro, cada día deberán comer cosas que vengan de los árboles, de la madera.
–¿Para qué eso?
–Para que el venidero les nazca con palito.
La Pierina era una mujer con algunas lecturas, por ejemplo, eso de “para que el venidero les nazca con palito” se lo afanó a un poeta que iba a escribirlo tres años después en un libro que se llamaría El último padre. Pasan estas cosas. Y hay que decir, además, que la Pierina era una partera apta para todo servicio: más de una vez, con dolor en el corazón y en el alma, ayudó a abortar criaturas que iban a ser devoradas por la condena definitiva de la pobreza. No hay derecho a arrojar a nadie al hambre, decía ella.
Parir un hijo Jesús no fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un hijo Che Guevara tampoco fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un Diego Armando Maradona Franco, más que superdotado futbolista y hacia 1986 el humano más famoso de todos los seres vivos del planeta, tampoco iba a ser fácil; para nada.
La Pierina pidió un té de carqueja ¡sin azúcar! y lo tomó despacio, algo pensativa.
–Decíme, Tota, ¿estás bien segura que querés que el pendejo te salga futbolista y buenísimo?
–Y sí. Que sea buenísimo, el mejor de la villa.
–Mirá, si nos metemos en este baile tenemos que apostar muy fuerte. Ya que estamos que sea el mejor de la villa, el mejor de la provincia, el mejor del país, el mejor del mundo, el mejor del siglo y de todos los tiempos.
–Y bueno, Pierina… ya que estamos.
–Te aviso que no va a ser sencillo. Conseguir un pibe así te va a costar una güeva y la otra güeva también. Yo me vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes por mes, lo que tenés que hacer sin saltearte nada. En cuanto te olvidés o no podás hacer algo, despedíte del pibe 10. Te vendrá un pibe 7 o 5 que jugará lindo, pero como tantos.
–No no no, yo quiero que sea pibe 10, el mejor de todos.
–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la tierra como en el cielo como en el infierno.
–Pierina, ¿no podemos evitar eso del infierno?
–No podemos: tierra y cielo incluyen infierno. Por el mismo precio eh.
–Bueno, Pierina, digamé.
La Pierina dijo ahora sí dame un par de mates. De pronto apretó el ceño y los tomó cabeceando, mirando al piso. Mirando al piso como quien mira las entretelas del futuro, con gravedad. Su rostro fue como esos cielos luminosos que sin aviso se oscurecen. Después de los mates corrió su silla y se ubicó frente a la Tota. Estaban rodillas contra rodillas.
La Pierina abrió el cuadernito y empezó a leer con voz algo solemne:
–Para tener un hijo que como futbolista sea el más genial de los geniales, el más único de los únicos, tendrás que cumplir, mes a mes lo que aquí está escrito.
–Lo haré, seguro que lo cumpliré.
–En el primer mes, cada día, un ajo en ayunas.
–¡Un ajo!
–Un ajo. Caiga quien caiga.
–Y bueno, caiga quien caiga. Pero ¿para qué el ajo?
–Para que venga sin pelos en la lengua. Un único entre los únicos tiene que decir siempre lo que le da la gana, así le moleste al faraón o al sumo padre… Sigamos, que se nos viene la noche. En el segundo mes tendrás que dormir en el lado izquierdo de la cama y después siempre así.
–¿Pará qué eso?
–Para que venga zurdo, bien zurdo. En el tercer mes tendrás que hacer tres días de ayuno: sólo líquidos.
–Pero voy a tener mucho hambre, Pierina.
–Y él también. Así vendrá con hambre. Con hambre de gol, con hambre de todo… En el cuarto mes tendrás que prepararte, cada tres días, un caldo que tenga acelga, apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote, ají verde, cinco cebollas, cinco… y pastito de ese que sale a la orilla del pozo de agua. Una olla entera.
–¿Y esto para qué?
–No sé. Pero vos hacélo, Tota. El día trece del quinto mes, el 13, deberás buscar una piedra bien redonda, del tamaño de un puño y a la piedra enterrarla en el medio de la canchita más cercana. Eso lo harás sola, sin ninguna mirada, a las tres de la mañana.
–¿Mi marido me podrá acompañar?
–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni él.
Las recomendaciones para el sexto, séptimo y octavo mes no fue posible conocerlas porque la Pierina, vaya uno a saber porqué, se las dijo al oído. Secretos de hembras. Secretos sellados, porque la hoja donde estaban escritas las recomendaciones de esos tres meses fue arrancada en el acto y prendida fuego.
–Pierina, ¿puedo preguntarle algo?
–Te la pasás preguntado.
–¿Por qué me habló al oído?
–Porque no quiero que escuche.
–¿Quién? Si estamos solas y encerradas.
–No tan solas, Tota, siento que alguien nos está escuchando.
–Alguien…
–Sí, yo siento que aquí adentro, aparte de nosotras hay… no sé, un escritor, alguien así.
(Al escuchar esto sentí vergüenza, me ruboricé…)
–Cebáme otro mate –dijo la Pierina enseguida– pero antes cambiále la yerba. No me tinca el mate con gusto a enema.
Y el mate vino. Y después las dos mujeres otra vez rodillas contra rodillas.
–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que me está pidiendo?
–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?
–Quiero poder.
–Vas a poder.
–¿Y en el noveno mes qué tengo que hacer?
–Desde el primer día caminar descalza por las mañanas. Descalza, sintiendo que la tierra es la espalda del mundo entero. Esto para que tu hijo venga mundial, ecuménico y planetario… barrilete cósmico…
–¿Barrilete cósmico?
–Se me hace que así lo llamará un día cierto relator que hoy todavía no imagina que será relator, porque recién anda por sus trece o catorce años de edad… Sí, descalza, cada día por la espalda del mundo andarás…
–Eso no me costará nada, me gusta andar descalza.
–Lo que te costará un poquito más, en la primera semana del mes noveno, será enhebrar una aguja...
–Eso lo hago sin dificultad todos los días.
–… enhebrar una aguja con los ojos cerrados. La misma aguja que usás para pegar los botones de la camisa. No vale aguja de colchonero eh.
Y la Tota quedó preñada a las casi tres semanas de ese encuentro con la Pierina. Se empezó a poner gruesa sin disimulo y con entusiasmo. Mes a mes fue cumpliendo una por una las recomendaciones. Hasta que llegó el crucial día de enhebrar la aguja con los ojos cerrados. Lo empezó a intentar desde temprano: se encerró en su dormitorio, tomó aguja, tomó hilo y… creer o reventar: en el primer intento no pudo. Ni en el tercero ni en el décimo. Se dio cuenta que estaba temblando. Ciega y encima temblando, ni en un año podré enhebrarla, gimió. Intentó tres, siete veces más, no pudo; le dio una patada a un ovillo de lana y el ovillo de lana se metió justo por el ángulo de la banderola entreabierta. Alguien en la vereda vio salir el ovillo en parábola y bramó ¡gol carajo!
La Tota escuchó la palabra gol y salió como resucitada de su creciente congoja y decidió decir gol en los próximos intentos.
No necesito varios intentos, ya en el primero sintió que el hilo había penetrado por el enormemente pequeño ojo de la aguja.
Sintió eso; lloró en silencio.
Y aquí entró el marido y la encontró así. No se animó a interrumpirle el llanto, sólo se hincó y le besó el vientre y él también empezó a llorar bajito.
Dos días después, la Tota, sumamente embarazada, le estaba dando una mano a su marido. Él, empinándose desde una silla, intentaba cambiar una bombita de luz. Chitoro, qué te costaba hacerlo con la escaler…No terminó de decirlo y a él se le cae la lamparita. Ella interrumpe la caída con la rodilla; la bombita vuelve a subir y a caer, pero no se estrella en el suelo; ahí, ella, por así decir, la acampuja con el empeine y la lamparita va a dar a la mano asombrada de él.
–¿Alumbrará esta lamparita?–, dice él.
–Seguro que alumbrará–, dice ella.
Ella, después de cumplir al pie, al pie izquierdo de la letra, los mandatos de la Pierina, no imaginaba que su hazaña de la lamparita sellaría, como si fuera un antojo al revés, el destino mundial y único del ser que a las siete de la mañana del día siguiente iba a nacer, en domingo, naturalmente. A nacer por los siglos de los siglos.
El 30 de octubre del año 1960 después de Cristo la Tota rompió bolsa a eso de las cinco de la madrugada. Camino del Policlínico que, naturalmente, se llamaba Evita, le preguntó a la Pierina, que la acompañaba:
–Estoy segurísima que Dieguito va a ser un pibe 10. Pero dígame Pierina, ¿mi hijo va a ser feliz?
–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a los demás.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Dame la mano y bajá con cuidado.
–Pero él va a…
–Afirmáte en mí, Tota. Vamos. Rápido.
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