Por Carlos Rojas
Investigador social
No estoy de acuerdo con la satanización con que la sociedad observa los conflictos de la juventud. Se calcula que más de cincuenta mil jóvenes se movilizan cada semana por todo el territorio nacional. Los vemos desplazándose como una mancha por carreteras y calles en las ciudades, con la intención de apoyar a sus equipos de fútbol. Por esa pasión que encarnan y la forma como la viven, las llamadas barras bravas son objeto de múltiples enjuiciamientos, reforzados de manera eficaz por las escenas de violencia en las que en ocasiones participan, rompiendo con los principios mínimos de la convivencia ciudadana.
Sin duda, las barras son el alma de los equipos pero también son considerados la oveja negra de la familia del fútbol, realmente estas asociaciones de jóvenes no importan mucho y sólo aparecen en los medios por la violencia. Casi nadie quiere tener algo que ver con ellos pues, además, generan miedo y en ciertos casos pánico.
Los barristas son jóvenes habitantes de las comunas más populares de la ciudad, trabajan en centros comerciales, estudian en las universidades de la región, son publicistas, comunicadores, desempleados, en fin, son jóvenes comunes y corrientes, sólo que su afición los ha llevado a organizarse en bloques y legiones, sus líderes, son ampliamente reconocidos, se reunen varias veces a la semana para dar vida a sus proyectos productivos, preparar los cantos, los trapos que dan identidad a su organización y la forma como apoyarán a su equipo en el próximo partido.
Las barras de fútbol son juventudes que reclaman a la sociedad y al Estado un lugar como ciudadanos; pero no por lo anterior se justifican o explican las violencias en las que participan. Esta situación demanda la creación de nuevos espacios sociales y culturales, para el desarrollo de la vida y para su inclusión en las oportunidades de la sociedad. Hay que intentar transformar su energía y potencia en proyectos de vida que dignifiquen y den tránsito a lo que por estos tiempos significa ser joven, antes que graduarlos como delincuentes.
Publicado en El País de Cali
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